Diferencia entre revisiones de «Rodrigo Díaz de Vivar»

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En [[2003]] se realizó una película animada llamada ''[[El Cid: La leyenda]]''.
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ademas sale su personaje entre otros heroes historicos como atila el huno,saladino ete en el videojuego norteamericano que traducido signfica "años de imperio"en su segunda version donde cuenta parte de su historia un juego de video de bastante fama entre los videojugadores.


=== El Cid en la ópera ===
=== El Cid en la ópera ===

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Estatua del Cid en el parque de Balboa (San Diego (California).

Rodrigo Díaz de Vivar (Vivar del Cid, Burgos, hacia 1043[1]​ o 1048-1050[2]​ – Valencia, 1099) fue un hidalgo, guerrero y caballero de frontera castellano que llegó a dominar al frente de su propia mesnada todo el oriente de la Península Ibérica a finales del siglo XI, de forma autónoma respecto de la autoridad de rey alguno, aunque con el beneplácito del rey Alfonso VI, de quien Rodrigo siempre se consideró vasallo.

Se trata de una figura histórica y legendaria de la Reconquista española, cuya vida inspiró el más importante cantar de gesta de la literatura española, el Cantar de mio Cid. Ha pasado a la posteridad como El Cid Campeador o El Cid (del árabe dialectal سيد sīdi, 'señor', apelativos por los que ya fue célebre en su tiempo.

Según el autor musulmán andalusí Ibn Bassam (1109):[3]

Este hombre, el azote de su tiempo, por su ansia de gloria, por la prudente tenacidad de su carácter, por su heroica valentía, fue uno de los milagros de Dios.

Biografía

Archivo:Cid Campeador Buenos Aires.jpg
Estatua del Cid, en Buenos Aires, obra de Anna Hyatt Huntington, inaugurada en octubre de 1935.

Nació en fecha desconocida a mediados del siglo XI (según distintas propuestas, entre 1041 y 1050).[2][4]​ Su lugar de nacimiento está firmemente señalado por la tradición en Vivar del Cid, a 10 km de Burgos, aunque se carece de fuentes documentales que lo corroboren. Era hijo de Diego Laínez, infanzón de Vivar, «capitán de frontera» en las luchas entre navarros y castellanos en la línea de Ubierna (Atapuerca), y de Sancha o Teresa Rodríguez, hija de Rodrigo Álvarez de Asturias, de una de las primeras familias del condado de Castilla. Según la Historia Roderici, su abuelo por vía paterna era Laín Núñez, quien aparece como testigo en documentos expedidos por el Rey Fernando I de León y Castilla, a su vez descendiente de Laín Calvo, uno de los míticos Jueces de Castilla. Sin embargo, la genealogía de la Historia Roderici parece encaminada a buscarle parentesco con los legendarios Jueces de Castilla. Según Margarita Torre o Alberto Montaner Frutos, su abuelo sería Flaín Muñoz, un conde de León que vivió en torno al año 1000.[4][5]​ En 1058, siendo muy joven, entró en el servicio de la corte del rey Fernando I, como doncel o paje del príncipe Sancho, formando parte de su séquito.

Nombramiento como caballero

Se dice que fue investido caballero alrededor del año 1060[cita requerida], en la iglesia de Santiago de los Caballeros (Zamora) por el príncipe Sancho, aunque en opinión del citado Martínez Diez en su exhaustiva biografía cidiana, la corte de Sancho se encontraría en Burgos, como capital del futuro reino de Castilla que heredaría de su padre. Si damos crédito a las posibles fechas de nacimiento del Cid que Martínez baraja, la fecha de 1060 parece de todo punto improbable como la de su ordenación como caballero. En realidad, uno de los indicios más valiosos para aventurar la fecha de nacimiento de Rodrigo, es la alusión en el Carmen Campidoctoris a su posible participación del Cid en la batalla de Graus (1063), al servicio del infante Sancho, a la sazón aliado del rey taifa de Zaragoza, Al-Muqtadir, sin que en ningún momento se diga que esta participación fuese en calidad de caballero; y si aceptamos que la coronación de Sancho como rey de Castilla no tuvo lugar hasta 1065, la fecha de 1060 parece aún más improbable.

Según Fray Prudencio de Sandoval, fue investido caballero por el rey Fernando I de León y Castilla, en la mezquita mayor de Coímbra, en el año 1064, inmediatamente después de la conquista de la ciudad.[6]​ Sin embargo, según los conocimientos contemporáneos, habría sido el infante Sancho de Castilla quien le armó caballero.[4]

Teniendo en cuenta todo lo anterior, y que la dignidad de caballero no solía ser alcanzada antes de la edad de quince años, Martínez señala al año 1067 como el más probable para la investidura de caballero, coincidiendo con la Guerra de los tres Sanchos.

