Diferencia entre revisiones de «Orden del Císter»

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Restauración de la [[regla benedictina]] inspirada en la [[reforma gregoriana]], la orden cisterciense promueve el [[ascetismo]], el rigor [[liturgia|litúrgico]] y trata, con cierta mesura, el trabajo como un elemento cardinal, como lo demuestra su patrimonio técnico, artístico y arquitectónico. Además de la función social que ocupa hasta la [[Revolución francesa|Revolución]], la orden ejerce una influencia importante en los ámbitos intelectual o económico, así como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad.
Restauración de la [[regla benedictina]] inspirada en la [[reforma gregoriana]], la orden cisterciense promueve el [[ascetismo]], el rigor [[liturgia|litúrgico]] y trata, con cierta mesura, el trabajo como un elemento cardinal, como lo demuestra su patrimonio técnico, artístico y arquitectónico. Además de la función social que ocupa hasta la [[Revolución francesa|Revolución]], la orden ejerce una influencia importante en los ámbitos intelectual o económico, así como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad.


Debe su considerable desarrollo a [[Bernardo de Claraval]] ([[1090]]-[[1153]]), hombre de una personalidad y de un [[carisma]] excepcionales. Su influencia y su prestigio personal han hecho que él se haya convertido en el cisterciense más importante del [[siglo XII]]. Porque aunque no es el fundandor, aún hoy sigue siendo el [[maestro espiritual]] de la orden.<small><ref>{{cita libro |apellido= Duby |nombre= Georges |título= ''Saint Bernard, l'Art cistercien'' |idioma= francés |año= 1971 |editorial= Champs |ubicación= Flammarion |páginas= 9 |cita= Saint Bernard n'avait pas fondé l'ordre cistercien. Il avait fait son succès.}}</ref></small>
Debe su considerable desarrollo a [[Bernardo de Claraval]] ([[1090]]-[[1153]]), hombre de una personalidad y de un [[carisma]] excepcionales. Su influencia y su prestigio personal han hecho que él se haya convertido en el cisterciense más importante del [[siglo XII]]. Porque aunque no es el fundandor, aún hoy sigue siendo el [[maestro espiritual]] de la orden.<ref>{{cita libro |apellido= Duby |nombre= Georges |título= ''Saint Bernard, l'Art cistercien'' |idioma= francés |año= 1971 |editorial= Champs |ubicación= Flammarion |páginas= 9 |cita= Saint Bernard n'avait pas fondé l'ordre cistercien. Il avait fait son succès.}}</ref>


La orden cisterciense, en nuestros días, está de hecho formada por dos órdenes y varias congregaciones. La orden de la «Común Observancia» contaba en 1988 con más de {{formatnum:1300}} monjes y {{formatnum:1500}} monjas, repartidos respectivamente en 62 y 64 monasterios. La «[[Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia]]» (también llamada o.c.s.o.) comprende hoy en día cerca de {{formatnum:2000}} monjes y {{formatnum:1700}} monjas - comunmente llamados trapenses porque provienen de la reforma de la abadía de la Trapa - repartidos en 106 [[monasterio]]s masculinos ([[abadía]]s y [[priorato]]s y nuevas fundaciones) y 76 monasterios femeninos (también llamados abadías o prioratos, junto con otras fundaciones), en el mundo entero.<small><ref> {{cita libro |apellido= Pacaut |nombre= Marcel |título= ''Les moines blancs. Histoire de l'ordre de Cîteaux'' |idioma= francés |año= 1993 |editorial= Fayard |ubicación= |páginas= 358-359.360-361}}</ref><ref></small>
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Revisión del 10:10 20 jul 2010

Orden del Císter
Nombre latino Ordo Cisterciensis
Siglas O. Cist.
Nombre común Bernardos
Gentilicio Cistercenses
Tipo Orden monástica
Regla Regla de San Benito
Hábito Blanco
Fundador San Roberto de Molesmes
Fundación 1098
Lugar de fundación Abadía de Citeaux
Aprobación 1100 por el Papa Pascual II
Superior General Abad General Mauro Esteva
Religiosos 1470
Sacerdotes 717
Curia Piazza del Tempio di Diana, 14
00153 Roma, Italia
Sitio web www.ocist.org

La orden cisterciense (en latín: Ordo cisterciensis, o.Cist.), igualmente conocida como orden del Císter o incluso como santa orden del Císter (Sacer ordo cisterciensis, s.o.c.) es una orden monástica católica reformada, cuyo origen se remonta a la fundación de la Abadía de Císter por Roberto de Molesmes en 1098. Ésta se encuentra donde se originó (la antigua Cistercium romana, localidad próxima a Dijon, Francia).

