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Usuario:Qpqqy/Taller/Atahualpistas

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Atahualpistas
Participante en la Guerra civil incaica y Conquista del Perú

Estandarte incaico usado por el ejército atahualpista
Actividad 1529 - 1535
Objetivos

En la guerra civil incaica:


En la conquista del Perú:

Organización
Líder
  • De 1529 a 1533: Atahualpa
  • De 1533 a 1535: Quizquiz y Rumiñahui
  • Afiliación
    religiosa
  • Religión incaica (Oficial)
  • Otras religiones locales
  • Origen
    étnico

    Beligerantes:


    Simpatizantes:

    Acuartelamiento
  • Quito (Hasta 1534)
  • Cajamarca (1531-1532)
  • Cronología
    Facción
    anterior
    Imperio incaico
    Relaciones
    Aliados
    Enemigos
  • Imperio incaico (Gobierno de Huáscar)
  • Cápac Panaca Ayllu
  • Sucsu Panaca Ayllu
  • Quijos
  • Huancavilcas
  • Imperio español

  • Etnias integrantes del ejército cusqueño
    Quechuas
    Españoles (A partir de 1532, aunque tenían agenda propia)
    Cañaris
    Chachapoyas
    Chillaos
    Huancas
    Soras
    Chancas
    Guayacundos
    Pastos
    Quilliscaches (Del sur)
    Collas
    Punáes
    Quiguares
    Chichas
    Yauyos
    Lupacas
    Charcas
    Otras de menor relevancia en la guerra
    Guerras y batallas

    Los atahualpistas, también conocidos como incas quiteños, fueron la facción militar y política encargada de respaldar las pretensiones de Atahualpa, a quien habían reconocido como auténtico inca en vez de su hermano Huáscar. Su capital temporal fue la ciudad de Quito. Conformaron el bando antagónico al Cusco durante la guerra civil incaica, alcanzando una victoria de facto en 1532. Cuando Atahualpa fue capturado por los españoles ese mismo año y ejecutado en 1533, los quiteños organizaron una férrea defensa en condiciones adversas que se tornó paulatinamente en una resistencia desesperada, la cual fue finalmente neutralizada por las fuerzas hispanas en conjunto con los remanentes cusqueños en 1535. Después de la guerra, los nobles atahualpistas en su mayoría permanecieron en la región de Quito, integrándose en la sociedad hispánica como parte plena del linaje real incaico. Otros grupos se fugaron hacia Pujilí. Actualmente, el movimiento atahualpista es considerado como una pieza importante de la identidad histórica y cultural en Ecuador y Perú.

    Causas del movimiento

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    El surgimiento de los atahualpistas se debió a una serie de factores gestados en el seno del imperio, involucrando conspiraciones entre la nobleza, rivalidades políticas, preferencias en el ejército y discordias étnicas. Tanto Atahualpa como Huáscar se veían como sucesores legítimos de su padre, Huayna Cápac, por lo que apelaron a distintas estrategias. Mientras que Huáscar ocupaba el trono, Atahualpa pretendía enlazarse íntimamente con la panaca de su padre, Tumipampa Panaca o Tumipampa Aillu, bajo la fachada de convertirse en el gobernador de Quito y Tomebamba. Los celos paranoicos de Huáscar ante esta ambición generaron que intentara apresarlo, muy posiblemente con la intención de ejecutarlo después, lo que irremediablemente forzó a Atahualpa a presentar una resistencia armada que después se convertiría en una auténtica cruzada por reclamar abiertamente el derecho a la mascapaicha.

    Por otro lado, se citan frecuentemente las simpatías que un círculo reducido de generales, quienes ya habían peleado bajo las órdenes de Huayna Cápac, sentían por Atahualpa, a quien conocían desde su juventud como líder en el ejército de su padre. Supuestamente era el hijo favorito, dotado de un gran carisma y talento militar. Estos generales temían perder el prestigio, confianza y jerarquía que ya ostentaban. Sus influencias habrían tenido un gran peso en la decisión de Atahualpa por empuñar las armas. Según Martín de Murúa, otros mandos se acoplaron a los atahualpistas porque se sentían maltratados por Huáscar, a cuyo padre "habían servido lealmente, y a costa de su sangre le habían conquistado tantas provincias". También se considera el resentimiento de algunas etnias en contra del gobierno cusqueño por las guerras pasadas; en especial los caranquis, cuya conquista había sido sangrienta y que habían protagonizado rebeliones posteriores. La etnia de los quilliscaches albergaba una rivalidad entre aquellos que habían sido transportados para colonizar el norte y aquellos que quedaron al sur.

    Una narrativa paralela que explica el alzamiento de los atahualpistas apela a un "renacimiento nacionalista" de los shyris, sostén del antiguo reino de Quito. Quienes apoyan esta hipótesis se justifican en la presunta división del Imperio incaico por Huayna Cápac, legando a Atahualpa la parte norteña, y su ascendencia shyri como hijo de Paccha Duchicela, considerándolo así como monarca (Shyri XVII) del reino de Quito. La campaña atahualpista se produjo entonces como resultado de la violación cusqueña de las fronteras del legítimo gobierno shyri para apresar al soberano quiteño. La guerra es percibida como un contraataque simbólico contra el imperialismo inca, manifestado en el ejército "invasor" de Huáscar. Esta versión es popular en el indigenismo nacionalista ecuatoriano.

    Similar a la anterior, una última versión sugiere que la creciente importancia de la llacta de Quito dentro del Imperio incaico era considerada como una amenaza a la supremacía cusqueña y cuna de un incipiente regionalismo norteño, iniciado desde las épocas de Huayna Cápac y sus estadías en Tomebamba, por lo que el movimiento atahualpista simplemente nació como defensa ante las fuerzas huascaristas cuya intención era preservar el vínculo de subordinación mediante el desmantelamiento de la nobleza lugareña representada por Atahualpa.

    Composición

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    Los atahualpistas estaban conformados por varios grupos sociales y etnias. Los nobles, entre los que se encontraban los familiares de Atahualpa y altos mandos, ostentaban en su mayoría ascendencia cusqueña. Quizquiz, Cuxi Yupangui y Chalcuchímac, por ejemplo, eran descendientes de Cápac Yupanqui, Pachacútec y Huiracocha Inca, respectivamente. Otra versión sugiere que Cuxi Yupangui contaba con ascendencia quilliscache, motivo por el cual a veces es mencionado en las crónicas como "Quilliscacha". Atahualpa tenía pretensiones por el liderazgo de Tumipampa Aillu, panaca a la que pertenecía. También estuvo asociado con la panaca de Pachacútec, Hatun Ayllu, ya que su padre era hijo de Mama Ocllo: coya de ese linaje. Otros líderes de menor rango provenían de las élites locales. Entre los primeros adeptos en unirse al ejército estaban los colonos incaicos asentados en el norte por Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, provenientes principalmente del Collasuyo. John Murra refiere que los mitimaes, conscientes de su considerable inferioridad numérica, proclamaron que:

    "...a fuerza de nuestros brazos nos defenderemos de todo el mundo..."
    Mitimaes quiteños

    Etnias no-quechuas también desempeñaron un importante rol militar. Una considerable porción del ejército lo integraban los huambracunas: tropas de origen caranqui que en su infancia y/o adolescencia les había tocado ver cómo Huayna Cápac ejecutó a la práctica totalidad de los hombres adultos de su etnia por haberse rebelado, evento encarnado en la masacre de Yahuarcocha. Los atahualpistas también habrían reclutado conscriptos de las etnias que conquistaban, tal conducta se infiere de la composición del ejército de Rumiñahui en Cajamarca, en el que figuraban cañaris, pastos, paltas y chachapoyas, quienes originalmente eran considerados enemigos. El ascenso político de los atahualpistas fue apoyado por los chinchas.

    Historia

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    Antecedentes

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    Huayna Cápac, undécimo mandatario inca y tercer emperador, mantuvo largas, masivas y sangrientas campañas militares en las regiones norteñas de lo que hoy es Ecuador, cuya base de operaciones era la llacta de Tomebamba. Acompañándolo se encontraba un joven Atahualpa, quien continuamente participaba en las operaciones bélicas. De hecho, el cronista Sarmiento escribió que Atahualpa estuvo en Cusco tan solo una vez, conduciendo refuerzos hacia el norte en compañía de Ninan Cuyuchi. Una de las primeras campañas en las que participó fue la incursión contra los pastos, etnia que habitó principalmente lo que hoy es Colombia, comandada por los capitanes Colla Topa, también llamado Topa Cusi Yupanqui, y Mihi. Sin embargo, la operación fue un rotundo fracaso y Atahualpa tuvo que regresar prácticamente huyendo. Aún así, se ganó una buena reputación por su ímpetu militar. Entre 1526 y 1529, Huayna Cápac cayó terriblemente enfermo. Aprovechando su situación de debilidad, es muy probable que fuese envenenado por Apu Chiquimis, gobernador de Chachapoyas. En el lecho de muerte de Huayna Cápac, Colla Topa presidió la ejecuión del ritual de la callpa, consistente en un sacrificio de llama en el que se pretendía consultar a una divinidad para determinar un sucesor. Sin embargo, los herederos que escogió, Ninan Cuyuchi como primera opción y Huáscar como segunda, no fueron "aprobados".

    El inca falleció antes de poder determinar una tercera opción. Es de resaltar que Atahualpa, a pesar de ser el supuesto favorito, no fue considerado, quizás por relegarlo a la región norteña. Poco después, Ninan Cuyuchi también falleció, probablemente a consecuencia de la viruela. Tras los súbditos decesos de Huayna Cápac y Ninan Cuyuchi, se crearon rivalidades políticas que giraban en torno a la interrogante de quién debía ser el heredero. Por su parte, la mayoría del ejército acantonado en el norte, compuesto por levas, retornó a sus lugares de procedencia. La momia de Huayna Cápac partió rumbo al Cusco transportada por una comitiva encabezada por Colla Topa. Atahualpa permaneció en Quito, presuntamente como penitencia por el fracaso contra los pastos, rodeado de un grupo de nobles.

