Diferencia entre revisiones de «Monacato»

De Wikipedia, la enciclopedia libre
Contenido eliminado Contenido añadido
m Revertidos los cambios de 80.24.41.76 a la última edición de Xqbot
Línea 10: Línea 10:
== Cristianismo ==
== Cristianismo ==


En la [[Iglesia Católica]], los monjes están agrupados en lo que se conoce como [[clero regular]], y pertenecen a [[Orden religiosa católica|órdenes monásticas]], en oposición al [[clero secular]] o seglar.
1.- EL MONACATO CRISTIANO Y SUS ORIGENES


La [[reforma protestante]] suprimió el monacato. En cambio, tanto en el [[catolicismo]] como en el [[cristianismo ortodoxo]], el monacato tuvo y tiene gran importancia.
Se suele afirmar que el monacato nace de una actitud existencial inherente con frecuencia al ser humano y que consiste en la búsqueda de la perfección religiosa, del encuentro máximo con la "divinidad", mediante el abandono de lo "humano", de lo cotidiano y normal. Según San Pablo, el hombre fue hecho para Dios y permanece inquieto hasta descansar en Dios. Esta búsqueda de la unión a la divinidad mediante la ascesis y la renuncia al “mundo” ha sido un fenómeno universal; basta recordar a los monjes budistas de la India y del Tibet, a algunos grupos de filósofos de la Gracia clásica, a algunos de los profetas de Israel y a los esenios de Qumrán.
En el monacato cristiano, probablemente la institución que más peso e influencia ha tenido en la Iglesia, tanto en la Católica como en la Ortodoxa, están siempre presentes las dos características o rasgos anteriormente indicados: la búsqueda de la perfección religiosa y la vida apartada del mundo, de la sociedad. Por otra parte, estas características van indisolublemente unidas, pues, siempre que se intenta una vía más rápida y eficaz para alcanzar la perfección religiosa, se termina apartándose en parte de la sociedad y buscando una vida más retirada y más solitaria.
La palabra monje viene del griego "monachos"=solitario e inicialmente se aplicaba sólo a los eremitas y anacoretas, es decir, a las personas que vivían en lugares solitarios entregadas a la contemplación religiosa, a la penitencia y a la vida ascética. A partir del siglo V se comenzó a emplear también como sinónimo de cenobita, es decir, de individuo que se consagra a Dios en el seno de una comunidad de carácter religioso, sujeto a unas normas y bajo la autoridad de un superior. Para esas fechas, las corrientes eremíticas que, como veremos más adelante, siempre han acabado asustando a los poderes constituidos, habían desembocado ya en el monacato cenobítico.
Desde el punto de vista del Derecho Canónico las palabras “monje” y “monja” solamente debieran aplicarse a los miembros de las órdenes o congregaciones monásticas (benedictinos, cistercienses, cartujos, basilios, jerónimos...), que son aquellas en las que las personas se consagran a Dios mediante la profesión de votos solemnes y perpetuos de castidad y de pobreza personal, así como de obediencia a un abad, o superior, estando obligadas además a la clausura, es decir, a la prohibición de salir de un determinado recinto ("clausura") y de que en él penetren los laicos. Por otro lado, la característica más esencial del monacato a través de todos los tiempos ha sido la dedicación a la vida contemplativa y a la oración y liturgia comunitarias.
En general, las órdenes, o congregaciones, monásticas son "exentas", es decir, sus miembros están exentos de la jurisdicción eclesiástica de sus obispos respectivos ya que la jurisdicción sobre ellos y sobre sus casas, que se denominan “monasterios”, o “abadías”, la tiene el abad de cada monasterio, o el Capítulo General de la Orden. Por otro lado, en las órdenes monacales, auque sus miembros hacen voto de pobreza, sus casas, los monasterios, tienden a ser propietarios de unos bienes patrimoniales que, unidos a las rentas del trabajo de los miembros de cada comunidad, permiten la subsistencia de cada una de estas sin necesidad de recurrir a las limosnas.
De las órdenes monástica quedan excluidas las llamadas órdenes mendicantes, es decir, las órdenes o congregaciones religiosas que nacieron en el siglo XII, o posteriormente, en general, y que tienen una clara dedicación pastoral, predicadora y ejemplarizante. Sus miembros, en general, no hacen votos solemnes y perpetuos; no tienen como finalidad esencial la liturgia comunitaria, o la vida contemplativa; no están obligados a la clausura total, pudiendo salir de sus casas, que se denominan “conventos”, para ejercer la labor pastoral o para atender los asuntos de la comunidad; están sujetos a la jurisdicción del ordinario, del obispo respectivo; hacen voto de pobreza personal y comunitario, lo que les obliga a vivir de las limosnas, y suelen denominarse “frailes”, en el caso de los hombres, sean o no presbíteros, y “hermanas”, cuando se trata de mujeres. Sí deben ser incluidas entre la órdenes monacales las llamadas órdenes militares que, en general, nacen como "ramas", o "brazos", militares de una orden monacal; observan una regla monacal, la de san Benito, o la de san Agustín; tienen también como una de sus finalidades la liturgia comunitaria y la vida contemplativa y viven en clausura. Dado que su finalidad prioritaria es la defensa de la religión, o de los peregrinos cristianos, por las armas, sus miembros están exentos de la clausura y de la liturgia comunitaria cuando participan en campañas militares. Los miembros de las órdenes militares suelen denominarse "freires" (“freire” es hermano en provenzal) pues el nombre oficial de la Orden de San Juan de Jerusalén, la primera y más difundida de las órdenes militares, fue el de Hermanos del Hospital. Los “freires”, al igual que las casas donde vivían, denominadas “sacros conventos”, “prioratos” o “encomiendas”, estaban exentos de la jurisdicción eclesiástica de los ordinarios u obispos respectivos y estaban sujetos a la de un gran prior de la propia orden, con jurisdicción "vere nullius" sobre los miembros y sobre las casas de la misma y, a veces, sobre un determinado territorio. Tampoco se incluyen es este estudio, aunque si en el capítulo dedicado a las canónicas, las órdenes canonicales que, como en el caso de los premostratenses y de los canónigos del Santo Sepulcro, además de ser canónigos, observaron una regla monástica y fueron órdenes religiosas exentas de la jurisdicción de los obispos y sujetas a la autoridad de un Capítulo General.
Durante los tres primeros siglos del cristianismo quienes buscaban la perfección religiosa elegían como camino para conseguir esta la virginidad y el riguroso cumplimiento de los consejos evangélicos que aparecen enunciados en el Evangelio de san Mateo (Mat.19,10-12) y en las Cartas de san Pablo (Iª Cort.7, 7-40).
Al papa san Clemente, ordenado por san Pedro y que fue el tercer sucesor de este en la sede de Roma, del año 88 al 97 aproximadamente, se atribuye un escrito titulado "Ad Vírgenes" y dirigido a los ascetas de ambos sexos con el propósito de erradicar de entre ellos la cohabitación en un mismo edificio de hombres y mujeres. Sin embargo, el escrito pertenece a la llamada literatura seudoclementina y el autor de este escrito, de cuyo texto original griego solamente conservamos unos fragmentos citados por el monje Antíoco en el siglo VII, debió ser un religioso anónimo del siglo III.
San Cipriano, obispo de Cartago desde el año 249 al 258, es autor de un opúsculo titulado "De habitu virginum" en el que se aconseja a las vírgenes consagradas a Dios, "a las flores del jardín de Cristo", abstenerse de asistir a las fiestas mundanas, dado el peligro que encierran para el mantenimiento de la virginidad. En este escrito la virginidad es descrita como un estado que despierta admiración y deseos de imitación entre los miembros de las comunidades cristianas. Pero también en esta etapa inicial algunos cristianos fervorosos, intentando llevar hasta sus últimas consecuencias los consejos evangélicos, se retiran a lugares desérticos o despoblados para practicar allí una vida dedicada al ascetismo. Aparecen así los primeros "monjes", los primeros eremitas o anacoretas del cristianismo; los precursores de este eremitismo serían el profeta Elías, su discípulo Eliseo y san Juan Bautista.
Orígenes, el primer escritor cristiano de cuya vida se tienen abundantes noticias, es considerado por muchos como el principal impulsor del ascetismo teórico y práctico en la Iglesia. Nacido hacia el año 185, probablemente en Alejandría, e hijo de un mártir de la persecución de Severo, ejerció como maestro de la Escuela Catequética de dicha ciudad y llevó siempre una vida de riguroso ascetismo, siendo uno de los introductores de la práctica del ayuno y la abstinencia entre los cristianos. Hacia el año 203, interpretando demasiado al pie de la letra el famoso pasaje de san Mateo "hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos" (Mat. 19,12), se castró. Viajo luego por Roma y Grecia y, hacia el año 230, a pesar de su mutilación, considerada siempre como un impedimento para llegar al sacerdocio, fue ordenado sacerdote por el obispo de Cesaréa de Palestina, provocando la irritación del prelado de Alejandría. Durante la persecución de Decio fue encarcelado y bárbaramente torturado, muriendo en Tiro, en el año 254, a causa de las secuelas de dichas torturas. Para Orígenes hay que dejar el mundo si se desea seguir a Cristo y, por otro lado, la vida espiritual requiere la ascesis, o lucha contra las pasiones; la contemplación, una mística de carácter eminentemente intelectual, y la oración continua.
Sin embargo, según la tradición, el primer anacoreta "oficial" del cristianismo fue san Pablo de Atenas, o el Ermitaño; nacido hacia el año 228 y huérfano a los quince años, abandonó sus bienes y se retiró al desierto de la Tebaida, al SE del antiguo Egipto, cerca del mar Rojo, donde según la leyenda un cuervo le llevaba el pan todos los días. Murió el santo, bastante más que centenario, hacia el año 341 y en el lugar de su retiro se alza hoy un monasterio copto que lleva su nombre. Otro pionero del anacoretismo egipcio fue Prono que, según parece, durante la persecución religiosa de Diocleciano, en el tránsito del siglo III al IV, se guareció en una cueva en Colquín, cerca del Mar Rojo, en Egipto, y allí fue descubierto por san Antonio Abad bien avanzado ya el siglo IV.
La mayor parte de los anacoretas de Egipto no vivieron en absoluta soledad sino en agrupaciones o colonias establecidas en los lugares de retiro de un anacoreta célebre por su austeridad y por su santidad y que enseñaba a los demás como luchar contra las pasiones y como progresar en la vida espiritual. En la colonia existía un espacio de culto, servido por uno o varios anacoretas sacerdotes y al que todos asistían los domingos para celebrar la eucaristía y para recibir los consejos del “abba”=padre, el anacoreta que aglutinaba la agrupación o colonia. También existía en la colonia un espacio dedicado a los visitantes que acudían para recibir consejos espirituales del citado “abba”. En la vida de los miembros de estas colonias la oración ocupaba casi íntegramente la vigilia, pero también se practicaba el trabajo manual.
Fueron célebres las colonias de anacoretas surgidas en Nitria, en Egipto, en el siglo IV, en torno a los anacoretas Ammón y san Macario el Grande; la de este último estuvo situada en Wadi al-Natrum, en el lugar en el que hoy se alza el modesto monasterio de al-Baramus. Pero el anacoreta más venerado y seguido fue san Antonio Abad, llamado también el Ermitaño. Nació en Qeman, Alto Egipto, en el año 251 y a la edad de 20 años abandonó su vida de hacendado en Beni Suef, distribuyó sus bienes entre los pobres y se retiró a los desiertos de Tebaida, donde aun coincidió con Pablo el Ermitaño y donde se convirtió en "abba", abad o padre, de una multitud de eremitas o anacoretas que vivían en chozas aisladas y se reunían los días festivos para celebrar la eucaristía y recibir las enseñanzas del maestro. Durante sus primeros años de eremita fue asediado el santo por visiones o tentaciones que son célebres en la tradición hagiográfica. Más tarde san Antonio se alejó de los desiertos de Tebaida y se retiró a Colquín, a orillas de la Mar Rojo, donde aun coincidió al parecer con Prono y donde practicó una vida de perfecto anacoreta hasta su muerte, acaecida en el año 356, a los 105 años de edad. Aunque si parecen ser auténticas las siete cartas que san Jerónimo atribuye a san Antonio Abad, no lo es la llamada "Regula Sancti Antonii", que es, sin duda, apócrifa y bastante más tardía. Sin embargo, la “Vita Sancti Antonii”, escrita por san Atanasio, patriarca de Alejandría y uno de los padres de la Iglesia, se convirtió en el manual casi obligatorio de los anacoretas que en los siglos posteriores invadieron los desiertos de Tebaida y los de las costas occidentales de Mar Rojo. Más tarde la tradición eremítica y cenobítica de san Antonio fue mantenida en parte por los monjes maronitas, armenios y coptos. En Colquín, en el lugar del retiro de san Antonio y no lejos del lugar de retiro de san Pablo de Tebas, se alza hoy un monasterio bajo la advocación de San Antonio Abad; tras este monasterio, en la ladera del monte, se halla la cueva que sirvió de refugio al santo.
Casi simultáneamente a este anacoretismo grupal, con el fin de evitar las posibles desviaciones y extremismos a los que podía dar lugar su sistema de vida bastante anárquico, surgió pronto un anacoretismo cenobítico, del que se considera fundador a san Pacomio.