La orden cisterciense juega un papel protagonista en la historia religiosa del siglo XII. Por su organización y por su autoridad espiritual, se impone en todo el occidente, incluso en sus márgenes. Su influencia se demuestra particularmente importante en el este del Elba donde la orden hace «progresar al mismo tiempo el cristianismo, la civilización y el desarrollo de las tierras».[1]

Restauración de la regla benedictina inspirada en la reforma gregoriana, la orden cisterciense promueve el ascetismo, el rigor litúrgico y trata, con cierta mesura, el trabajo como un elemento cardinal, como lo demuestra su patrimonio técnico, artístico y arquitectónico. Además de la función social que ocupa hasta la Revolución, la orden ejerce una influencia importante en los ámbitos intelectual o económico, así como en el ámbito de las artes y de la espiritualidad.

Debe su considerable desarrollo a Bernardo de Claraval (1090-1153), hombre de una personalidad y de un carisma excepcionales. Su influencia y su prestigio personal han hecho que él se haya convertido en el cisterciense más importante del siglo XII. Porque aunque no es el fundandor, aún hoy sigue siendo el maestro espiritual de la orden.[2]

La orden cisterciense, en nuestros días, está de hecho formada por dos órdenes y varias congregaciones. La orden de la «Común Observancia» contaba en 1988 con más de 1300 monjes y 1500 monjas, repartidos respectivamente en 62 y 64 monasterios. La «Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia» (también llamada o.c.s.o.) comprende hoy en día cerca de 2000 monjes y 1700 monjas - comunmente llamados trapenses porque provienen de la reforma de la abadía de la Trapa - repartidos en 106 monasterios masculinos (abadías y prioratos y nuevas fundaciones) y 76 monasterios femeninos (también llamados abadías o prioratos, junto con otras fundaciones), en el mundo entero.[3][4]​ Pero si las dos órdenes cistercienses están actualmente separadas, mantienen estrechos vínculos de amistad y colaboración entre ellos, sobre todo en el ámbito de la formación y de la reflexión sobre el carisma común.

Su hábito es prácticamente el mismo: túnica blanca y escapulario negro, retenida por un cinturón que se lleva por debajo; el hábito de coro es la tradicional cogulla monástica, de color blanco, de donde viene la denominación de monjes blancos. De hecho, se les llamó en la Edad Media los monjes blancos en oposición a los monjes negros, que eran los benedictinos. También es frecuente la denominación monjes bernardos o simplemente bernardos por el impulso que dio a la orden Bernardo de Fontaine.

Aunque siguen la regla de san Benito, los cistercienses no son propiamente considerados como benedictinos. En efecto, es en el IV Concilio de Letrán (1215) cuando la palabra benedictino apareció para designar a los monjes que no pertenecían a ninguna Orden centralizada,[5]​ por oposición a los cistercienses. Pero numerosos vínculos unen a ambas familias monásticas, en particular en el ámbito de la formación.

Abadía de Pontigny, fundada en 1114, segunda hija de la Orden.
Abadía de las Huelgas Reales de Valladolid fundada en 1282, pero cuyo edificio data del siglo XVI.
Abadía de San Pedro de Cardeña, fundada en el 899
Monasterio de Poblet, fundado en 1149 por Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona.
La abadía de Santes Creus, del siglo XII y declarado monumento nacional en 1921.
Monasterio de Nuestra Señora de Alconada, en Ampudia.
Brazo y báculo típico cisterciense en lápida de Abad en Abadía de Boyle (Irlanda).


Historia

La génesis de la orden cisterciense

En Occidente, en el cambio entre el siglo XI y el siglo XII, son numerosos los fieles que buscan «nuevas vías de perfección[6]​», «deseo inexpresado, pero exaltando todo el fervor de rejuvenecer el mundo[7]​». Sin embargo, las peregrinaciones y cruzadas no alimentan espiritualmente a todos los creyentes.

También, conjugando el ascetismo y el rigor litúrgico y rechazando la ociosidad en contraposición al trabajo manual, la Regula Sancti Benedicti es a finales del siglo XI una formidable fuente de inspiración para los movimientos que se esforzaban en buscar la perfección, tales como la Orden de Grandmont o la Orden Cartuja, fundada por San Bruno en 1084. La Orden Cisterciense está marcada en su nacimiento por la necesidad de reforma y la inspiración evangélica que apuntala igualmente la experiencia de Robert de Arbrissel - fundador de la Orden de Fontevraud en 1091 - y la eclosión de los capítulos de canónigos regulares.

Los padres fundadores

La aventura cisterciense comienza con la fundación de la abadía de Notre-Dame de Molesmes por Roberto de Molesmes en 1075, en la region de Tonnerre.

Nacido en la Champaña y emparentado con la familia Maligny, una de las más importantes de la región, Roberto de Molesmes comienza su noviciado a la edad de quince años en la abadía de Moutiers-la-Celle, en la diócesis de Troyes, donde se convirtió en prior. Imbuido del ideal de restauración la vida monástica tal como había sido instituido por San Benito, abandona el monasterio en 1075. Consigue poner en práctica ese ideal compartiendo la soledad, la pobreza, el ayuno y la oración con siete ermitaños, cuya vida espiritual dirige, e instalándose en el bosque de Collan (o Colán), cerca de Tonnerre.[8]​ Gracias a los señores de Maligny, el grupo se establece en el valle del Laignes, en la localidad de Molesmes[9]​, adoptando reglas similares a las de los camaldulense y combinando la vida comunal de trabajo y el oficio benedictino con el eremitismo.