    Coronación de Huáscar

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    Raura Ocllo, ñusta de Cápac Ayllu y madre de Huáscar, adelantándose a la comitiva, llegó al Cusco y lideró un movimiento, acompañada con otros nobles incaicos, que buscó la entrega de la mascapaicha a su hijo, debido a su experiencia política como uno de los 4 gobernadores del Cusco en ausencia de Huayna Cápac. Gracias a sus insistencias, Huáscar fue finalmente coronado como inca mediante una ceremonia oficial en el Cusco presidida por Apu Chalco Yupanqui y Pupaca, contrayendo matrimonio con Chuqui Huapay.

    Crisis diplomática con el Cusco

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    El gobierno de Huáscar, cargado de promesas amenazantes para los privilegios de las panacas y salpicado de irregularidades, generó cierta impopularidad entre sectores de la élite inca. Un noble de nombre Chuquisguamán organizó un complot con el fin de asesinar al nuevo inca y a Raura Ocllo para coronar a Cusi Atauchi. El complot fue delatado por Tito Atauchi, otro de los gobernadores del Cusco, y se procedió a ordenar la ejecución de los involucrados. La conspiración de Chuquisguamán avivó el temor de Huáscar ante un eventual golpe de Estado, adquiriendo un semblante paranoico y arisco. La presencia de Atahualpa en el norte, lejos del estricto control cusqueño, fue percibida como una potencial amenaza.

    Los nobles que lideraban la comitiva fúnebre de Huayna Cápac, incluyendo a Colla Topa, fueron reprendidos, torturados y ejecutados por Huáscar en la zona de Tarawasi por haber dejado solo a Atahualpa en Quito, ya que creía que esto podía dar pie a una rebelión. Algún tiempo después, tras la campaña contra los pomacochas de Chachapoyas, una supuesta segunda comitiva quiteña, con la petición de nombrar a Atahualpa como gobernador de Quito, llegó a la capital, corriendo con una suerte similar a la primera, aunque se conoce que Huáscar consentía este pedido. Entretanto, Atahualpa comandó otra campaña para aplastar una sublevación de los huancavilcas, a manera de demostrar su lealtad al Cusco. No obstante, al concluir exitosamente esta operación, se enteró del destino de la segunda comitiva.

    En un esfuerzo por limar las asperezas, Atahualpa construyó palacios en Tomebamba en honor de Huáscar. Sin embargo, el gobernador de la ciudad, Ullco Colla (también conocido como Chapera), de etniacañari, quedó indignado por este hecho, quizás rememorando las ambiciones de Atahualpa por dominar Tumipampa Aillu), por lo que envió una tercera comitiva al Cusco cuyo mensaje insinuaba una sublevación en contra del inca, lo cual alteró a Huáscar aún más. Una cuarta comitiva fue despachada desde Quito, cargando con numerosos obsequios a fin de apaciguarlo. Los mensajeros también fueron ejecutados; de sus restos se confeccionaron tambores de piel humana. Adicionalmente, Huáscar envío una quinta comitiva cuyos regalos tenían un matiz despectivo y burlesco, pues se trataban de accesorios típicamente femeninos.

    Incidente de Tomebamba

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    El casus belli de la guerra civil incaica se dio cuando Huáscar envío una sexta comitiva, al mando del general Atoc y el gobernador Ullco Colla, a Tomebamba con la misión de "recoger a las mujeres de Huayna Cápac" que quedaron con Atahualpa, quien decidió apresarlos. La versión del ejército ecuatoriano sostiene que la llegada de la comitiva tuvo el pretexto de resguardar a Ullco Colla y así extender la esfera de influencia cusqueña sobre el norte. Atoc, cautivo, reveló la inminente llegada del ejército huascarista, dando comienzo oficial a la guerra civil inca.

    Guerra civil inca

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    Ofensiva cusqueña

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    Atoc, de alguna forma, reaparece nuevamente al mando del ejército huascarista, comandando un asalto sobre Tomebamba. La primera batalla de la guerra civil culminó con una victoria cusqueña, quienes consiguieron capturar a Atahualpa. Según una versión, los cañaris lo emboscaron repentinamente en un descuido; según otra, fue tomado como prisionero de guerra durante la batalla por el puente principal. Los atahualpistas se retiraron hacia los llanos de Mocha o Mochacaxa, donde se reorganizaron y aguardaron el ataque cusqueño. Atahualpa, custodiado por soldados cañaris, consiguió escabullirse y reunirse con sus tropas. Sin embargo, nuevamente fueron expulsados, replegándose a las cercanías del río Ambato donde establecieron posiciones defensivas. Atoc prosiguió su avance junto al general Hango y Cuxi Yupangui. Este último portaba a Caccha, el ídolo del trueno y las batallas.

    Llanura de Ambato, donde actualmente se erige la ciudad homónima.

    Cuando los huascaristas intentaban cruzar el río, Chalcuchímac, al mando de un batallón de 5000 soldados, ejecutó una maniobra de flanco atravesando el montañoso terreno de la cordillera Occidental. Cuando finalmente llegó a Quisapincha, avanzó hacia el norte y atacó por la retaguardia a los cusqueños. El resto del ejército atahualpista intensificó la presión, cruzando el río y expulsando a los huascaristas, quienes se desbandaron. Lograron abatir a Ullco Colla y capturar a Atoc, Hango y Cuxi Yupangui. Los dos primeros fueron ejecutados. Cuxi Yupangui fue perdonado por Atahualpa quien, tras acudir a donde se hallaba y ofrecerle un cálida bienvenida, lo rehabilitó como militar, esta vez del ejército quiteño, y como sacerdote de Caccha. Cuxirimay Ocllo, ñusta cusqueña que acompañaba a los huascaristas, se convirtió en la coya de Atahualpa. La batalla de Mullihambato marcó un punto de inflexión al frenar en seco el empuje cusqueño. Subsecuentemente, los atahualpistas adoptaron la iniciativa.

    Primera contraofensiva atahualpista

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    Atahualpa nombró a Quizquiz como apusquipay, Chalcuchímac como teniente general y como capitanes principales a Rumiñahui y Yura Hualpa. Otras versiones aducen que Chalcuchímac era el apusquipay y que existía otro general de nombre Ucumari. Antes de emprender una contraofensiva masiva, organizó y encabezó, armado con una lanza, un desfile militar por Quito, quizás como inauguración formal de sus operaciones.

    Pumapungo, Cuenca, uno de los últimos sectores supervivientes de la llacta de Tomebamba

    Los mandos atahualpistas se prepararon para la conquista de Tomebamba, para lo cual se reunió una fuerza de 50000 hombres. Al cruzar por el río Machángara, fueron emboscados por los cusqueños, por lo que se retiraron a la cordillera de Molleturo. Al día siguiente, emprendieron un rápido asalto sobre los huascaristas quienes, presa del pánico y la confusión, se retiraron a Tomebamba. En sus inmediaciones se produjo otro choque, en el que los atahualpistas consiguieron imponerse y empujar a los huascaristas hasta la propia ciudad, donde se libró un intenso combate que finalmente se saldó con la victoria quiteña, forzando la retirada enemiga a través del sector de Pumapungo, donde muchos cusqueños se ahogaron al intentar cruzar el río. Dado que Tomebamba era una llacta de mayoría cañari y afiliada con el Cusco, fue incendida y se ejecutó una masacre contra la población, muriendo 60000 personas.

    Estancamiento

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    Después de la captura de Tomebamba, el avance atahualpista se detuvo en el río Yanamayo, cerca a Cajamarca, marcando un intento de límite fronterizo. Los huascaristas establecieron nuevas posiciones en Cusibamba, territorio palta. Se produjo un punto muerto, cesando temporalmente las hostilidades. En ese momento, los pastos comenzaron una rebelión, por lo que Atahualpa emprendió una nueva campaña no sin antes ordenar la construcción de un palacio-templo en Inca-Caranqui dedicado a Caccha, a cargo de Cuxi Yupangui. En otra versión, se trató de una incursión a Quijos, en la cordillera Oriental, zona caracterizada por sus tupidos bosques andinos. Según Miguel Cabello de Balboa, al siguiente verano de la derrota de la resistencia pasto/expedición a Quijos, los quiteños lanzaron una incursión contra el país Yumbo o Yumbos, en la cordillera Occidental, que también se encuentra dominada por húmedos bosques. Durante estas campañas, la logística atahualpista se probó como deficiente, pues muchos soldados murieron de hambre.

    Región de Quijos

    Coronación de Atahualpa

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    Después de las incursiones hacia las vertientes andinas, Atahualpa retornó a Inca-Caranqui, en cuyos palacio contrajo matrimonio con Cuxirimay Ocllo y fue coronado con la mascapaicha por Cuxi Yupangui. Según Betanzos, recibió el nuevo nombre de Caccha Pachacuti Ynga Yupangue Ynga, en honor al ídolo y a Pachacútec. Atahualpa también confeccionó su propio huauqui: ídolo personal. En otra versión, Atahualpa se coronó en Tomebamba.