Defendiendo Castilla para Sancho II

Hasta la muerte de Sancho en 1072 el Cid gozó del favor del rey, quien le puso al frente de su mesnada y le encomendó la custodia de su enseña, en calidad de alférez tras la Batalla de Llantada.

Como jefe de las tropas reales, acompañó a Sancho en la guerra que éste mantuvo con su hermano Alfonso VI, rey de León y con su hermano García, rey de Galicia, con el objeto de reunificar el reino dividido tras la muerte del padre. Desempeñó un papel notable, sobre todo en las victorias castellanas de Llantada (1068) y Golpejera (1072). Tras esta última, Alfonso VI fue capturado y Sancho II se adueñó de León y, a continuación, de Galicia. Es en estas batallas cuando, probablemente, ganara el sobrenombre de «campeador», es decir, batallador en lides campales.[4]

Parte de la nobleza leonesa se sublevó y se hizo fuerte en Zamora, bajo el amparo de la infanta doña Urraca, hermana de los anteriores. Sancho II, con la ayuda de Díaz de Vivar, sitió la ciudad, pero murió asesinado por el noble zamorano Bellido Dolfos.

Estatua del Cid, en Burgos, obra de Juan Cristóbal González Quesada, inaugurada en 1955.

Caballero de confianza de Alfonso VI

Alfonso VI recuperó el trono de León y sucedió a su hermano en el de Castilla, anexionándolo junto a Galicia, recuperando la unión del reino legionense que había desgajado su padre Fernando en su muerte. Pese a lo mostrado en el Cantar de Mio Cid, la famosa Jura de Santa Gadea por parte del Cid a Alfonso nunca se produjo.[7]

Las relaciones entre Alfonso y Díaz de Vivar fueron en esta época excelentes; aunque el nuevo rey le sustituyó en el cargo de alférez real por García Ordóñez, conde de Nájera, lo nombró juez o procurador en varios pleitos y le proporcionó un honroso matrimonio con Jimena Díaz (julio de 1074), noble asturiana, bisnieta de Alfonso V, con quien tuvo tres hijos: Diego, María (casada en segundas nupcias con el Conde de Barcelona) y Cristina (casada en segundas nupcias con el infante Ramiro de Navarra). Este enlace con la alta nobleza leonesa indica que Rodrigo, un mero infanzón, tenía muy buenas relaciones con el rey Alfonso.[4]

Muestra de la confianza que en Rodrigo el Campeador depositaba Alfonso VI es que en 1079 fuera comisionado por el rey para cobrar las parias (tributos) al rey Almutamid de Sevilla. Pero en el desempeño de esta misión, un importante noble castellano, García Ordóñez formaba parte del ejército que el rey Abdalá de Granada envió contra el rey de Sevilla, que gozaba de la protección de Alfonso VI, precisamente a cambio de las parias que el Cid estaba cobrando. Lógicamente, el Campeador ayudó con su contingente a defenderse al rey sevillano, que interceptó y venció a Abdalá en la batalla de Cabra, en la que García Ordóñez fue hecho prisionero. La recreación literaria ha querido ver en este episodio una de las causas de la enemistad de Alfonso VI, instigado por la nobleza afín a García Ordoñez, hacia Rodrigo, pero lo cierto es que la protección brindada al rico rey de Sevilla, que enriquecía con sus impuestos a Alfonso VI, solo beneficiaba los intereses del rey de Castilla.[4]

Los desencuentros con Alfonso fueron causados por un exceso (aunque no era raro en la época) de Díaz de Vivar tras repeler una incursión de tropas andalusíes en Soria en 1080, que le llevó, en su persecución, a adentrarse en el reino de Taifa toledano y saquear su zona oriental, que estaba bajo el amparo del rey Alfonso VI.

Primer destierro: al servicio de la Taifa de Zaragoza

Sin descartar la influencia de cortesanos opuestos a Díaz de Vivar en la decisión, la incursión contra el territorio del rey títere toledano protegido de Alfonso Al-Qádir tuvo como consecuencia que el rey aplicara la figura jurídica de la «ira regia» que conllevaba el destierro y la ruptura de la relación de vasallaje con él.

A finales de 1080 o principios de 1081, Díaz de Vivar partió al destierro buscando un señor al que prestar sus servicios. Es muy posible que inicialmente buscara el amparo de los hermanos Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II, condes de Barcelona, pero rechazaron su patrocinio. Seguidamente buscó un patrono al otro lado de la frontera, algo que no era extraño, pues el propio Alfonso VI había sido acogido por Al-Mamún de Toledo en 1072 durante su ostracismo.

