Diferencia entre revisiones de «Perfume»

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*[http://www.deperfumes.com Guía y consultas sobre perfumes]
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Revisión del 17:40 6 may 2009

El nombre de perfume o perfumes proviene del latín "per", por y "fumare", producir humo, haciendo referencia a la substancia aromática que desprendía un humo fragante al ser quemado, usado para sahumar. En la actualidad, la palabra «perfume» se refiere al líquido aromático que usa una mujer o un hombre, para desprender olores agradables.

En cuanto a «Perfumería», tiene cuatro acepciones:[1]

  • Tienda donde venden perfumes.
  • Arte de fabricar perfumes.
  • Conjunto de productos y materias de la industria del perfume.
  • Lugar donde se preparan los perfumes o se perfuman ropas o pieles.

Ingredientes de perfumería

El perfume es una mezcla que contiene sustancias aromáticas, pudiendo ser éstas aceites esenciales naturales o esencias sintéticas; un disolvente que puede ser sólido o líquido (alcohol en la mayoría de los casos) y un fijador, utilizado para proporcionar un agradable y duradero aroma a diferentes objetos pero, principalmente al cuerpo humano.

Los aceites esenciales son sustancias orgánicas, líquidas aunque algunas veces sólidas, de olor y sabor acres, irritantes e incluso cáusticas. Pueden destilarse sin descomposición, no son miscibles en el agua pero son solubles en alcohol y éter. No tienen el tacto graso y untuoso de los aceites fijos y no dan jabón. Disuelven los cuerpos grasos, la cera y las resinas.

Su composición química es variadísima; a menudo encierran hidrocarburos de fórmula C10H16 o un múltiplo o submúltiplo y un compuesto oxigenado o alcanfor. Algunos contienen éteres, alcoholes, fenoles; otros, contienen azufre. Existen en todos los órganos de las plantas pero especialmente en las hojas y en las flores.

La mayor parte de las esencias ya existen completamente formadas en la planta o vegetal; sin embargo, otras no preexisten sino que se forman por la acción del agua sobre determinadas partes del vegetal por cuya acción se combinan ciertos elementos que se encuentran en las células y determinan la formación de la esencia.[2]

Los fijadores que aglutinan las diversas fragancias incluyen bálsamos, ámbar gris y secreciones glandulares de ginetas y ciervos almizcleros (estas secreciones sin diluir tienen un desagradable olor, pero en solución alcohólica actúan como conservantes). En la actualidad, estos animales están protegidos en muchos países, por lo que los fabricantes de perfumes utilizan almizcle sintético.

La cantidad de alcohol depende del tipo de preparación al que vaya dirigido. Normalmente, la mezcla se deja envejecer un año.

Extracción de fragancias

Los aceites esenciales se extraen de los vegetales que los contienen formados o que contienen los elementos para su formación. Su extracción industrial tiene gran importancia; existen distintos procedimientos:

  • Destilación. Este método es el más empleado especialmente para flores, plantas y hierbas, tales como la lavanda, rosas, alhucema, tomillo, sándalo, mimosa, etc. Para ello, se emplea un alambique de cabidad bastante grande. La parte del vegetal que contiene la esencia (raíz, hojas, flores, corteza, etc.) se machaca y se introduce en el alambique.
    Alambique para la destilación de perfume
    Es conveniente no poner la materia en contacto directo con la caldera; por este motivo se coloca en sacos o en un vaso en forma de criba que se dispone en el centro de la cucúrbita. Se añade el agua suficiente para que la materia esté completamente bañada y al cabo de algunas horas de maceración se procede a la destilación. El aceite esencial es arrastrado por el vapor de agua, aunque su punto de ebullición en general es muy superior a 100º. Los productos de la destilación son recogidos en un vaso en el que se separan fácilmente el agua y la esencia. Para las esencias más ligeras se dispone del llamado recipiente florentino. La esencia va a la parte superior y se acumula en el recipiente mientras que el agua se escapa por un tubo encorvado que nace de la base del recipiente. Para las esencias más pesadas se usa otro tipo de probeta en la que se deposita el líquido en la base y el agua escapa en altura. En todos los casos, el agua que sale arrastra un poco de esencia en disolución o en suspensión. Esta agua retorna al alambique para aprovecharla en operaciones sucesivas.
  • Expresión. Otro procedimiento extractivo es la expresión; muy conveniente en el limón, la naranja y la mandarina. Consiste en exprimir la corteza del fruto, obteniendo así el aceite que ésta contiene.
  • Enfleurage. El procedimiento extractivo de disolución sirve para ciertas flores delicadas; utilizando para esto ciertas sustancias grasas que tienen la propiedad de absorber los perfumes por contacto. Si se procede a la temperatura ordinaria, la operación se llama enfleurage como ocurre con la vara de Jesé y el jazmín. Consiste en impregnar las sustancias aromáticas en grasa y después extraer el aceite oloroso con alcohol. También se utilizan compuestos químicos aromáticos.
  • Maceración. Cuando se procede por maceración es necesario colocar las flores en unas grandes calderas manteniéndolas sumergidas a fin de que suelten el perfume.[2]

Tipos de perfumes

Etiqueta de Agua de colonia (1868)

Existen diferentes tipos de perfumes, según su intensidad aromática:

  • Perfume: la forma más concentrada, entre el 15-40% de esencia aromática.
  • Eau de Perfume (EdP): concentración del ~15%.
  • Agua de baño, más conocida como Eau de Toilette EdT: concentración del 7-15% (~10%).
  • Agua de colonia = Eau de Cologne EdC: la misma concentración que el anterior pero con aromas cítricos predominantemente: sólo un 3-6% (~5%) de concentrados.
  • Splash perfumes EdS: ~1% de concentrados.

Al aplicarse el perfume sobre la piel, el calor del cuerpo evapora el disolvente, permaneciendo las sustancias aromáticas, que se disipan gradualmente durante varias horas.

Historia del perfume

El arte de la elaboración de perfumes nació en Egipto, fue desarrollado por árabes y romanos y desde España se reintrodujo en Europa durante el Renacimiento. Fue en Francia, hacia el siglo XIV, donde se cultivaron flores para elaborar los perfumes, permaneciendo ésta desde entonces como el centro europeo de diseño y comercio en perfumería. Mientras que en la Europa del siglo XVIII el perfume era utilizado por la nobleza, en Oriente, especialmente en Japón, el perfume constituía un arte, llamado kodo o arte del incienso, practicado además por la burguesía.

Los primeros olores

Sin lugar a dudas, los aromas de la naturaleza han acompañado al ser humano desde el principio de los tiempos: las flores, el mar, los árboles... No obstante, la palabra «perfume» evoca una fragancia agradable que podemos llevar con nosotros.

Ramón Planas i Buera, del Museo del Perfume de Barcelona, imagina que todo comenzó en la Prehistoria, el día que uno de aquellos hombres primitivos encendió una hoguera para calentarse o para alejar las fieras que pudieran acecharle y, por pura casualidad, encendió algunas ramas o resinas de un árbol y éstas comenzaron a desprender un olor agradable, un olor inédito que nunca antes había sentido nadie. Alejandro Pose acota: "Seguramente un niño debe haberse visto inevitablemente atraído por las llamas: acercó una rama a la hoguera y después de recibir el grito y reto de sus padres se alejó corriendo con el palo humeando, invadiendo el ambiente con una nueva fragancia". “Quizás el hecho de encontrarla tan agradable y de que el humo se elevase directamente hacia el cielo, les hizo pensar en utilizarlo como ofrenda a las divinidades o a las fuerzas sobrenaturales que lo habitaban y que desde allí arriba regían sus frágiles destinos en la Tierra” cierra Don Ramón. ¿Por qué no?. Aún en la actualidad son innumerables las ceremonias y religiones que utilizan fuertes aromas como parte de las alabanzas a santos, dioses o demonios…