    Segunda contraofensiva atahualpista

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    Poco después de la coronación de Atahualpa, aproximadamente a inicios de 1531, el conflicto civil se reanudó por iniciativa huascarista, cuyo ejército, al mando del nuevo general Guanca Auqui, realizó una táctica de ataque y retirada contra Tomebamba, derrotando a la guarnición atahualpista. En respuesta, los quiteños atacaron las posiciones enemigas en Cusibamba, consiguiendo la victoria tras una sangrienta batalla que sumó 35000 muertos entre ambos bandos. Atahualpa observó el encuentro desde lo alto de una colina. Los cusqueños obtuvieron refuerzos en forma de 10000 soldados chillaos, procedentes de Chachapoyas. La siguiente batalla tomó lugar en Cochahuaila. El primer día de lucha acabó con un empate. En el segundo día, los atahualpistas concentraron su esfuerzos en acabar con los chillaos, consiguiendo eliminar a 8000 de ellos y expulsando definitivamente al resto del ejército cusqueño. El triunfo en Cochahuaila les abrió el acceso hacia Cajamarca, llacta que se convirtió en el nuevo cuartel principal del ejército. Rumiñahui, al mando de las reservas, permaneció en el lugar, mientras Quizquiz y Chalcuchímac encabezaron el trayecto hacia el Cusco. Consiguieron capturar Caxas, donde dejaron una guarnición de 2000 tropas Al pasar por el callejón de Huaylas, obtuvieron el apoyo de los locales huaylas. Atahualpa estuvo presente durante la invasión a Chachapoyas donde, tras una visita a Pipos, buscó pacificar la región mediante el nombramiento de un nuevo gobernador de nombre Guamán.

    Cañón en el río Apurímac con un puente de cuerda inca, según una ilustración del siglo XX

    Los atahualpistas volvieron a enfrentarse a los huascaristas probablemente en noviembre de 1531 en las cercanías de Pumpu, plena meseta de Bombón. Se produjo una serie de escaramuzas y batallas durante 3 días, resultando en otra derrota cusqueña, replegándose al valle de Yanamarca, antesala del valle del Mantaro. A finales de 1531, los atahualpistas triunfaron en Yanamarca, ocupando la llacta de Hatun Xauxa. Los cusqueños retrocedieron al Mantaro, donde se atrincheraron en un tramo angosto con el río Mantaro como defensa natural. Los atahualpistas ejecutaron otra maniobra de flanco, nuevamente a cargo de Chalcuchímac, mientras que Quizquiz comandó el ataque frontal. La batalla se transformó prácticamente en un asedio que duró un mes, consiguiendo los quiteños finalmente perforar las posiciones enemigas. Continuando hacia el sur, capturaron Vilcashuamán y Sayhuite. Enviaron espías para reconocer vías de paso sobre el río Apurímac, quienes detectaron un puente libre de presencia cusqueña.

    Chalcuchímac organizó 25000 soldados armados con hondas para avanzar, llegando a Tavaray. Sin embargo, los cusqueños, alertados por sus propios espías, habían despachado dos contingentes que amenazaban con rodearlo. Los atahualpistas emprendieron la retirada estando ya bajo ataque, sufriendo 10000 bajas en el camino, incluyendo la muerte del capitán Tomay Rima. Cuando se recompusieron, reanudaron la ofensiva cruzando el río Cotabambas, llegando a la llanura de Huanacopampa. Durante la batalla de Huanacopampa, el embate atahualpista fracasó en atravesar la línea enemiga; al anochecer desistieron y se replegaron a una colina. Aprovechando los extensos pajonales de ichu, los cusqueños iniciaron un incendio que arrasó las posiciones quiteñas, quienes huyeron en desbande cruzando nuevamente el Cotabambas. Sin embargo, Huáscar no se propuso perseguirlos y rematarlos, lo que dio tiempo a los atahualpistas para reordenar sus fuerzas.

    Captura de Huáscar

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    Huáscar apresado y conducido por Quizquiz y Chalcuchímac

    Los atahualpistas enviaron más agentes a espiar al ejército huascarista, por lo que supieron que el inca planeaba una masiva operación de doble envolvente dividiendo sus fuerzas en 3 ejércitos. Se dio así inicio a la batalla de Quipaipán. El primer ejército, comandado por Topa Atao y destinado a misiones de reconocimiento, se encontraba incursionando por una quebrada cuando fue emboscado por Chalcuchímac, quien había desplegado dos contingentes apostados a ambos lados del paso. Topa Atao, gravemente herido, fue capturado. El segundo ejército, comandado por el mismo Huáscar y sin conocer el destino del primero, avanzó por la misma ruta. Quizquiz preparó una nueva emboscada que atacó por la retaguardia, capturando al inca. Para derrotar al tercer ejército, Chalcuchímac diseño un estratagema: se subió a las andas de Huáscar y se hizo pasar por él. Siendo así, acudieron al encuentro con los cusqueños, quienes aguardaban a la espera de órdenes y confundieron la comitiva atahualpista, de 5 mil hombres, con la suya. Uno de los prisioneros fue liberado intencionalmente para comunicar la noticia de la derrota cusqueña, por lo entraron en una gran confusión que se tornó en pánico, huyendo de los atahualpistas. Estos los persiguieron hasta Cotabambas, propinándoles fuertes bajas. Huáscar fue retenido en Quipaipán.

    Ocupación del Cusco

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    Atahualpistas cometiendo crueldades contra los cusqueños, según una ilustración del siglo XVIII

    Habiendo conseguido vía libre al Cusco, los atahualpistas tomaron un descanso en el cerro de Yavira. Para calmar el pánico que cundía entre la población de la ciudad, los atahualpistas ordenaron a mensajeros ingresar y comunicar que solo requerían que los nobles cusqueños, en particular los partidarios de Huáscar, se presentan en Yavira en una fecha determinada. Aquel día, se les ordenó marchar al llano de Quipaipán, separados según su panaca y su dinastía, sea Hanan o Hurin. Aquellos que habían participado en la batalla estaban ataviados con una borla que indicaba el perdón quiteño. Fueron sentados en el suelo y obligados a reverenciar al huauqui de Atahualpa. Este, quien se encontraba en Huamachuco, fue informado sobre el transcurso de la situación. Mientras tanto, los altos mandos ocuparon la ciudad y se hospedaron en las casas ubicadas al lado del acllahuasi, organizándose para atender la llegada del futuro nuevo soberano. En ellas se colocó su huauqui, el cual se instruyó como objeto de adoración. Tras algún tiempo, Cuxi Yupangui, autorizado por Atahualpa para ejercer los castigos, arribó al Cusco. Se ejecutaron matanzas contra los nobles cusqueños, los cañaris y chachapoyas. Cápac Ayllu sufrió de un particular ensañamiento, al punto que la momia de Túpac Yupanqui fue quemada y destruida. A otros nobles se les cortó pestañas y cejas en señal de penitencia. Otros fueron golpeados en la espalda por mazas. También fueron forzados a alabar a viva voz a Atahualpa con el rostro apuntado en dirección a Quito. La masacre causó que Huáscar jamás pudiese formar su propia panaca. En esta coyuntura, los españoles llegaron al mar andino.

    Resistencia en Tumbes

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    Los tumpis, gobernados por el curaca Chilimasa, fueron los primeros en contactar directamente con los españoles. Aunque en un principio se mostraron favorables hacia los hombres de Francisco Pizarro debido a su apoyo en una sangrienta riña con los punáes acaecida en 1531, la desconfianza se incrementó entre ambos a medida que los españoles exploraban las costas de Tumbes. En 1532, los españoles zarparon desde la isla Puná repartidos en 4 navíos tumpis cargados con suministros y pertenencias, encabezados por Hernando de Soto, Cristóbal de Mena, Francisco Martín de Alcántara y Hurtado, respectivamente. La relación se rompió cuando los tumpis ejecutaron una emboscada general, abandonando en una zona de fuerte oleaje a los hombres de Alcántara y asesinando brutalmente a los de Hurtado. Soto y Mena pudieron evacuar a tiempo. Los españoles nuevamente desembarcaron, capitaneados por Pizarro, e intentaron intimidar a los tumpis con la caballería, aunque estos solo se burlaron exhibiendo el botín capturado de las balsas. En la tradición de Tumbes está registrada la batalla del estero la Chepa o batalla de los manglares, en la que los tumpis de Chilimasa intentaron, sin éxito, rechazar al ejército hispano de vuelta al mar. En vista del fracaso, se retiraron al interior del valle, mientras que Pizarro alcanzó la devastada Cabeza de Vaca. Uno de los campamentos tumpis fue asaltado por Soto, quien ejecutó a los defensores.

    Chilimasa acudió repentinamente al campamento de Pizarro, aduciendo no estar confabulado con la resistencia tumpis y ofreciendo una alianza. Sin embargo, al mismo tiempo en la comitiva española se introdujeron espías que respondían directamente ante Atahualpa, los cuales le comunicaron las primeras noticias sobre los europeos. Atahualpa evaluó a los recién llegados como seres humanos y no como divinidades debido a la información recogida. Por otro lado, el fracaso de la resistencia armada tumpis motivó su desdén, aunque posiblemente los prejuicios eran previos. En una ocasión, cuando estuvo cautivo en Cajamarca, se refirió despectivamente a los tumpis como "perros".

    Captura de Atahualpa

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    Los atahualpistas emplearon activamente el espionaje durante el trayecto de los españoles por Tumbes, Piura y Caxas. A medida que avanzaban se encontraban con los estragos de la guerra civil: ruinas y pueblos fantasma. Entre los espías destacaba Cinquinchara, un noble que se hizo pasar por un mensajero cuya misión era estudiar a los hispanos. Atahualpa también envió embajadores, quienes monitoreaban los movimientos españoles y entregaban "regalos" que otro mensajero, un local de nombre Guachapuro, recomendó a Pizarro no tomar. En todo momento, los quiteños pretendieron ocultarse tras una pantalla de pacifismo, instigando a los españoles a reunirse con Atahualpa. Guachapuro, en contraste, mantuvo una postura altamente escéptica que contagió a Pizarro y al resto de hispanos. Cuando los hispanos pasaron por Caxas y Huancabamba, los quiteños enviaron regalos intimidatorios. Un capitán incluso los increpó y amenazó por tomar mujeres del acllahuasi. Ante todo, los atahualpistas consintieron la llegada española a Cajamarca, aunque algunos militares estaban impacientes por apresarlos. Atahualpa, muy confiado y soberbio, atendió una entrevista en los baños termales de Pultumarca, donde tenía un palacete con fuentes, estanques y jardines, acompañado de su corte. Accedió a ir a Cajamarca al día siguiente, presentándose al atardecer.

