Venceréis, pero no convenceréis

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Retrato de Unamuno, por Joaquín Sorolla (c. 1912, óleo sobre tela, 1430 × 1050 mm, Museo de Bellas Artes de Bilbao).

«Venceréis, pero no convenceréis» —o, también, «Vencer no es convencer»[1][2]​— es una famosa cita atribuida a Miguel de Unamuno, escritor y filósofo de la generación del 98, el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, durante una ceremonia de la por entonces llamada Fiesta de la Raza, aniversario del descubrimiento de América, en el marco de la guerra civil española.[3][4][5]

La frase iba dirigida a José Millán-Astray, general del bando sublevado y fundador de la Legión, que increpó el discurso de Unamuno a gritos de «¡Mueran los intelectuales!» (o, según versiones, «¡Muera la inteligencia!») y «¡Viva la muerte!».[6]

Contexto[editar]

La sublevación en Salamanca y la visión del filósofo[editar]

El 17 de julio de 1936 estalló la insurrección militar contra el Gobierno de la República, que derivó en la posterior guerra civil española. Un día después del golpe de Estado, en Salamanca se comenzaron a escuchar los primeros rumores de acuartelamiento de tropas, y el día 19 se declaró el estado de guerra en la ciudad del Tormes.[7]​ En agosto, la ciudad era ya protagonista de vejaciones públicas, trabajos forzados, desapariciones y paseos.[3]

Miguel de Unamuno, por aquel entonces rector de la Universidad salmantina, apoyó en un principio la sublevación,[nota 1]​ pero pronto pudo contemplar la represión, como la detención, para posteriormente proceder a su fusilamiento, de amigos como el profesor Prieto Carrasco, exalcalde de la urbe, el presidente de la Federación Obrera José Andrés Manso o su alumno predilecto Salvador Vila, rector de la Universidad de Granada.[3]​ Como personaje eminente en Salamanca, el rector recibió peticiones de familiares para que intercediera por multitud de arrestados, muchos de ellos conocidos y amigos suyos.[3]

12 de octubre: el choque entre Unamuno y Millán-Astray[editar]

Coincidiendo con la apertura del curso universitario,[9]​ el 12 de octubre se celebraba de modo solemne la festividad del Día de la Raza en Salamanca con la celebración de un acto político-religioso en la catedral —al que Unamuno no acudió—[3]​ y otro de carácter universitario —presidido por el escritor y filósofo— al que asistiría la esposa de Franco, Carmen Polo de Franco, el general africanista Millán-Astray, el obispo de la diócesis Enrique Plá y Deniel, José María Pemán, el gobernador militar de la plaza y el resto de fuerzas vivas de la ciudad.[4][3]​ El evento fue abierto por Unamuno, para posteriormente dar la palabra a los conferenciantes, sin que estuviese previsto que la máxima autoridad universitaria interviniera más tarde.[3][nota 2]​ El acto se emitió por la radio local.[10]

Intervinieron en el acto,[nota 3]​ cuyo tema principal era «la exaltación nacional, el Imperio, la raza y la Cruzada»,[6][nota 4]​ el catedrático de Historia Ramos Loscertales, el dominico Beltrán de Heredia, el catedrático de Literatura Maldonado de Guevara y, por último, Pemán.[6]​ Los dos primeros hablaron sobre «el Imperio español y las esencias históricas de la raza».[9]​ Maldonado, por su parte, cargó fuertemente contra Cataluña y el País Vasco.[12][nota 5]​ Pemán acabó su discurso intentando enardecer a sus oyentes: «Muchachos de España, hagamos cada uno en cada pecho un Alcázar de Toledo».[12]​ Las críticas y amenazas proferidas a todos los que no compartían los ideales de la sublevación, condenados como la antiespaña,[6][12]​ entre otros puntos, fueron las que suscitaron el rechazo de Miguel de Unamuno.[nota 6]​ Acto seguido, intervino el rector, cuyas frases difieren según los distintos testigos, cronistas e historiadores, ya que no se dispone de ningún registro grabado o escrito del mismo:[13]

Ya sé que estáis esperando mis palabras, porque me conocéis bien y sabéis que no soy capaz de permanecer en silencio ante lo que se está diciendo. Callar, a veces, significa asentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Había dicho que no quería hablar, porque me conozco. Pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de una guerra internacional en defensa de la civilización cristiana. Yo mismo lo he hecho otras veces. Pero ésta, la nuestra, es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer, y hay que convencer sobre todo. Pero no puede convencer el odio que no deja lugar a la compasión, ese odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva (mas no de inquisición). Se ha hablado de catalanes y vascos, llamándoles la antiespaña. Pues bien, por la misma razón ellos pueden decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo Plá y Deniel, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer. Y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española que no sabéis. Ese sí es mi Imperio, el de la lengua española y no...
Miguel de Unamuno (Núñez Florencio, 2014, p. 37).[nota 7]
Paraninfo del edificio de las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca, lugar en el que tuvo lugar el acto.

