Diferencia entre revisiones de «Consulado de Comercio de Buenos Aires»

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El '''Consulado de Comercio de Buenos Aires''' era una de las principales instituciones oficiales del [[Virreinato del Río de la Plata]], junto con el Virrey, el Cabildo y las del orden religioso.


El Consulado de Comercio de [[Buenos Aires]] fue erigido en 1794 a pedido de comerciantes locales. Se trataba de un cuerpo colegiado que funcionaba como [[tribunal]] [[derecho comercial|comercial]] (llamado Tribunal de Justicia) y como sociedad de fomento económico (llamada Junta de Gobierno). El Consulado dependía directamente de la [[Corona española]] se regía directamente por las normas que dictaba la [[Casa de Contratación]] de [[Sevilla]], de la cuál el Consulado era imagen.
El Consulado de Comercio de [[Buenos Aires]] fue erigido en 1794 a pedido de comerciantes locales. Se trataba de un cuerpo colegiado que funcionaba como [[tribunal]] [[derecho comercial|comercial]] (llamado Tribunal de Justicia) y como sociedad de fomento económico (llamada Junta de Gobierno). El Consulado dependía directamente de la [[Corona española]] se regía directamente por las normas que dictaba la [[Casa de Contratación]] de [[Sevilla]], de la cuál el Consulado era imagen.

Revisión del 00:15 18 jun 2009

El Consulado de Comercio de Buenos Aires era una de las principales instituciones oficiales del Virreinato del Río de la Plata, junto con el Virrey, el Cabildo y las del orden religioso.

El Consulado de Comercio de Buenos Aires fue erigido en 1794 a pedido de comerciantes locales. Se trataba de un cuerpo colegiado que funcionaba como tribunal comercial (llamado Tribunal de Justicia) y como sociedad de fomento económico (llamada Junta de Gobierno). El Consulado dependía directamente de la Corona española se regía directamente por las normas que dictaba la Casa de Contratación de Sevilla, de la cuál el Consulado era imagen.

Era, en gran medida, un gremio de comerciantes con facultades delegadas por el Rey en materia comercial. Podía dirimir pleitos y demandas presentadas por comerciantes y se financiaba mediante el cobro del impuesto de la avería. Con el pasar de los años iría aumentando el poder de control sobre aduana.

Se requería anualmente que el Secretario del Consulado propusiera, mediante la lectura de una Memoria Consular, los medios para fomentar la agricultura, animar a la industria y proteger el comercio de la región. Manuel Belgrano, Secretario del Consulado desde su fundación se fijó como meta el transformar una región pobre y virgen en una rica y próspera.

En su autobiografía, Belgrano relata:

"Cuando supe que tales cuerpos [Consulados] en sus juntas [de Gobierno] no tenían otro objeto que suplir a las sociedades [de fomento] económicas, tratando de agricultura, industria y comercio, se abrió un vasto campo a mi imaginación... Tanto me aluciné y me llené de visiones favorables a la América, cuando fui encargado por la secretaría, de que en mis memorias describiese las Provincias, a fin de que sabiendo su estado, pudiesen tomar providencias acertadas para su felicidad..."

Manuel Belgrano y el Consulado

El primer y único Secretario del Consulado, Manuel Belgrano, debió desempeñarse con cautela al asumir la tarea de dirección del mismo. Al ser designado Secretario Perpetuo del Consulado, escribió los lineamientos que seguiría en su labor de fomento económico. Estos lineamientos están respaldados por un documento que ha llegado hasta nuestros días. Los ideales del Consulado y lo que podía lograrse en beneficio del Virreinato, sin embargo, distaban mucho de lo deseado. En uno de sus escritos, Belgrando nos adelanta:

... no puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey de la Junta [de Gobierno] que había de tratar de agricultura, industria y comercio, y propender a la felicidad de las Provincias que componían el virreinato de Buenos Aires; todos eran comerciantes españoles; exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber, comprar por cuatro para vender por ocho con toda seguridad; para comprobante de sus conocimientos y de sus ideas liberales a favor del país, como su espíritu de monopolio para no perder el camino que tenían de enriquecerse, referiré un hecho con que me eximiré de toda prueba.
Mi animo se abatió, y conocí que nada se haría a favor de las Provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían los del bien común.

Si embargo, en vez de asumir una posición de franca oposición, que hubiera logrado únicamente que acallaran para su voz, adoptó un tono educativo, que incluyó frecuentes alabanzas y genuflexiones al Rey y a las autoridades. Las críticas eran siempre, por tanto, por el contraste entre la situación que él denunciaba (sin acusar aparentemente a persona o cuerpo alguno) y lo que debía ser: las autoridades, que debían velar por el bienestar general, eran, por tanto, culpables por omisión e inacción.

Años más tarde, y habiendo dejado sus labores en el consulado para hacerse cargo del ejército, envía una breve nota al Consulado en la que "anuncia su grado militar y sueldo para que sólo corran hasta ese momento sus emolumentos como secretario del Consulado, cuya propiedad no renuncia por ser un honor que quiere conservar en este cuerpo", indicando de ese modo que consideraba su carrera de militar como algo necesario pero a su vez temporario, y manifestando su deseo de retornar a su antigua labor de fomento económico en el Consulado.