    Antes de ingresar a la plaza, Atahulpa designó a Rumiñahui como capitán de un contingente de 5000 soldados, el cual debía posicionarse sobre un saliente a las afueras de la llacta para bloquear la huida de los españoles por si se le antojaba capturarlos. Entre las tropas de Rumiñahui habían conscriptos cañaris, chachapoyas, pastos, paltas y nativos de Cajamarca. La pomposa comitiva quiteña, cantando a viva voz y presidida por una vanguardia de sirvientes que limpiaban el paso, incluía a importantes gobernantes andinos como Guavia Rucana, señor de Chincha, Chequen, de Chimor, Paucar, de Macas, entre otros. La procesión entró a una plaza vacía, pues los españoles estaban ocultos en las kallankas, preparados para un asalto con la meta de capturar a Atahualpa. Este, en aparente estado de ebriedad, se mofó de la cobardía española. Tras la lectura del Requerimiento, la actitud hostil de Atahualpa y una señal de disparo de artillería, los españoles salieron rápidamente de sus escondites y empezaron a masacrar a la comitiva, quienes pugnaban por escapar en medio de una estampida humana. Alrededor de 2000 personas fueron asesinadas. Atahualpa fue apresado por Pizarro y retenido en el cuarto del Rescate. La guardia de Rumiñahui, en vez de socorrer a Atahualpa, se retiró hacia Quito acompañados de varias de sus mujeres e hijos.

    Cuarto del Rescate, Cajamarca

    Intentos de rescate

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    Atahualpa, cautivo, se dio cuenta de la ambición española por los tesoros metálicos de oro y plata, por lo que propuso el pago de un rescate a cambio de su libertad, lo cual fue concedido. El rescate de Atahualpa, en la medida de lo posible, se pretendía pagar con las riquezas fuera de la región quiteña. Cuxi Yupangui, al ser el general más familiarizado con el Cusco, tuvo la tarea de recoger los bienes de la ciudad. Escoltado por una guardia de 5000 soldados, se encontró con Hernando Pizarro en Pumpu, a quien le entregó el tesoro, conformado por alrededor de 300 000 pesos de oro. También reveló temerosamente que Chalcuchímac se encontraba en el valle del Mantaro, castigando a los huancas por su apoyo al Cusco. Los generales atahualpistas, preocupados por la situación, se veían imposibilitados de contraatacar pues, de hacerlo supondría arriesgarse a la temprana ejecución de su líder. Chalcuchímac partió hacia el norte para intentar negociar. Quizquiz le encomendó que esconda el huauqui de Atahualpa en Jaquijahuana. Cuando Chalcuchímac se topó con Pizarro, fue convencido de dirigirse hacia Cajamarca desarmado, ingenua decisión que propició que también fuera capturado.

    El tesoro total reunido para el 18 de julio, día del reparto, contabilizaba un equivalente de 1326539 castellanos de oro y 57000 marcos de plata. Se calcula que actualmente correspondería con una cifra de 695 mil millones de dólares. En estas circunstancias, recelando de que entre en tratos con los hispánicos, Atahualpa ordena la ejecución de Huáscar, lo que es usado como excusa para legitimar su propia ejecución. Atahualpa fue sentenciado a morir en la hoguera, lo cual significaba la pérdida de su cuerpo y, por ende, un sacrilegio en la cultura andina, así que decidió bautizarse para "reducir" la pena al garrote vil. Fue ejecutado en la plaza de Cajamarca el 26 de julio de 1533. Su cuerpo fue enterrado en una nueva iglesia cercana. Cuxi Yupangui, regresando del sur, consiguió extraer sus restos, embalsamarlos y llevarlos en andas hacia Quito, a fin de encontrarse con Rumiñahui. También tenía la misión de reclamarle la entrega de los hijos de Atahualpa. Por otro lado, los españoles iniciaron la marcha con rumbo al Cusco acompañados de Chalcuchímac, liberado a condición de prestar apoyo, y varios remanentes del bando cusqueño, incluyendo miles de tropas andinas estimadas como "indios auxiliares". La muerte de Atahualpa no fue totalmente negativa para los quiteños, pues significaba que ya podían atacar libremente a los hispanos sin temor a represalias.

    Avance cusqueño-hispano

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    En la vanguardia del avance hispano se encontraba Guaritico, un pariente de Atahualpa cuya misión era habilitar y facilitar el camino. Guaritico fue ejecutado por los quiteños, considerándolo traidor. Del grueso del ejército atahualpista, asentado cerca al Cusco, se despacharon dos contingentes al mando de 4 capitanes, entre los que son nombrados Incorabaliba (Incarabayo), Mortay e Iguaparro, hacia Tarma y Xauxa con el fin de aguardar, contener y eliminar a los hispánicos. Chalcuchímac, de quien se sospechaba la autoría intelectual, fue nuevamente apresado. Un grupo quiteño fue encomendado al Cusco con el fin de incendiarlo y llevarse sus tesoros para que los españoles se queden sin nada. Al mismo tiempo, los atahualpistas retiraron sus efectivos de Tarma. Alí había un "mal paso": empinado, rocoso y limitado por un arroyo, donde incluso los caballos tuvieron dificultades. Siendo así, desperdiciaron una oportunidad irrepetible. Al contingente apostado en Xauxa, conformado por 600 soldados, se le encomendó la quema de Hatun Xauxa, lo cual se concretó parcialmente pues solo se incendió la mitad. Dado el inminente arribo de una avanzada hispana, los atahualpistas aguardaron en la otra orilla del río Mantaro y despacharon un escuadrón de 20 hombres, quienes se ocultaron en los edificios de la ciudad y emboscaron a los españoles. Mientras intentaban reducirlos, los hispanos enviaron un mensajero nativo a solicitar auxilio al resto de sus fuerzas, las cuales acababan de llegar. Cuando ambos contingentes se unieron, formaron una fuerza de alrededor de 200 efectivos. El escuadrón atahualpista, viéndose superado, abandonó Hatun Xauxa y cruzó el río para reagruparse con los demás, dividiéndose en 2 batallones. Acto seguido, emprendieron una retirada organizada. Repentinamente, fueron atacados por los hispanos, encabezados por la caballería, desbandándose y huyendo. Sufrieron gran cantidad de bajas; se calcula que apenas escaparon alrededor de 30. Algunos soldados en fuga se refugiaron en la cima de una colina.

    Los atahualpistas se reagruparon al sur de Xauxa, donde quemaron un pueblo cuya humareda fue detectada por los españoles. Un grupo consiguió avistar a los hispanos desde la lejanía, alertando al resto y obteniendo tiempo suficiente para replegarse en un cerro. Unos pocos soldados que no consiguieron evacuar fueron eliminados por el enemigo. Entretanto, Chalcuchímac, presenció cómo los españoles y los cusqueños acompañantes debatían acerca de la elección del siguiente inca. Como Francisco Topatauchi tenía la edad insuficiente, Chalcuchímac se inclinó por Aticoc, quien radicaba en Quito, aunque finalmente se escogió a Túpac Hualpa. Los españoles también le pidieron que ordenase a las fuerzas atahualpistas dejar las armas, lo cual aceptó bajo la condición de dejar de ser prisionero. Esto fue cumplido, aunque se le asignó una guardia con la misión de vigilarlo. A pesar de ello, los atahualpistas continuaban incendiado puentes y pueblos. Se congregaron en un pueblo cerca a Vilcashuamán, donde se instalaron precariamente. Sin que lo notaran, los españoles les alcanzaron y ejecutaron un ataque sorpresa que les propinó fuertes bajas. Los pocos atahualpistas que sobrevivieron huyeron hacia una montaña. Allí, se reorganizaron en escuadrones y comenzaron a insultar, amenazar y desafiar a los hispanos, quienes enviaron un pequeño escuadrón que, a pesar de perder un caballo, resultó victorioso. Posteriormente se enfrentaron en otra escaramuza, la cual nuevamente se saldó con la victoria hispana. Ambos choques costaron 600 vidas entre ambos bandos, incluyendo el capitán español Maila y varios caballos. Los atahualpistas cortaron la cola de uno de los caballos, colocándola en una lanza "a manera de estandarte".

    Porra andina con cabeza discoidal. Esta clase de armas fue usada por la infantería rasa atahualpista.

    En su repliegue hacia el sur, cediendo Vilcashuamán, los atahualpistas quemaron otro puente. Los capitanes se organizaron y reforzaron en una montaña cerca del pueblo de Airamba, a la espera de los refuerzos del ejército de Quizquiz. Sus posiciones fueron delatadas a los españoles por un lugareño, quien se encontraba huyendo de los atahualpistas por los destrozos que estaban armando. Cuando supieron que fueron descubiertos, abandonaron rápidamente la posición y se retiraron a otra montaña. Los hispanos, quienes acudieron a la primera montaña en su búsqueda, sufrieron la muerte de dos caballos por agotamiento. En la siguiente montaña, los atahualpistas reunieron una fuerza de 3000 soldados y tras avistar al contingente enemigo, que contaba con 50 caballos, se lanzaron al ataque. Mientras la infantería descendía a la llanura, los honderos hostigaron a los refuerzos españoles que se colaron para alcanzar la cima. La caballería se encontraba tan agotada y herida que era incapaz de cargar, en su mayoría solo era capaz de avanzar al trote. Viendo esto, el ánimo atahualpista se incrementó. 5 jinetes fueron arrinconados; 2 jinetes fueron eliminados encima de sus monturas, otro luchando a pie y los 2 restantes fueron tomados prisioneros. Otro caballo también fue asesinado. Con todo, los hispanos lograron capturar una explanada en la montaña, por lo que precavidamente los atahualpistas se retiraron a una elevación vecina. Ambos bandos cesaron temporalmente la lucha, descansando. Cuando los hispanos realizaron un amago de retirada, un escuadrón de atahualpistas descendió de la seguridad de la altura para hostigarles con hondas y flechas. Esto fue aprovechado por la caballería enemiga para lanzar un raudo contraataque; los quiteños sufrieron 20 bajas.