Junto con sus vasallos o «mesnada», entró al servicio desde 1081 hasta 1085 del rey de Zaragoza, al-Mutamán, que encomendó al Cid en 1082 una ofensiva contra su hermano, el gobernador de Lérida, Mundir, el cual, aliado con el conde Berenguer Ramón II de Barcelona y el rey de Aragón, Sancho Ramírez, no quería acatar el poder de Zaragoza a la muerte de Al-Muqtadir, el padre de ambos, lo que había desatado las hostilidades fratricidas entre los dos reyes hudíes del Valle del Ebro.

La mesnada del Cid reforzó las plazas fuertes de Monzón y Tamarite y derrotó a la coalición, ya con el apoyo del grueso del ejército taifal de Zaragoza, en la batalla de Almenar, donde fue hecho prisionero el conde Ramón Berenguer II. Pudo originar el apoteósico recibimiento de los musulmanes de Zaragoza al Cid al grito de «sīdī» ('mi señor' en árabe) el apelativo romanceado de «mio Çid». El otro apelativo que le brindaron los musulmanes fue «el milagro de su Dios».[8]

En 1084 el Cid desempeñaba una misión en el sureste de la taifa zaragozana, atacando Morella. Al-Mundir, señor de Lérida, Tortosa y Denia, vio en peligro sus tierras y recurrió de nuevo a Sancho Ramírez, que le atacó el 14 de agosto de 1084 en la batalla de Olocau del Rey. De nuevo el castellano se alzó con la victoria, reteniendo a dieciséis nobles aragoneses, que al fin liberó tras cobrar su rescate.

Reconciliación con el rey

Castillo de Murviedro (hoy Sagunto).

El 25 de mayo de 1085, todavía con El Cid al servicio del rey Al-Mutamán, Alfonso VI conquista la taifa de Toledo y en 1086 inicia el asedio a Zaragoza. Pero a comienzos de agosto de ese año un ejército almorávide avanza hacia el interior del reino de León, adonde Alfonso se ve obligado a acudir a interceptarlo, con resultado de derrota cristiana. Es posible que durante el cerco a Zaragoza Alfonso se reconciliara con El Cid. En cualquier caso, tras la batalla de Sagrajas, es patente la reconciliación entre rey y vasallo, puesto que al de Vivar se le encargó la defensa de la zona levantina y se le concedieron varios dominios en tenencia en Castilla: Dueñas, San Esteban de Gormaz, Langa de Duero y Briviesca.

Rodrigo acompaña a la corte del rey de León y Castilla en la primera mitad de 1087, y en verano se dirigió hacia Zaragoza, donde ser reunió con Al-Musta'in II, el sucesor de su antiguo señor en Zaragoza y, juntos, tomaron la ruta de Valencia para socorrer al rey-títere Al-Qadir del acoso de Al-Mundir (rey de Lérida entre 1082 y 1090), que se había aliado con Berenguer Ramón II de Barcelona para conquistar la rica taifa valenciana, en esta época un protectorado de Alfonso VI. El Cid logró repeler la incursión de Al-Mundir de Lérida, pero poco después, el rey de la taifa leridana tomaba la importante plaza fortificada de Murviedro (actual Sagunto), acosando otra vez peligrosamente a Valencia. Ante esta difícil situación, Rodrigo Díaz marchó a Castilla al encuentro de su rey para solicitar refuerzos y planear la estrategia defensiva en un futuro. Fruto de estos planes y acciones sería la posterior intervención cidiana en el Levante, que traería como resultado una sucesión encadenada de acciones bélicas que le llevarían a acabar por rendir la capital del Turia. Reforzada la mesnada del Cid, se encaminó a Murviedro con el fin de expugnar al rey hudí de Lérida.

Segundo destierro: su intervención en Levante

Al llegar el Cid a Murviedro, Valencia estaba siendo sitiada por Berenguer Ramón II. Rodrigo, ante la fortaleza de esta alianza, procuró un acuerdo con Al-Mundir de Lérida y pactó con el conde de Barcelona el levantamiento del asedio, que este hizo efectivo. Posteriormente, El Cid comenzó a cobrar las parias que anteriormente Valencia pagaba a Barcelona o al rey Alfonso VI, posiblemente de acuerdo con el rey castellano-leonés.

Sin embargo, en 1088, se produciría un nuevo desencuentro entre el caudillo castellano y su rey. Alfonso VI había conquistado Aledo (provincia de Murcia), desde donde ponía en peligro las taifas de Murcia, Granada y Sevilla, con continuas algaradas de saqueo. Entonces las taifas andalusíes solicitaron de nuevo la intervención del emperador almorávide, Yusuf ibn Tashufin, que sitió Aledo el verano de 1088. Alfonso acudió al rescate de la fortaleza y ordenó a Rodrigo que marchara a su encuentro para sumar sus fuerzas, pero el campeador, que se dirigió hacia Murcia, no acabó por reunirse con su rey, sin que se pueda discernir si la causa fue un problema logístico o la decisión del Cid de evitar el encuentro. En todo caso, Alfonso VI volvió a castigar al Cid con un nuevo destierro acusándole de traición.