La algarabía cortó la alocución del orador. La mayor respuesta se atribuye al general Millán-Astray que, ubicado en un extremo de la presidencia, golpeó la mesa con su única mano y, levantándose, interrumpió al rector —«¿Puedo hablar?, ¿puedo hablar?»—.[6]​ Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: «¡Viva la muerte!».[nota 8]​ La historiografía no consigue determinar si entonces el militar intervino y si fue ese el momento en que pronunció sus gritos de:

¡Mueran los intelectuales![nota 9][nota 10]​ ¡Viva la muerte!
José Millán-Astray (Núñez Florencio, 2014, p. 37).[nota 11]

Millán-Astray continuó con los gritos con que habitualmente se excitaba al pueblo: «¡España!»; «¡una!», respondieron los asistentes. «¡España!», volvió a exclamar Millán-Astray; «¡grande!», replicó el auditorio. «¡España!», finalizó el general; «¡libre!», concluyeron los congregados. Después, un grupo de falangistas ataviados con la camisa azul de la Falange hizo el saludo fascista al retrato de Francisco Franco que colgaba en la pared.[14]​ Tras las afirmaciones necrófilas del fundador de la Legión, Unamuno habría continuado con su discurso —tampoco hay unanimidad en las palabras pronunciadas—, esta vez cargando directamente contra la réplica de Millán-Astray:

Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente. De forma excesiva y tortuosa ha sido proclamada en homenaje al último orador, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán Astray es un inválido de guerra. No es preciso decirlo en un tono más bajo. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no se tocan ni nos sirven de norma. Por desgracia hoy tenemos demasiados inválidos en España y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología a las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes se sentirá aliviado al ver cómo aumentan los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray no es un espíritu selecto: quiere crear una España nueva, a su propia imagen. Por ello lo que desea es ver una España mutilada, como ha dado a entender.

Este es el templo del intelecto y yo soy su supremo sacerdote. Vosotros estáis profanando su recinto sagrado. Diga lo que diga el proverbio, yo siempre he sido profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha, razón y derecho. Me parece inútil pediros que penséis en España.

Miguel de Unamuno (Núñez Florencio, 2014, p. 37, revisado).[nota 12][nota 13]

Tras su discurso, varios oficiales echaron mano de sus pistolas,[21]​ mientras Unamuno salió del paraninfo protegido por Carmen Polo de Franco, que le ofreció el brazo, y por otras personalidades, mientras era increpado con insultos y abucheos, para montarse en un automóvil que lo dejaría en su residencia de la calle de Bordadores salmantina.[6]

Unamuno tras el incidente[editar]

Casa del Regidor Ovalle Prieto, sita en la calle salmantina de Bordadores, lugar de residencia del filósofo.

El mismo día del incidente, el Ayuntamiento se reunió en sesión secreta y decidió retirarle al escritor el acta de concejal.[22][nota 14]​ El proponente, el concejal Rubio Polo, motivó su expulsión:

Por España, en fin, apuñalada traidoramente por la pseudo-intelectualidad liberal-masónica cuya vida y pensamiento [...] sólo en la voluntad de venganza se mantuvo firme, en todo lo demás fue tornadiza, sinuosa y oscilante, no tuvo criterio, sino pasiones; no asentó afirmaciones, sino propuso dudas corrosivas; quiso conciliar lo inconciliable, el Catolicismo y la Reforma; y fue, añado yo, la envenenadora, la celestina de las inteligencias y las voluntades vírgenes de varias generaciones de escolares en Academias, Ateneos y Universidades.[22]

La popularidad del anciano profesor entre los salmantinos hizo someter el acuerdo a la decisión de la autoridad militar, sin recibir ratificación.[23][nota 15]

Sus últimos meses de vida, desde octubre hasta diciembre del 36, los pasó bajo arresto domiciliario en su casa, en un estado —en palabras de Fernando García de Cortázar— de resignada desolación, desesperación y soledad.[25]​ El 22 de octubre, dos meses antes de la muerte de Miguel de Unamuno —ocurrida en la tarde del 31 de diciembre—,[26]​ Franco firmó el decreto de destitución del rector.[27]​ En una de sus últimas cartas, fechada el 13 de diciembre, Unamuno dejó constancia nuevamente de su famosa sentencia para referirse a los militares sublevados:[28]

Vencerán, pero no convencerán; conquistarán, pero no convertirán.