    Tras la escaramuza, los quiteños se retiraron a una montaña aledaña, mientras los españoles consolidaban la recién capturada. Ambos bandos acamparon en sus respectivas montañas, a una distancia tan cercana que podían oírse mutuamente. Los atahualpistas deseaban exterminar a los hispanos y quitarles los caballos, por lo que a la mañana siguiente planearon una ofensiva. A la mañana siguiente, sin embargo, vieron que los españoles se habían reforzado con más tropas, contando con 40 nuevos caballos, por lo que se retiraron por la cordillera. En estas circunstancias, los atahualpistas también fueron reforzados por un escuadrón de avanzada despachado por Quizquiz, compuesto por 1000 soldados. La llegada de más fuerzas atahualpistas consternó a Pizarro acerca del posible papel de Chalcuchímac, por lo que tomado prisionero otra vez. Al parecer, también envenenó a Túpac Hualpa, quien había gobernado por apenas 3 meses. Esta acción, junto con las sospechas de mantener una red de comunicación con Quizquiz, le valió su condena a la muerte en la hoguera. El día escogido fue el 13 de noviembre de 1533. A pesar de que los hispanos le instaron a bautizarse antes de su inminente ejecución, Chalcuchímac rechazó la petición y murió invocando a la Pachamama. La muerte de Chalcuchímac fue bien recibida por la nobleza cusqueña. A los españoles se les acopló Manco Inca, noble superviviente de la masacre de la capital y máximo candidato a suceder a Túpac Hualpa como nuevo inca. Quizquiz, por su parte, evaluaba la posibilidad de escoger a Paullu Inca, noble cusqueño refugiado en el Collasuyo.

    Los escuadrones atahualpistas finalmente se reunieron con el ejército principal de Quizquiz en las inmediaciones de Cusco. Los quiteños se posicionaron en una colina y, tal y como lo hicieron en otros lugares como parte de su política de tierra quemada, designaron un escuadrón con la orden de incendiar la ciudad. Inesperadamente, una fuerza enemiga de 40 caballos se hizo presente. El escuadrón, a manera de precaución, abandonó la misión y se replegó con los demás. Un contingente atahualpista se avanzó para atacar, pero los caballos cargaron y consiguieron forzar su retirada hacia las montañas. Otro contingente, compuesto por 2000 efectivos, no aguardó, sino que huyó rápidamente. Cuando los atahualpistas vieron que eran seguidos, dieron media vuelta y nuevamente cargaron, chocando en escaramuzas con la vanguardia hispana. Los atahualpistas acabaron por retomar la colina, mientras los españoles escaparon al llano. No obstante, al día siguiente, se retiraron del área, permitiendo que los españoles ingresen en Cusco el 15 de noviembre 1533, donde fueron bien vistos por la población. Manco Inca fue coronado como nuevo soberano.

    Frente de la sierra central

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    Quizquiz ordenó la evacuación del Cusco. Sota Urco fue nombrado como capitán de la vanguardia. Para la logística, estaban acompañados de 20000 llamas cargadas con provisiones. De esta forma, se retiraron organizadamente, aún cuando tuvo que enfrentar la persecución de una fuerza expedicionaria medularmente conformada por 5000 cusqueños al mando de Manco Inca y 50 caballos al mando de un capitán hispánico. Pizarro permaneció en la ciudad con el resto del ejército. Quizquiz rodeó el área y se dirigió al norte. Estacionó en su retaguardia a un escuadrón de 200 soldados en un terreno agreste, con la finalidad de alertar la proximidad del enemigo. Muchos oficiales y soldados, oriundos del norte del Chinchaysuyo tenían la moral baja y deseaban retornar a sus tierras. Quizquiz les replicó que gran parte de su territorio ya estaba tomado por los españoles y que si luchaban lealmente junto a él, podrían regresar, vivir y ser sepultados en los mismos campos que sus ancestros.

    Chinchaysuyo, de donde provenían la mayoría de las tropas atahualpistas y donde se desarrolló la resistencia contra los cusqueño-hispanos.

    El escuadrón hizo contacto con los hispanos, por lo que avisaron al general. La expedición retornó tras varios días al Cusco, donde comunicó las noticias y se dirigió nuevamente al frente. Los atahualpistas decidieron emboscarlos en un paso angosto, pero Manco Inca, consciente del peligro, evadió aquella ruta. Se desató así una rutina en la cual la expedición periódicamente lanzaba ofensivas, erosionando cada vez más las defensas quiteñas. En una de las campañas, los atahualpistas sufrieron hasta 1000 bajas. Se replegaron a las proximidades de Vilcashuamán primero y al valle del Mantaro después. Una nueva expedición conformada por 25000 andinos y otros 50 caballos fue despachada desde el Cusco con la misión de neutralizar la amenaza de los quiteños. Estos últimos se vieron favorecidos gracias al sabotaje del antiguo sistema de puentes, pues los cusqueño-hispanos padecieron grandes dificultades y retrasos en tratar de cruzar los embravecidos ríos.

    Militares cusqueños nobles celebrando el Coya Raymi

    Quizquiz, con Incarabayo como su capitán principal, ordenó la toma de Hatun Xauxa. Para ello, dividió sus fuerzas, conformadas por un máximo de 6000 efectivos, en dos contingentes. Envió a un escuadrón de 500 hombres a las alturas circundantes, el cual debía aguardar hasta que el grueso del ejército atravesara el valle para asaltar conjuntamente la ciudad. Sin embargo, fueron detectados por una patrulla de 4 caballos. El plan atahualpista fue revelado por un soldado que fue tomado prisionero y torturado. Cuando el escuadrón cruzó el río Mantaro para subir a los cerros, fue sorprendido y vencido por una fuerza hispana que contaba también con ballesteros y 10 caballos. Una deficiente coordinación impidió que Quizquiz se enterase de la suerte del escuadrón, lo que causó que inútilmente esperase señales por un tiempo. Los atahualpistas finalmente resolvieron no atacar y establecieron un campamento. Un jinete enemigo consiguió avistarlos, por lo que se movilizaron y reestablecieron a la orilla de un afluente del Mantaro. Sin embargo, un ejército hispano, que incluía 20 caballos y 3000 nativos, tomó la iniciativa y los atacó, estallando la batalla de Maraycalla. El capitán español fue derribado de su caballo cuando cruzaba el río, aunque fue salvado por unos ballesteros. Su caballo, en contraste, murió cuando el disparo de una honda alcanzó y quebró una de sus patas. A pesar de todo, los españoles continuaron presionando, por lo que los atahualpistas se retiraron a los cerros tras haber sufrido considerables bajas, atricherándose en una zona escabrosa. Otro ejército, conformado por 20 españoles y 3000 nativos, asaltó la posición, expulsando definitivamente a Quizquiz del valle.

    Los quiteños intentaron reagruparse en Tarma, pero fueron mal recibidos y expulsados por los lugareños debido a la destrucción que causaban. Consiguieron reorganizarse en un punto a cuarenta leguas al norte, estableciendo posiciones defensivas aprovechando un paso agreste. Fortificaron el lugar construyendo una valla para obstaculizar a la caballería, la cual tenía accesos muy estrechos que daban hacia una gran piedra usada a manera de ushnu improvisado. Esperaban también la llegada de nuevos refuerzos comandados por uno de los hijos de Atahualpa. Sin embargo, Manco Inca despachó una fuerza de 2000 nobles cusqueños, considerados soldados de élite, para hacerles frente. Cuando los refuerzos arribaron, los atahualpistas enviaron 4000 efectivos a batallar contra los cusqueños, siendo derrotados tras una difícil batalla. En un encuentro posterior, los hispanos atacaron sorpresivamente y capturaron a Sota Urco. Fue torturado para proporcionar información sobre el ejército atahualpista restante. Estos reveses militares instaron a Quizquiz a acudir con Rumiñahui, quien se hallaba resistiendo por su cuenta en el frente quiteño. Durante el trayecto por los Andes septentrionales, comenzaron a resquebrajarse las relaciones entre los mandos de Quizquiz acerca del rumbo del conflicto.

    Rumiñahui despanzurra a Cuxi Yupangui, llamado "Inca Illescas" por los españoles.

    La momia de Atahualpa le fue entregada a Rumiñahui en Liribamba. Posteriormente, Cuxi Yupangui se entrevistó en Quito con Rumiñahui, quien se negó a entregarle a los hijos. Ello no fue impedimento para la organización de una fiesta en la cual, aprovechando la embriaguez de Cuxi Yupangui, Rumiñahui lo apresó y ejecutó, ahorcándolo. Puesto que el pago del rescate de Atahualpa había dejado prácticamente intactos los tesoros norteños, los españoles destinaron un ejército, capitaneado por Sebastián de Belalcázar, a la conquista de la región, de tal manera que Rumiñahui alistó a sus fuerzas para el inminente arribo hispano, reuniendo una fuerza total de 50000 soldados, cifra que, sin embargo, parece exagerada. Zopozopangui, quien ostentaba el cargo de gobernador de Quito, se convirtió en su mano derecha. El ejército, aunque numeroso, tenía escasa moral, por lo estaban urgidos de un triunfo que pudiera cohesionarlos. Rumiñahui envió al capitán Chiaquitinta, al mando de un considerable batallón, a Zoropalta, con la misión de rechazar el avance hispano. Chiaquitinta era altamente estimado dada su pertenencia a la nobleza incaica, además de que "había prometido de hacer maravillas". No obstante, fue el primero en huir del campo de batalla por temor a la caballería de Belalcázar. Similar a lo que ocurría en Mesoamérica, la pérdida del líder de un ejército andino se interpretaba como una derrota, por lo que el resto del contingente atahualpista se retiró igualmente. Este inútil esfuerzo significó darle a los hispanos acceso libre hacia Tomebamba, donde se aliaron con los cañaris. En Sibambe, los atahualpistas pretendieron usar galgas (piedras que se despeñan desde las alturas), que iban a ser precipitadas al paso hispano, pero los cañaris alertaron de esta intención y sabotearon la operación.