Esta fundación es un éxito: la nueva abadía atrae a numerosos visitantes y donantes, religiosos y laicos. «Quince años después de su fundación, Molesmes se asemeja a cualquier abadía benedictina próspera de su época.»[10]​ Pero las exigencias de Roberto y de Albéric son mal aceptadas. Se producen divisiones en el seno de la comunidad. En 1090, Roberto, con algunos compañeros, decide alejarse durante un tiempo de la abadía y sus disensiones y se establece con algunos hermanos en Aulx, para llevar allí una vida de ermitaño. Sin embargo, es obligado a regresar a la abadía que dirige en Molesmes.

Sabiendo que no conseguirá satisfacer su ideal de soledad y pobreza en el clima de Molesmes, donde los partidarios de la tradición se oponen a los de la renovación, Roberto, con autorización del legado del Papa Hugues de Die, acepta un lugar solitario ubicado en el bosque pantanoso de la baja región de Dijon que le proponen el duque de Borgoña, Eudes I, y sus primos lejanos los vizcondes de Beaune, para retirarse y practicar, con la mayor austeridad, la regla de San Benito. En este lugar cercano al valle del Saona, a veintidós kilómetros al sur de Dijon, encuentra un «desierto» cubierto de cañas. Albéric y Étienne Harding, así como otros veintiún monjes fervorosos, lo acompañan en su "terrible soledad", en la que se instalan el 21 de marzo de 1098, en el lugar conocido como La Forgeotte, alodio concedido por Renard, vizconde de Beaune, para fundar allí otra comunidad denominada durante un tiempo el novum monasterium.

El «Nuevo Monasterio»

El abaciado de Roberto

Los inicios del novum monasterium[11]​, en edificios de madera rodeados de una naturaleza hostil, son difíciles para la comunidad. La nueva fundación se beneficia, no obstante, del apoyo del obispo de Dijon. Eudes de Borgoña también da muestras de generosidad; Renard de Beaune, su vasallo, cede a la comunidad las tierras que lindan con el monasterio[12]​. La benévola protección del arzobispo Hugues permite la edificación de un monasterio de madera y de una humilde iglesia. Roberto tiene el tiempo justo de recibir del duque de Borgoña una viña en Meursault, ya que, tras un sínodo celebrado en Port d’Anselle en 1099 que legitima la fundación del novum monasterium, se ve obligado volver a Molesmes, donde encontrará la muerte en 1111.

La historiografía cisterciense censura durante algún un tiempo la memoria de los monjes que regresan a Molesmes. Así, los escritos de Guillermo de Malmesbury, y luego el Pequeño y el Gran Exordio, se hallan en el origen de la leyenda negra que, en el seno de la orden, persigue a Roberto y a sus compañeros de Molesmes «a quienes no les gustaba el desierto[13]​.»

El abaciado de Aubry

Los fundadores de Cîteaux: Roberto de Molesmes, Aubry y Étienne Harding venerando a la Virgen Maria.

Roberto deja la comunidad en manos de Aubry, uno de los más fervientes partidarios de la ruptura con Molesmes. Aubry, administrador eficaz y competente, obtiene la protección del papa Pascual II (Privilegium Romanum) que promulga el 19 de octubre de 1100 la bula Desiderium quod. Aubry, enfrentado a numerosas dificultades materiales, desplaza su comunidad dos kilómetros más al sur, a orillas del Vouge, para encontrar un suministro suficiente de agua[14]​. Bajo sus órdenes, se construye una iglesia a unos centenares de metros del lugar inicial. El 16 de noviembre de 1106 Gauthier, obispo de Chalon, consagra en este nuevo lugar la primera iglesia construida en piedra. Aubry consigue mantener el fervor espiritual en el seno de su comunidad, a la que somete a una ascesis muy dura. Pero Cîteaux vegeta, las vocaciones son escasas y sus miembros envejecen. Los años parecen difíciles para la pequeña comunidad ya que «los hermanos de la Iglesia de Molesmes y otros monjes vecinos no dejan de acosarlos y de perturbarlos porque temen parecer ellos mismos más viles y despreciables a los ojos del mundo si se ve a los otros vivir entre ellos como monjes nuevos y singulares»[15]​.