San Pacomio el Grande, nacido hacia el año 290, fue inicialmente soldado y al convertirse al cristianismo se retiró a las ruinas de un templo dedicado a Serapis para más tarde establecerse en Tabennesi, al norte de Tebas, en la orilla derecha del río Nilo, bajo la dirección del penitente Palemón, al que se atribuye haber derretido con sus lágrimas el ladrillo sobre el que rezaba. Hacia el año 320, san Pacomio fundó en Tabennesi el primer cenobio o monasterio propiamente dicho de la Iglesia Cristiana; en el los anacoretas pasan a vivir en comunidad permanentemente. Con san Pacomio, la agrupación de anacoretas en torno a un anciano carismático es ya una comunidad de hermanos en la que la unión de los mismos no es ya puramente espiritual sino que trasciende a todas las actividades de la vida cotidiana. Fundó san Pacomio posteriormente otros seis monasterios, o “koinoniai” (comunidades), para varones y otros dos para mujeres, convirtiéndose en abad de todos ellos; poco antes de morir, lo que ocurrió hacia el año 346, fundó un monasterio más en Sceté, en el desierto de Nitria, al suroeste del Delta. El plano general de los monasterios de san Pacomio imitaba el de los campamentos militares que el santo conoció siendo soldado. El espacio, bastante amplio, estaba rodeado por una alta cerca y disponía de capilla, local de reuniones, cocina, refectorio, casa hospital, casa para los huéspedes y una serie de casas, en cada una de las cuales vivían entre 20 y 40 monjes. Algunos de los cenobios fundados por san Pacomio, tanto en la Tebaida como en Nitria, permanecen aun activos; de otros monasterios fundados por el santo solamente quedan restos. Es autor san Pacomio de la primera "regla" monástica, en la que se prescribían las normas mínimas necesarias para la práctica de la vida en común, así como el silencio, el trabajo físico, el aprendizaje de la lectura y la escritura, la memorización de textos de la Sagrada Escritura, el ayuno y el uso de un hábito consistente en una túnica blanca de lino, sin mangas y con capucha, y una piel de cabra para cubrir las espaldas. Aunque la regla de san Pacomio deja un amplísimo margen a las iniciativas particulares, la obediencia se convierte, juntamente con la vida en común, en la característica más destacada del monacato cristiano; a través de la obediencia el monje ofrece a Dios lo mejor de sí mismo, su voluntad. Sin embargo el objetivo prioritario de la regla de san Pacomio no era aún la comunidad sino el individuo. La regla de san Pacomio se difundió ampliamente por toda la Iglesia y está de alguna forma presente en todas las legislaciones monásticas posteriores, no sólo por Oriente, si no también en Occidente, pues san Jerónimo la tradujo al latín en el año 404. En el texto de san Jerónimo, al final de la "Regula Sancti Pacomii", como apéndice, figuran diversos consejos a los monjes, entre los que figura el de desechar la tendencia a inmiscuirse en los asuntos de los hermanos, así como once cartas del santo. A parte de haber tenido influencia sobre todas las normativas monásticas posteriores, la regla de san Pacomio se practicó en la Iglesia cristiana hasta el siglo XI, al menos.
La fundación del primer monasterio femenino autónomo se atribuye a santa Sinclética y no la realizaría hasta mediado el siglo IV. Hilarión, cuya vida fue narrada por san Jerónimo, fue el que llevó el modelo del monaquismo egipcio a Palestina y Siria. Nació en Thavatha, cerca de Gaza, hacia el año 282, en una familia pagana que le envió a estudiar a Alejandría, donde se convirtió al cristianismo y donde pudo hacerse discípulo de san Antonio Abad. Regresó a su lugar de origen y se estableció en el desierto del Negueb, donde practicó la vida eremítica y donde, en el año 329, creó una colonia de ermitaños que seguía las costumbre eremíticas de san Antonio Abad y a la que Hilarión visitada y aconsejaba periódicamente. En el 356, huyendo de la fama de santo y buscando una mayor soledad, abandona Palestina, peregrina por los desiertos de Egipto y viaja a Sicilia, a Dalmacia y a Chipre; en Chipre falleció en el año 356.
Otro introductor del monaquismo en Palestina fue Caritón, cuya vida conocemos a través de un hagiógrafo anónimo. Nació Caritón en Iconio (Asia Menor), donde sufrió persecución por su fe, en tiempos del emperador Aurelio (entre el 270 y el 275), o más probablemente en tiempos de Diocleciano (entre el 303 y el 304). Peregrinó luego a Tierra Santa y, cerca de Jerusalén, cayó en manos de unos bandidos que lo trasladaron a una cueva del desierto de Judea, cerca de Anatot; liberado por intervención divina, fundó en el lugar, entre el 314 y el 334, un monasterio, el de Wadi Faran, del que la citada cueva se convirtió en iglesia. Posteriormente fundó, también en el desierto, otros dos monasterios, el de Duka, o de la “Cuarentena”, cerca de Jericó, y el de Suka, o la “Vieja Laura”, en el Wadi Caritón, cerca de Herodión. Fue Caritón, al parecer, el creador de las “lauras”, monasterios que reciben este nombre por la “laura” (senda o calleja) que servía de acceso a las cuevas o celdas de una comunidad de ermitaños y por la que estos accedían a los elementos comunes de la misma (iglesia, horno, almacenes...). En estos monasterios se conjugaba la vida eremítica con la cenobítica; los días laborables, los ermitaños vivían solitarios en sus refugios, dedicados a la oración, la penitencia y el trabajo manual, generalmente con el esparto; los festivos, acudían al centro de la laura para la celebración comunitaria de los oficios litúrgicos, para recibir las exhortaciones del abad, para comer en comunidad y para entregar al ecónomo los objetos confeccionados con el trabajo personal y recibir del ecónomo el material necesario para la realización de dicho trabajo.
La atracción ejercida entre los cristianos por Tierra Santa motivó que poco a poco en Palestina se multiplicaran las lauras o las colonias de anacoretas.
También en Siria surgió un importante foco de anacoretismo que se caracterizó por su extremo ascetismo y, a veces, por su extravagancia. San Gregorio Nacianceno nos describió algunas de las prácticas ascéticas de estos anacoretas, entre las que figuraban los ayunos integrales y duraderos, el portar grilletes de hierro en los tobillos y las muñecas, el dormir sobre la tierra desnuda, el permanecer en oración bajo la lluvia y a pleno sol, el residir en cavernas o en las copas de los árboles... Algunos de estos modos de vida parecen poner en práctica la filosofía que encierra la famosa respuesta que el monje san Doroteo de Gaza, ya a finales del siglo IV, dio al teólogo Paladio, monje también en Palestina, autor de una “Historia Lausíaca” y futuro obispo de Helenópolis: “Mi cuerpo me mata, así que yo le mato a el”. Uno de los anacoretas sirios más conocidos fue san Efrén (306-372), defensor de un eremitismo extremo, que el comparaba con el martirio. Una de las formas más extravagantes y más difundidas del eremitismo en Siria fue el de los estilitas que establecían su morada de penitentes en lo alto de una columna y allí permanecían durante años. El más conocido de los estilitas fue san Simeón Estilita, el Viejo, nacido en Sis, Cilicia, hacia el 390 y fallecido hacia el 459. Profesó de joven en un monasterio pero al cabo de unos diez años fue expulsado de el porque sus compañeros no soportaban sus excesivas penitencias; vivió después durante cuarenta años sobre una columna, desde la que predicaba dos veces al día, siendo visitado por multitud de fieles de todo el Imperio que le consideraban santo y acudían a pedirle consejo. Entre las ruinas de la iglesia paleocristiana de Qalat Simán, cerca de la antigua Antioquía, en Siria, se conserva el basamento de la columna sobre la que se cree permaneció san Simeón. Esta forma de anacoretismo perduró en Siria mucho tiempo después; san Simeón Estilita, el Joven, la practicaba en la segunda mitad del siglo VI. Otra forma extravagante de anacoretismo que se dio en Siria fue la de los emparedados, la de los reclusos voluntarios en una estancia sin ventanas; se practicó también en Occidente en siglos posteriores.
En Asia Menor también se practicaron pronto diversas formas de monaquismo eremítico. Eustacio de Sabaste propugnó un eremitismo radical que condenaba el matrimonio y toda cualquier posesión de bienes; su doctrina fue condenada en el concilio de Granga, en el 340.
Pero aunque la vida anacoreta, e incluso cenobítica, se practicara ya en Egipto, en Palestina y en Siria, durante los primeros siglos del cristianismo y sobre todo en la primera mitad del siglo IV, es después del Edicto de Milán y del Concilio de Nicea, es decir, en la segunda mitad del siglo IV, cuando el fenómeno se generaliza y se convierte en un verdadero movimiento de masas, probablemente a causa de dos circunstancias concatenadas. Fue la primera de estas circunstancias el frecuente deseo de huir del relajamiento moral ocasionado por la masiva conversión de paganos, no siempre sincera, y por la posibilidad de practicar la fe cristiana sin peligro alguno y sin coste social. La segunda fue la atracción ejercida por el ejemplo de muchos anacoretas que practicaban una vida ascética tan dura y rigurosa que bien podía considerarse sustitutiva del martirio en la búsqueda de la perfección religiosa y de la rápida unión con la divinidad; según san Atanasio, san Antonio Abad, en su retiro en el desierto y “a causa de la aplicación de su conciencia era mártir todos los días” y, según Casiano, “la paciencia y la fidelidad rigurosa con que los cenobitas perseveran devotamente en la profesión que abrazaron un día y en la que nunca dan satisfacción a sus propios deseos, les convierte continuamente en crucificados para el mundo y en mártires vivientes”. También se debe aceptar como causa de la proliferación del anacoretismo y de otras formas de monacato el deseo de librarse de la imposiciones económicas y sociales de una sociedad rígidamente estructurada así como el rechazo y el desprecio a todos los valores de la sociedad tardo-romana; muchos autores paganos y algunos obispos muestran una oposición formal a estas prácticas ascéticas que consideran fruto de la vagancia y del rechazo a la auténtica concepción cristina de la vida y a la iglesia oficial. De todas formas, el ideal de santidad representado por el martirio se ve poco a poco sustituido por un ideal de santidad representado por la vida monacal, gracias también, en parte, a la abundante hagiografía inspirada en la vida de los anacoretas y de la que es buen ejemplo y frecuente modelo la ya citada "Vita Sancti Antonii”, escrita hacia el año 357 por san Atanasio de Alejandría.
Fue san Basilio el Grande, el primero de los “Capadocios”, quien afianzó definitivamente los rasgos característicos del monacato cristiano. Nacido en Neocesarea de Capadocia (región central de Asia Menor) en el año 329, era hijo de un conocido retórico y fue educado en un ambiente familiar de sólida religiosidad; su abuela, su madre, y sus hermanos Macrina y Pedro son venerados como santos. Cursó estudios en Cesarea, Constantinopla y Atenas; en esta última ciudad entabló amistad con su paisano San Gregorio Nacianceno. Vuelto a Cesarea, hacia el 356, enseñó retórica durante algún tiempo pero pronto, deseando conocer el espíritu y la vida monástica, se dedicó a visitar a los más célebres ascetas y monjes de Siria, Palestina, Mesopotamia y Egipto, para terminar estableciéndose, un año más tarde, junto con otros compañeros, entre los que figuraba san Gregorio Nacianceno, en el monasterio de Annesi, en las cercanías de su ciudad natal, de Cesarea. Más tarde su obispo, Eusebio, le persuadió para que se ordenara sacerdote y, en el año 370, a la muerte de Eusebio fue nombrado su sucesor en la sede episcopal, convirtiéndose además en metropolitano de Capadocia y en exarca o patriarca del Ponto, cargos desde los que combatió al arrianismo y desde los que sirvió frecuentemente de puente entre la Iglesia de Roma y la Iglesia Oriental, por lo que suele decirse que san Basilio "fue un romano entre los griegos". Murió en el año 379 y su fiesta la celebra la Iglesia el día 14 de junio. San Basilio, para evitar las frecuentes desviaciones y anarquías del eremitismo absoluto, defendido por Eustacio de Sabaste y que el considera contrario a la caridad, propugna la vida ascética practicada en comunidad. Es autor San Basilio de dos reglas monásticas, redactadas en forma de preguntas y respuestas y en las que se concibe la vida cenobítica como un acto permanente de amor a Dios, manifestado en la elección del más alto y puro ideal de vida cristiana. Las regla “extensa” de san Basilio, la “Regula Fusius Tractate”, se compone de 55 amplios párrafos que consideran al monaquismo como la mejor encarnación de los consejos evangélicos y que defienden, al parecer, parte de la doctrina monástica de su amigo Eustacio de Sabaste, conservada de boca en boca en muchos cenobios de Oriente; los textos hacen referencia también a la necesidad de la oración, del trabajo manual, de la participación colectiva en los oficios litúrgicos y de la actividad asistencial o caritativa con los necesitados y, sobre todo, de la obediencia, de la renuncia a la propia libertad en manos del superior. La regla “breve”, la “Regula Brevius Tractate”, que se compone de 313 artículos o normas concretas, es una aplicación práctica de la anterior e intenta dar respuesta a los problemas cotidianos de la vida en comunidad, propugnando además el ayuno y la abstinencia, la necesidad del silencio y la conveniencia de la hospitalidad con los transeuntes y con los que acudan a los monasterios en busca de la soledad. San Gregorio de Nisa, nacido en Cesarea de Capadocia hacia el 335, obispo de Nisa (NO de Capadocia) y llamado el “segundo Capadocio”, completó la doctrina monástica de su compatriota recalcando el valor de la virginidad; su tratado “De Virginitate” es una obra maestra en su género. Por otra parte, san Gregorio Nacianceno, el “tercer Capadocio”, nació en Arianzo, al SO de Capadocia, hacia el 329; fue compañero de san Basilio y colaboró con el en la redacción de sus reglas monásticas, antes de ser nombrado obispo de Sásima y más tarde de Constantinopla. Las reglas de san Basilio, traducidas por Rufino de Aquilea antes de finalizar el siglo IV y ligeramente retocadas por el emperador Justiniano a mediados del siglo VI, se convirtieron en la norma básica del monacato oriental y en uno de los componentes esenciales de las futuras reglas del monacato de Occidente; fueron conocidas por san Casiano y el mismo san Benito las conoció y las recomendó a sus monjes. Como más adelante se expondrá, las congregaciones monásticas occidentales de Messina y de Grotta Ferrata, así como los monjes ortodoxos del Sinaí y del Monte Athos, tuvieron y tienen por patrono y referente principal de su monacato a san Basilio. Por otro lado, santa Macrina, hermana de san Basilio, fundó al parecer un monasterio femenino en el Ponto (Asia Menor) que sirvió de ejemplo a otras muchas comunidades de monjas basilias que se extendieron por Oriente y se establecieron también en Palermo.