A partir de este momento, planteó su intervención en Levante como una actividad personal y no como una misión por cuenta del rey. En 1090 saqueó la taifa de Denia y después se acercó a Murviedro, hostigando a Al-Qádir de Valencia, que pasó a pagarle tributos. El rey de Lérida, por su parte, nuevamente pidió ayuda frente al Cid al conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, al que el castellano derrotó en Tevar en 1090, posiblemente un bosque situado en el actual puerto de Torre Miró, al norte de Morella. Berenguer Ramón II, tras este suceso, se comprometió a abandonar sus intereses en el Levante. Como consecuencia de estas victorias, el Cid se convirtió en la figura más poderosa del oriente de la Península.

En 1092 reconstruyó como base de operaciones la fortaleza de Peña Cadiella (actualmente La Carbonera, sierra de Benicadell), pero Alfonso VI sentía haber perdido su influencia en Valencia, rodeada por el protectorado establecido por el Cid. Para recuperar esa iniciativa se alió con Sancho Ramírez de Aragón, Berenguer Ramón II y consiguió el apoyo naval de Pisa y Génova. El rey de Aragón, el conde de Barcelona y la flota pisana y genovesa atacaron la Taifa de Tortosa, que había sido sometida por el Cid al pago de parias y, en verano de 1092, la coalición hostigó Valencia. Alfonso VI, por su parte, acudió más tarde por tierra a Valencia para acaudillar la alianza múltiple contra el Cid. Sin embargo, la ofensiva fue rechazada por el Campeador y Alfonso VI hubo de abandonar las tierras valencianas.

Rodrigo, que estaba en Zaragoza (la única taifa que no le tributaba parias) recabando el apoyo de Al-Musta'in II, tomó represalias contra el territorio castellano mediante una enérgica campaña de saqueo en La Rioja. Tras estos acontecimientos, ninguna fuerza cristiana se pudo oponer al Cid, y solo el potente Imperio almorávide, entonces en la cima de su poderío militar, podía hacerle frente.

La amenaza almorávide fue la causa que definitivamente llevó al Cid a dar un paso más en sus ambiciones en Levante y, superando la idea de crear un protectorado sobre las distintas fortalezas de la región, sostenido con el cobro de las parias de las taifas vecinas (Tortosa, Alpuente, Albarracín, y otras ciudades fortificadas levantinas) decidió conquistar la ciudad de Valencia para establecer un señorío independiente y hereditario, estatus único y extraordinario para un guerrero de la baja nobleza, un simple caballero de frontera que no gozaba del apoyo de ningún rey cristiano.

Conquista de Valencia

Tras el verano de 1092, con el Cid aún en Zaragoza, el cadí Ben Yahhaf (partidario de la facción almorávide) se hizo con el poder en Valencia, y Al-Qadir fue asesinado. Al conocer la noticia, el Campeador regresó a Valencia en noviembre y sitió la fortaleza de Cebolla, actualmente en el término municipal de El Puig, a catorce kilómetros de la capital levantina, rindiéndola mediado el año 1093 con la decidida intención de que le sirviera de base de operaciones para un definitivo asalto a Valencia.

Ese verano comenzó a cercar la ciudad. Valencia, en situación de peligro extremo, solicitó un ejército de socorro almorávide, que fue enviado al mando de Al-Latmuní y avanzó desde el sur de la capital del Turia hasta Almusafes, a veintitrés kilómetros de Valencia, para seguidamente volver a retirarse. Ya no recibirían los valencianos más auxilio y la ciudad empezó a sufrir las consecuencias del desabastecimiento. El estrecho cerco se prolongaría por casi un año entero, tras el cual Valencia se vio obligada a capitular el 15 de junio de 1094.

El Cid tomó posesión de la ciudad titulándose como «príncipe Rodrigo» y quizá de este periodo date el tratamiento de sidi (señor en dialecto hispanoárabe), que derivaría en «Cid». Con el fin de asegurarse las rutas del norte del nuevo señorío, Rodrigo consiguió aliarse con el nuevo rey de Aragón Pedro I, que había sido entronizado poco antes de la caída de Valencia durante el sitio de Huesca, y tomó el Castillo de Serra y Olocau en 1095.