Perfumes divinos

En el año 3500 a.C., Sumeria era la civilización más avanzada y compleja del mundo; los sumerios crearon el primer sistema de escritura del mundo, los primeros en usar instrumentos de bronce, los primeros en fabricar ruedas y contrariamente a lo que muchos suponen, fueron ellos y no los egipcios los que desarrollaron por primera vez ungüentos y perfumes.

Cuando los arqueólogos encontraron el sepulcro de la reina Schubab de Sumeria, se sorprendieron bastante al hallar a un costado del cuerpo una cucharita y un pequeño pote trabajados con filigrana de oro: la coqueta reina había guardado allí su pintura para los labios[cita requerida]. En la Epopeya de Gilgamesh (un poema asirio del año 2300 a.C. probablemente copiado de textos acadios mucho más antiguos) se encuentran muchas citas que hacen referencia a la perfumería y a la cosmética[cita requerida].

Egipto no tardó en tomar de los sumerios la idea de la escritura y todo lo referente a la cosmética. Los sacerdotes literalmente fumigaban sus oraciones con perfumes –que ellos mismos elaboraban-, empleando olores fortísimos que favorecían la elevación del alma: mirra, resina de terebinto, gálbano, olíbano, láudano... Los aceites perfumados, los ungüentos y las pinturas también formaban parte del rito: muy temprano por la mañana, cada sacerdote procedía al aseo de las estatuas divinas untándolas con ungüentos y maquillando sus rostros (los de las estatuas y los propios). Así obtenían la protección de los dioses y se aseguraban un tranquilo y seguro paso al más allá. Justamente esta creencia es la que explica la práctica del embalsamamiento: conservar intacto el cuerpo en sustancias imputrescibles y perfumadas para entrar así en el cielo de los egipcios.

A mediados del 400 a.C., Heródoto escribió sobre este tema:

Se empieza quitando el cerebro por los orificios de la nariz con un gancho de hierro inyectando en ellos drogas disolventes. A continuación, se realiza una incisión en los costados con una piedra de Etiopía cortante y se retiran los intestinos que se limpian con vino de palma y se purifican con aromas molidos. Se llena el abdomen de mirra, de canela y de otros aromas y se vuelve a coser. Después se sumerge el cadáver en natrón donde se deja durante setenta días... Luego, se lava el cuerpo y se envuelve en finas bandas de lino recubiertas por una especie de goma...

Esta cita sirve para reflejar la importancia del perfume como sinónimo de pureza y exaltación divina (cuando se abrió la tumba del faraón Tutankamon se hallaron más de tres mil potes con fragancias que aún conservaban su olor a pesar de haber permanecido enterradas por más de 30 siglos).

Las mujeres de la alta sociedad acostumbraban a ponerse debajo de las pelucas que habitualmente llevaban, unos conos fabricados con grasa de buey impregnada de diversos perfumes. Este pegote se iba fundiendo con el calor corporal y del ambiente al mismo tiempo que perfumaba el cuerpo de quien lo portaba. Debe haber sido engorroso e incómodo, porque ninguna civilización posterior hizo uso de él. De cualquier forma, se ha dicho que en su vida cotidiana, el pueblo egipcio fue el más limpio (o el mejor perfumado) de la historia.