Sin embargo, la protección del duque de Borgoña, la de su hijo Hugo II, con posterioridad a 1102, y los clérigos surgidos del valor de la comunidad, permiten un primer desarrollo. A partir de 1100, el monasterio atrae a algunos neófitos; algunos novicios se incorporan al grupo. Durante su abaciado, Aubry hace adoptar a los monjes el hábito de lana cruda a cambio del hábito negro de los monjes de la orden de Cluny, lo que valdrá a los monjes cistercienses el apodo de “monjes blancos”, el de “benedictinos blancos”, a veces, o el de “Bernardinos”, del nombre de san Bernardo, por oposición a los benedictinos o “monjes negros”.

Aubry define también el estatuto de los hermanos conversos -religiosos que no son ni clérigos ni monjes, pero sujetos a la obediencia y a la estabilidad y que llevan a cabo el grueso de los trabajos manuales- y hace emprender el trabajo de revisión de la Biblia, que será concluido bajo el abaciado de Étienne Harding.

El abaciado de Étienne Harding

Étienne Harding y el abad de Saint-Vaast d'Arras depositando su abadía a los pies de la Virgen[16]​.

En 1109, Étienne Harding se hace cargo de los destinos de Cîteaux, sucediendo a Aubry tras la muerte de éste último. Étienne, noble anglosajón de sólida formación intelectual, es un monje formado en la escuela de Vallombreuse que ya desempeñó un papel protagonista en los acontecimientos de 1098. Mantiene excelentes relaciones con los señores locales.

La benevolencia de la castellana de Vergy y del duque de Borgoña garantizan el desarrollo material de la abadía. La revalorización de las tierras garantiza a la comunidad los recursos necesarios para su subsistencia. El fervor de los monjes confiere a la abadía un gran renombre. En abril de 1112 o mayo de 1113[17]​, el joven caballero Bernardo de Fontaine, junto a una treintena de compañeros, hace su entrada en el monasterio cuyos destinos va a transformar. Con la llegada de Bernardo, la abadía se engrandece. Los postulantes fluyen, los efectivos crecen e impulsan a Étienne Harding a fundar “abadías filiales”.

La fundación de la Orden

En 1113 se funda la primera abadía-filial en La Ferté, en la diócesis de Chalon-sur-Saône, seguida por la de Pontigny, en la diócesis de Auxerre, en 1114. En junio de 1115, Étienne Harding envía a Bernardo con doce camaradas a fundar la Abadía de Claraval, en Champaña. El mismo día, una comunidad monástica parte de Cîteaux para fundar la Abadía de Morimond.

Sobre este tronco de las cuatro filiales de Cîteaux, la orden cisterciense va a desarrollarse y la familia cisterciense crecerá durante el todo el siglo XII. A partir de 1120, la orden se establece en el extranjero. Finalmente, junto a los monasterios de hombres se crearán conventos de monjas. El primero se establece en 1132 por iniciativa de Étienne Harding en Tart, siendo el de Port-Royal-des-Champs uno de los más célebres.

Para Étienne Harding, organizador de la orden y gran legislador, la obra que ve nacer es aún frágil y precisa ser reforzada. Las abadías creadas por Cîteaux necesitan el vínculo que será la marca de su pertenencia a la aplicación estricta de la regla de San Benito y hacer solidarias a las comunidades monásticas. La Carta de Caridad que él elabora se convierte en el “cimiento” que garantizará la solidez del edificio cisterciense.

La Carta de caridad

Entre 1114 y 1118, Étienne Harding redacta la “Carta Caritatis” o Carta de caridad, texto constitucional fundamental en el cual se basa la cohesión de la orden. En ella establece la igualdad entre los monasterios de la orden. En cumplimiento de la unidad de observancia de la regla de San Benito, tiene por objeto organizar la vida diaria e instaurar una disciplina uniforme en el conjunto de las abadías. El papa Calixto II la aprueba el 23 de diciembre de 1119 en Saulieu. La Carta fue objeto de diferentes actualizaciones.

Étienne Harding prevé que cada abadía, aun conservando una gran autonomía, en particular financiera, dependa de una abadía-madre: la abadía que la fundó o aquélla a la que está vinculada. Sus abades, elegidos por la comunidad, controlan la abadía a su criterio. Al mismo tiempo, ha sabido prever sistemas eficaces de control, evitando al mismo tiempo la centralización: la abadía-madre tiene derecho de fiscalización y su abad debe visitarla anualmente.

Étienne Harding instituyó, en la cumbre del edificio, el Capítulo general como órgano supremo de control. El Capítulo general reúne, cada 14 de septiembre, bajo la presidencia del abad de Cîteaux que fija el programa, a todos los abades de la orden, que están obligados a asistir personalmente o, excepcionalmente, a estar representados. Todos tienen el mismo rango, excepto los abades de las cuatro ramas principales.

Por otra parte, el Capítulo general decreta estatutos y aporta las adaptaciones necesarias para las normas que rigen la orden. Las decisiones tomadas en estas asambleas se anotan en registros llamados statuta, instituta et capitula.

Este sistema, como subraya Dom J. M. Canivez, permitió «una unión, una intensa circulación de vida y un verdadero espíritu de familia que agrupaba en un cuerpo compacto a las abadías surgidas de Cîteaux».