    La primera gran batalla aconteció en Tiocajas, donde los atahualpistas se formaron defensivamente y enviaron espías contra los hispanos. Estos, reforzados por los cañaris, lanzaron una carga de caballería compuesta por 10 jinetes, cuya situación pronto se vio comprometida por la resistencia quiteña. Uno de los jinetes retornó para avisar de que se encontraban en peligro, por lo cual los hispanos emprendieron un ataque general. Rumiñahui dispuso una vanguardia de honderos secundada por infantería armada con jabalinas y lanzas. Aunque tanto hispanos como atahualpistas pelearon fanáticamente, Tiocajas culminó con un empate táctico cuando, llegada la noche, ambos bandos se retiraron. A pesar de todo, la moral atahualpista fue alta; para conseguir más adeptos a su causa cortaron la cabeza y patas de uno de los dos caballos que consiguieron eliminar, exhibiéndolas como trofeos ante las poblaciones circundantes. El ejército de Belalcázar se retiró y decidió avanzar por otro camino. Los hispanos fueron alcanzados por un guía del lugar, quien se ofreció a conducirlos para evitar las posiciones quiteñas. Los llevó hacia un río de gran tamaño el cual, sin embargo, lograron cruzar en balsas. Esto generó pesar entre los nativos, por lo que se infiere que no esperaban que fueran capaces de cruzarlo. Supuestamente se produjo una nueva batalla en las cercanías de la laguna de Colta, que terminó en otro empate cuando cayó la noche.

    Los atahualpistas retrocedieron hacia los llanos de Riobamba. Allí, aprovechando el terreno, Rumiñahui ordenó cavar profundos hoyos en cuyo interior habían estacas. Se esperaba que esta táctica consiguiera neutralizar a la caballería española. Cuando las fuerzas enemigas llegaron, los atahualpistas empezaron a rodearlos, bramando estruendosos gritos, tratando de obligarlos a pelear en el llano con los hoyos. No obstante, la trampa fue revelada por un lugareño que contactó con Belalcázar, por lo que los hispanos se retiraron, tomando una vía alterna. Tras este hecho, la moral atahualpista se hundió, generando fricciones internas. Todavía más grave para la moral atahualpista fue la erupción de un volcán, considerado como oráculo, en Latacunga (según algunas versiones, el Cotopaxi; según otras, el Tungurahua), pues una profecía dictaba que tal evento sería un indicador de la victoria "de extranjeros". Es posible que tal profecía en realidad haya sido un invento de los lugareños, quienes ya tenían prevista la erupción. A consecuencia de ello, el ejército atahualpista apostado en las cercanías se desbandó, presa del pánico. Belalcázar, con el propósito de evitar más bajas en ambos ejércitos, envió a un mensajero nativo, equipado con una cruz, para intentar convencer a los mandos atahualpistas de establecer la paz. Cuando logró comunicarse con Rumiñahui, este último, indignado, proclamó:

    "Estas cautelas de nuestros enemigos, no van encaminadas, sino a sacarnos el tesoro, que ellos piensan, que está en el Quito, para en apoderándose de ello, hacer lo mismo de nuestras mujeres, e hijos, e privarnos absolutamente de la libertad, como la experiencia de Caxamalca lo ha demostrado, a donde no contentos con esto, en haciendo sacado de Atahualpa lo que tenía, hasta sacrílegamente despojar los templos, le privaron de la vida. Estas cosas nos muestran, que por nosotros ha de pasar lo mismo, con tantas afrentas, y deshonras, que antes que verlas, no quisiéramos ser nacidos; y pues que nuestras muertes han de ser a sus manos, padeciendo tan cruel, y terrible servidumbre, viendo con nuestros ojos nuestra infamia, cumpliendo sus deseos, obedeciendo a sus desatinos, y ejecutando, como en esclavos, sus tiranías, mejor es que muramos luego por sus manos, con sus armas, y debajo de sus caballos, quedándonos a lo menos este contento, de haber hecho nuestro deber, como honrados y valientes."

    Tras ello, el mensajero fue ejecutado y la cruz, rota. Rumiñahui fue aclamado como gran señor, en especial por los entusiasmados mitimaes, debido a su ímpetu animoso. Conforme lo escribió Cieza, para el general, los "españoles heran muy crueles, luxuriosos, destruydores de los canpos y pueblos". Esta necesitada moral se aprovechó para preparar la defensa de Quito.

    Los atahualpistas se reorganizaron en las inmediaciones de la ciudad, estableciendo posiciones defensivas, equiparadas por los españoles a trincheras, en una áspera quebrada. No obstante, las fuerzas hispanas ejecutaron un ataque ordenado, consiguiendo capturar las trincheras y expulsar a los quiteños. Cuando Rumiñahui entendió que la captura de Quito era inevitable, evacuó a gran parte de la población, incendió los edificios importantes y rescató la mayor parte del tesoro de la ciudad. 300 mujeres que habían formado parte de los séquitos de Huayna Cápac y Atahualpa decidieron quedarse y asumir lo que les deparaba el destino, cometiendo suicidio. El 22 de junio de 1534, Belalcázar finalmente consiguió tomar Quito. Encontró unas pocas mujeres, yanaconas y apenas una modesta cantidad de oro y plata. Se comenzó la destrucción sistemática de la llacta inca, labor encomendada a Juan de Ampudia y 10000 tropas nativas. Rumiñahui se reagrupó a tres leguas de Quito. Belalcázar envió a un tal Pacheco, a cargo de 40 infantes, a expulsarlo. Los espías atahualpistas detectaron y alertaron sobre este movimiento, por lo que el ejército, propietario del tesoro, se retiró al agreste país Yumbo. La momia de Atahualpa, presumiblemente, fue resguardada en Sigchos.

    Aquella misma noche, Tucomango, gobernador de Latacunga, y Quingalumba, gobernador de Chillos, al mando de 15000 soldados, emprendieron un contraataque con la finalidad de retomar la ciudad, el cual fracasó pues los cañaris se percataron anticipadamente del inminente asalto y avisaron a los españoles. A diferencia de los atahualpistas, quienes acostumbraban a gritar antes de una batalla, los hispánicos prepararon silenciosamente la defensa, sirviéndose de la caballería y un antiguo foso incaico. El combate duró hasta el amanecer, saldándose con la derrota atahualpista y su huida a Yumbos, reuniéndose con Rumiñahui. Ruy Díaz dirigió la persecución contra los atahualpistas a través de Yumbos, consiguiendo forzar su retirada. Capturó otra fracción del tesoro (20 mil pesos de oro en joyas), ropa fina, mujeres y a los hijos de Atahualpa. Tras la expulsión de Yumbos, 7 curacas atahualpistas se rindieron ante los españoles, quienes también saquearon la llacta de Inca-Caranqui, que contaba con un templo del Sol forrado con planchas de oro y plata. Belalcázar, en búsqueda de más tesoros enterrados, ejecutó a la población del pueblo de Quioché, compuesta solo por niños y mujeres puesto que los hombres se hallaban sirviendo con los atahualpistas, en una acción que Cieza calificó como "indigna de hombre castellano". Rumiñahui, ante la crisis de su mermado ejército, acudió a solicitar refuerzos en Quijos, sin éxito.

    Colapso militar

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    Tucomango, en vista de la inminente derrota, se cambió de bando y proporcionó a los españoles información acerca de la ubicación del ejército de Rumiñahui y Zopozonagui. Quizquiz fijó rumbo a Sigchos para presentarse ante Rumiñahui y acordar unir ambos ejércitos. Los desacuerdos con su tropa causó que el general fuese finalmente asesinado por Huayna Palcón, atravesándole el pecho con una lanza cerca a la laguna de Colta, y rematado por la tropa restante, troceando su cuerpo. El ejército se disolvió; uno de los nobles parientes de Atahualpa, Mateo Yupanqui, se retiró a Quito y se acopló a los españoles, posiblemente llevándose consigo el huauqui para ocultarlo.

    Rumiñahui se dedicó a huir y buscar refugio en distintos lugares, de los cuales era frecuentemente echado para evitar involucrarse en el conflicto. Juan de Ampudia envió a familiares de Zopozopangui a instarlo a hacer la paz con los españoles. Zopozopangui ya tenía esa intención, aunque reluctante. Durante las negociaciones, Ampudia acudió personalmente con un escuadrón de 6 caballos para forzarlo a aceptar la rendición. Los movimientos de Rumiñahui, por su parte, eran alertados por los pobladores nativos, de manera que otro escuadrón de caballería español partió con la misión de encontrarlo y capturarlo. El general contaba con apenas 30 efectivos y algunas mujeres. Cuando se encontraba oculto en una choza, fue delatado por una guía nativa. Los españoles alcanzaron a apresarlo, tras lo cual lo torturaron con la infructuosa intención de que revelase la ubicación del tesoro sustraído de Quito. Rumiñahui fue ejecutado por los españoles el 25 de junio de 1535. Su muerte conllevó la culminación de la guerra y el final definitivo del otrora ejército más poderoso de los Andes.

    Es de resaltar que, tras la derrota total quiteña, el español Luis Daza encontró en Latacunga a un individuo procedente de Cundirumarca (Cundinamarca), que había sido enviado como embajador ante Atahualpa con la misión de conseguir su apoyo para luchar en contra de los chibchas.

