Diferencia entre revisiones de «Valdenoceda»

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=== Memoria histórica ===
Delimita con la sierra de tudanca al oeste, con la meseta al sur y con la sierra de la tesla al norte
El pequeño pueblo de Valdenoceda que tiene 73 habitantes y un pequeño cementerio esconde un terrible pasado: cada vez que se excava una nueva tumba asoman los restos de uno o varios esqueletos humanos sepultados allí hace más de seis décadas. Permanecen enterrados a tan sólo un palmo de la superficie y corresponden a 153 personas, antiguos presos republicanos que murieron allí de hambre y de frío en la [[posguerra]] civil española, encerrados en una antigua prisión a orillas del [[río Ebro]].<ref>[http://www.elpais.com/articulo/espana/Quince/familias/reciben/restos/victimas/franquismo/elpepuesp/20100306elpepunac_4/ Quince familias reciben los restos de víctimas del franquismo]</ref>

José antonio Quintanilla Pardo y Juan María González Fernández de Mera eran unos de los más de 160 republicanos ubicados en la fosa del pueblo.

Juan María González Fernández de Mera murió el 14 de abril de 1941, justo 10 años después de la proclamación de la II República y el día en el que cumplía 50 años. Dejó solos a cuatro hijos y a una mujer analfabeta, como cuenta su nieto José María. Su delito: "Adhesión a la rebelión" por ser el conserje de la Casa del Pueblo de Ciudad Real, la manera del franquismo de negar su golpe de Estado contra el Gobierno republicano acusando a los vencidos de "traición".

José antonio Quintanilla Pardo, comandante del [[Bando republicano|Ejército de la República española]], condenado a muerte por su fidelidad a la República y por "rebelión", murió el 28 de febrero de 1941, con treinta y ocho años de edad a los 23 días de haber sido encarcelado en el siniestro campo de concentración de Valdenoceda. Antes, había pasado más de un año pudriéndose en las celdas de la no menos siniestra [[cárcel de Porlier]], convertida hoy en un Instituto religioso de Enseñanza situado en uno de los barrios burgueses de la capital. En él puede verse todavía, en uno de sus muros interiores, el águila franquista de la Cruzada. Allí ha permanecido, en medio de una indiferencia total, entre las marcas de las balas que son el único vestigio de aquellas ejecuciones.


En un tren de ganado Juan María González Fernández de Mera fue detenido al poco de terminar la guerra y llevado a la prisión de Valdenoceda en un tren de ganado con centenares de manchegos, de los que 62 perderían su vida a más de 400 kilómetros de sus hogares junto a decenas de madrileños, vascos, andaluces, gallegos, catalanes... Sus nombres, pero sobre todo el lugar y la forma en que murieron, han permanecido olvidados durante décadas, hasta que el nieto de Juan María comenzó a indagar.

"Mi padre hablaba muy poco sobre la muerte de mi abuelo, era un tema prohibido en casa", dice José María González, comercial de profesión y residente en [[Amorebieta]]. Pero la curiosidad pudo más. "Queríamos saber dónde había fallecido, y sobre todo qué delito había cometido", cuenta. La pista llevó pronto, a él y a su sobrino, hasta el juzgado de Valdenoceda. "Su nombre estaba en el registro de defunción, pero nos llamó la atención que, como él, había decenas de personas que murieron por las mismas causas: colitis epidémica o tuberculosis pulmonar".

Algo estremeció a José María: "No había ninguna tumba. A medida que morían, los enterraban en fosas comunes cerca del cementerio, ya que el sacerdote de entonces no permitía que los rojos compartieran sus tumbas con sus fieles". Estas tumbas, excavadas a toda prisa en un solar de unos 150 metros cuadrados, sin identificar y a tan sólo unos centímetros de la superficie, permanecieron olvidadas hasta que, en 1989, el cementerio se amplió, llegando a las antiguas fosas comunes. "Desde entonces, cada vez que se entierra a un vecino aparecen los restos de algún preso. En la mayoría de los casos simplemente se les enterraba encima, perdiéndose así la posibilidad de recuperar algún día los restos", relata.