Bernardo de Claraval y la expansión de la Orden

Bernardo de Claraval

La orden debe el considerable desarrollo que conoció en la primera mitad del siglo XII a Bernardo de Claraval, (1090-1153), el más célebre de los cistercienses y a quien se puede considerar como su maestro espiritual[18]​. Sus orígenes familiares y su formación, sus apoyos y sus relaciones, su propia personalidad, explican en gran parte el éxito cisterciense.

Se familia es conocida por su piedad; su madre le transmite su inclinación por la soledad y la meditación. Decide no abrazar el oficio de las armas e intenta retirarse del mundo. Sin embargo, durante su vida religiosa conserva un agudo sentido del combate. «Una vez convertido en monje, Bernardo sigue siendo un caballero que alienta a los que combaten por Dios»[19]​. Persuasivo y carismático, anima a muchos de sus parientes a seguirlo a Cîteaux, abadía próxima a las tierras de su familia[20]​.

Solamente tres años después de su entrada en la orden cisterciense, Bernardo, consagrado abad por Guillermo de Champeaux, obispo de Châlons-sur-Marne, se pone a la cabeza de la abadía de Claraval el 25 de junio de 1115.

«Durante diez años se entrega por entero a la comunidad de la que era [...] el padre. Después de Claraval, ya bien establecido y arraigado, a su vez prolífico, esparcida también su descendencia por todas partes, en Trois-Fontaines, en Fontenay, en Foigny, Bernardo habla solamente para los religiosos de su monasterio».
Georges Duby, Saint Bernard et l'art cistercien, op cit., p. 10.
Bernardo de Claraval enseñando en la sala capitular, Heures d'Étienne Chevalier, ilustradas por Jean Fouquet, museo Condé, Chantilly.

Sin dejar de ocuparse de Claraval, de donde seguirá siendo abad toda su vida, Bernardo tiene una influencia religiosa y política considerable fuera de su orden[21]​. Durante toda su vida se guía por la defensa del orden cisterciense y sus ideales de reforma de la Iglesia. Se lo ve en todos los frentes y su vida es rica en paradojas: proclama su deseo de retirarse del mundo y, sin embargo, no deja de mezclarse en los asuntos del mundo. De buen grado imparte lecciones, pero, seguro de la superioridad del espíritu cisterciense, abruma con sus reproches a sus hermanos cluniacenses[22]​. Tiene muy duras palabras para fustigar a los clérigos y a los prelados que sucumben a las riquezas materiales y al lujo. No desdeña la picardía, la astucia, la mala fe o las injurias para abatir a su adversario (el teólogo Pedro Abelardo sufrió en persona esta dura experiencia[23]​). Se lo ve en el Languedoc intentando frenar los progresos de la herejía. Recorre Francia y Alemania, movilizando a las muchedumbres tras la predicación de Vézelay (31 de marzo de 1146) para lanzar la Segunda Cruzada. Interviene en la designación de los papas, cuya causa consigue hacer triunfar: Inocencio II contra Anacleto II, y llega incluso a dar lecciones a los soberanos pontífices[24]​.

Las fundaciones prosiguen a un ritmo constante. Así, las abadías de la Cour-Dieu y de Bonnevaux. La orden, con su base borgoñona, conquista el Dauphiné y el Marne; luego, en poco tiempo, todo el Occidente cristiano. No hay una nación católica, desde Escocia a Tierra Santa, de Lituania y Hungría a Portugal, que no haya conocido a los cistercienses en alguno de sus setecientos sesenta y dos monasterios[25]​. De Claraval surge, en suma, la mayor rama de la orden cisterciense: trescientas cuarenta y una casas, ochenta de ellas filiales directas, dispersadas por toda Europa; aún más que Cluny que sólo cuenta con alrededor de 300[26]​. Así pues, gracias al número de sus filiales que sobrepasa a las de Cîteaux, el peso de la Abadía de Claraval no deja de crecer, en particular en las decisiones tomadas en los Capítulos generales[27]​.

Cuando muere, el 20 de agosto de 1153, honrado por todo el mundo cristiano, convierte a Cîteaux en uno de los principales centros de la cristiandad, en un alto lugar espiritual.