Otro de los impulsores del monacato oriental fue Evagrio Póntico, nacido en el Ponto (Asia Menor) en el año 346. Ordenado diácono por san Gregorio Nacianceno, adquirió fama como predicador en Constantinopla pero, buscando una mayor perfección en su vida religiosa así como una mayor seguridad de alcanzar el Reino de los Cielos, en el año 382 se retiró al monasterio de Sceté, en el desierto de Nitria (Bajo Egipto), donde convivió algún tiempo con otro teórico del monaquismo, Macario el Egipcio, y donde trabajó como copista hasta su muerte, acaecida en el año 399. Evagrio es autor de dos colecciones de sentencias de carácter monástico tituladas "Monajicós Praticós" (Monacato y la vida práctica) y "Monajicós Gnosticós" (Monacato y el conocimiento) y dedicadas, respectivamente, a los monjes iletrados y a los monjes cultos. De la primera se conservan dos textos griegos; de la segunda un sólo texto en siríaco. También es autor Evagrio de dos libros de máximas o recomendaciones dedicados uno a los monjes y el otro a las monjas y que fueron traducidos al latín por Rufino. Como Evagrio fue anatematizado, juntamente con Orígenes y Dídimo, en el Concilio de Constantinopla del año 533 y en otros posteriores, la mayor parte de sus textos originales de carácter teológico desaparecieron, conservándose solamente sus traducciones latinas.
Durante la primera mitad del siglo V el monacato se convirtió en la institución más importante y con más vitalidad de la Iglesia en Oriente. La casi totalidad de los escritores cristianos de la época fueron monjes o anacoretas, al menos durante una etapa de su vida. Tal es el caso de Epifanio de Salamina, Diodoro de Tarso, Teodoro de Mopsuestia, san Juan Crisóstomo, Exiquio de Jerusalén y Marco el Eremita, entre otros. En esta institucionalización del monaquismo oriental jugaron también un importante papel Ammón, Orsiesio, Macario Egipcio, Macario el Joven, Paladio y Escenudo de Atripe, en Egipto; san Eutimio, san Sabas y Teodosio el Grande, en Palestina; el ya citado san Simeón el Estilita, en Asia Menor, y los Acemetas, en Constantinopla.
Ammón fue discípulo de san Antonio Abad y sucedió a este como abad o superior de los monjes de uno se sus monasterios, el de Pispir; fue el autor de varias cartas de carácter místico.
Orsiesio, que murió hacia el año 380, fue el segundo sucesor de san Pacomio en el abadiazgo del monasterio de Sceté, en el desierto de Nitria; fue el autor de la obra "Doctrina de Institutione Monachorum", de la que solamente ha llegado hasta nosotros la traducción latina realizada por san Jerónimo.
Macario el Egipcio, llamado también el Viejo o el Grande, murió hacia el año 390 y vivió más de sesenta años en el desierto egipcio de Escitia. Aunque su actividad literaria es silenciada por Paladio y por Rufino, se le considera autor de algunas sentencias, de varias cartas y de una colección de homilías ("Omiliai Pneumaticai") muy apreciada en el siglo XVI y que convierten a Macario en uno de los primeros autores místicos del cristianismo.
Macario el Joven, o el Alejandrino, fue también anacoreta en los desiertos egipcios de Escitia y Nitria; se le atribuyen diversos escritos que sin duda son apócrifos.
Paladio nació hacia el año 363 y desde el año 388 fue monje, primero en Egipto y después en Palestina. En el año 400 fue elegido obispo de Helenópolis, en Bitinia (Asia Menor), donde murió en el año 431. Hacia el año 420 escribió la famosa "Historia Lausíaca", obra que siempre ha sido considerada como fuente imprescindible para el conocimiento del primitivo monaquismo oriental cristiano. La historia de Paladio toma su nombre de Lauso, camarlengo del Imperio Bizantino, a quien estaba dedicada. No se puede precisar si Paladio utilizó fuentes escritas anteriores, pero lo que no cabe duda es que su modelo literario fue la "Vida de San Antonio", de san Atanasio. La obra de Paladio se tradujo inmediatamente al latín y a otras lenguas orientales, difundiéndose ampliamente por toda la Iglesia, al igual que otra muy similar titulada "Vida de los Monjes de Egipto" y que, al parecer, fue escrita hacia el año 400 por un tal Timoteo de Alejandría.
Escenudo de Átripe fue superior de un monasterio egipcio desde el año 385 y en el 431 acompañó a san Cirilo de Alejandría al Concilio de Éfeso. Está considerado, juntamente con san Pacomio, como el más importante de los organizadores del monaquismo egipcio, siendo reconocido, además, como el más destacado escritor de la Iglesia copta. Murió en el año 466.
San Eutimio, según Cirilo de Escitópolis, hagiógrafo de los monjes de Palestina, nació en Metilene (Asia Menor, hoy Turquía Oriental) en el año 377. Después de ser educado para lector de las Sagradas Escrituras y ser ordenado sacerdote, practicó la vida eremítica en las cercanías de Mitilene y se convirtió en maestro de algunos monasterios. Hacia el año 405 peregrinó a los Santos Lugares y visitó a los eremitas de Palestina, terminando por ingresar en la “laura” fundada por Caritón en Wadi Faran, donde vivió en soledad en una celda y donde entró en contacto con el anacoreta Teocisto. En cuaresma, ambos anacoretas se retiraban al desierto de Kutila, al E. de Jerusalén, donde se establecían en una caverna de difícil acceso, en el Wadi Moukellik. Varios discípulos y seguidores se establecieron en las cercanías y, en el 480, la colonia eremítica se convirtió en cenobio del que Teocisto fue nombrado abad, mientras Eutimio pasó a ser consejero espiritual de todas las comunidades monacales del desierto de Judea. Alternando periodos de total eremitismo en el desierto con periodos de estancia en el monasterio de Wadi Moukellik, Eutimio fundó en las cercanías de este, en el torrente Cedrón, la “Laura de Eutimio", de la que durante algunos años fue "higúmeno" o superior, mientras evangelizaba a los beduinos de las riberas del río Jordán; murió en el año 473, a los 97 años. Las "lauras", creación de Caritón y definitivamente conformadas por Eutimio, proliferaron en los siglos V y VI en los desiertos de Arabia, Egipto y, principalmente, de Palestina.
San Sabas, llamado el Santificado por su hagiógrafo, Cirilo de Escitópolis, nació en el año 439 en Mutalaska, en Capadocia, de padres cristianos que, teniendo que abandonar el lugar dejaron al niño al cuidado de unos tíos, preocupados exclusivamente por hacerse con su herencia, por lo que el muchacho se refugia en el monasterio Flaviano desde el que, en el 456, viaja a Jerusalén para ingresar en el monasterio de Monte Sión, donde apoyó al patriarca Juvenal cuando este fue atacado por lo monjes por aceptar la fórmula del concilio de Calcedonia, del 451. Poco después Sabas solicita incorporarse a la laura de san Eutimio, pero este le aconseja ingresar en el monasterio del Wadi Moukellid, el de Teocisto, regido ahora por Longino, y donde compagina el más riguroso anacoretismo, durante la cuaresma, con la vida cenobítica, el resto del año. Al morir Eutimio, en el 473, Sabas abandona el monasterio y, durante diez años, vaga por el desierto, en compañía de un monje del monasterio de Teodosio el Grande; una visión angélica le conmina a instalarse en una cueva del torrente Cedrón, en el desierto de Judá, entre Jerusalén y el mar Muerto. En el 483, cerca de la cueva y con los numerosísimos discípulos establecidos en los alrededores, Sabas funda la “Gran Laura”, la “Laura de San Sabas” o “Mar Laura”, de la que se convierte en abad, después de ser ordenado sacerdote. En el 492, como abad de la Gran Laura, funda el monasterio de Castellón, junto a la antigua fortaleza de Hircaria y, un año más tarde, es nombrado por el patriarca Salustio archimandrita de los anacoretas del desierto, siendo elegido poco después archimandrita por los monjes de Teodosio el Grande. En el año 503, a causa de las disputas teologales, se produce una rebelión de los monjes de la “Gran Laura”; en principio Sabas se exilia, pero el patriarca Elías le pide que regrese y obliga a los monjes rebeldes a abandonar la laura; Sabas funda para estos monjes la “Nueva Laura”, situada en las cercanías de Tequa, y a la que se añadieron poco después nuevas fundaciones de lauras y de pequeños monasterios. Se atribuye a san Sabas el “Typikon”, un reglamento para los eremitas de la “lauras”. Murió el santo fundador en el año 532, a los 93 años; fue sepultado en la laura de “Mar Saba” pero, posteriormente, sus restos fueron llevados a Venecia y depositados en la iglesia de San Antonio, donde permanecieron hasta que, en 1965, como símbolo de la reconciliación de las Iglesias católica y ortodoxa, fueron enviados a Palestina y depositados nuevamente en la laura de “Mar Saba”, monasterio que aun permanece activo y en los que siguen venerándose.
Teodosio el Grande nació hacia el año 430, en Mogarissos, también en Capadocia, de padres cristianos. Siendo lector de la iglesia de su villa natal, decidió hacerse eremita, visitó a san Simeón Estilita el Viejo, en Antioquia, y partió para Jerusalén, donde el abad del monasterio de Torre de David, le aconsejó no marchara al desierto, a causa de los enfrentamientos existentes entre los anacoretas por disputas teologales. El mismo abad de Torre de David le encargó la dirección espiritual de la patricia Hikelia y del monasterio del Reposo de la Madre de Dios, fundado por esta en el camino de Belén, cerca del actual monasterio de Mar Elías. Posteriormente y después de ser adoctrinado por dos discípulos de san Eutimio, se retiró como eremita a Deir Dosi, a escasos kilómetros al E de Belén, al lugar en el que hoy se alza un monasterio que lleva su nombre. La afluencia de seguidores y discípulos motivó que, en el año 473, fundara en el lugar un monasterio que llegó a tener 400 monjes y cuatro iglesias y que, siguiendo la tradición social del monacato de san Basilio dispuso de hospedería y de dos hospitales, uno de ellos en Jericó. Hacia el 493, Teodosio fue nombrado archimandrita de los cenobitas de Palestina. Murió Teodosio el Grande en el año 529; se le atribuyen las llamadas “Constituciones de San Teodosio”, especie de regla para monjes cenobitas que algunos afirman ser también obra de san Sabas.
San Simeón el Estilita, "el Viejo", nació en Cilicia (Siria) hacia el año 390 y, como ya se indicó anteriormente, permaneció como eremita en lo alto de una columna durante cuarenta años. Su vida fue narrada, en el siglo VII, por Leoncio de Neápolis.
El monasterio Acimita, o de los Acemetas, fue fundado en la orilla asiática del Bosforo, cerca de Constantinopla, en los inicios del siglo V, por san Alejandro. Sus monjes practicaban en parte las costumbres monásticas iniciadas por san Basilio y recibían el nombre de "acemetas" porque se turnaban noche y día para mantener ininterrumpidamente el rezo y los cánticos religiosos en su iglesia. Aunque este monasterio fue abolido a mediados del citado siglo, por haberse adherido sus monjes a las doctrinas de Nestorio, sus costumbres monacales fueron continuadas por los monjes del monasterio de San Juan Bautista de Estudio, fundado por el senador bizantino Stoudios, en el mismo siglo, en las orillas del Propóntide, muy cerca de la Puerta de Oro, en el interior de Constantinopla. En el monasterio de Estudio se formaron durante los siglos VI y VII muchas de las personalidades eclesiásticas del Oriente cristiano y, en el siglo IX, gracias en parte a Teodoro el Estudita, que creó en el un famoso “scriptorium” y que redactó un “Typikon”, una reglamentación de las horas y de los oficios litúrgicos que fue aceptada por muchas de las iglesias de la zona occidental del Imperio bizantino, este monasterio se convirtió, no solo en el más importante de Constantinopla, sino también de gran parte de dicho Imperio. Aunque el monasterio fue posteriormente desvastado, fue reconstruido a finales del siglo XIII por el emperador Constantino el Paleólogo. De esta reconstrucción Se conserva aún la iglesia, convertida por los turcos en la mezquita Imrahor Camii.