Para evitarlo acudió al [[Gobierno vasco]]. Desde 2002, un decreto permite a los ciudadanos residentes en el País Vasco a solicitar los medios necesarios al Ejecutivo autonómico para rastrear, y en su caso recuperar, los restos de familiares ejecutados durante la Guerra Civil y el franquismo. De esto se ocupa la [[Sociedad de Ciencias Aranzadi]], cuyos colaboradores llegaron a Valdenoceda el pasado mes de abril. Allí "vimos muchos restos óseos entre la tierra movida y en la superficie que corren peligro cada vez que se produce un nuevo enterramiento", dice Jimi Jiménez, miembro de Aranzadi.

Sus propuestas para salvaguardar los restos son dos: o se impide la utilización del terreno como cementerio, dejando allí los restos, o se procede a una "exhumación ordenada", recomienda la asociación. Pero falta dinero. "Lo que queda es que los familiares sepan dónde están enterrados", afirma José María, con la esperanza de que "algún día se puedan identificar los restos y enterrarlos en sus ciudades y pueblos". Para ello cuenta con la ayuda del alcalde, el socialista Ángel Domingo Arce, quien garantiza que, mientras él sea alcalde, los restos no se perderán. Por el momento, una piedra en el cementerio con los nombres de los 153 fallecidos les recuerda.

Cada 14 de abril celebramos un homenaje", cuenta el regidor.Una ceremonia humilde a la que, la última vez, acudió un grupo de 12 personas algunas de ellas procedentes de Francia y de Canadá. Se trata de un pequeño logro que sabe a poco. Quedan muchas familias aún por localizar. José María no se rinde. "Ya hemos encontrado a 18", dice, "pero no hemos hecho más que empezar".

Decenas de restos siguen sepultados en el pequeño cementerio de la localidad burgalesa. Podrían ser de Eustasio Aparicio, natural de Colmenar Viejo (Madrid), y fallecido el 29 de abril de 1941; o de Alfonso de la Morena Prado, casado, natural de Aldea del Rey (Ciudad Real) y fallecido el 18 de agosto de 1940; o de Domingo Fernández de Acuña, nacido en Portugal y fallecido el 10 de febrero de 1942.

También había vascos, madrileños, aragoneses, andaluces e incluso de la misma provincia de Burgos, como Pedro Anollo Baranda, natural de Villarcayo, a pocos kilómetros de Valdenoceda, que murió en la prisión el 12 de septiembre de 1941. La lista llega hasta el 20 de agosto de 1943, última fecha en la que falleció un preso en el penal: Marcelino Tejero Domínguez, soltero y natural de [[Zorita]], en la [[provincia de Cáceres]].

Al menos ahora se sabe dónde están. "El interés de una familia por saber qué pasó con su abuelo ha sido determinante", asegura Jimi Jiménez. "Pasó a hacerse con un listado, y con el tiempo ha ido localizando a familiares. Así ha ido surgiendo el todo". El resultado: 153 personas rescatadas del olvido.

[[Ernesto Sempere]] era uno de los últimos supervivientes de Valdenoceda, "una prisión de exterminio", como la describía. La recordaba por su "crueldad" y sus duras condiciones de vida: frío, oscuridad y una ración de comida al día que consistía en "una alubia podrida flotando en un caldo sucio", y medidas disciplinarias criminales como encerrar a los presos en "celdas de castigo en el sótano, que con la crecida del Ebro se inundaban hasta la altura del cuello", recordaba. "Yo no era más que un joven de 19 años cuando llegué allí, y fue gracias a mi juventud que pude aguantarlo".

Sempere nació en [[Ciudad Real]] y luchó en la guerra como comandante en el [[Ejército Popular de la República|Ejército Popular]]. Fue hecho prisionero en 1939. "El 17 de julio de 1940 me condenaron a 20 años de prisión. Lo recuerdo porque esa noche fusilaron a mi padre", Ernesto Sempere Beneyto, presidente provincial de [[Unión Republicana]]. Cuando llegó a Valdenoceda "era de noche y hacía mucho frío", recuerda. Lo primero que vio fue a "un hombre con pelo blanco y ojos tristísimos. Lo más cercano a la locura". Era el catedrático de Historia [[Juan Antonio Gaya]], que junto a Sempere y otros 11 reclusos serían conocidos como los 13 de la fama.