La organización de la Orden

La «abadía madre» y sus filiales
Los lugares cistercienses
Cîteaux, vanguardia de la Iglesia

Las monjas cistercienses

El apogeo político de los siglos XII y XIII

Una Orden confrontada por las dificultades y críticas: retroceso y reformas

La orden en el momento de la Contrarreforma

Un siglo de declive

La Orden en los siglos XX y XXI

Siendo Roberto abad del monasterio cluniacense de Molesmes, él y un grupo de monjes de su comunidad se propusieron retornar a la observancia estricta de la primitiva regla de san Benito de Nursia, quien en 540 fundó la Orden de San Benito. Para ello erigió una nueva abadía en Císter, donde los monjes blancos, así conocidos por el color de su hábito, dedicaron su vida al trabajo manual y a la contemplación ascética con igual empeño, poniendo en práctica el lema benedictino Ora et labora (reza y trabaja). Su sucesor, san Alberico, obtuvo en 1100 el reconocimiento de la nueva orden por parte del papa Pascual II que otorgó al monasterio el “privilegio romano”, lo que equivalía a ponerlo bajo la protección de la Santa Sede; pero no fue sino el tercer abad, san Esteban Harding, quien en 1119 dotó al Císter de una regla propia, la Carta de Caridad, en la que se establecían las normas comunitarias de total pobreza, obediencia a los obispos, dedicación al culto divino con dejación de las ciencias profanas, y demás estatutos de la orden. En 1113 ingresa como novicio Bernardo de Fontaine en unión de un grupo de familiares y amigos reunidos en Châtillon. Cuando dos años después el abad Esteban decide expandir el ámbito monástico con nuevas fundaciones, erigiendo los cenobios de La Ferté, Pontigny, Morimond y Claraval (Champaña), envió a este último a Bernardo y sus allegados, en parte por las dotes que el nuevo monje manifestaba para la dirección de una abadía como la que se le encomendaba, y en gran parte también para librar a Cîteaux de la excesiva presencia del “clan” de los Fontaine.

Iglesia de la Abadía de Fontenay.

San Bernardo de Claraval dio un impulso considerable al crecimiento de la orden cisterciense que en 1153, tan sólo 38 años después de que fundase la abadía de la que fue titular, contaba con 343 monasterios, de los que 68 se habían creado por irradiación de los monjes de Claraval. Estos monasterios se solían asentar sobre terrenos yermos pero con abundancia de agua que los propios monjes, o por medio de hermanos conversos, roturaban y cultivaban. Si durante el siglo XI los monjes cluniacenses habían asumido un gran protagonismo dentro de la iglesia, ocupando sus más altos cargos y dignidades (formando en su seno Papas como Alejandro II, Gregorio VII, Víctor II, Urbano II, Pascual II, Gelasio II) y ejerciendo su influencia sobre el poder civil, desde fines del siglo XII ese papel les correspondió desempeñarlo a los cistercienses que elevaron la orden a las mayores cotas de prosperidad y expansión de su historia. La primitiva austeridad y humildad se fue perdiendo en beneficio de un cada vez mayor esplendor y boato en la forma de vida y en la grandiosidad de sus abadías. Se hacía necesaria una nueva reforma que quiso llevar a cabo el abad de Fontfroide en 1335, pero que no contó con el apoyo de otros priores. Por fin, en 1664, el abad del monasterio de Nuestra Señora de la Trapa, Armand Jean le Bouthillier de Rancé, efectuó en su monasterio una renovación en profundidad de la que resultó una rama autónoma del Císter: la Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia o trapenses.

Actualidad

La nueva constitución define a la Orden Cisterciense en ciento nueve artículos, como una "unión de congregaciones" gobernadas por un Capítulo General bajo la presidencia de un Abad General. Sumados a todos los abades, los miembros del Capítulo General incluyen a delegados de cada casa o congregación, proporcionales al número de monjes. El Capítulo debe ser convocado cada cinco años, para legislar sobre la Orden en conjunto. El Abad General debe ser elegido por el Capítulo General por un término de diez años, aunque siempre sigue siendo reelegible. Debe residir en Roma, y está ayudado por un consejo de cuatro miembros, también elegido por el Capítulo. El histórico definitorium, que ha sido rebautizado como Sínodo, debe incluir al Abad General, al Procurador General, a los Presidentes de cada congregación y a otros cinco miembros elegidos por el Capítulo General. El Sínodo debe reunirse al menos año por otro, y debe tratar los asuntos urgentes que se susciten entre las reuniones del Capítulo General.

La reglamentación de la vida monástica a nivel local reservada a las Congregaciones autónomas, cada una bajo un Abad Presidente y un "Capítulo congregacional" que regulan temas tan importantes como el tiempo de duración del abadiato, la posición legal de los conversos, la reforma litúrgica y las observancias monásticas. La tarea primordial de cada Abad Presidente es la visita trienal a cada casa de su congregación. Su propia abadía es visitada por el Abad General.

El Capítulo General de 1974, reunido en Casamari, contó con la participación, por primera vez, de algunas abadesas cistercienses como observadoras.

El Císter en España

En España existen dos provincias o congregaciones, la Congregación de San Bernardo de Castilla y la Congregación de Aragón.

Congregación de San Bernardo de Castilla

El siglo XVII fue la época de plata de la Congregación de Castilla, con cuarenta y cinco abadías.

En la actualidad solamente quedan monasterios femeninos en la Congregación de Castilla:[28]

Congregación de Aragón

Actualmente pertenecen a la Congregación de Aragón tres monasterios masculinos y otros dos femeninos[29]

Monasterios masculinos:

Monasterios femeninos:

La arquitectura cisterciense

Almacén del monasterio de Santa María de Huerta en la provincia de Soria.