[[Archivo:Piban.mönch.jpg|right|thumb|200px|Monje en [[Thailandia]]]]
2.- LOS INICIOS DEL MONACATO CRISTIANO EN OCCIDENTE
A partir del siglo V se difundió en Occidente el '''monacato''', uno de los aportes más ricos de la Edad Media.

En la segunda mitad del siglo IV las diversas formas de vida del monacato cristiano se van introduciendo en la Iglesia de Roma y en las provincias occidentales del Imperio pues, aunque el "padre" y patrón del monacato occidental es, sin duda alguna, san Benito de Nursia, durante los siglos IV, V y VI se dieron también en Occidente numerosos precedentes doctrinales y prácticos de los sistemas de vida eremíticos y cenobíticos, sobre todo de estos últimos pues el eremitismo, con la radical negación del mundo que encierra, pronto empezó a asustar a las autoridades civiles y religiosas. El eremitismo, según el profesor Juan Gil, reúne una serie de características que atentan contra el funcionamiento del Estado y de la propia Iglesia oficial. El eremitismo es asocial, deshace el núcleo familiar y rompe los lazos de unión entre los miembros de la comunidad; es anárquico, no reconoce reglas, o normas; es contagioso, se propaga fácilmente, y es pacifista, no puede ser combatido con las armas. Estas características del eremitismo motivaron, sin duda, que las autoridades eclesiásticas y civiles intentaran pronto transformar los focos eremíticos cristianos en monasterios. Esta transformación se llevó a cabo a través de un proceso que también describe perfectamente Juan Gil: En primer lugar se procura que el anacoreta comience a practicar la vida en común con otros anacoretas, alegando textos de la Sagrada Escritura, como el del Salmo 132,1 ("¡ Cuan dulce y grato es que los hermanos habiten juntos!"); el segundo paso y con el fin de evitar posibles actitudes anárquicas, es poner al frente de la nueva comunidad de eremitas a un superior, a un abad; el tercer paso es programar, mediante una "regla", la vida del monje minuto a minuto. Todo este proceso se inspiró en gran manera en la organización militar; el monje se convierte de alguna forma en un soldado, en un "miles Christi".
Volviendo al tema de los inicios del monacato en la iglesia occidental, es sabido que san Atanasio, patriarca de Alejandría desde el año 328 al 373 y autor de la "Vita Sancti Antonii", fue repetidas veces desterrado de su sede por mantenerse fiel a la doctrina del Concilio de Nicea. En el año 340, durante su segundo destierro, se estableció en Roma acompañado de dos monjes egipcios, Amán e Isidoro, que dieron a conocer en la curia del papa Julio I y en la Urbe las formas de vida ascéticas y monacales que se practicaban en Egipto y difundieron la citada obra de san Atanasio. Inmediatamente se formó en Roma un pequeño círculo de creyentes interesados en alcanzar la perfección religiosa por similares caminos. La noble Marcela estableció en su palacio del Aventino una comunidad femenina plenamente dedicada al ascetismo. Al parecer, el papa san Dámaso alentó estas ideas ascéticas y el arzobispo de Milán, san Ambrosio, las puso en práctica en un monasterio que fundó, en el 373, junto a su catedral.
Uno de los pioneros del monaquismo en Occidente a mediados del siglo IV fue san Eusebio de Vercelli, nacido en Italia hacia el 311, fue elegido obispo de Vercelli, en el Piamonte, en el año 340 y fue desterrado de su diócesis a causa de su actitud en el Concilio de Milán, del año 355, en el que se opuso a la decisión de condenar las ideas de san Atanasio, contrarias al arrianismo. Durante su destierro en Escitópolis, visitó Capadocia y la Tebaida, conociendo "in situ" los modos de vida de los monjes y eremitas de ambas regiones por lo que, al regresar a su diócesis, en el año 363, fundó un monasterio anejo a su iglesia catedral en el que residían él mismo y la mayor parte de su clero. Escribió san Eusebio tres cartas ("Epistolae Apostólicae") en las que elogia la vida monacal; murió el santo en el 371. La actual catedral de Vercelli es el resultado de una reconstrucción realizada en la segunda mitad del siglo XVI por Pellegrino Tibaldi y solamente conserva un campanile románico de las construcciones anteriores.
Ya en la segunda mitad del siglo IV los más insignes promotores del monaquismo occidental fueron san Martín de Tours y san Jerónimo.
San Martín nació en Sabaria de Panonia, en la actual Szombothely húngara, hacia el año 316. Era hijo de un tribuno militar romano e ingresó en la milicia a los 15 años. A los 18 se bautizó en Amiens, donde la tradición sitúa el episodio de la donación de su capa a un pobre y la posterior visión de Cristo en la figura del pobre. Después de permanecer en el ejército de los emperadores Constancio y Juliano, se licenció en Worms, en el 356, y visitó al obispo Hilario de Poitiers, desterrado en Frigia (Asia Menor), de cuyo clero pasó a formar parte, pero no como sacerdote, sino como exorcista. Regresó san Martín a su patria y, después de convertir a su madre, se establece en Milán como eremita, pero es expulsado por el arzobispo Auxencio y se retira a la isla Gallinara, despoblada entonces. Ya en Poitiers, continuó practicando vida de eremita y, en el año 361, en Ligugé, en las afueras de la ciudad, fundó un monasterio al que se retiró con varios compañeros; el monasterio, reconstruido completamente en el siglo XVI, permanece activo como abadía benedictina y conserva aun restos de los siglos IV al VII. En el año 371, habiendo adquirido fama de santo en la comarca, fue elegido san Martín obispo de Tours y durante su pontificado realizó varias fundaciones monásticas entre las que adquirió gran prestigio por su ejemplaridad y cultura la de Marmoutier, en las cercanías de Tours, en la que residió el Santo hasta su muerte, acaecida en el año 397; esta abadía fue reconstruida en el siglo XI por los benedictinos y fue destruida en 1818, pero aun se conservan en el lugar algunos restos medievales y algunas grutas excavadas en la roca y que sirvieron de celdas a los primitivos monjes. Los restos mortales de san Martín se los discutieron las ciudades de Poitiers y Tours pero, finalmente se quedaron en Tours, donde el obispo Perpetuo, hacia el año 470, construyó para ellos una basílica-panteón que se convirtió pronto en una importante meta de peregrinaciones y sobre la que, en los siglos XI al XIII, se levantó un grandioso monasterio benedictino que fue derruido en 1802 y a cuyo templo, en 1902, sustituyó uno de menores dimensiones y de estilo románico-bizantino. La fiesta del santo se celebra el 11 de noviembre y su biografía, cargada de leyendas y hechos prodigiosos, fue escrita, coincidiendo casi con la muerte del biografiado, por el jurista y monje aquitano Sulpicio Severo, que visitó al santo en Marmoutier. San Martín se convirtió en el santo más popular de la antigua Francia y dio nombre a numerosos monasterios, a cientos de iglesias y a cientos de localidades. Sin embargo su sistema monástico, basado más en el seguimiento a un jefe espiritual carismático que en el sometimiento a una regla, fue pronto arrinconado por el monacato regular.
San Jerónimo nació en Estridón, en Dalmacia, en la actual Hungría, hacia el año 347. Cursó estudios de retórica y filosofía en Roma, donde tuvo por maestro al gramático Elio Donato y por condiscípulo a Rufino. A los 20 años se traslada a Tréveris, con la intención de introducirse en la corte del emperador Valentiniano I, y allí entró en contacto con una colonia monástica procedente de Egipto y decidió dedicarse plenamente a la vida ascética que practicó durante algún tiempo en Aquileya, acompañado de Rufino y de otros compañeros. En el año 373 emprende un viaje de peregrinación a Jerusalén pero una enfermedad le detuvo en Antioquía, en cuyas cercanías, en el desierto de Calcis, practicó durante tres años la vida de anacoreta (a esta época pertenecen las famosas tentaciones a las que se alude en su biografía) , mientras perfeccionaba sus conocimientos de griego y de hebreo. En el 379 fue ordenado sacerdote y se traslada a Costantinopla, donde es discípulo de san Gregorio Nacianceno y donde entabla profunda amistad con san Gregorio Niceno. En el 382 viaja a Roma invitado por el papa san Dámaso, al que sirve un tiempo de secretario, mientras realiza la versión latina de la Biblia, la "Vulgata", y dirige a un grupo de ascetas del que formaban parte la rica viuda Marcela, la noble Paula (santa Paula) y sus hijas Eustoquio y Blesilla. La muerte de la joven Blesilla fue atribuida a los excesos ascéticos e indispuso a la gente contra el santo, al que consideraban máximo representante del "detestabile genus monachorum". San Jerónimo emprende viaje a los Santos Lugares, acompañado de santa Paula y de su hija Eustoquio, pasando por Creta, Alejandría (visitó algunas de las comunidades monásticas del desierto de Nitria) y Antioquía. En el 386 se establece en Belén, en Palestina, donde juntamente con santa Paula funda una hospedería para peregrinos, tres monasterios para mujeres, que pasaron a ser dirigidos por dicha santa, y uno para varones, dirigido por él mismo, y en el que establece una importante escuela monacal. Su retiro en Belén no le trajo la paz pues, a parte de participar activa y, a veces, irasciblemente en numerosas controversias y disputas doctrinales, entre las que figuran las tenidas con el obispo Juan de Jerusalén, con su propio excondiscípulo Rufino, con Pelagio y con algunas instituciones, su monasterio fue saqueado o incendiado repetidas veces. Murió el santo en Belén el 30 de septiembre del año 420 y el 30 de septiembre se celebra su fiesta. Durante la Edad Media fue considerado san Jerónimo patrono de las escuelas y de los estudios teológicos y siempre ha sido tenido por el más erudito y docto de los Santos Padres de la Iglesia latina. En su ingente obra escrita, fundamentalmente de carácter bíblico o exegético, dedica algunos escritos a defender la superioridad de la vida ascética y de la virginidad ("Adversus Jovinianum", "Contra Vigilantium", "De conservanda virginitate", etc.). Su doctrina ascética y monástica, en la que la profesión es para el monje un segundo bautismo y en la que la vida del monje es seguir a Cristo después de renunciar a todo mediante la observancia de la castidad, del silencio, del ayuno, de la penitencia y, sobre todo a través de la caridad y del sacrificio de la propia voluntad mediante la obediencia, sirvió de norma básica a diversas órdenes monásticas posteriores, entre las que figura una Orden casi exclusivamente española, la de los jerónimos de Lupiana.
Otro promotor del monacato occidental fue san Agustín. Nace san Agustín en Tagaste, en Numidia (Norte de Africa), en el año 354, de padre pagano y madre cristiana (santa Mónica); estudia en Tagaste, Madaura y Cartago. En Cartago practica una vida ajena a las normas morales, tiene un hijo (Adeodato), se hace seguidor de las doctrinas maniqueas y, en el año 375, abre una escuela de artes liberales. En el año 383 se traslada a Roma y al siguiente obtiene una cátedra de retórica en Milán. Los sermones de san Ambrosio, obispo de la ciudad, las súplicas de santa Mónica, que siguió a su hijo hasta Italia, los consejos del sacerdote Simpliciano, sucesor de san Ambrosio en la sede de Milán, y el contacto con círculos iniciados en la vida monástica de san Antonio, como el monje Ponticiano y otros ascetas cristianos venidos de Oriente, logran la conversión de san Agustín al cristianismo y a la vida ascética o monástica. En el año 387 renuncia a su cátedra, es bautizado por san Ambrosio y regresa a África, pasando por Roma, donde muere su madre. Ya en Tagaste, reparte sus bienes entre los pobres y se retira para practicar la vida monacal cenobítica, con otros compañeros filósofos. Para algunos autores, el grupo practicaba ya la vida monástica de acuerdo con la "Regula ad Servos Dei", que sería escrita por el santo para esta ocasión y que no es propiamente una regla sino una exposición de los principios de los que emana la vida monástica; para otros autores esta regla no fue escrita por san Agustín hasta el año 400 y, para otros, es apócrifa. En el año 391 y de forma un tanto sorpresiva san Agustín es ordenado sacerdote por Valerio, obispo de Hipona, a quien sucedió, cinco años más tarde, en esta sede episcopal. Al principio de su episcopado fundó san Agustín, en su residencia episcopal, un monasterio y solamente ordenaba sacerdotes a quienes se comprometían a vivir en el y renunciaban a sus bienes. También fundó un cenobio femenino para el que redactó, en el 395, la llamada "Regula Secunda Sancti Agustini" que, según otros, es también apócrifa. Por otra parte dedicó el santo gran parte de sus escritos y de su actividad pastoral a combatir el maniqueismo, la herejía donatista y las doctrinas de Pelagio. Murió san Agustín el 28 de agosto del año 430, durante el asedio de la ciudad de Hipona por los vándalos. A parte de las dos reglas citadas que, como indicamos, muchos consideran apócrifas, pero que para otros autores son la base de la conocida como "Regula Sancti Agustíni", es decir, la regla observada por la casi totalidad de las comunidades monásticas occidentales que no siguen la de san Benito, es también autor el santo de una carta, la 211 de su "Epistolarium", en la que resuelve ciertas desavenencias que habían surgido en un convento femenino de Hipona. Esta carta es un amplio compendio de normas de orden práctico que, desde Erasmo, se vienen considerando como el auténtico origen de la ya citada "Regula Sancti Agustini". También es autor el santo del tratado "De Sancta Virginitate", escrita en el año 401 y que es una alabanza plena al estado de virginidad y una condena de la doctrina de Joviniano.
Dentro de la doctrina monacal de san Agustín, el monacato nace de la permanente aspiración del hombre de contemplar a Dios. El conocimiento de si mismo, la interiorización propia, permite al ser humano el conocimiento de Dios, que se alcanza por la oración y la contemplación. El cántico religioso, por otra parte, tiene un alto valor para el culto divino pues es el soporte y el amplificador de la oración; "el que bien canta doblemente ora". La vida comunitaria y la relación interpersonal de los monjes son un valor religioso en si mimas. La caridad fraterna, apoyada en el diálogo sincero y en la comunidad de bienes, es el objetivo fundamental de la vida monacal y a ella deben acomodarse la comida, el vestido, los gestos y las palabras de los monjes; la vida monacal no exige altos grados de austeridad y permanentes ayunos, sino altas dosis de caridad. El monacato agustiniano presenta otra peculiaridad, la dedicación del monje al servicio pastoral; el moje debe compaginar la oración, el trabajo y el estudio con la vida pastoral. De la ciudad tardorromana de Hipona, en la que vivió san Agustín, solamente se conservan las ruinas del acueducto, de las termas, del teatro y del foro; la ciudad fue saqueada por Genserico, en el 430; ocupada por los vándalos, de mediados del siglo V a mediados del VI, y arrasada por lo árabes, en el siglo VII.