El perfume en la Biblia

José, hijo de Jacob, fue vendido por sus hermanos a unos mercaderes de esencias -de las tierras de Galaad en Palestina- que bajaban a Egipto para vender sus productos. En su larga y forzada estadía en esa región, los israelitas aprendieron las técnicas de la elaboración de perfumes y ungüentos, y la primera referencia bíblica a ese respecto se centra en su finalidad religiosa o litúrgica. El propio Moisés le encarga al Gran Sacerdote Aarón que cada mañana y cada atardecer queme incienso y le agregue partes iguales de esencias de nataf, onix y junto al gálbano haga un perfume, quedando estrictamente prohibido el uso de esta mezcla para fines profanos. En su relato de la historia del pueblo de Israel, la Biblia está llena de citas sobre el uso de perfumes, como los consejos que Noemí da a su nuera Ruth en el uso de fragancias para agradar más a Booz o cuando Judit se arregla y perfuma para seducir a Holofernes, encubriendo así su verdadero propósito de liberar al pueblo. El Cantar de los Cantares es una verdadera oda a la perfumería y los ungüentos.

Nace un arte

Para los griegos, todo lo bello, armonioso, proporcionado y estético era bueno y por ende de origen divino, así que atribuyeron a sus Dioses el regalo de los perfumes y los ungüentos... La rosa, antes blanca y sin olor, adquirió su color rojo el día que Venus se clavó una espina y derramó su sangre sobre ella, y se volvió fragante al recibir un beso de Cupido.

En otra oportunidad en la que Venus tampoco tenía nada que hacer y huía de unos malvados sátiros, se escondió detrás de unas matas de mirto y en agradecimiento por no haber sido vista, le dio a los mirtos su fragancia característica. Los Dioses castigaron a Esmirna por su terrible pecado convirtiéndola en un árbol común y corriente, pero al verla llorar se conmovieron y la mutaron en árbol de mirra que llora resinas aromáticas.

Pero el aporte más importante que los griegos hicieron a la perfumería fue aplicar su arte a los frascos de cerámica utilizados para guardar los perfumes, piezas de arte que incluso hoy son difíciles de igualar en belleza. Diseñaron siete formas para almacenar perfumes y los decoraron con animales mitológicos, figuras geométricas y escenas conmemorativas. El más conocido es el «lekytos», un frasco muy elegante y esbelto que llegó a ser tan popular que para referirse a alguien poco solemne, se decía que “no tenía ni un lekytos”. Pero no todos los griegos amaban los perfumes... Sócrates los odiaba, afirmando que ningún hombre debía perfumarse, ya que una vez perfumados tenía el mismo olor un hombre libre que un esclavo[cita requerida].

El desarrollo de la cosmética

A través del Mediterráneo, los griegos introdujeron sus costumbres hasta España, incluso su amor por los perfumes. Así, los primeros perfumistas y barberos salieron de una colonia griega al sur de Italia y se instalaron en Roma en los tiempos de la República. Aunque en sus inicios Roma era un pueblo pobre y austero que se dedicaba principalmente a cuidar sus huertos y rebaños y secundariamente a defenderse de sus vecinos, las sucesivas victorias militares y una constante expansión unida al debilitamiento del poder etrusco, la convirtieron en una ciudad brillante y próspera, que pasó de la frugalidad a la opulencia.

La cosmética floreció en Roma como nunca antes había ocurrido en ningún lugar y así como ahora los productos de belleza pretenden venir de París, era elegante decir que las fragancias llegaban desde Grecia (aunque no lo fueran...). Las damas romanas tenían una forma bastante particular de perfumarse: hacían llenar la boca de sus esclavas con perfumes para luego ser espurreadas en rostro y cuerpo. Una especie de vaporizador humano.

Pero en Roma no sólo las personas se perfumaban... Antes de una batalla o en los regresos victoriosos, se humedecían los estandartes de las legiones con fuertes fragancias y también era común perfumar salones, vestidos, teatros, armas y hasta los animales, sin mencionar cualquier ceremonia religiosa, casamiento o entierro. Se cuenta que el emperador Nerón -durante sus banquetes más selectos- hacía caer desde el techo miles de pétalos de las más variadas y exóticas flores a la vez que soltaba pájaros con sus alas embebidas en perfumes, para que la fragancia se esparciera durante el vuelo[cita requerida] (recordemos que su mujer, Popea, amaba bañarse en leche de burra, obligando a trasladar durante sus viajes a casi trescientos de estos animales para ser ordeñados cada mañana).