Si hubiera de definirse el estilo constructivo cisterciense con un solo vocablo, este sería “austeridad”. Precisamente en el origen de la orden estaba la denuncia de la suntuosidad de Cluny y, por oposición a ella, la adopción de la sencillez y la sobriedad en todos los aspectos de la vida monástica; también, por supuesto, en las edificaciones abaciales. En un principio las construcciones que componían las múltiples dependencias monacales, iglesia incluida, solían ser de madera, adobe o un humilde mampuesto. Las grandes realizaciones en sillería pétrea formando recios muros y amplias bóvedas que han llegado hasta nosotros son obras de la época más magnificente y, por lo mismo, más duraderas. Aun en éstas se advierte la falta de ornamentación, la carencia de elementos superfluos y la adusta desnudez de los paramentos; nada debía haber que pudiera distraer a los monjes: ni pinturas, ni esculturas, ni cromáticas vidrieras.

Las abadías cistercienses respondían a un vasto programa constructivo que comprendía instalaciones tan diversas como la hospedería, la enfermería, el molino, la fragua, el palomar, la granja, los talleres y todo aquello que prestara servicio a una comunidad autosubsistente. Obviamente, el núcleo monacal propiamente dicho lo componían las dependencias residenciales y la iglesia. Formaban todas ellas lo que denominaban el cuadrado monástico que solía estar integrado por:

Planta tipo cisterciense
1- Iglesia
2- Puerta del cementerio
3- Coro de conversos
4- Sacristía
5- Claustro
6- Fuente
7- Sala Capitular
8- Dormitorio de monjes
9- Dormitorio de novicios
10- Letrinas
11- Calefactor
12- Refectorio de los monjes
13- Cocina
14- Refectorio de los conversos.
  • La iglesia: de una o tres naves con planta de cruz latina, cubierta con bóveda de cañón u ojival; cabecera manifiesta al exterior y orientada al este, formando un espacio rectangular liso o, más adelante, un ábside circular; ancho transepto con capillas en el lado oriental de los brazos; santuario o presbiterio elevado algunos peldaños para realzar la posición del altar; coro de los monjes ocupando los primeros tramos de la nave central y, a veces, parte del crucero; coro de conversos o legos, ocupando los tramos más occidentales, es decir, los más alejados del santuario; pórtico o nártex al pie de la nave para dar entrada ocasional a la iglesia a visitantes ajenos a la comunidad.
  • El claustro: galería de cuatro lados formando normalmente un cuadrado de entre 25 y 35 metros. Se adosaba siempre a la iglesia con la que tenía comunicación directa; preferentemente se disponía junto al lateral sur de la nave, aunque no es infrecuente encontrarlo anexo al lateral norte. Abarcaba en su interior un patio al que se abría por arquerías de medio punto u ojivales, según la época de su construcción.
  • La sala capitular: espacio generalmente cuadrado en el que se celebraban las reuniones monacales bajo la presidencia del abad. Una puerta central y dos ventanales dispuestos a uno y otro de los lados de aquélla proporcionaban acceso a las personas y a la luz desde la galería oriental del claustro. En el perímetro interior de la sala se situaban los asientos de los monjes y en posición presidencial el del abad. La cubierta se resolvía con bóveda de arista o crucería sobre columnas exentas en el interior. Era el único recinto, además de la iglesia, en el que la arquitectura expresaba la solemnidad de su dedicación.
  • El dormitorio de los monjes: se solía ubicar en segunda planta y no era sino una prolongada nave con separaciones de tabiquería baja. Dos escaleras proporcionaban el acceso: la escalera de día, que comunicaba con el claustro, y la escalera de maitines que lo hacía con el transepto de la iglesia para acudir directamente a la oración nocturna.
  • La sala de los monjes: dotada de amplios ventanales, pues se utilizaba no sólo como estancia sino como scriptorium o lugar donde se escribían y copiaban los libros y documentos. Solía ser el único lugar calefactado por una chimenea, por lo que también recibía la denominación de calefactorium.
  • El dormitorio de los conversos: similar al de los monjes pero sin acceso a la iglesia.
  • El refectorio: comedor de los monjes en el que se disponía un púlpito para la lectura de obras piadosas durante la comida. Se encontraba en planta baja con acceso desde el claustro y en comunicación con la cocina.