"En la [[Semana Santa]] de [[1941]] celebraron una gran misa en el patio. Todos se arrodillaron para comulgar menos nosotros. Permanecimos de pie", relata este hombre que se declara católico practicante. "Estábamos seguros de que nos fusilarían". Pero fueron a una prisión de castigo en Las Palmas de Gran Canaria. "Tres comidas al día y sol", y "todo por no querer comulgar", dice con ironía. Valdenoceda es un recuerdo "muy amargo" para este anciano que no olvida, pero sí perdona, "algo que con los años es fácil".
Sempere falleció en el 2007


== Bibliografía ==
== Bibliografía ==

Revisión del 00:54 18 jun 2010

Valdenoceda, también conocida como Valdenoceda de Valdivielso, es una localidad y una entidad local menor situada en la provincia de Burgos, comunidad autónoma de Castilla y León (España) , comarca de Merindades, partido judicial de Villarcayo, ayuntamiento de Merindad de Valdivielso. En los años posteriores a la Guerra Civil Española, cerca de 200 presos republicanos fueron dejados morir de hambre y de frío en la pequeña prisión de la localidad.


Geografía

Localidad enclavada a la entrada[1]​ del valle que conforma la Merindad de Valdivielso, atravesando el río Ebro y flanqueado por la sierra de la Tesla y el alto de la Mazorra, el caserío de Valdenoceda se encuentra diseminado en diferentes barrios.

En el conocido como barrio Grande destaca la casa solariega de los Garza, cuya edificación corresponde a los siglos XVI y XVII. Miembros de esta destacada familia participaron en la fundación de varias ciudades amercianas en los tiempos de la colonización americana.

En el barrio del río se elevan dos edificios singulares, la torre de los Velasco y la iglesia de San Miguel. La torre de los Velasco, realizada en el siglo XV tiene una altura de unos veinte metros, y sus muros acaban en almenas. La adornan varios escudos de la familia Velasco, y en su construcción se utilizó la sillería y el sillarejo. La iglesia de San Miguel se e edificó a finales del siglo XII en un estilo muy similar a la de la cercana iglesia de Tejada.

Historia

La historia de la Merindad de Valdivielso está muy relacionada con las órdenes religiosas, de las que hay constancia de su establecimiento en el valle ya desde el siglo IX. El monasterio de San Pedro de Tejada, en la cercana localidad de Puente-Arenas crearon un numeroso número de parroquias, controlando los núcleos de población creados. Ya en el siglo XIII, el monasterio de San Salvador de Oña extendió su control al valle. A partir de ahí formará parte del Concejo Mayor de las Merindades de Castilla la Vieja. Sus regidores, fieles a costumbres anteriores, se reúnen en la dehesa de Quecedo bajo la encina que ilustra el escudo consistorial.

Lugar en el Partido de Arriba uno de los cuatro en que se dividía la Merindad de Valdivielso en el Corregimiento de las Merindades de Castilla la Vieja,[2]​ jurisdicción de de realengo con regidor pedáneo.

A la caída del Antiguo Régimen queda agregado al ayuntamiento constitucional de Merindad de Valdivielso, en el partido de Villarcayo perteneciente a la región de Castilla la Vieja.


Memoria histórica

El pequeño pueblo de Valdenoceda que tiene 73 habitantes y un pequeño cementerio esconde un terrible pasado: cada vez que se excava una nueva tumba asoman los restos de uno o varios esqueletos humanos sepultados allí hace más de seis décadas. Permanecen enterrados a tan sólo un palmo de la superficie y corresponden a 153 personas, antiguos presos republicanos que murieron allí de hambre y de frío en la posguerra civil española, encerrados en una antigua prisión a orillas del río Ebro.[3]

José antonio Quintanilla Pardo y Juan María González Fernández de Mera eran unos de los más de 160 republicanos ubicados en la fosa del pueblo.