El monacato agustiniano se extendió pronto por todo el Norte de África y pasó a Italia y a España. La llamada “Regla de San Agustín”, por otro lado, a parte de convertirse en la regla propia de diversas órdenes y congregaciones religiosas de agustinos y agustinas (canónigos regulares de san Agustín, agustinos ermitaños, agustinos recoletos, agustinos descalzos...) , ha inspirado las reglas de otras órdenes monacales (Orden Militar de Santiago, Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, o de Malta...). Contemporáneo de san Agustín fue Juan Casiano, probablemente el más influyente de los pioneros de monacato en la Iglesia Occidental.
Juan Casiano, o san Juan Casiano, pues en Marsella y en otros lugares ha sido venerado como santo, nació en Escitia Menor, la actual Dobrudja de Bulgaria, o en Provenza según otros, hacia el año 350 y se educó y profesó en un monasterio de Belén. Después de permanecer durante diez años en Egipto, donde practicó la vida monacal en la colonia de eremitas de Sceté, bajo la dirección espiritual de Pafnucio, se trasladó a Constantinopla, donde fue ordenado diácono por san Juan Crisóstomo. Al ser desterrado este, como consecuencia de las presiones ejercidas por la emperatriz Eudoxia, en el año 403, Casiano se traslada a Roma, donde defendió a san Juan Crisóstomo y donde fue ordenado sacerdote. Hacia el año 415 estaba establecido Casiano en Marsella, donde reformó los monasterios de la comarca y fundó un monasterio para varones, sobre la tumba del mártir san Victor, del siglo III, y otro para mujeres. El primero, bajo la advocación de San Víctor, fue una de las más prestigiosas abadías francesas y cabeza de una congregación benedictina durante toda la Edad Media; del monasterio de San Victor aun se conserva el templo, levantado del siglo XI al XIV y en cuya cripta quedan restos de la primitiva basílica del siglo V. Murió Casiano entre el año 430 y el 435, después de haber escrito las obras "Collationes Patrum" y "De Institutis Coenobiorum", que cooperaron de forma definitiva a la difusión de un modelo de monacato más adecuado a la mentalidad occidental y que sirvieron de fuente de inspiración a numerosos autores ascéticos posteriores.
"De Institutis Coenobiorum" se distribuye en 12 libros: del 1 al 4 tratan de la organización y normas de régimen interior de los monasterios, desarrollando entre otros temas los del hábito, los del oficio divino y los de las penitencias; del 6 al 12 tratan de los ocho vicios principales contra los que tiene que luchar el monje (gula, sexualidad, avaricia, ira, tristeza, pereza, ambición y vanagloria), así como de los remedios para vencerlos.
Las "Collationes Patrum" son 24 discursos o diálogos en los que participan ficticiamente los más famosos monjes y anacoretas anteriores, desarrollando los principios elementales de la espiritualidad monástica: la búsqueda del reino de Dios, una actitud escatológica, la necesidad de conjugar el trabajo manual con la oración o la acción con la contemplación, la caridad como objetivo supremo y la renuncia a todo para conseguir este objetivo. Presenta Casiano la vida cenobítica como un sistema seguro para evitar las frecuentes arbitrariedades y los frecuentes excesos ascéticos y doctrinales de la vida eremítica. Para Casiano el monje no alcanza la perfección religiosa por el hecho de abandonar el mundo y vivir aislado en una celda, sino por intentar alcanzar la virtud interior, es decir, el amor perfecto y la pureza de corazón, que son las condiciones esenciales de la "contemplación", participación anticipada del gozo celestial. El ascetismo de Casiano es bastante moderado y sirvió de modelo al de san Benito.
Las obras de Casiano alcanzaron pronto gran difusión y su lectura es recomendada en los escritos de san Benito, Casiodoro, san Gregorio Magno y san Juan Clímaco, entre otros, por lo que fueron uno de los códices considerados imprescindibles en las bibliotecas de todos los monasterios medievales.
También deben ser considerados promotores del monacato en Occidente el monasterio y la escuela monacal de Lerins, fundación de san Honorato de Arlés. Nació san Honorato en Arlés, Francia, hacia el año 350. Convertido al cristianismo por su hermano san Venancio, marchó muy joven a Oriente, donde permaneció algún tiempo en un monasterio de Bizancio. A su regreso a las Galias, en el año 410, fundó en la Costa Azul francesa, frente a Cannes, en la isla meridional del archipiélago de las Lerins, en la isla que hoy lleva su nombre, un monasterio regido por el mismo y al que impuso una regla inspirada en las costumbres monacales de Egipto y en la que se prescribían el reparto de las horas del día entre la oración personal, el oficio litúrgico comunitario y el trabajo manual; realizar una sola comida al día; la obligación de acoger como huéspedes a los fieles, a los clérigos y a los monjes visitantes; la comprensión para con los defectos personales, unida a la mutua corrección de las faltas... Honorato se convirtió en la personalidad eclesiástica más importante del Galia y, en el año 426 fue elegido obispo de Arlés, donde falleció tres años más tarde. En el monasterio de Lerins le sucedió como abad Máximo, durante cuyo abadiazgo se redactó una nueva versión del Regla de San Honorato, la “Segunda Regla de los Padres”, haciendo hincapié en la virtud de la caridad y en la necesidad de que la vida en el monasterio se asemejara a la vida comunitaria de los primeros cristianos de Jerusalén descrita en los “Hechos de los Apóstoles”. A partir de este momento el monasterio de Lerins se convirtió en la más importante escuela monacal y teológica de la Iglesia en los siglos V y VI, así como en “seminario” de gran parte de los obispos y abades de la Galia, como san Hilario de Arlés, que fue sucesor de san Honorato en la sede episcopal y falleció en el año 449; san Vicente de Lerins, fallecido por las mismas fechas y que escribió bajo el pseudónimo de "Peregrinus", rechazando la doctrina de san Agustín sobre la gracia, a pesar de que según parece fue autor de un florilegio de máximas del santo de Hipona; san Salviano de Marsella, autor de "De Gubernatione Dei", importantísima obra escrita hacia el año 440 y que se considera esencial para el conocimiento de las invasiones bárbaras; Fausto de Riez, fallecido en el 490 y que sucedió a Máximo como abad de Lerins y como obispo de Riez, siendo venerado como santo en el mediodía de Francia; san Cesáreo de Arlés, arzobispo de Arlés desde el 502 al 542, famoso predicador popular y autor de dos reglas monásticas, una "Regula ad Monachorum", dedicada a los monjes, y una "Regula ad Virgenes", dedicada a las monjas, siendo también autor de algunas cartas referentes a la vida monacal. La “Regula ad Vírgenes” la escribió san Cesáreo hacia el año 530 para un monasterio femenino del sur de la Galia y del que era abadesa una hermana suya; en esta regla aparece ya fijado jurídicamente el cargo de abadesa, cuyo título ya había aparecido en una inscripción en Roma, en el año 514. Por otro lado, en esta regla, en la que se recogen las experiencias de casi un siglo de monacato en Lerins, se prescribe la clausura y la renuncia a la privacidad (se prohíben la propiedad privada y los armarios y dormitorios individuales).
El monasterio de Lerins se incorporó, en el año 661, a la observancia benedictina y, en el siglo VIII, fue saqueado y destruido por los sarracenos, que se llevaron cautivos a sus monjes. Liberados los monjes del cautiverio, regresaron a Lerins, cuyos edificios fueron reconstruidos y ampliados entre los siglos XI al XIV. El monasterio fue suprimido y en parte destruido en 1786 pero, en 1869, los monjes cistercienses de Senanque reconstruyeron parte de los edificios y establecieron en ellos una abadía de su observancia. El monasterio actual es obra ecléctica del siglo XIX, pero en su templo se conserva una capilla del siglo XI y, al S del monasterio, en una punta rocosa que se adentra en el mar se conservan el claustro gótico y el poderoso torreón de un monasterio fortificado, construido a partir del siglo XI y que se comunicó con el monasterio no fortificado a través de un pasadizo subterráneo.
Volviendo al desarrollo del monacato occidental, ya en el siglo VI también suele considerarse como precursor del monacato a Flavio Magno Aurelio Casiodoro, nacido hacia el año 490 en una noble familia calabresa y que desde el 507 al 540 ocupó diversos e importantísimos cargos en la administración de los emperadores Justino y Justiniano. En el 540 se retira a sus posesiones en Calabria y funda el monasterio de Vivario, en el que murió entre el 575 y el 583, después de dedicar sus últimos años a la formación cultural y ascética de los monjes. Es considerado Casiodoro como uno de los más importantes trasmisores a la Edad Media del saber y de la cultura del mundo clásico, así como de que los monasterios medievales fueran continuadores de esta trasmisión pues en su obra "Institutiones divinarum et humanarum lectionum" considera como un deber de los monjes el trabajo intelectual, el estudio y la copia de libros. Pero quien confiere al monacato occidental sus señas de identidad es san Benito de Nursia, patrono y patriarca de todos los monjes de Occidente. A san Benito y a su orden se dedica un amplio capítulo más adelante, pero no se puede finalizar este apartado dedicado al origen del monaquismo en Occidente sin dedicar unas líneas al monacato celta, que se desarrolla casi simultáneamente con el benedictino, pero sin conexiones directas con este.
El monacato celta se caracteriza por su austeridad y la austeridad de vida impuesta por sus reglas (los monasterios eran totalmente autónomos), por haber sido uno de los principales transmisores de la cultural clásica al mundo occidental y por su notable vocación misionera, a través de la “peregrinatio propter Deum”, del exilio voluntario de muchos de sus monjes, en Gran Bretaña y en el continente, para evangelizar y para extender el monacato.
El evangelizador de Irlanda fue san Patricio; nacido en Britania, en el sur de Gran Bretaña, fue llevado como esclavo a Irlanda, donde aprendió el idioma y desde donde escapó a la Galia. Pasó algún tiempo, al parecer en el monasterio de Marmoutier, donde conoció a san Martín de Tours; vivió unos años como monje en Lerins y fue nombrado obispo de Auxerre, pero renunció al episcopado para trasladarse a Irlanda, donde evangelizó a la población y dio a conocer en aquellas tierras la vida monacal; falleció en Irlanda hacia el 461. Los monasterios de Whisthorn, en Escocia, y de Saint Davis, en Gales, colaboraron notablemente a la difusión del monacato en tierras irlandesas. Las figuras más destacadas del monaquismo celta, o irlandés, fueron san Columba, san Comgall, san Gall (Galo) y san Columbano.
San Columba, en irlanda san Columkill, nació hacia el año 521, en Gantal, en el actual condado irlandés de Donegall. Pertenecía a la familia real de Tirconall pero decidió hacerse monje y, en el año 546, fundó el monasterio de Derry, origen de la actual Londonderry. Más tarde, en el año 563, el rey de Dalriada donó a san Columba la isla de Iona, una de las Hébridas, al NO de Escocia, y el santo fundó en ella otro monasterio que se convirtió en el centro cultural y misionero de gran parte de Irlanda y de Escocia. Murió san Columba en el año 597, probablemente en la isla de Iona. El monasterio de Iona fue destruido por los daneses en el siglo IX; fue reconstruido, en 1072, por la reina santa Margarita, esposa del rey Malcolm III de Escocia, y abrazó la observancia benedictina en el siglo XIII.
San Congall nació en Mourne, en Irlanda del Norte, en el año 516. En el 559 fundó la célebre abadía de Bangor, en el condado irlandés de Down, que se convirtió pronto en la más célebre escuela monástica de aquella época en Occidente. En esta escuela, que llegó a albergar a unos 3.000 monjes, muchos de ellos venidos del continente, y que se mantuvo pujante hasta las invasiones normandas del siglo IX, se formaron san Gall y san Columbano. Murió san Congall en Bangor, en el año 601.
San Gall (Galo) nació también en Irlanda a mediados del siglo VI y se educó en el monasterio de Bangor. En el año 590 acompañó a san Columbano al continente y, después de predicar el Evangelio y las prácticas ascéticas por tierras de Austrasia y de la actual Borgoña, se estableció en Suiza, donde fundó, junto al lago Constanza, la célebre abadía de Sankt Gallen, o Saint Gall, en la que murió antes del año 645. La abadía de Sankt Gallen abrazó la observancia benedictina en el año 747, tuvo una célebre escuela de copistas y de músicos en los siglos IX y X; en el 1206, su abad Ulrico II se convirtió en príncipe del Imperio; en el primer tercio del siglo XIX la abadía fue suprimida y, en 1846, fue transformada en catedral de un obispado católico.
San Columbano nació en el condado irlandés de Leinster, en el año 543. Al igual que san Gall fue monje en el monasterio de Bangor, desde el que partió para el continente, en el año 590, acompañado de aquel. Recorrió el territorio de los francos y fundó el monasterio de Luxeuil, en Lorena, del que más tarde nacerán las prestigiosas abadías de Remerimont, Junieges, Saint Omer y Fontaines. Su rudo e inflexible carácter le enfrentó con las autoridades eclesiásticas y provocó su expulsión del territorio de los francos por Brunhilda, regente de Austrasia, pero san Columbano continuó su obra evangelizadora y difusora del monacato por Suiza, donde fundó un monasterio junto al lago Constanza y, más tarde, por Italia, donde, en el año 614, fundó el monasterio de Bobbio, en Piacenza, en que falleció san Columbano, en el año 615. El monasterio de Bobbio se convirtió pronto en el más importante centro evangelizador y cultural de la comarca y así se mantuvo hasta el siglo XI que comenzó a declinar tras las invasiones normandas, a finales del siglo X fue abad de Bobbio el futuro papa Silvestre II. La llamada "Regula Sancti Columbani", la que se enseñaba y practicaba, en el siglo VII, en Bangor y en la mayor parte de los múltiples monasterios irlandeses, o celtas, se difundió por el continente con gran rapidez y, hasta la imposición de la de san Benito por Carlomagno y sus sucesores, a principios del siglo IX, compitió con éxito con la benedictina, a pesar de ser mucho más rigurosa y de hacer mucha más insistencia en las prácticas ascéticas.