    Secuelas

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    El legado de los atahualpistas sobrevivió al conflicto armado, manifestado principalmente en la trayectoria de los hijos, esposas y otros parientes cercanos a Atahualpa. La mayoría se integró a la vida virreinal, ocupando puestos políticos de relevancia local y un estatus social privilegiado. Se fundó el "Puxilí de los Yngas", la única panaca netamente quiteña. En 1536, durante la rebelión de Manco Inca, una antigua ñusta atahualpista de nombre Inés Yarucpalla delató una naciente conspiración en Quito que tenía como protagonistas a presuntos simpatizantes de los insurgentes, reunidos en la casa del curaca de Otavalo. Los hijos varones de Atahualpa se repartieron entre la zona de Quito y Cusco. A este último fueron transportados Juan Quispi-Túpac, Francisco Ninancoro y Diego Illaquita, puestos bajo la tutela de la Orden de Predicadores y con la atención de fray Domingo de Santo Tomás. Quispi-Túpac falleció por cansancio durante el tramo de Lima a Cusco. Los que restaron en Quito, incluyendo al auqui Francisco Topatauchi (también llamado Francisco Atahualpa), quedaron a cargo de la Orden Franciscana, supervisados por fray Jodoco Roque. Las condiciones precarias en las que se encontraban a causa del desinterés del gobierno virreinal motivaron las protestas de los religiosos entre 1552 y 1555, las cuales finalmente se atendieron mediante la concesión de rentas destinadas a esos hijos. Alrededor de 1560, Mateo Yupanqui fue nombrado como "alguacil mayor de los naturales de Quito". Se tiene registro de un veterano del ejército atahualpista, oriundo de la sierra central del actual Perú, que continuaba vivo en 1573 y que en su adultez estuvo presente durante los sucesos de Cajamarca. El cargo de Mateo Yupanqui reaparece en 1629, esta vez asignado al nieto de Topatauchi: Carlos Atahualpa Inca. Cuando Alexander von Humboldt, quien se encontraba viajando por la región andina a principios del siglo XIX, llegó a Cajamarca, fue recibido por el curaca Astorpillco, un descendiente de Atahualpa cuyo hijo, de 17 años, lo guio por el Cuarto del Rescate. Para el siglo XX, se tenía constancia la existencia de un nieto de Astorpillco: Calixto Soto Astorpillco.

    La nobleza quiteña siempre mantuvo una discreta superstición que clamaba el resurgimiento de Atahualpa. Alonso Florencia Inga, elegido como corregidor de Ibarra (área donde Atahualpa se coronó), llegó a la región quiteña en 1666 y fue recibido con especial solemnidad y pompa por las aldeas andinas durante su trayecto. En el pueblo de San Pablo fue descaradamente homenajeado como inca, al punto de ejecutarse una procesión con las imágenes camufladas del soberano y la coya. Aunque era descendiente de Huáscar, se congració con los nobles quiteños e incluso llamaba a Isabel Atahualpa, otra nieta de Topatauchi, como "tía". Es posible que la elección de Florencia haya sido propiciada por los propios quiteños en el marco de su superstición reivindicadora. El excesivo apoyo con el que contaba fue visto con preocupación por las autoridades españoles, por lo que, bajo la acusación de promover idolatría, fue apresado en 1667 y deportado a Lima. En 1750, el curaca Diego Usca todavía proclamaba el retorno del inca. En 1797 se produjo un fuerte terremoto tras el cual los andinos intentaron matar a sus coetáneos españoles, al interpretar el siniestro como la resurrección del Amaru. Tal acción se repetiría en el terremoto de 1868, aunque esta vez con connotaciones racistas de "dañar a los blancos". En el periodo de la independencia de Quito, se propuso nombrar a un andino local como soberano monárquico. Durante el levantamiento de Fernando Daquilema contra el Ecuador en 1871, este fue aclamado como "capitán inca".

    Los atahualpistas también tuvieron impacto en el arte, la religión y la cultura, además de inspirar obras de valor histórico. El 16 de diciembre de 1582, Topatauchi dictó un testamento acerca de su voluntad, el cual fue redescubierto en 1982. El códice Martínez-Compañón, escrito entre 1782 y 1785, conserva tonadas que referencian el desenlace de Atahualpa en tono melancólico. La guerra civil protagonizó la obra titulada "Guerras Civiles de Atahualpa y su Hermano Atoco", escrita por el cronista otavaleño Jacinto Collahuazo a finales del siglo XVII, la cual, lamentablemente, se perdió. Especial atención merece el culto al huauqui de Atahualpa, el cual habría sido depositado por Mateo Yupanqui en una propiedad de Topatauchi en Cutuvirí, colindante con los terrenos del "Puxilí de los Yngas". Este culto habría sobrevivido clandestinamente hasta 1743, cuando el terreno fue usurpado por Ventura Loma Portocarrero y el gobernador Francisco Abad de Cepeda, asociados con los jesuitas, a la curaca Mencia Inga, aprovechándose de una embriaguez inducida, para construir la capilla del Niño de Isinche con el fin de eliminar la idolatría andina. La capilla fue construida con bloques procedentes de un templo incaico. Sin embargo, la esencia del culto al huauqui fue transferida al Niño de Isinche, representado una forma subliminal de resistencia cultural.

    Influencia en identidades nacionales actuales

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    Los atahualpistas han servido de fuente de inspiración nacionalista para Ecuador y, en menor medida, Perú, considerándolos un símbolo de resistencia de los pueblos nativos y/o incas en contra de los invasores europeos. En Ecuador existen el Estadio Olímpico Atahualpa, ubicado en Quito, la plaza cívica Rumiñahui, en Sangolquí, el volcán Rumiñahui, el cantón Atahualpa y el cantón Rumiñahui. De la misma forma, hasta el año 2000 circulaba el billete de mil sucres, en cuyo anverso figuraba Rumiñahui. El Centro de Estudios Históricos del Ejército (CEHE) considera al ejército atahualpista como un precedente del ejército ecuatoriano. En Perú, el Cuarto del Rescate y los Baños del Inca son atractivos principales del departamento de Cajamarca. Durante la Guerra del Pacífico, la marina peruana desplegó el monitor Atahualpa. Además, existen numerosas calles y avenidas nombradas en honor a personajes atahualpistas en ambos países.

    Estadio Atahualpa durante un partido jugado entre las selecciones de Ecuador y Brasil en 2009

    Ejército

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    Los atahualpistas contaban con un ejército disciplinado y bien pertrechado. Atahualpa, como líder supremo, tenía la máxima autoridad y potestad militar. El apusquipay asumía el mando general del ejército de campo atahualpista. Después le seguía un teniente, equiparado por Murúa a un maestre de campo. Inferior a este rango se encontraba una serie de mandos medios y capitanes nombrados escuetamente en las crónicas. Aunque numéricamente no disponían del suministro casi ilimitado de hombres y recursos de los que sí disponían sus contrapartes cusqueños, padeciendo vulnerabilidad logística, eran táctica y operacionalmente superiores. La cifra de efectivos, que fue en ascenso conforme aumentaba el enrolamiento de conscriptos, pudo alcanzar alrededor de 40000 soldados en su etapa de esplendor.

    La unidad principal eran las guarangas, conformadas por 1000 soldados. Se podían subdividir en unidades de 500. Las guarangas contaban con dos capitanes primarios, cada uno al mando de 300 efectivos, y dos secundarios, responsables de 200. A semejanza del ejército imperial incaico, cada escuadrón atahualpista llevaba sus propios estandartes y estaba especializado en un solo tipo de arma principal. Contaban con unidades de infantería equipadas con mazas, boleadoras, picas, lanzas y alabardas. Para el combate a larga distancia contaban con flecheros (probablemente reclutados de las vertientes andinas) y honderos. Para la defensa disponían de escudos de tablillas de madera, jubones alcolchados y cascos de madera reforzados con algodón, los cuales cubrían hasta los ojos. Durante los últimos años de la resistencia contra los españoles, consiguieron capturar y emplear armamento europeo.

    Francisco de Jerez describe la formación táctica atahualpista, por lo menos en desfiles. En la vanguardia se situaban los honderos. Después se encontraba la infantería equipada con porras "de braza y media de largo", usadas a dos manos, y hachas que podían superar ese tamaño, asemejándose a las alabardas. Los mandos militares usaban hachas de oro y plata. Atrás estaban efectivos pertrechados con dardos arrojadizos. Finalmente, en la retaguardia, se posicionaban piqueros cuyas armas medían "treinta palmos". Conocían y aplicaron las tácticas de doble envolvimiento, flanco y la retirada fingida. En la guerra contra los hispano-cusqueños, emplearon la táctica de tierra quemada y, tardíamente, elementos de guerra de guerrillas. También hicieron un profuso empleo del espionaje.

    Flota

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    Durante la campaña realizada contra la isla Puná, cuyos habitantes apoyaban a los cusqueños, los atahualpistas desplegaron una flota de grandes balsas proporcionadas por los tumpis. Albergaban una fuerza de invasión compuesta por 12 mil soldados (cifra que parece exagerada), cuya misión era derrotar a la flota punáe y asegurar la isla. Se libró una batalla naval en las aguas del golfo de Guayaquil que culminó en una derrota para los quiteños, quienes emprendieron la retirada hacia la sierra. El propio Atahualpa resultó alcanzado y herido en una pierna. Este evento marca la única alusión a una embrionaria y temporal, aunque funcional, flota atahualpista. Posteriormente los punáes, comandados por el curaca Tumbalá, lanzaron una incursión contra los tumpis, devastando la llacta de Cabeza de Vaca. Poco después, la derrota y conquista de los tumpis a manos de los españoles privó a las fuerzas atahualpistas de su principal sustento naval.

    Una balsa nativa del Guayaquil español

    Es de resaltar que Atahualpa, cuando estuvo cautivo en Cajamarca, afirmó que Guavia Rucana, quien había sido asesinado por los españoles durante su captura, había sido amigo suyo y que disponía de 100 mil balsas. No existe indicio alguno de una pretensión por su uso militar, por lo que esta afirmación es considerada simplemente como una evidencia del vasto poderío comercial náutico chincha.