El cristianismo trae consigo una regresión en la utilización de los perfumes y los cosméticos y la condena a las «artimañas del diablo» utilizadas por las mujeres para seducir a los hombres. San Clemente de Alejandría autorizaba los baños, pero condenaba los establecimientos que de día y de noche se ocupaban de masajear, untar y depilar[cita requerida]. San Jerónimo, San Cipriano y Tertuliano echaron espuma por la boca maldiciendo contra los ungüentos y perfumes[cita requerida] pero, como siempre, las mujeres se salieron con la suya y no tardó en ponerse de moda morder delicadamente una ramita de mirto con el fin de mostrar así una bella dentadura.

La Biblia quien vuelve a mostrarnos el uso extendido de la perfumería: en el Nuevo Testamento vemos a la hermana de Lázaro ungiendo los pies de Jesús con perfume o a los tres Reyes Magos dejando incienso y mirra en Belén. Tanto el nacimiento de Jesús como su muerte están realcionados con los perfumes:

Fue también Nicodemo, aquel que anteriormente había ido a verle de noche, con una mezcla de unas cien libras de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas, con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. (Evangelio según san Juan 19, 39-40)

Oriente y el Renacimiento

Los bizantinos recogen la antorcha dejada por los romanos en lo que respecta a los imperios; en el arte de la perfumería incluso superaron a la propia Roma, debido a la mano de obra con tradición perfumista y por contar con las materias primas más cercanas.

También los árabes supieron asimilar y perfeccionar los conocimientos de las culturas que los precedieron. Utilizando alambiques para destilar alcohol como soporte de las esencias, elaboraron refinados perfumes como el almizcle, la algalia y el Agua de rosas, por nombrar los más amados y requeridos en toda la Edad Media. Mahoma amaba los perfumes y el mismo Corán promete a los fieles de corazón un paraíso perfumado y bellas huríes de ojos negros, hechas del más puro de los almizcles.

Los intercambios entre Oriente y Occidente se vieron favorecidos por las Cruzadas (1096-1291) y los mercaderes comenzaron a inundar el mundo conocido con nuevas fragancias y especias, además de poner otra vez de moda la costumbre de acompañar el aseo con aplicaciones perfumadas.

Durante el Renacimiento se produjo un redescubrimiento de la cultura greco-romana y, con la invención de la imprenta, numerosos tratados antiguos de perfumería fueron traducidos y publicados en francés e italiano, haciendo llegar a la población mil y una maneras de usar los perfumes. Por desgracia, en este período es cuando se deja de lado la higiene personal y se recurre a los perfumes para “no oler como carneros”. Es tan común entre las damas no bañarse como ponerse en las axilas y entre los muslos esponjas perfumadas. Lógicamente, la sarna estaba a la orden del día tanto para la plebe como entre los ricos y famosos (uno de los asistentes de Juana I de Castilla, también conocida como la Loca, escribió[cita requerida] en una de sus cartas: “las hijas de la reina mejoran poco a poco de su sarna”).

Enrique IV de Francia no solamente no se lavaba nunca sino que ni siquiera tenía por costumbre perfumarse. En su noche de bodas, su esposa estuvo a punto de desmayarse y cartas de sus amantes dejaron testimonios de las naúseas y vahídos que sufrieron al compartir su lecho. Pero parece que por lo menos se bañó una vez. Fue en el Sena, en donde antes de hacerlo, y a la vista de todos, orinó abundantemente. Y viendo que su hijo, el futuro Luis XIII, dudaba en meterse al agua, le dijo: [cita requerida]Con confianza, báñate y no tengas miedo que más arriba del río otros habrán meado antes que yo.