3.- LOS ORIGENES DEL MONACATO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA.

Gran parte de los historiadores y escritores europeos sobre el tema del monacato tienden a ignorar la existencia de un monaquismo hispánico anterior a la introducción de la regla de san Benito. Solamente la figura y la obra de san Isidoro de Sevilla son contempladas en este tipo de trabajos, pero lo son como si se tratara de un hombre, de una vida y de una obra ajenas a su tierra y a su tiempo. Se acaba teniendo la impresión de que la Península Ibérica era un territorio pagano y totalmente ajeno a la cultura cristiana y a la evolución del monacato, hasta que los cluniacenses se asentaron en el Camino de Santiago y controlaron el mismo, es decir, hasta la segunda mitad del siglo XI. Una excepción a este desierto monacal sería el monacato catalán de los siglos IX y X y este, evidentemente, no pasaría de ser una prolongación geográfica del monacato franco. Sin embargo, durante los siglos previos al monopolio cluniacense sobre el monacato europeo, es en la Península Ibérica donde la Iglesia de Occidente llega a su máximo desarrollo teológico y litúrgico y donde aparecen las formas de monaquismo más originales y más frecuentes.
Las primeras noticias del monaquismo en España se remontan también al siglo IV.
Sabemos que al iniciarse el siglo IV la Iglesia española, surgida probablemente de la propagación del cristianismo desde el Norte de África y unida a la Iglesia africana en muchos aspectos, era ya pujante, sobre todo en la Bética y en la Cartaginense, y mostraba su vitalidad con numerosos mártires, con destacados escritores y con un elevado número de ascetas y de vírgenes. Como en el resto de la Iglesia son también aquí precursores del monaquismo los ascetas y las vírgenes.
Entre el año 300 y el 305 se celebró en Elvira (Ilíberis), en el término de la actual Granada, un concilio peninsular al que asistieron diecinueve obispos, veinticuatro presbíteros y numerosos diáconos y fieles. Algunos de los presbíteros eran representantes de sus respectivos obispos, ausentes por diversas razones, entre las que probablemente también figuraba la de que aun estaba en vigor en algunas comarcas un edicto de Maximiano que prohibía la práctica del cristianismo. En los más de ochenta cánones de este Concilio los asistentes, predominantemente representantes de las regiones en las que la Iglesia estaba más extendida, es decir de la Bética y de la Cartaginense, intentaron dar una especie de "constitución" cristiana a la sociedad española de la época, haciendo más hincapié en la moral y la disciplina que en el dogma. De los cánones del Concilio de Elvira se deduce que la iglesia española había alcanzado un alto grado de desarrollo y que en su seno el ascetismo cristiano, la virginidad y la castidad no eran fenómenos esporádicos sino que eran formas de vida bastante frecuentes. Uno de los cánones del concilio ordena castigar severamente a la vírgenes incontinentes, pues se considera que la virgen que quebranta su promesa de castidad comete adulterio y es infiel a Cristo de quien es esposa. Precisamente es el canon XXXIII de este Concilio, el que impone por vez primera en la Iglesia católica el voto de castidad, no sólo a los obispos, sino también a todos los clérigos. No especifica el Concilio cuales eran las prácticas ascéticas que practicaban los cristianos de la Península, pero no parece aventurado suponer que entre ellas figuraban ya las prácticas cenobíticas y, sobre todo, eremíticas, tan difundidas por aquel entonces por Egipto. Algunos rincones recónditos de la geografía española que han servido siempre de refugio para anacoretas y santones pudieron también ser ocupados en aquel entonces para este fin. Recordemos los refugios de Albelda, La Cogolla y Nájera, en La Rioja; los valles de Liébana y de Valderredible, en Cantabria; Bagá (San Lorenzo), Les Maleses y Pinsent, en Cataluña; Rocas, en Galicia, y Bocairente, en Valencia.
Parece ser que dos de las máximas figuras del episcopado español de mediados del siglo IV, Osio de Córdoba y san Gregorio de Elvira fueron defensores, promotores e incluso practicantes de un sistema de vida ascético y premonacal.
Osio, obispo de Córdoba, que nació hacia el año 256, probablemente en dicha ciudad, es considerado el primer Padre de la Iglesia en España y ha sido llamado el "Atanasio de Occidente" y el "Príncipe de los Concilios". A partir del año 295 ocupó la sede episcopal de Córdoba y como obispo de esta diócesis participó en el citado concilio de Elvira, al iniciarse el siglo IV. Durante la persecución de Diocleciano fue desterrado pero se convirtió poco después en consejero de Constantino el Grande, en cuya conversión al cristianismo tuvo, al parecer, participación. Intervino en los concilios de Arlés, del año 314, y de Alejandría, del año 324, presidiendo después el ecuménico de Nicea, del 325, que condenó la doctrina de Arrio. A la muerte de Constantino fue perseguido por su hijo Constancio II, que favoreció la corriente arriana, pero Constante I, que se quedó con el gobierno de Occidente, le permitió regresar a la Bética y ocupar nuevamente su sede. En el 343 participó con otros obispos españoles en el concilio de Sárdica y en el 355, como consecuencia del concilio de Milán, favorable al arrianismo, fue depuesto y desterrado a Sirmio (Hungría) donde, dada su avanzada edad, fue "convencido" para que aceptara la profesión de fe llamada "Segunda fórmula de Sirmio", profesión encubierta del arrianismo. Esto le permitió volver a su sede, donde murió, en el año 357, después de prohibir a sus fieles el uso de la profesión de fe de Sirmio. Los ortodoxos le veneran como santo y celebran su fiesta el 27 de agosto, pero los luciferianos lograron que su nombre fuera borrado de la lista de santos en la liturgia de la Iglesia occidental. Se atribuyen a Osio el "Símbolo de Nicea" y muchos de los cánones del Concilio de Sárdica.
En el "Menologio de los Griegos", colección de vidas de santos dispuestas según el orden de los días de la semana, que fue redactada para el emperador griego Basilio II a finales del siglo X y que fue publicada en el año 1927 por el cardenal Alexandro Albani, se afirma que Osio abandonó el mundo y se hizo monje. De ser cierta esta afirmación, y no tenemos por qué dudar de la veracidad de su contenido, el sabio obispo cordobés sería también el padre o patriarca de los monjes españoles. Según parece el ejemplo de Osio fue seguido por una hermana suya para quien él escribió la obra "De Laude Virginitatis", en la que se hacía un encendido elogio de la virginidad. La obra no ha llegado hasta nosotros pero fue leída por san Isidoro de Sevilla que la cita como modelo de estilo y de doctrina.
De san Gregorio de Elvira, que debió nacer a principios del siglo IV, son escasos los datos biográficos que tenemos. En el año 357, con motivo de la aceptación por Osio y Potamio de la Segunda Fórmula de Sirmio, defensora del arrianismo, san Gregorio arremetió contra ambos. Su extremado rigorismo, heredado tal vez del espíritu del concilio de Elvira, le llevó a militar en la corriente luciferiana y en consecuencia a no aceptar las decisiones del concilio de Alejandría del año 362, que ordenaba la admisión en la Iglesia, con las mismas facultades y cargos que tuvieron, a los que abjuraran del arrianismo. Al parecer, Gregorio visitó en Cerdeña a Lucifer de Cagliari, jefe de la doctrina rigorista, y a la muerte de este, se convirtió en el máximo representante de la doctrina luciferiana. Según san Jerónimo, en el año 392 vivía aun san Gregorio, pero era ya un anciano de edad muy avanzada. El Martirologio Romano celebra su fiesta el día 24 de abril. Según el historiador agustino Enrique Flórez, además de defender el rigorismo y el ascetismo en sus escritos, san Gregorio organizó una comunidad de vírgenes junto a su basílica episcopal de Elvira, hoy Granada.
A mediados del siglo IV se tuvieron que notar en la Península, al igual que en el resto del Imperio, los efectos del Edicto de Milán, relativos a la mayor difusión de los sistemas de vida monacales, tanto los de los anacoretas, como los de los cenobitas. Según la tradición, los padres de san Dámaso, el papa que gobernó la Iglesia desde el año 366 hasta el 384 y que sin duda era español de origen aunque educado en Roma, se separaron y se retiraron para practicar el ascetismo, después de muchos años de vida conyugal. También se consagró a Dios mediante la práctica de la virginidad y del ascetismo, pero desde su adolescencia, una hermana de san Dámaso llamada Irene. En la segunda mitad del siglo IV está ya documentado un comportamiento similar, es decir, la práctica del ascetismo y el retiro de la sociedad, por parte de varios nobles hispano romanos de la Bética y de la Tarraconense. San Jerónimo, en una de sus cartas (en la LXXI), habla de Lucinio y Teodora, un matrimonio de la Bética que guardaba permanentemente la continencia sexual, daba frecuentes y grandes limosnas a los necesitados y se dedicaba fundamentalmente a la lectura de las Sagradas Escrituras.
De cualquier forma no se puede hablar aun de la existencia de monasterios propiamente dichos en esta época; la vida comunitaria, elemento esencial del monacato cristiano occidental, no parece estar presente en la mayor parte de los citados casos de ascetismo o de virginidad.
Sin embargo, poco después de la muerte de san Antonio Abad, es decir, hacia el año 360, llegó a las costas de la Bética un eremita egipcio llamado Marco que difundió rápidamente por la Bética y por parte de la Lusitania y de la Cartaginense las doctrinas y las costumbres de algunos anacoretas de los desiertos de Menfis, cercanas aquellas probablemente al maniqueísmo
Estas ideas y estas prácticas sirvieron al parecer a Prisciliano como componente esencial para la creación de la más importante corriente heterodoxa del cristianismo que se ha dado en suelo peninsular, el priscilianismo, así como del primer movimiento monacal importante de la Hispania. Prisciliano nació probablemente en Galicia, hacia el año 340 y en una familia acomodada. Practicaba, al parecer, desde muy joven la magia y fue instruido en las doctrinas gnósticas por el retórico Elpidio y por su compañera la noble Ágape. Incorporando a su formación las doctrinas y las costumbres propagadas por el egipcio Marco, fundó una secta que, desde el punto de vista doctrinal, no admitía la distinción de personas en la Santísima Trinidad y negaba la Encarnación de Jesucristo, y, desde el punto de vista moral y litúrgico, resultó un claro precedente del monacato cenobítico pues, a parte de incluir la práctica de un ascetismo riguroso en el que el ayuno y la abstinencia de carnes eran casi permanentes, suponía también un alto grado de retiro de la sociedad, así como la constante o periódica práctica de la vida comunitaria en villas o mansiones rurales, a veces sin separación de sexos, para dedicarse principalmente a actividades litúrgicas no siempre acordes con las que eran usuales en las comunidades cristianas ortodoxas. El priscilianismo se propagó rápidamente por gran parte de la Península, en especial por Galicia, la Lusitania y la Bética, a pesar de que pronto fue condenado por algunos prelados, como Higinio, de Córdoba, e Idacio, metropolitano de Mérida. El concilio de Zaragoza del año 380 dedicó algunos de sus cánones a condenar las doctrinas y, sobre todo, las prácticas morales priscilianistas. Es precisamente en el canon VI de dicho concilio donde se emplea por vez primera en un documento hispánico la palabra monje. Condenaba este canon la conducta de los clérigos que por vanidad decidían seguir una regla monástica; es fácil deducir de este canon que, paralelas a las prácticas ascéticas priscilianistas, eran ya frecuentes en la Península prácticas monacales consideradas ortodoxas u oficialistas. Pero la condena del priscilianismo realizada por el concilio de Zaragoza no dio los resultados esperados y el priscilianismo siguió ganando adeptos en la Península y en las Galias. Entre estos adeptos figuraban Instancio y Salviano que, al parecer, eran obispos respectivamente de Coria y Salamanca y que consagraron obispo de Ávila al propio Prisciliano. Ante esta situación la Iglesia oficial hispanorromana recurrió al poder imperial, acusando a los priscilianistas de maniqueísmo, cuyas prácticas estaban prohibidas por la ley secular. Por orden de Graciano los obispos priscilianistas fueron separados de sus diócesis y juntamente con sus más destacados seguidores se vieron obligados a exiliarse en las Galias. Allí lograron que las autoridades imperiales dejaran temporalmente en suspenso todas las disposiciones sancionadoras anteriormente dictadas. Decidieron entonces los priscilianistas trasladarse a Italia y recurrir al papa San Dámaso, pero este no les recibió. Para dar una solución definitiva al problema el emperador usurpador Máximo, al que recurrieron los jerarcas priscilianistas, convocó un sínodo en Tréveris, en el año 385, del que Prisciliano y algunos de sus seguidores salieron convictos de costumbres inmorales y maniqueas y, en consecuencia, fueron condenados a muerte y ejecutados por la autoridad imperial.
Las doctrinas y, sobre todo, las costumbres priscilianistas siguieron profundamente arraigadas en la Península, hasta el punto de que el concilio de Braga del año 563, celebrado, por tanto, casi dos siglos después de la muerte de Prisciliano, dedicó aun parte de sus cánones a condenar el priscilianismo.
Al finalizar el siglo IV las noticias documentadas sobre la existencia de un monacato organizado en la Península son ya numerosas.
- La célebre peregrina Egeria, o Eteria, autora de la obra "Peregrinatio ad Loca Sancta", o “Itinerarium Egeriae”, en la que narra, para las monjas de su monasterio, un viaje realizado por ella misma a los Santos Lugares a finales del siglo IV, del año 381 al 384, parece ser era abadesa en un monasterio femenino que debió estar situado en el Bierzo, según se deduce de su perfecto conocimiento de los textos bíblicos y de los modismos que emplea en el texto latino del relato; confirma este supuesto una carta de Valerio del Bierzo, hacia el 680. Egeria pudo ser pariente del emperador Teodosio I, también de origen hispano, pues viajó con un visado que le permitía utilizar el “cursus publicus”, los servicios del correo imperial, en su peregrinación pasó por Constantinopla, Siria, Jerusalén, Egipto, Palestina, nuevamente Egipto (el Sinaí), otra vez Jerusalén, Antioquía, Mesopotamia y otra vez Constantinopla
- En el mismo año en el que Sínodo de Tréveris condenaba a Prisciliano, en el 385, el papa san Siricio, sucesor de san Dámaso, contesta, en un documento considerado como la primera Decretal conocida, a una serie de consultas realizadas por Himero, obispo de Tarragona. Entre las aclaraciones doctrinales que aparecen en este documento figuran la de que las monjas y los monjes que no guarden la castidad, o pretendan casarse, sean excluidos de los actos claustrales y de los actos litúrgicos comunitarios y hagan penitencia encerrados en sus celdas; también se ordena que todos los monjes se incorporen al estado clerical. Si tenemos en cuenta que este documento es una respuesta a una consulta realizada por un obispo de la Tarraconense, resulta evidente que las comunidades monacales organizadas eran ya abundantes en la Tarraconense en esa época.
- A finales del siglo IV, un monje gallego llamado Baquiario fue acusado de priscilianismo y se vio obligado a exiliarse fuera de España. Estando en el exilio tuvo noticias de que un monje amigo suyo había abandonado el claustro para unirse sentimentalmente con una religiosa y que cuando, arrepentido ya, quiso volver al monasterio, su abad Januario, el resto de la comunidad, así como su familia, se negaron a acogerle. Con este motivo, en el tránsito del siglo IV al V escribió Baquiario el opúsculo "De Reparatione Lapsi ad Januarium" que contiene dos cartas, una dirigida al abad y que en materia penitencial es un precioso texto y otra dirigida al monje exclaustrado, quien probablemente se llamaba Evagrio pues en algunos manuscritos el opúsculo citado recibe el nombre de "Objurgatio in Evagrium".
- Por otro lado, un concilio celebrado en Toledo en el año 400 prohíbe a las vírgenes consagradas a Dios y que vivan en una comunidad religiosa, tener familiaridad con varones.
El poeta hispanorromano Orencio, que regentó durante años la sede episcopal de Auch (Gers, Francia), y que es el autor de "Commonitorium Poeticum", obra escrita entre el año 406 y el 410, alaba las excelencias de la vida monástica, que él mismo había practicado en los montes de Cantabria, o de Vasconia, antes de ser elegido obispo.
- En el 419, en una carta de Consensio a san Agustín (Epístola XI,2.1), se menciona a un monje antipriscilianista llamado Frontón que era abad de un monasterio fundado por el mismo en las afueras de Tarragona.
Todo ello nos permite afirmar que a principios del siglo V el monacato con todas sus características esenciales, es decir, la práctica del ascetismo, la vida retirada de la sociedad, la convivencia bajo un mismo techo, la obediencia a un superior y la dedicación predominante a la oración o a las actividades litúrgicas, era ya, sin duda alguna, una práctica habitual y organizada en la iglesia hispanorromana y en toda la Península.
También se puede afirmar que para esas fechas el monacato femenino era ya una forma de religiosidad bastante frecuente en España, aunque sin duda no se había logrado erradicar aun el fuerte rechazo y la desconfianza que el cristianismo primitivo sentía por el sexo femenino al que consideraba aliado del diablo.
4.- EL MONACATO EN ESPAÑA DURANTE LAS INVASIONES BÁRBARAS