De todos modos, la presión almorávide no cejó y en otoño de 1094 otro ejército al mando de Abu Abdalá llegó hasta Cuart de Poblet, a cinco kilómetros de la capital, donde fue interceptado y derrotado por el Cid. En 1097 una nueva incursión almorávide al mando de Muhammad ibn Tasufin intentó recuperar Valencia para el islam, pero cerca de Gandía fue derrotado por el Campeador en la batalla de Bairén con la colaboración del ejército de Pedro I de Aragón. Ese mismo año, Rodrigo envió a su único hijo varón, Diego Rodríguez, a luchar junto a Alfonso VI contra los almorávides; las tropas de Alfonso VI fueron derrotadas y Diego perdió la vida en la Batalla de Consuegra.[9]​ A fines de 1097 tomó Almenara, cerrando así las rutas del norte de Valencia y en 1098 conquistó definitivamente la imponente ciudad fortificada de Sagunto, con lo que consolidaba su dominio sobre la que había sido anteriormente taifa de Balansiya.

Establecido ya en Valencia, se alió también con Ramón Berenguer III con el propósito de frenar conjuntamente el empuje almorávide. Las alianzas militares se reforzaron con matrimonios. Una hija suya, Cristina, se casó hacia 1098 con con el infante Ramiro Sánchez de Navarra[10]​ y otra, María, estaba casada con el conde de Barcelona en 1103.[11]

Fallecimiento

Su fallecimiento se produjo en Valencia entre mayo y julio de 1099 (según Martínez Diez, el 10 de julio) debido a unas fiebres. Regaló su espada Tizona a su sobrino Pedro, junto con quien tantas veces había luchado. Doña Jimena consiguió defender la ciudad con la ayuda de su yerno Ramón Berenguer III durante un tiempo, pero en mayo de 1102, debido a una situación insostenible, con ayuda de Alfonso VI, la familia y gente del Cid abandonó Valencia.

Sus restos fueron inhumados en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña. Durante la Guerra de la Independencia los soldados franceses profanaron su tumba. Los restos fueron recuperados y, en 1842, trasladados a la capilla de la Casa Consistorial de Burgos. Desde 1921 reposan junto con los de su esposa Doña Jimena en un emplazamiento privilegiado de la Catedral de Burgos.

Sobre el origen etimológico de El Campeador

Según Alberto Montaner Frutos[12]Campidoctor es un «sobrenombre encomiástico» que proviene de un tecnicismo del ejército romano, que denominaba al instructor en jefe de una cohorte. En el siglo XII aparece con el sentido metafórico de 'magister', habitual en la escritura patrística, y el significado de 'comandante en jefe',[13]​ aunque ninguna de las dos acepciones encajan con el apelativo de Rodrigo Díaz, pues no fue instructor ni fue nombrado para un cargo militar por esta designación.[14]

Al abordar la tarea de dilucidar cuál es la etimología de «campeador», nos encontramos con dos tesis apoyadas por diferentes autores. La primera,[15]​ señala que el término «campeador» proviene de las locuciones latinas «campi doctor» o «campi doctus» apoyándose en diplomas coetáneos y en el mismo Carmen Campidoctoris o «campi doctus».

Esta hipótesis ha sido rebatida por otros autores, que opinan que campidoctor y campidoctus son neologismos introducidos para traducir al latín el término vernáculo asentado de «campeador»[16]​ sustentándose en los siguientes argumentos: Los documentos historiográficos temporalmente más cercanos a la vida de El Cid de los que disponemos estaban escritos en un latín más o menos culto, mientras que las hazañas del héroe se habían hecho ya populares en lengua romance. En este contexto, parece razonable suponer que los pocos escritores de la época (en su mayoría clérigos) quisieran dar un lustre culto a las expresiones del latín vulgar o el romance. Aceptando esta hipótesis, los autores citados interpretan el término «campeador» como voz romance lexicográficamente derivada del teutón «kamph» (lucha) y «kampher» (luchador). La etimología de estos vocablos godos parece a su vez ser de origen latino, pero se asumieron en el romance ibérico desde su origen y acepción germánica, no latina. Diez interpreta el concepto de luchador como el de el guerrero o campeón que reta al enemigo en combate singular, idea en la que abunda Dozy.[17]​ Siguiendo esta línea, Levi-Provençal mantiene que: "Hay un equívoco en la interpretación de la palabra española «Campeador». En vez de intentar explicarla por sí misma se acude a los vocablos latinos eruditos «campidoctor» y «campidoctus»"; pero a pesar de su raro empleo en el Carmen Campidoctoris y en la Historia Roderici, nada prueba que estas dos palabras latinas no hayan sido escogidas arbitrariamente a causa de su parecido fonético, para representar un vocablo popular". Reuniendo estas tesis de diversa procedencia, el profesor David Porrinas[18]​ parece descartar los términos «campi doctor» y «campi doctus» como origen de «campeador» para dar validez a la voz romance «campeador» o «campeator» como étimo primario del alias del héroe castellano en el sentido de «luchador, batallador».