Juan María González Fernández de Mera murió el 14 de abril de 1941, justo 10 años después de la proclamación de la II República y el día en el que cumplía 50 años. Dejó solos a cuatro hijos y a una mujer analfabeta, como cuenta su nieto José María. Su delito: "Adhesión a la rebelión" por ser el conserje de la Casa del Pueblo de Ciudad Real, la manera del franquismo de negar su golpe de Estado contra el Gobierno republicano acusando a los vencidos de "traición".

José antonio Quintanilla Pardo, comandante del Ejército de la República española, condenado a muerte por su fidelidad a la República y por "rebelión", murió el 28 de febrero de 1941, con treinta y ocho años de edad a los 23 días de haber sido encarcelado en el siniestro campo de concentración de Valdenoceda. Antes, había pasado más de un año pudriéndose en las celdas de la no menos siniestra cárcel de Porlier, convertida hoy en un Instituto religioso de Enseñanza situado en uno de los barrios burgueses de la capital. En él puede verse todavía, en uno de sus muros interiores, el águila franquista de la Cruzada. Allí ha permanecido, en medio de una indiferencia total, entre las marcas de las balas que son el único vestigio de aquellas ejecuciones.


En un tren de ganado Juan María González Fernández de Mera fue detenido al poco de terminar la guerra y llevado a la prisión de Valdenoceda en un tren de ganado con centenares de manchegos, de los que 62 perderían su vida a más de 400 kilómetros de sus hogares junto a decenas de madrileños, vascos, andaluces, gallegos, catalanes... Sus nombres, pero sobre todo el lugar y la forma en que murieron, han permanecido olvidados durante décadas, hasta que el nieto de Juan María comenzó a indagar.

"Mi padre hablaba muy poco sobre la muerte de mi abuelo, era un tema prohibido en casa", dice José María González, comercial de profesión y residente en Amorebieta. Pero la curiosidad pudo más. "Queríamos saber dónde había fallecido, y sobre todo qué delito había cometido", cuenta. La pista llevó pronto, a él y a su sobrino, hasta el juzgado de Valdenoceda. "Su nombre estaba en el registro de defunción, pero nos llamó la atención que, como él, había decenas de personas que murieron por las mismas causas: colitis epidémica o tuberculosis pulmonar".

Algo estremeció a José María: "No había ninguna tumba. A medida que morían, los enterraban en fosas comunes cerca del cementerio, ya que el sacerdote de entonces no permitía que los rojos compartieran sus tumbas con sus fieles". Estas tumbas, excavadas a toda prisa en un solar de unos 150 metros cuadrados, sin identificar y a tan sólo unos centímetros de la superficie, permanecieron olvidadas hasta que, en 1989, el cementerio se amplió, llegando a las antiguas fosas comunes. "Desde entonces, cada vez que se entierra a un vecino aparecen los restos de algún preso. En la mayoría de los casos simplemente se les enterraba encima, perdiéndose así la posibilidad de recuperar algún día los restos", relata.

Para evitarlo acudió al Gobierno vasco. Desde 2002, un decreto permite a los ciudadanos residentes en el País Vasco a solicitar los medios necesarios al Ejecutivo autonómico para rastrear, y en su caso recuperar, los restos de familiares ejecutados durante la Guerra Civil y el franquismo. De esto se ocupa la Sociedad de Ciencias Aranzadi, cuyos colaboradores llegaron a Valdenoceda el pasado mes de abril. Allí "vimos muchos restos óseos entre la tierra movida y en la superficie que corren peligro cada vez que se produce un nuevo enterramiento", dice Jimi Jiménez, miembro de Aranzadi.

Sus propuestas para salvaguardar los restos son dos: o se impide la utilización del terreno como cementerio, dejando allí los restos, o se procede a una "exhumación ordenada", recomienda la asociación. Pero falta dinero. "Lo que queda es que los familiares sepan dónde están enterrados", afirma José María, con la esperanza de que "algún día se puedan identificar los restos y enterrarlos en sus ciudades y pueblos". Para ello cuenta con la ayuda del alcalde, el socialista Ángel Domingo Arce, quien garantiza que, mientras él sea alcalde, los restos no se perderán. Por el momento, una piedra en el cementerio con los nombres de los 153 fallecidos les recuerda.