Durante todo el siglo V y gran parte del VI toda la Europa Occidental presenta un panorama desolador, tanto desde el punto de vista religioso como del cultural y económico; los llamados pueblos "bárbaros" recorren los territorios del Imperio Romano de Occidente saqueando, incendiando o destruyendo todo cuanto encuentran a su paso.
En el año 406 los vándalos asdingios, los vándalos silingios, los alanos y los suevos cruzaron el Rhin para, tres años más tarde, invadir la Península Ibérica por la que se repartieron. En el 413, los visigodos, con su rey Ataulfo a la cabeza, se asientan en el sur de las Galias y crean el reino federado de Tolouse. Entre el 415 y el 418, los visigodos, como aliados del emperador Honorio y de su adjunto Flavio Constantino, realizaron varias incursiones por España, derrotando y dispersando a los vándalos silingios en la Bética y a los alanos en la Cartaginense Interior y en la Lusitania.
Empujados en parte por los francos van poco a poco los visigodos adentrándose en la Península, de la que terminan por expulsar a vándalos y alanos y en la que logran arrinconar a los suevos en Galicia, en el Bierzo y en el norte de Portugal. A partir del año 454 se produjo un importante asentamiento de visigodos en la Meseta, sobre todo en la Tierra de Campos que, precisamente por ello, será conocida después durante siglos como "Campi Gothorum", o "Campos Góticos".
En el año 476 el último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, es depuesto por el mercenario hérulo Odoacro. Finaliza entonces su existencia el Imperio Romano de Occidente y se agudizan en todos sus territorios las luchas entre los diversos pueblos "bárbaros", así como las destrucciones, las graves crisis económicas y la inestabilidad general de las décadas anteriores.
En la Península, en la segunda mitad del siglo VI, se consolida el reino suevo en Galicia, se asientan los bizantinos en Levante y, después de largas luchas entre los visigodos, definitivamente expulsados de Francia por los francos, y los ostrogodos, llegados de Italia, se crea, en el año 572, el reino visigodo de Toledo, que acaba controlando el resto del territorio, es decir, las dos Mesetas, Cataluña y el Norte de España, excepto Galicia y sus comarcas limítrofes.
Lógicamente, durante este siglo y medio de invasiones, guerras y saqueos el monaquismo hispánico sufrió la destrucción de la mayor parte de sus monasterios, el martirio de algunos de sus monjes y, sobre todo, la secularización y el exilio de otros muchos, ya que la mayor parte de los pueblos bárbaros que sucesivamente penetraron en la Península, o profesaban el arrianismo, como era el caso de los visigodos, o permanecían en el paganismo, como era el caso de los suevos. Pero a pesar de todas estas vicisitudes la institución monástica permaneció viva y activa durante esta larga etapa; de lo contrario sería inexplicable el prodigioso desarrollo del monacato que se produjo en la Península a partir de la segunda mitad del siglo VI.
Precisamente durante este período de invasiones y de luchas por el dominio territorial y político, tanto la Iglesia como el monaquismo hispánico recibieron numerosas e importantes aportaciones de la cultura y de las instituciones monásticas de la Galia, de Italia, del Norte de África y de Bizancio.
De Francia, durante el siglo V, llegaron numerosos escritos de carácter ascético, como las "Institutiones" y las "Collationes" de san Juan Casiano, así como la obra teológica "Commonitorium" de san Vicente de Lérins, que se difundió por todos los monasterios de Europa; ya en la primera mitad del siglo VI, se introdujeron los tratados y homilías de san Cesáreo de Arlés.
De Italia, también durante la primera mitad del siglo VI, entraron los himnos y la autobiografía de Enodio de Pavía, los estudios filosóficos de Boecio y, poco más tarde, los tratados históricos y filosóficos del calabrés Casiodoro.
Del Norte de África, a cuyas Iglesias permaneció fuertemente ligada la Iglesia peninsular, llegaron numerosas copias y traducciones de los grandes autores del mundo clásico, así como las obras de san Agustín y de otros escritores cristianos.
Bizancio, que dominó durante un tiempo todo el comercio exterior de la Península, aportó a la Iglesia de la Península y al monacato de la misma importantes elementos del arte, de la literatura y de la liturgia orientales. Clérigos bizantinos, por otra parte, ocuparon a veces importantes cargos eclesiásticos en la Iglesia hispánica, como es el caso de Paulo y Fidel, que presidieron sucesivamente la sede episcopal de Mérida a mediados del siglo VI.
Desde el punto de vista de la práctica monástica también recibió la Península significativas aportaciones del exterior.
Del Norte de África, a finales del siglo V, huyendo de las persecuciones religiosas provocadas por los vándalos asdingios, arribó a las costas de la Bética san Nucto, o Nancto, que, subiendo por el Guadiana, se estableció en Mérida, donde fundó un monasterio, probablemente el de Santa Eulalia, en el que, a mediados del siglo VII, un monje escribió la obra "Vitae Patrum Emeritensum", en la que entre otras biografías aparece la del propio san Nucto; según parece, el santo todavía opinaba que ser visto con una mujer era similar a ser mordido por una víbora lo que, a parte del símil bíblico, indica el concepto que el abad tenía de la mujer, concepto bastante común en la iglesia primitiva que veía a la mujer como la aliada del diablo. También del Norte de África, huyendo del caos provocado por los bereberes en los territorios bizantinos, llegó a las costas levantinas, hacia el año 570, según algunos, y mucho antes, según otros, el abad san Donato, acompañado de setenta monjes y portando una abundante y selecta biblioteca. Con la ayuda de una noble dama llamada Minicea fundó, en la diócesis de Arcávica (Cañaveruelas, Cuenca), el monasterio Servitano, cuya ubicación ponen algunos en Játiva (Valencia), pero que debió la de la propia ciudad romana de Arcávica . Según san Ildefonso, san Donato escribió para este monasterio una regla, que no ha llegado hasta nosotros. Los milagros atribuidos a su fundador dieron pronto celebridad a este cenobio, que se convirtió en una de las más importantes escuelas monacales de Occidente. A la muerte de san Donato fue nombrado abad del monasterio Eutropio, consejero del príncipe Recaredo cuando este se instaló su palacio y su corte en Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara), cerca del monasterio. Esto motivó que Eutropio fuera perseguido por el rey Leovigildo y que, a la muerte de este, fuera la principal figura del III concilio de Toledo, después de san Leandro. Eutropio adquirió fama por su ciencia y por su virtud y escribió el precioso tratado "De Disciplina Monachorum", en el que se defiende ante Pedro, obispo de Ercávica, de las acusaciones que le hacen algunos monjes que habían abandonado el claustro; después del III concilio de Toledo, Eutropio fue nombrado obispo de Valencia. También fueron monjes del monasterio servitano Severo, obispo de Málaga, y Luciano, obispo de Cartagena. El primero sufrió destierro durante la persecución de Leovigildo, del año 584 al 586, y escribió un tratado sobre la virginidad dedicado a una hermana suya; tampoco ha llegado hasta nosotros el texto de dicho tratado. El segundo conoció a san Leandro en un viaje que realizó a Constantinopla, entre el año 580 y el 583, y sostuvo amistad y correspondencia con el papa san Gregorio Magno y con Eutropio, siendo aun este abad del Servitano.
Desde Italia, en la primera mitad del siglo VI, hacia el año 522, llegó a la Tarraconense, con la idea de predicar la fe católica a los arrianos, el monje san Victoriano, o Victorián. Posiblemente practicó la vida eremítica en las faldas de la Peña Montañesa, en la orilla izquierda del río Cinca, en la provincia de Huesca, donde pronto fue acompañado por otros muchos ascetas atraídos por su fama de santidad, fama que motivó que fuera nombrado abad del monasterio de San Martín de Asán, fundado por el rey godo Gesaléico, entre Ainsa y Huesca, en el año 506. San Victorián obligó a todos los anacoretas y eremitas residentes en la zona a vivir en comunidad en el interior de varios monasterios que fundó para este fin, haciendo depender de su autoridad abacial a sus superiores, como más tarde harán los abades benedictinos con los superiores de sus prioratos. También hizo observar a todos sus monjes una de las dos reglas que, al parecer, escribió para ellos y que también se ha perdido.
A la muerte de san Victorián, hacia el año 557, el monasterio de San Martín de Asán era, y lo seguirá siendo en los siglos inmediatos, una de las más importantes escuelas monacales de Occidente.
De Bizancio, pasando por Roma y por Francia, llegó también a la Península san Martín de Dumio. Nacido en Panonia (Hungría), hacia el año 515, se educó en Constantinopla y peregrinó a Tierra Santa, donde profesó en un monasterio. Pasando por Roma, peregrinó a Tours (Francia) para visitar la tumba de su compatriota san Martín. Desde allí, por el Mar Cantábrico, llegó a Galicia, hacia el año 550, con el objetivo de predicar la fe ortodoxa entre los suevos arrianos. En Dumio ("dumio" = monte de zarzas), cerca de Braga, acompañado de varios anacoretas fundó un monasterio bajo la advocación de San Martín de Tours, su santo preferido. En el año 556 este monasterio se convirtió en sede episcopal y, san Martín de Dumio, en su primer obispo.
Las predicaciones y la vida ejemplar de san Martín lograron que en el año 560 el rey suevo Teodomiro y gran parte de su pueblo abrazaran la ortodoxia de la Iglesia de Roma y que, un año más tarde, se convocara el I concilio de Braga, en el que san Martín participó activamente.
En el año 570 es nombrado san Martín obispo de Braga, convertida en sede metropolitana de toda Galicia. Como tal presidió el santo el II concilio de Braga, en el año 572. Durante su episcopado fundó san Martín varios monasterios y él mismo siguió practicando la vida monacal hasta su muerte, acaecida el 20 de marzo del año 580. Fue enterrado en Dumio pero, en el año 1606, sus restos fueron trasladados a Braga. Fue san Martín uno de los hombres más cultos de su época en Occidente pues conocía las obras de Aristóteles, Cicerón, Virgilio, san Agustín y, sobre todo, de Séneca, en quien se inspira demasiado frecuentemente, hasta el punto de que durante la Edad Media muchos de los códices de las "Sententiae" del santo de Dumio fueron atribuidos a dicho autor latino por lo que, durante el Renacimiento, alcanzaron gran difusión. También admiraba san Martín las obras de Nicetas de Remesiana, compatriota suyo, y de Sidonio Apolinar, obispos ambos en las Galias durante el siglo V. Escribió san Martín numerosas obras de carácter moral y ascético. En relación con el monacato y para uso de los monjes de los monasterios por él fundados redactó las citadas "Aegyptiarum Patrum Sententiae", especie de regla muy rudimentaria compuesta con sentencias atribuidas a los primeros monjes orientales. Por otra parte, mandó a su discípulo Pascasio de Dumio que tradujera del griego al latín la obra anónima del siglo V "Verba Seniorum" o "Vita Patrun", colección de vidas ejemplares de monjes famosos; esta versión, que se difundió por todos los monasterios españoles y franceses durante la Edad Media, fue publicada en 1615 por el holandés Heribert Rosweyde y nos permite conocer el contenido de aquella obra, pues el original griego se ha perdido.
Los escritos de san Martín eran conocidos en muchos monasterios franceses del siglo IX y hay constancia de que también eran conocidos en las abadías benedictinas alemanas de Fulda (Hesse) y de Reichnau (Waden-Württemberg), fundadas en el siglo VIII. A esta última pudo llevarlos su fundador san Pirmino, que era de origen hispano y que escribió una obra que recoge fielmente los contenidos del "De Correctione Rusticorum", el catecismo popular redactado por san Martín.
San Martín, por otra parte, trató de aclimatar a sus monasterios las costumbres monacales de Oriente. Predica a sus monjes la penitencia y el arrepentimiento, el permanente temor de Dios, teniendo siempre presente la muerte; el estoicismo en la conducta, con el desprendimiento total de los bienes materiales; el trabajo habitual, evitando los tiempos de ocio; la rigurosa abstinencia y, sobre todo, el rezo periódico de salmos e himnos y el silencio.
El monasterio de Dumio fue una importante escuela monacal en la que se estudiaban los autores ascéticos y la lengua griega y en la que se traducían al latín autores griegos, tanto clásicos como helenísticos.
Pero este renacer del monacato en la época previsigoda no tiene como causa única, ni principal, las aportaciones monásticas foráneas que acabamos de reseñar, pues, desde finales del siglo V, el monaquismo, tanto en sus prácticas eremíticas como en las cenobíticas, había renacido ya de forma autóctona en la Península.
En el último tercio del siglo V se difundió por la Península la "Regula Consensoria Monachorum", con claras reminiscencias priscilianistas y, por tanto, típicamente hispánica.
En los primeros años del siglo VI, Juan, obispo de Tarragona, fundó un monasterio para varones junto a la iglesia episcopal; otro tanto hizo su sucesor Sergio, a quien Justo, obispo de Urgel, dedicó la obra "Libellus Exposittionis in Cantica Canticorum".
Por la misma época, existía ya en Valencia un monasterio dedicado al mártir san Vicente; en él se educó y de él fue abad Justino, o Justiniano, que fue obispo de esa diócesis del año 531 al 546. Probablemente fuera este monasterio el origen del monasterio cisterciense de San Vicente de Roqueta.
El foco más importante del monaquismo hispánico lo funda el eremita san Millán de la Cogolla, cuya vida nos narró san Braulio. San Millán nació en Berceo (Rioja) hacia el año 475. A la edad de veinte años decide abandonar el pastoreo y hacerse discípulo de san Felices, anacoreta que residía en las ruinas de la fortaleza de Bilibio, en las Conchas de Haro, en la orilla izquierda del río Ebro, no lejos de Berceo. Cinco años más tarde, san Millán abandona a san Felices y comienza a practicar la vida eremítica en unas cuevas de La Cogolla, también en las cercanías de Berceo. Pero la soledad le resultó imposible pues, al igual que le ocurriera a san Antonio Abad, gran número de personas de ambos sexos acudieron al lugar con la intención de ser sus discípulos y de imitarle en sus prácticas ascéticas y en la búsqueda de la perfección.
La fama de san Millán llegó a oídos de Didimio, el obispo de Tarazona, quien le medio obligó a ordenarse sacerdote y aceptar un cargo parroquial, el de cura de Bergegio. Lógicamente san Millán resultó un mal administrador y terminó donando a los pobres todos los bienes parroquiales. Esto motivó algunas denuncias por parte de otros sacerdotes y el obispo, "inflamado por la antorcha de la ira", separó al santo del cargo y del ministerio pastoral. Volvió san Millán a su retiro, donde pasó el resto de sus días rodeado de una comunidad de seguidores de ambos sexos entre los que figuraban Citonato, Geroncio, Acisclo y Sofronio, así como las mujeres Patomia y Oria. Murió el santo el año 574, a punto de cumplir los cien años de edad. Aun es posible descubrir en el actual recinto del exmonasterio de San Millán de Suso (San Millán de la Cogolla. La Rioja) las cuevas en que habitaron estos anacoretas, así como algunas de sus rústicas sepulturas y algunas de las piedras pertenecientes al oratorio en el que se reunían para celebrar las ceremonias religiosas. La comunidad eremítica creada en torno a la figura de san Millán fue el origen del monasterio benedictino de San Millán de la Cogolla (Rioja).
El monaquismo de san Millán presentó características muy especiales y un tanto heterodoxas pues careció de una "regla" propiamente dicha y fue dúplice. La primera no debía ser una anomalía en aquellas fechas, a pesar de que en ellas eran ya perfectamente conocidas en toda Europa y también en España, las normas monásticas de san Agustín, de Pacomio, de Casiano, de san Basilio e incluso de san Benito; la segunda, la de tratarse de un monaquismo en el que suelen convivir hombres y mujeres en un plano de igualdad, aparece probablemente por vez primera aquí sin la oposición clara de la Iglesia oficial, pues anteriormente esta práctica había sido condenada repetidas veces en diversos concilios y ya hemos visto el concepto que de la mujer tenía el abad san Nucto. Los monasterios dúplices también se dieron en otros países, pero no de forma tan sistemática como en España, donde se prodigaron por todas sus regiones hasta el siglo XIII. Ambas características pudieran ser resultado directo de la herencia de las costumbres priscilianistas, nunca totalmente desarraigadas de nuestro suelo. Choca claramente este sistema de monasterios dúplices y carentes de reglas concretas con toda la tradición eclesial, que jamás ha considerado a la mujer como igual al hombre en la práctica litúrgica, en las prácticas ascéticas y en las formas de vida tendentes a la búsqueda de la perfección y que, por otra parte, siempre ha visto con malos ojos las conductas ascéticas ajenas al control del episcopado y de las "normas" oficiales.
Otro foco del monaquismo hispánico se produjo, según la tradición, en la comarca montañesa de Liébana (Cantabria). Al parecer, entre el año 509 y el 523, el noble palentino Toribio (santo Toribio de Palencia) y otros cinco compañeros se retiraron a las faldas del monte La Viorna, en las cercanías de Potes, para practicar vida de anacoretas en cuevas o ermitas repartidas por el entorno. Aunque muy transformadas en tiempos posteriores, o como simples ruinas, se conservan aun hoy día algunas de ellas (la Cruz de Piedra, San Lázaro, San Juan de la Casería, la Magdalena, San Pedro, los Ángeles, Santa Catalina, San Miguel y Cueva Santa). En la Cueva Santa, excavada en parte en la roca, es donde según la tradición se retiraba santo Toribio para hacer penitencia. La tradición monástica de estos lugares se ha mantenido ininterrumpidamente a través del monasterio de San Martín de Turieno, que tomará más tarde el nombre de Santo Toribio de Liébana.
De cualquier forma y prescindiendo de aquellos cenobios cuya existencia está solamente basada en tradiciones, se puede afirmar que, a mediados del siglo VI, existían en nuestra Península, al menos dos monasterios en Toledo, el Agaliense y el de San Félix; dos en Zaragoza, de los que uno de ellos era el de Santa Engracia; dos en Valencia, uno de ellos era el de San Vicente de Roqueta; dos en Tarragona y cercanías; uno en Sevilla; varios en Braga y cercanías, uno de ellos era el de Dumio; varios en Huesca, de los que Assán era uno de ellos; dos en Mérida y cercanías, de los que Santa Eulalia era uno de ellos; uno en Burgos, varios en Galicia, entre ellos San Esteban de Ribas de Sil, fundado según la tradición por el propio san Martín de Dumio hacia el 550, y San Pedro de Rocas, permanente foco de eremitismo desde la época romana, y uno en la diócesis de Ercávica, el Servitano. No siempre ha sido posible la localización exacta de algunos de estos monasterios documentados con anterioridad a la segunda mitad del siglo VI pero no caben dudas de su existencia.