En la misma línea se pronuncia Montaner Frutos en su «estudio preliminar» a la edición que con Ángel Escobar Chico realizó del Carmen Campidoctoris, publicado en 2001. Tras analizar el estado de la cuestión en los capítulos I. 1 y III. 1 del citado estudio,[19]​ concluye que el término Campidoctor en el Carmen, cuyo significado en romance sería el de «'experto en batallas campales'»:

se está refiriendo a una denominación común, adoptada quizá no por cultos clérigos conocedores del poco frecuente vocablo latino, sino por los caballeros veteranos y principales (maiores). En consecuencia, todo indica que el Campidoctor del Carmen es un término erudito que recubre en realidad una voz romance bien documentada, Campeador.
Montaner (2001), loc. cit., págs 26-27.

Más adelante, en este mismo estudio (apdo. III. 1, pág. 143), Montaner resume:

En vista de que la denominación romance hubo de anteceder a la designación latina (...) parece lógico entender (...) que el término clásico es una adaptación culta del epíteto vernáculo
Montaner (2001), loc. cit., pág. 143.

Finalmente, para el estudio de estos latinismos es fundamental el artículo de R. Manchón y J. F. Domínguez «Cultismo y vulgarismo en el latín medieval hispánico: a propósito de campidoctor, campidoctus y campeator / campiator», que se dio a conocer en el segundo Congreso Hispánico de Latín Medieval, celebrado en la Universidad de León en 1997.[20]

El Cid en las artes y en la cultura popular

El Cid en la literatura

Reproducción del primer folio del manuscrito del Cantar de mio Cid conservado en la Biblioteca Nacional de España

Disponemos de una crónica en latín, la Historia Roderici, que es la fuente más fiel de la vida del Cid, y fue escrita en la segunda mitad del siglo XII. Junto a los testimonios de historiadores árabes, que tenían un concepto de la historiografía más científico, es la principal fuente de nuestros conocimientos sobre el Cid histórico.

En cuanto a literatura, Rodrigo Díaz de Vivar fue ya en vida objeto de obras literarias que ensalzaban su figura. Sus hazañas causaron admiración en sus contemporáneos cultos y eruditos, como lo demuestra el Carmen Campidoctoris, himno latino escrito en poco más de un centenar de versos sáficos en la segunda mitad del siglo XII que cantan al Campeador como se hacía con los héroes y atletas clásicos grecolatinos.

Por esta misma época, iban tomando forma en las voces del pueblo los cantares de gesta, del que se conserva el Cantar de mio Cid escrito entre 1195 y 1207 por un autor culto, letrado de la zona de Burgos y con conocimientos de derecho, referido a los hechos de la última parte de su vida (destierro de Castilla, luchas con el conde de Barcelona, conquista de Valencia), convenientemente recreados.

Entre los testimonios legendarios que se desarrollaron a la muerte del Cid en torno al monasterio de san Pedro de Cardeña está el utilizar a dos espadas con nombres propios, la llamada Colada y la Tizona, que según la leyenda era perteneciente a un rey de Marruecos y hecha en Córdoba. Ya desde el Cantar de mio Cid (solo cien años desde su muerte) figuran en la tradición los nombres de sus espadas y de su caballo, Babieca.

A partir del siglo XIV se va perpetuando una leyenda del Cid en las crónicas y sobre todo en los romances cidianos del romancero. Hasta el siglo XIV fue fabulada su vida en forma de epopeya, pero cada vez con más atención a su juventud imaginada con mucha libertad creadora, como se puede observar en las tardías Mocedades de Rodrigo, en que se relata como en su juventud se lanza a invadir Francia y a eclipsar las hazañas de las chansons de geste francesas. Las nuevas composiciones le dibujaban un carácter altivo muy del gusto de la época pero contradictorio con el estilo mesurado y prudente del Cantar de mio Cid. Su juventud y sus amores con Jimena fueron también objeto de tratamiento por parte del romancero.

En el siglo XVI, además de continuar con la tradición poética de elaborar romances artísticos, le fueron dedicadas varias obras teatrales de gran éxito, generalmente inspiradas en el propio romancero. En 1579 Juan de la Cueva escribió la comedia La muerte del rey don Sancho, basada en la gesta del cerco de Zamora. Iguamente hizo Lope de Vega en Las almenas de Toro y la más importante expresión teatral basada en el Cid: Las mocedades del Cid y Las hazañas del Cid (1618), de Guillén de Castro. Corneille se basó en la obra de Guillén de Castro para componer Le Cid (1636), una obra clásica del teatro francés. Los románticos recogieron con entusiasmo la figura del Cid siguiendo siempre el romancero: por ejemplo, La jura de Santa Gadea, de Hartzenbusch y La leyenda del Cid, de Zorrilla. Además el novelista por entregas Manuel Fernández y González escribió una novela basada en sus aventuras y sus leyendas llamada El Cid, y Ramón Ortega y Frías escribió una novela por entregas con el mismo tema en la misma época.