Cada 14 de abril celebramos un homenaje", cuenta el regidor.Una ceremonia humilde a la que, la última vez, acudió un grupo de 12 personas algunas de ellas procedentes de Francia y de Canadá. Se trata de un pequeño logro que sabe a poco. Quedan muchas familias aún por localizar. José María no se rinde. "Ya hemos encontrado a 18", dice, "pero no hemos hecho más que empezar".

Decenas de restos siguen sepultados en el pequeño cementerio de la localidad burgalesa. Podrían ser de Eustasio Aparicio, natural de Colmenar Viejo (Madrid), y fallecido el 29 de abril de 1941; o de Alfonso de la Morena Prado, casado, natural de Aldea del Rey (Ciudad Real) y fallecido el 18 de agosto de 1940; o de Domingo Fernández de Acuña, nacido en Portugal y fallecido el 10 de febrero de 1942.

También había vascos, madrileños, aragoneses, andaluces e incluso de la misma provincia de Burgos, como Pedro Anollo Baranda, natural de Villarcayo, a pocos kilómetros de Valdenoceda, que murió en la prisión el 12 de septiembre de 1941. La lista llega hasta el 20 de agosto de 1943, última fecha en la que falleció un preso en el penal: Marcelino Tejero Domínguez, soltero y natural de Zorita, en la provincia de Cáceres.

Al menos ahora se sabe dónde están. "El interés de una familia por saber qué pasó con su abuelo ha sido determinante", asegura Jimi Jiménez. "Pasó a hacerse con un listado, y con el tiempo ha ido localizando a familiares. Así ha ido surgiendo el todo". El resultado: 153 personas rescatadas del olvido.

Ernesto Sempere era uno de los últimos supervivientes de Valdenoceda, "una prisión de exterminio", como la describía. La recordaba por su "crueldad" y sus duras condiciones de vida: frío, oscuridad y una ración de comida al día que consistía en "una alubia podrida flotando en un caldo sucio", y medidas disciplinarias criminales como encerrar a los presos en "celdas de castigo en el sótano, que con la crecida del Ebro se inundaban hasta la altura del cuello", recordaba. "Yo no era más que un joven de 19 años cuando llegué allí, y fue gracias a mi juventud que pude aguantarlo".

Sempere nació en Ciudad Real y luchó en la guerra como comandante en el Ejército Popular. Fue hecho prisionero en 1939. "El 17 de julio de 1940 me condenaron a 20 años de prisión. Lo recuerdo porque esa noche fusilaron a mi padre", Ernesto Sempere Beneyto, presidente provincial de Unión Republicana. Cuando llegó a Valdenoceda "era de noche y hacía mucho frío", recuerda. Lo primero que vio fue a "un hombre con pelo blanco y ojos tristísimos. Lo más cercano a la locura". Era el catedrático de Historia Juan Antonio Gaya, que junto a Sempere y otros 11 reclusos serían conocidos como los 13 de la fama.

"En la Semana Santa de 1941 celebraron una gran misa en el patio. Todos se arrodillaron para comulgar menos nosotros. Permanecimos de pie", relata este hombre que se declara católico practicante. "Estábamos seguros de que nos fusilarían". Pero fueron a una prisión de castigo en Las Palmas de Gran Canaria. "Tres comidas al día y sol", y "todo por no querer comulgar", dice con ironía. Valdenoceda es un recuerdo "muy amargo" para este anciano que no olvida, pero sí perdona, "algo que con los años es fácil". Sempere falleció en el 2007

Bibliografía

- Rincones singulares de Burgos. Enrique del Rivero. Burgos 1988 ISBN 84-87152-30-9

Demografía

En el padrón municipal de 2007 contaba con 62 habitantes.[4]

Parroquia

Iglesia de San Miguel Arcángel, dependiente de la parroquia de Condado en el Arcipestrazgo de Merindades de Castilla la Vieja , diócesis de Burgos.


Notas

  1. Wikimapia, [1]
  2. Uno de de los catorce partidos que formaban la Intendencia de Burgos durante el periodo comprendido entre 1785 y 1833, tal como se recoge en el Censo de Floridablanca de 1787
  3. Quince familias reciben los restos de víctimas del franquismo
  4. Instituto Nacional de Estadística de España , Nomenclátor INE