Las vidrieras

Los azulejos

La orden cisterciense, motor de las evoluciones técnicas

Los progresos agrícolas

La mejora de los recursos agrícolas

El granero cisterciense

La viticultura

La selección de las especies

Los progresos técnicos

La ingeniería hidráulica

La industria

Los cistercienses, agentes económicos de la Edad Media

El patrimonio inmobiliario

La potencia comercial

Referencias

  1. {{cita libro |apellido= Chélini |nombre= Jean |título= Histoire religieuse de l'Occident médiéval |idioma= francés |año= 1991 |editorial= Hachette |ubicación= Pluriel |páginas= 369}}
  2. Duby, Georges (1971). Saint Bernard, l'Art cistercien (en francés). Flammarion: Champs. p. 9. «Saint Bernard n'avait pas fondé l'ordre cistercien. Il avait fait son succès.» 
  3. Pacaut, Marcel (1993). Les moines blancs. Histoire de l'ordre de Cîteaux (en francés). Fayard. pp. 358-359.360-361. 
  4. O.C.S.O. (marzo de 2010). «Monasterios y sitios web». Consultado el 11 de abril de 2010. 
  5. Dubois, Jacques (1985). Les ordres monastiques. Que sais-je? (en francés). PUF. p. 67. «Le mot "bénédictin" apparut pour désigner les moines qui n'appartenaient à aucun Ordre centralisé.» 
  6. André Vauchez, « Naissance d'une chrétienté », en Robert Fossier (bajo la dirección de), Le Moyen Âge, l'éveil de l'Europe (t.II), Armand Colin, 1982, p. 96.
  7. Marcel, Pacaut, op. cit., p. 19.
  8. Auberger, Jean-Baptiste, « Cîteaux, les origines », Dossiers d'Archéologie, n° 229, diciembre 1997 - enero 1998, p. 10.
  9. Marilier, Jean, Histoire de l’Église en Bourgogne, Éditions du Bien Public, 1991, p. 82.
  10. Kinder, Terry N., L'Europe cistercienne, p. 29.
  11. Coloquio exordium, «Les fondateurs du nouveau monastère»; la cronología de los primeros tiempos de Cîteaux está proporcionada por tres textos: el Petit Exorde, el Exorde de Cîteaux y el Grand Exorde; los relatos de esos episodios proceden a menudo de quienes fueron protagonistas de la iniciativa. Marcel Pacaut, Les moines blancs, op cit., p. 32-33.
  12. Lekai, Louis J., op. cit., p. 28-29.
  13. qui heremum non diligebant; Exordium cisterciensis coenobii, VII, 13, citado por Louis J. Lekai, op. cit., p. 31.
  14. Pacaut, Marcel, Les moines blancs, op. cit., p. 43.
  15. Exordium cisterciensis coenobii, XII, 5-6.
  16. Al pie de la Virgen, el copista Oisbertus. Hiereniam prophetam, libro VI, verso 1125, Biblioteca municipal de Dijon, ms. 130, f° 104, detalle.
  17. La cronología no es segura.
  18. «Saint Bernardo no había fundado la orden cistercien. La hizo triunfar.» « Saint Bernard n'avait pas fondé l'ordre cistercien. Il avait fait son succès. » Georges Duby, Saint Bernard, l'Art cistercien, Champs, Flammarion, 1971, p. 9.
  19. Riché, Pierre,« Bernard de Clairvaux », Dossiers d'Archéologie, n° 229, diciembre de 1997 - enero de 1998, p. 16.
  20. «Entonces, la gracia de Dios envió a esta iglesia clérigos letrados y de alta cuna, laicos poderosos en el siglo y no menos nobles en muy gran número; de tal manera que treinta postulantes llenos de ardor entraron de golpe en el noviciado». « Alors la grâce de Dieu envoya à cette église des clercs lettrés et de haute naissance, des laïcs puissants dans le siècle et non moins nobles en très grand nombre ; si bien que trente postulants remplis d'ardeur entrèrent d'un coup au noviciat. », Petit exorde de Cîteaux, citado por Georges Duby, Saint Bernard et l'art cistercien, Champs, Flammarion, 1979, p. 9.
  21. Sobre el lugar que ocupa Bernardo en el siglo XII véase Jacques Verger, Jean Jolivet, Le siècle de saint Bernard et Abélard, Perrin, Tempus, 2006.
  22. En 1125 publica su Apologie, dedicada a Guillaume de Saint-Thierry, donde contrapone las doctrinas cisterciense y cluniacense, y arruina a sus adversarios. Se conocen de él varios centenares de cartas.
  23. En particular con ocasión del concilio de Sens del 2 y 3 de junio de 1140
  24. Boitel, Philippe, « Voyage dans la France cistercienne », La Vie, Hors-série, n°3, junio 1998. p. 14.
  25. Marilier, Jean, Histoire de l’Église en Bourgogne, Éditions du Bien Public, 1991, p. 84.
  26. Revista Scriptoria, n°1, Moyen-Âge, Hors série, Les Cisterciens, mayo-junio 1998, p. 15.
  27. Lekai, L. J., op. cit., p. 58-59.
  28. Web oficial de la orden-monasterios en España (Congregatio S. Bernardi seu de Castella)
  29. Web oficial de la orden-monasterios en España (Congregatio Coronae Aragonum)

Véase también

Enlaces externos