Florencia y Venecia fueron las capitales del perfume. Al morir la alquimia en pos del nacimiento de la química, el arte de la perfumería evolucionó notablemente ya que mejoraron los procesos de destilación y la calidad de las esencias. Empleando técnicas orientales, Venecia produjo los primeros frascos de vidrio soplado; algunos vidrieros de esa región emigraron a Alemania y Bohemia, donde encontraron un cuarzo bastante duro que les permitió tallar, grabar, pulir y decorar a gusto sus envases; dejaron el soplado del vidrio y llevaron el arte de la perfumería hacia nuevos horizontes.

La moda renacentista imponía el uso de guantes y estos indefectiblemente debían estar perfumados. Grasse, un pequeño pueblo al sur de Francia, los fabricaba en grandes cantidades y sus guanteros decidieron entonces perfumarlos ya en la fábrica. Para eso comenzaron con el cultivo de lavanda, jazmín, mimosa, naranjos, rosas... En la actualidad, Grasse cuenta con más de dos mil quinientos técnicos dedicados exclusivamente a la industria del perfume[cita requerida].

El perfume en la actualidad

La Revolución Francesa estancó el mercado de los perfumes, por estar asociado íntimamente a la nobleza, con una excepción: una fragancia llamada “Guillotine” –de origen desconocido- que se puso de moda entre las ciudadanas[cita requerida]. Esta etapa duró tan sólo doce años.

La llegada de Napoleón (amante de los buenos aromas) marcó el final de la república francesa y el retorno de una nobleza distinta, pero nobleza al fin. A partir de este punto, los perfumes, antes en manos de artesanos y pequeños industriales, cobraron el fuerte impulso que convertiría a la perfumería en una de las industrias más dinámicas y lucrativas del mundo. No se trata sólo de la fragancia, también cuenta su frasco, el envoltorio y la publicidad.

Pensemos en los millones y millones de dólares que recaudó el perfumista François Coty al unirse con el maestro vidriero René Lalique[cita requerida], quien también se llenó de oro al perfeccionar sus técnicas con el cristal y producir también frascos para Lubin, Orsay, Guerlain, Piver, Roger, Molinard, Gallet y Volnay. O las vidrierías Brosse que se ganaron la admiración del mundo a partir de los años 20 con el hermoso, sobrio y depurado frasco del Chanel nº 5 y la famosa bola negra del Arpége, de Jeanne Lanvin.

Material para lo divino... Objeto de seducción... La perfumería del siglo XXI no puede escapar a ciertas imposiciones. Si antes los catadores de fragancias (llamados “narices”) determinaban el rumbo de una moda, ahora deben escuchar al departamento de marketing y bajar sus cabezas (o narices) a fin de seducir a un público cada día más mediatizado. ¿O cómo se explica en nuestro mercado la aparición de perfumes como el de Antonio Banderas, Sofía Loren, Gabriela Sabatini ó Susana Giménez? Si el perfume del siglo XX se vio favorecido con el refinamiento de las técnicas químicas de los olores, este milenio debe resistir cualquier facilismo y moda e incorporar nuevas tecnologías que se acoplen a los principios artísticos que heredamos de los viejos sumerios.

Bibliografía

  • Introducción a la cultura japonesa, Hisayasu Nakagawa. Ed. Melusina[sic]
  • Süskind, Patrick, El Perfume. Historia de un asesino, Editorial Seix Barral: Barcelona, 1985/2006. ISBN 84-322-2803-6
  • La ruta del Perfume, Alejandro Pose (2006)[sic]
  • Diccionario de ingredientes cosméticos, F. Carrasco (3ed, 2005)[sic]

Referencias

  1. Real Academia Española. «Perfumería en el Diccionario de la Lengua Española». Consultado el 18 de septiembre de 2008. 
  2. a b Diccionario enciclopédico popular ilustrado Salvat (1906-1914)

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