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Usuario:Estebanpsz/prueba eps

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A pesar del pesimismo por el que pasa el continente, los líderes europeos mostraron ayer que todavía tienen una mínima capacidad para mantenerse unidos cuando realmente hace falta. El primer presidente de la historia de la UE, Herman Van Rompuy, esperaba utilizar la breve quedada en Bruselas de esta semana para levantar los ánimos. De este modo, intentaría convencer al eurogrupo de seguir hacia delante de manera abierta y planear el rumbo hacia una nueva Europa capaz de soportar su propio peso político, todo ello justo después de una década en la que han gastado hasta la última gota de sudor en reestablecer sus leyes. 

Por desgracia, la cosa no salió así de bien, ya que era difícil de llevar estar en medio del alboroto más grande que había sufrido la moneda continental hasta el momento. La crisis griega a modo de gripe entre los mercados vinculados amenaza con mutar en una crisis tanto española como italiana a la altura de acabar con el euro. Los líderes nacionales únicamente analizaron a grandes rasgos las pautas para llegar a un remedio, pero al menos reconocieron que, al menos, se mantuvieran o cayeran, la eurozona permanecería codo con codo. Sin embargo, el resultado fue una declaración confusa de disposición para “llevar a cabo la acción decidida y coordinada” si la situación lo requería, lo que pasado a la práctica significaba más bien París y Berlín cubriendo la deuda griega a cambio de duras condiciones económicas.

Resultó ser insuficiente para los mercados normalmente ajetreados, ya que tomar la decisión de actuar no es lo mismo que realizar la acción en sí. La reunión entre ministros de economía de la semana que viene podría pasar por alto el detalle de qué se supone que deberán recortar los que están en problemas y cómo conseguirán el apoyo. Los alemanes, quienes siempre han temido al euro como un aparato que permite a los vecinos derrochadores tener vía libre a lo largo del viejo mercado, esperan que su gobierno lo vea como ese medicamento amargo que sabes que no tomarás fácilmente. Por otro lado; los griegos, que siempre prefieren con diferencia recurrir al presupuesto del estado a pagar impuestos, se pondrán como locos defendiendo que la economía, al igual que la política, debería ser un arte para aquellos que lo tienen a su alcance. Las negociaciones no serán precisamente agradables.

Sin embargo, en un mundo que tiende a ser problemático, tomar decisiones transnacionales rápidamente resulta difícil incluso en caso de emergencia. En comparación con la estancada ronda de comercio y la sensación de caos dejada en Copenhague, el empujón hacia un acuerdo que se dio ayer se considera un logro. Aunque la acción verdaderamente coordinada podría incluso ir más alla de la UE, al menos la declaración de ayer da un sentido razonable sobre qué conllevaría cada acción. Después de lo visto ayer, parece incluso posible que Europa se proteja a sí misma en lugar de esperar parsimoniosamente a la llegada de Washington en forma de FMI. Parece que no hay expectativas puestas en Europa, al menos de momento, forjando un futuro prometedor en torno a la solidaridad. Sin embargo, hace falta armarse de valor para mantener la esperanza, ya que de momento la UE sigue entre la espada y la pared.