Críticas a la versión tradicional del incidente[editar]

Aunque generalmente se acepta que hubo un enfrentamiento acerbo entre Millán-Astray y Unamuno,[10]​ los biógrafos de Unamuno Colette y Jean-Claude Rabaté sostienen que las palabras de aquel no fueron pronunciadas en el modo en que han pasado a la historia. Por su parte, el historiador salmantino Severiano Delgado, bibliotecario de la Universidad de Salamanca, afirma que el discurso atribuido a Unamuno, que comienza con la frase «Ya sé que estáis esperando mis palabras» y termina con «Este es el templo del intelecto y yo soy su sumo sacerdote (...)», en realidad fue escrito por Luis Portillo Pérez y publicado en la revista británica Horizon[29]​ en 1941.[30]​ Dicho texto debe su fama al hecho de haber sido incluido en el influyente libro de Hugh Thomas The Spanish Civil War (1961), lo cual fue corroborado en su momento por Michael Portillo, hijo de Luis Portillo.[10]

Severiano Delgado describe la situación como «un acto brutalmente banal» en el que se produjo «una situación muy tirante», pero que eso era habitual en discursos y charlas de la época, y opina que el dramatismo de la situación se exageró posteriormente, hasta alcanzar una repercusión mayor de la que Unamuno pensaba.[30][31]

En 2018, a raíz del rodaje de la película biográfica sobre Unamuno Mientras dure la guerra dirigida por Alejandro Amenábar, una asociación de legionarios en defensa de Millán-Astray calificó la versión de Luis Portillo como «propaganda» y negó la veracidad de la versión de las palabras «¡Muera la inteligencia!».[32]​ Peregrina Millán-Astray, hija del general, contextualiza la frase con un añadido previo: «Si la inteligencia sirve para el mal, muera la inteligencia».[18]

Véase también[editar]

Notas[editar]

  1. A pesar de que en 1931 proclamó la República desde el balcón del consistorio salmantino, Unamuno, «profundamente desencantado con el régimen republicano», apoyó el golpe militar. Tal decisión quedó patente con la felicitación, el 19 de julio, al bando insurrecto y la petición de la pronta captura de Azaña y con la publicación el 8 de agosto de una carta identificándose con el ideario de la rebelión.[8]
  2. «Parece ser que antes [Unamuno] ha dicho de forma privada que prefiere no hablar para que no se le desate la lengua» (Núñez Florencio, 2014, pp. 36-37).
  3. Unamuno llevaba anotado el orden de intervención en el dorso de la carta suplicatoria de la esposa de Atilano Coco, pastor protestante, detenido por los sublevados.[9][11]
  4. En palabras de Colette y Jean Claude Rabaté, el acto debía ser «religioso, patriótico y una demostración solemne de la España nacional».[9]
  5. Reutilizando términos originales del obispo Plá y Deniel, elogió el papel del Ejército que se había empeñado con éxito en una nueva y verdadera «cruzada nacional»[9]​ y afirmó que catalanes y vascos, «los mayores en riqueza y responsabilidad, y explotadores del hombre y del nombre español, [...] a costa de los demás han estado viviendo hasta ahora, en medio de este mundo necesitado y miserable de la postguerra, en un paraíso de la fiscalidad y de los altos salarios».[12]
  6. «[A Unamuno] Se le ve nervioso garabateando conceptos y frases en un papel. Se ha conservado ese documento y en él pueden leerse, entre otras muchas palabras, “guerra internacional”, “occidental cristina”, “independencia”, “vencer y convencer”, “odio y compasión”, “lucha, unidad”, “catalanes y vascos”» (Núñez Florencio, 2014, p. 37).
  7. Existen varias reconstrucciones de lo sucedido aquel día. Una de las más extendidas es la versión que Luis Gabriel Portillo publicó en la revista Horizon en 1941[14]​ y que recogió el hispanista inglés Hugh Thomas en su obra La guerra civil española, de amplia difusión posterior.[15][16]​ Según Portillo, la reacción de Unamuno fue como sigue:
    Un indignado Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso: «Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso —por llamarlo de algún modo— del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis...».
  8. De acuerdo con Portillo:[14]
    Millán-Astray habló: «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!». Se excitó de tal modo hasta el punto que no pudo seguir hablando. Pensando, se cuadró mientras se oían gritos de «¡Viva España!». Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno, que dijo: «Acabo de oír el necrófilo e insensato grito “¡Viva la muerte!”. Esto me suena lo mismo que “¡Muera la vida!”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán-Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada (...)».
  9. Lola Galán, basándose en Rabaté, afirma que Millán-Astray gritó «¡Muera la intelectualidad traidora!».[17]
  10. Peregrina Millán-Astray, la hija de José, afirmó en una entrevista que las palabras de su padre fueron: «Si la inteligencia sirve para el mal, muera la inteligencia».[18]
  11. David Caldevilla Domínguez, sin embargo, transcribe el grito como «¡Muera la inteligencia!», afirmando que «Millán Astray, frenado por la presencia de D.ª Carmen Polo (de Franco) no se atreve a ir más allá de su hoy famoso grito».[19]
  12. García Martín, que cita La guerra civil española (1961) de Hugh Thomas, transcribe la intervención de Unamuno con el siguiente tenor literal:
    Acabo de oír el necrófilo e insensato grito, “Viva la muerte”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.
    Miguel de Unamuno (García Martín, 2014, p. 760).
  13. Manuel Sanchis i Marco, citando la página 184 de la obra Miguel de Unamuno de Luciano González Egido (1997), afirma que «contrariamente a lo que se suele afirmar [Unamuno] nunca pronunció la frase “venceréis pero no convenceréis”, sino más bien : “[…] la nuestra es una guerra incivil […] Vencer no es convencer y hay que convencer sobre todo [sic], y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia, que es crítica diferenciadora, inquisitiva, mas no de Inquisición”».[20]
  14. Otras fuentes apuntan que se le retiró la dignidad de Alcalde-Presidente honorario.[23]
  15. Intentándolo en 2006,[22]​ el grupo socialista del Ayuntamiento de Salamanca, en pleno del 7 de octubre de 2011, consiguió restituir póstumamente a Unamuno el acta de concejal que le fue arrebatada en la sesión secreta.[24]