BIBLIOGRAFÍA
------------

ALTANER, B.: "Patrología". Madrid, 1944.

BERTRAND, L. :”San Agustín”. Madrid, 1961.

BOUYER, L.: "Le sens de la vie monastique". Turnhaut, 1950.

CABRERA, Jª.:”Estudio sobre el priscilianismo en la Galicia antigua”. Granada, 1973.

COLOMBAS, G.M.: "El monacato primitivo". (2 vols). Madrid, 1975.

CHADWICK, H. : “Prisciliano de Ávila”. Madrid, 1978.

DATTRINO, L. : “Il primo monachesimo”. Roma, 1984.

FESTUGIÈRE, A.J.: "Les Moines d´Orient". Paris, 1961.

KNOWLES, D.: "El monacato cristiano". Madrid, 1969.

LABOA, J. Mª (Editor): “Atlas Histórico de los Monasterios. El Monacato Oriental y Occidental”. Madrid, 2002

MANRIQUE, A.: "La vida monástica en San Agustín". El Escorial, 1959.

MASOLIVER,A.: "Història del monaquisme cristiá".(3 vols.) Montserrat, 1978.
MORAIN, G.: "El ideal monástico y la vida cristiana de los primeros días". Montserrat, 1931.

MOURRE, M.: "Histoire vivante des Moines, des Pères du Désert à Cluny". París, 1965.

OLARTE, J.B. y otros: "San Millán de la Cogolla". Madrid, 1976.

PRISCILIANO: “Tratados y cánones”. Madrid,1975.

QUASTEN, J.: "Patrología". (2 vols.) Madrid, 1961.

QUEFFELEC, H.:”San Antonio del Desierto”. Barcelona, 1957.

TERÁN, D.:”Prisciliano, mártir apócrifo”. Madrid, 1985.

TURBESS, G.: "Ascetismo e monacheismo prebenedittino". Roma, 1965.

VACA, C.:”La vida religiosa de San Agustín”. Madrid, 1963.

WOLTER, M.: "La vida monástica". Madrid, 1957.

VV.AA.:”Los orígenes del monacato”. Historia 16, nº 70. 1982.


== Véase también ==
== Véase también ==
* [[Shramana]]
* [[Shramana]]
* [[Fraile]]
* [[Fraile]]
* ((Los inicios del monacato ))


== Enlaces externos ==
== Enlaces externos ==

Revisión del 12:02 15 mar 2010

Muñecos de monjes

El monacato es la adopción de un estilo de vida más o menos ascético dedicado a una religión y sujeto a determinadas reglas en común.

Al miembro de una comunidad de hombres que lleva una vida monástica se lo denomina monje. Se rigen por las reglas características de la orden religiosa a la que pertenecen y llevan una vida de oración y contemplación. Algunos viven como ermitaños y otros en comunidad, a la que se llama monasterio.

La denominación no es exclusiva para los practicantes del cristianismo, pues existen equivalentes en muchas otras religiones. Particularmente las religiones orientales como el budismo, el taoísmo y el shintoismo confían a los monasterios y los monjes sus principales funciones religiosas.

Cristianismo

En la Iglesia Católica, los monjes están agrupados en lo que se conoce como clero regular, y pertenecen a órdenes monásticas, en oposición al clero secular o seglar.

La reforma protestante suprimió el monacato. En cambio, tanto en el catolicismo como en el cristianismo ortodoxo, el monacato tuvo y tiene gran importancia.

Monje en Thailandia

A partir del siglo V se difundió en Occidente el monacato, uno de los aportes más ricos de la Edad Media.

Véase también

Enlaces externos