Eduardo Marquina estrena en 1908 Las hijas del Cid. Fuera del teatro y ya en el siglo XX, cabe destacar las versiones poéticas modernas del Cantar de mio Cid que realizaron Pedro Salinas, en verso, y Camilo José Cela. Las ediciones críticas más recientes del Cantar, han devuelto la frescura y belleza a estos viejos versos; así, la más autorizada actualmente es la de Alberto Montaner Frutos que fue editada en 2000 para la colección «Biblioteca Clásica» de la editorial Crítica.

Fuera de revisiones poéticas, existe una de las magnas obras del poeta y mago chileno Vicente Huidobro, que en 1929 publica La hazaña del Mío Cid, que como el mismo se encarga de señalar, es una «novela escrita por un poeta», lectura obligada para los devotos del Campidoctor.

A mediados del siglo XX, el actor Luis Escobar hizo una adaptación de Las mocedades del Cid para el teatro, titulada El amor es un potro desbocado; en los ochenta José Luis Olaizola publicó el ensayo El Cid el último héroe, y en el año 2000 el catedrático de historia y novelista José Luis Corral escribió una novela desmitificadora sobre el personaje titulada El Cid. En 2007 Agustín Sánchez Aguilar publicó la leyenda del Cid, adaptándola a un lenguaje más actual, pero sin olvidar la épica de las hazañas del caballero castellano.

El Cid en el cine y la televisión

En 1910 El Cid de Mario Casarini basado en la obra de Pierre Corneille.

En 1961 se estrenó la versión cinematográfica más popular del Cid. Fue dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Sophia Loren y Charlton Heston. La película, producida por Samuel Bronston, se rodó en España.

En 1962 se realizó una coproducción hispano-italiana llamada Las hijas del Cid, dirigida por Miguel Iglesias.

En 1973, en un Estudio 1 se realizó una adaptación de El amor es un potro desbocado, donde Emilio Gutiérrez Caba hacía el papel del Cid, y Maribel Martín el de doña Jimena.

En 1980 se estrena en TVE la serie de animación Ruy, el pequeño Cid, donde se relatan las imaginarias aventuras de un Cid niño.

En 1983 se realizó en España una parodia sobre la vida del Cid llamada El Cid cabreador dirigida por Juan José Millán en la que el papel del protagonista estaba interpretado por Ángel Cristo y el de doña Jimena por Carmen Maura.

En 2003 se realizó una película animada llamada El Cid: La leyenda.

El Cid en la ópera

Jules Massenet, Le Cid.

La historia del Cid fue adaptada para la ópera en cuatro actos por los libretistas Adolphe-Philippe D'Ennery, Edouard Blau y Louis Gallet basándose en la obra de Pierre Corneille y compuesta por el músico Jules Massenet.

Claude Debussy comenzó a poner música a un libreto de Catulle Mendès titulado Rodrigue et Chimène y trabajó en él entre 1890 y 1893, pero no concluyó la obra y la abandonó por otros proyectos.