Referencias[editar]

  1. Berdugo Gómez de la Torre, Ignacio (2017). La justicia transicional en Brasil: el caso de la guerrilla de Araguaia. Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca. p. 161. ISBN 978-84-9012-741-4. Consultado el 6 de octubre de 2019. «[...] "venceréis pero no convenceréis" o, según otros, "vencer no es convencer" [...]». 
  2. Evans, Jan E. (2014). Miguel de Unamuno's Quest for Faith: A Kierkegaardian Understanding of Unamuno's Struggle to Believe. Cambridge, Reino Unido: James Clarke & Co. p. 126. ISBN 978-0-227-17436-4. Consultado el 6 de octubre de 2019. 
  3. a b c d e f g Núñez Florencio, 2014, p. 36.
  4. a b García Martín, 2014, p. 760.
  5. Cortés, 2005.
  6. a b c d e f Núñez Florencio, 2014, p. 37.
  7. Pérez García, 2005, pp. 8-9.
  8. Núñez Florencio, 2014, p. 38.
  9. a b c d e Rabaté y Rabaté, 2009, p. 683.
  10. a b c Jones, Sam (11 de mayo de 2018). «Spanish civil war speech invented by father of Michael Portillo, says historian». The Guardian (en inglés). Consultado el 11 de mayo de 2018. 
  11. Juaristi Linacero, 2012, pp. 437-438.
  12. a b c d Juaristi Linacero, 2012, p. 438.
  13. Rabaté y Rabaté, 2009, p. 750.
  14. a b c Portillo, 1941.
  15. Juaristi, 2012, p. 440.
  16. Thomas, 1961.
  17. Galán, Lola (2009). «Unamuno sin leyenda». El País. 
  18. a b «Peregrina Millán-Astray y Gasset: "A mi padre no le importaría que su calle se llamara De la Inteligencia"». ELMUNDO. Consultado el 3 de junio de 2018. 
  19. Caldevilla Domínguez, 2012, p. 134.
  20. Sanchis i Marco, 2011, p. 2.
  21. Preston, 1998, pp. 91-92.
  22. a b c Francia, Ignacio (2006). «Unamuno continúa siendo "celestina" y "antipatriota"». El País. 
  23. a b Málaga Guerrero, 1998, p. 194.
  24. Efe (2011). «Salamanca restituye a Unamuno el acta de concejal arrebatada en 1936». ABC. Archivado desde el original el 15 de julio de 2015. Consultado el 20 de octubre de 2015. 
  25. García de Cortázar, 2003, pp. 294-295.
  26. Rabaté y Rabaté, 2009, pp. 701-702.
  27. Urrutia León, 1998, p. 98.
  28. Unamuno, Miguel de (1991). Epistolario inédito II (1915-1936). Espasa Calpe. pp. 354-355. ISBN 978-84-239-7239-5. «Carta n° 480». 
  29. «Unamuno’s Last Lecture by Luis Portillo». 
  30. a b Galán, Lola (2018). «Lo que Unamuno nunca le dijo a Millán Astray». El País. 
  31. Rabaté, Colette y Jean-Claude (27 de mayo de 2018). «Columna | Enfrentamiento en el paraninfo: Unamuno, “fulminado”». El País. ISSN 1134-6582. Consultado el 3 de junio de 2018. 
  32. «Veteranos de la Legión advierten a Amenábar que «respete la memoria» de Millán-Astray: «No vamos a pasar ni una»». abc. Consultado el 3 de junio de 2018. 

Bibliografía[editar]