Véase también

Referencias

  1. Alberto Montaner Frutos (2000)
  2. a b Martínez Diez, Gonzalo, El Cid Histórico, Barcelona: Editorial Planeta, S.A. 2001. ISBN 84-08-03932-6.
  3. Abu-l-Hasan Alí ibn Bassam, al-Djazira fi mahasin ahl al-Yazira, Dozy R., Recherches sur l'histoire et la littérature de l'Espagne pendant le moyen âge, Paris-Leiden, 1881.
  4. a b c d e f Alberto Montaner Frutos, «El Cid. La historia.», en www.caminodelcid.org, página web del Consorcio Camino del Cid, Burgos, 2002.
  5. Margarita Torre, «El linaje del Cid», Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, n.º 13 (2000-2002). ISSN 0212-2480, págs. 343-360.
  6. Fray Prudencia de Sandoval, Historia de los reyes de Castilla y de León, don Fernando El Magno, primero de este nombre, infante de Navarra; don Sancho, que murió sobre Zamora; don Alonso, sexto de este nombre, Benito Cano, Madrid (España), 1792, p. 45.
  7. La supuesta toma de juramento al rey por parte de Rodrigo en Santa Gadea de Burgos no es más que un episodio de leyenda; cf. Alberto Montaner Frutos; ed. (2000). Cantar de Mio Cid, pág. 229.
  8. Al pie de la estatua ecuestre de El Cid de la escultora Anna Hyatt Huntington (1876–1973), situada en Sevilla, una lápida ensalza así al héroe castellano: «El Campeador, terrible calamidad para el Islam, fue por la viril firmeza de su carácter y por su heroica energía, uno de los grandes milagros del Creador» (Ben Bassam).
  9. Gonzalo Martínez Diez (1999, págs. 416-417) arguye los testimonios de la Primera Crónica General (o Estoria de España) alfonsí y del Liber regum, este último «muy bien informado» a su juicio:
    Este Mio Cid, el Campiador, ovo por mugier a doña Eximena, nieta del rey don Alfonso, filla del comde don Diago de Asturias, et ovo della un fillo et dos fillas, et el fillo ovo nombre Diago Royz, et matáronlo en Consuegra los moros; de las fillas, la una ovo nombre de doña Christina, la otra doña María.
    Liber regum.
    .
  10. Ian Michael, «Introducción» a su ed. de Poema de Mío Cid, Madrid, Castalia, 1976, pág. 39. ISBN 9788470391712.
  11. Francisco López Estrada Panorama crítico sobre el «Poema del Cid». Literatura y sociedad, Madrid, Castalia, 1982, pág. 134. ISBN 9788470394003.
  12. Alberto Montaner Frutos y Ángel Escobar, «Estudio preliminar», a la ed. Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, págs. 13-188. ISBN 978-84-95486-20-2. Cfr. especialmente los apartados I. 1, sección «El sobrenombre de Campeador (vv. 27-28)» (págs. 26-34) y apdo. III, «Aspectos literarios del Carmen Campidocotoris», subapartado III. 1 «Título», (págs. 137-143).
  13. Cfr. Pedro el Diácono, Chron. Casinensis IV 118 y 124. Apud Montaner y Escobar (2001), pág. 26, n. 19.
  14. Montaner y Escobar (2001), pág. 26
  15. Álvaro Galmes de Fuentes, Épica árabe y épica castellana, Barcelona, 1978, pp. 53-54; Menéndez Pidal, Ramón, La España del Cid, Madrid, 1956, pp. 1500-1712.
  16. Gonzalo Martínez Diez, El Cid Histórico, Planeta, ISBN 84-08-03932-6 1999, p. 22; Levi-Provençal, «La toma de Valencia por el Cid según las fuentes musulmanas y el original árabe de la Crónica General de España», Al-Andalus nº 13, 1948, pág. 102; Manuel Malo de Molina, Rodrigo el Campeador, Madrid, 1857, págs. 12-18; Diego Catalán, El Cid en la Historia y sus inventores, Madrid, 2002.
  17. Reinhat Dozy, Le Cid d'après des nouveaux documents, Leyde, 1860, págs. 12-14
  18. David Porrinas González, «Una interpretación del significado de Campeador: el Señor del Campo de Batalla», Norba. Revista de historia,[cita requerida] ISSN 0213-375X, pp. 1-20.
  19. Alberto Montaner Frutos y Ángel Escobar, «Estudio preliminar», a la ed. Carmen Campidoctoris o Poema latino del Campeador, Madrid, Sociedad Estatal España Nuevo Milenio, 2001, págs. 13-188. ISBN 978-84-95486-20-2. Cfr. especialmente los apartados I. 1, sección «El sobrenombre de Campeador (vv. 27-28)» (págs. 26-34) y apdo. III, «Aspectos literarios del Carmen Campidocotoris», subapartado III. 1 «Título», (págs. 137-143). Añade a este pasaje, en loc. cit. pág. 27, n. 20, que «Esta es la opinión mejor fundada», y remite a la edición de Menéndez Pidal del Cantar de mio Cid revisada de 1944-1946 (Madrid-Espasa Calpe), págs. 527-528; al artículo de Lévi-Provençal «La toma de Valencia por el Cid según las fuentes musulmanas y el original árabe de la Crónica General de España», pub. en Al-Andalus nº 13, 1948, págs. 97-156; a la edición de J. Gil del Carmen Campidoctoris publicada en Falque, Gil y Maya, Chronica Hispana saeculi XII, Pars I, Turnhout, Brepols, 1990 (Corpus Christianorum, Continuatio Medievalis, LXXI), pág. 102, n. 10 y, sobre todo, al artículo de R. Manchón y J. F. Domínguez «Cultismo y vulgarismo en el latín medieval hispánico: a propósito de campidoctor, campidoctus y campeator / campiator», en M. Pérez González (coord.), Actas del II Congreso Hispánico de Latín Medieval (León, 11-14 de noviembre de 1997), León, Universidad, 1998, vol. II, págs. 619-621.
  20. Publicado en Pérez González (coord.) Actas del II Congreso Hispánico de Latín Medieval (León, 11-14 de noviembre de 1997), León, Universidad, 1998, vol. II, págs. 619-621.

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