    Razones del fracaso

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    Dada la desventaja numérica, el ejército atahualpista adoptó una doctrina agresiva con el fin de acosar, agobiar y erosionar a los huascaristas, esperando concretar una captura rápida de su capital. Se calculaba que la caída del Cusco supondría el inmediato cese de la resistencia, pues en vista del principio de reciprocidad andina inherente a la política inca, un gobernante solo podía reunir tropas si mantenía vínculos con las panacas y las etnias locales. Por ello, Huáscar todavía podía reunir grandes ejércitos aún en las últimas instancias del conflicto. En cambio, los atahualpistas, a pesar de su éxito, sufrieron una contundente cantidad de bajas y sin haber consolidado el alzamiento político de su líder gracias a su captura en Cajamarca. Esto último significaba que carecían de la potestad legítima de convocar refuerzos provenientes del resto de antiguos territorios incaicos para futuras campañas. El triunfo quiteño de 1532 ha sido ocasionalmente descrito como una victoria con matices pírricos.

    Cuando los remanentes cusqueños, reforzados por los españoles, iniciaron un contrataque generalizado, los atahualpistas se vieron forzados a preparar una defensa que no podían sostener prolongadamente, pues el limitante numérico se vio agravado por continuas deserciones, revueltas y una epidemia de viruela que devastó poblaciones enteras. Iniciativas como la campaña del Mantaro y la reconquista de Quito desangraron aún más a sus agotadas fuerzas. Asimismo, la impopularidad del ejército atahualpista debido a los excesos cometidos durante el conflicto civil y su política de tierra quemada los privó de nuevos aliados y de bases que hubiesen servido para descansar, abastecerse y reorganizarse apropiadamente. La ubicación de sus fuerzas y los planes de batallas eran reveladas a los hispanos por espías locales, entorpeciendo el aventajamiento estratégico atahualpista. Finalmente, la superstición religiosa tuvo su efecto negativo; basta recordar el incidente de la erupción del Cotopaxi. Todos estos factores contribuyeron a la pérdida de capacidad militar y desgaste de la moral; los quiteños pasaron de integrar una fuerza disciplinada y ordenada a prácticamente un pequeño ejército irregular que no podía competir ante las nutridas tropas traídas de los vastos dominios españoles.

    Nobleza

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    La nobleza atahualpista radicaba mayoritariamente en Quito. La coya, consorte del soberano, fue Cuxirimay Ocllo, también miembro de Hatun Ayllu. Esta panaca apoyaba el movimiento rebelde debido a sus vínculos de parentesco, filiación con los colonos quiteños y su rivalidad con Cápac Ayllu, la cual era la panaca de mayor rango, aunque por compromiso despachó a 300 efectivos para unirse al esfuerzo bélico huascarista. También se encontraba en riña con Sucsu Panaca Ayllu, la panaca de Huiracocha Inca. Según María Rostworowski, Hatun Ayllu movió sus influencias para favorecer a Atahualpa, convenciendo a militares cusqueños a cambiarse de bando. Los atahualpistas también contaban con las simpatías de otros miembros de la dinastía Hanan Cusco. El príncipe heredero fue Francisco Topatauchi (Túpac Atauchi), quien nunca llegó a ejercer el gobierno. Topatauchi tenía una gran cantidad de hermanos, los cuales tuvieron un rol menor. Después de la derrota, los nobles atahualpistas mayoritariamente radicaron en el barrio San Roque, Quito.

    Puxilí de los Yngas

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    El denominado por la historiografía como "Puxilí de los Yngas", "ayllu de los ingas e indios chinchaysuyo" y una vez nombrado como Cituan Yupangui Suyo, es considerado como la panaca propia de Atahualpa, surgida después de su ejecución para salvaguardar su mallqui (momia). Se cree que también tenían posesión del su huauqui. Moraban en el entonces corregimiento de Latacunga, ocupando gran parte de lo que hoy es el cantón Pujilí, refugiados en una zona agreste, salpicada de montañas y cuerpos de agua, entre los que destaca la laguna del volcán Quilotoa. Se presume que excombatientes del ejército atahualpista también se refugiaron allí. El Puxilí de los Yngas se transformó posteriormente en el curacazgo de Pujilí. El último líder de Pujilí fue Antonio Betanzos Inga, antes de que los curacazgos fueran abolidos por Simón Bolívar en 1824. En la actualidad, el área continúa habitada por andinos quechuaparlantes.

    Símbolos

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    Los símbolos atahualpistas fueron el amaru, el clásico Inti, el huanque de Atahualpa y un curioso emblema descrito por Luis Andrade Reimers. El amaru fue tomado como el ser representativo de Atahualpa, actitud manifestada en la recurrencia de serpientes en la narrativa quiteña. Dos célebres casos fueron el escape de Atahualpa de los cañaris que lo custodiaban en Tomebamba y su promesa de resucitar como serpiente divina. En el primer caso se decía que Atahualpa se había transformado, gracias a la intervención del Inti, en serpiente, consiguiendo salir de su encierro y burlar a los guardias. En el segundo, con tintes mesiánicos, el propio Atahualpa juró que, tras su muerte, retornaría encarnado en un amaru para vengarse y restaurar su poder. La correspondencia con el amaru tenía raigambres ya desde Hatun Ayllu, pues esta panaca conservaba un ídolo de serpiente bicéfala otorgado supuestamente por Illapa. Fray Buenaventura de Salinas y Córdova, acerca del tocado que Atahualpa vistió para viajar al Cusco, refiere que:

    "...poniendose en la borla por insignia de coraje, en lugar de la pluma, que solia traer, vna flecha de oro, que remataua en vna cabeça de culebra con esmaltes rojos, y verdes..."
    Buenaventura de Salinas y Córdova

    El Inti fue estimado como protector divino de la campaña atahualpista. Giovanni Anello Oliva anotó que, según el propio Atahualpa, se le habría aparecido Amaru Inca Yupanqui, gobernante asociado al culto religioso solar. Se cree que sirvió como estrategia política para opacar a Huáscar, haciendo ver a Atahualpa como el como auténtico "hijo del Sol". El huanque, también llamado huauqui, wawqi o guauqui, era un ídolo que representaba al inca, como si se tratase de un doble. Para la confección de su huanque, Atahualpa donó sus propias uñas y cabello, nombrándolo como Inga Guauqui. Otras versiones lo nombran como Ticsi Cápac. Fue portado por Quiqzuiz y Chalcuchímac durante el trayecto hacia el Cusco. Por último, el historiador ecuatoriano Andrade Reimers mencionó un emblema común a las fuerzas atahualpistas, consistente en un cuadrado que llevaba un aspa atravesada por una pluma. Esta insignia era llevada como un bordado en el pecho de los combatientes.

    Atrocidades cometidas

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    Los atahualpistas ostentan una infame reputación de cometer atrocidades, incluyendo masacres, destrucción y torturas. La más conocida es la devastación de Tomebamba, ejecutada contra los cañaris. Otras ciudades atacadas fueron Hatun Xauxa, en el Mantaro huanca-xauxa, Caxas y Vilcas. El templo de Namanchugo, dedicado a Catequil, fue asolado por 3 meses debido a que su oráculo vaticinó, según Rostworowski:

    "... que el Inca tendría mal fin. Furioso, Atahualpa marchó hacia el lugar donde se hallaba la huaca llevando una alabarda de oro en la mano. A su encuentro salió un viejo sacerdote de más de cien años, vestido con una larga túnica que le llegaba a los pies, toda recubierta de conchas del mar; sabiendo Atahualpa que era él quien le había vaticinado tal destino, le asestó un rudo golpe en la cabeza que le destrozó el cráneo. Luego ordenó allanar el templo y quemarlo."
    María Rostworowski

    Atahualpa también castigó al curaca Cuyuche, gobernante del valle de Chimor (sede del antiguo Imperio chimú). Mientras se dirigía al Cusco para servir a Huáscar, fue masacrado junto con su comitiva integrada por 200 hamaqueros en Pacasmayo. Cuando los atahualpistas ocuparon Cusco, muchos nobles fueron ejecutados, torturados y humillados. La política de tierra quemada ejercida entre 1533 y 1535, dejando pueblos enteros devastados y gente sin hogar, es otro ejemplo, aunque vale la pena aclarar que se trató de una acción de guerra, carente de cariz punitivo.

    ¿Propaganda intencionada?

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    Muchas de las supuestas acciones, tendencias e intenciones atahualpistas fueron exageradas y/o alteradas de acuerdo a los parcializados intereses de los españoles, los nobles cusqueños y ciertos cronistas, que tendían a esbozar una "leyenda negra" antiquiteña.

    Inca Garcilaso de la Vega representa a Atahualpa como sangriento, traidor, tirano y usurpador, en contraste con los anteriores incas, cuya muerte fue sinónimo de justicia para los pueblos andinos. La masacre de la panaca de Huáscar es relatada con gran vehemencia: se colgaba a las mujeres por los brazos y cabellos de los árboles, mientras que los niños sufrían una muerte lenta, algo impensable para un gobierno "legítimo". La animadversión de Garcilaso tiene como principal motivo su ascendencia cusqueña por parte de su madre, Isabel Chimpu Ocllo, quien huyó de la ocupación atahualpista de la capital. El resentimiento de Garcilaso se patenta cuando expresó pesar por la escasez de incas "de sangre real", pues la mayoría fueron exterminados por la "tiranía y crueldad" de Atahualpa, en una afirmación claramente excluyente. Descripciones de esta índole fueron apoyadas por otros autores como Titu Cusi Yupanqui, Cieza y Poma. A consecuencia de la influencia occidental, los cronistas también plantearon que Huáscar era el legítimo heredero al trono por sucesión dinástica, mientras que Atahualpa era un advenedizo. Es importante recordar que no se puede hablar de "legitimidad" como concepto de sucesión bajo la óptica europea, que contemplaba una realidad basada en primogénitos y una sucesión patrilineal, aplicado al mundo andino. Dada la deficiente política de sucesión inca, no era la primera vez que acontecían golpes de Estado, los cuales eran vistos desde una perspectiva ritual. Cápac Yupanqui, Inca Roca y el mismísimo Pachacútec ascendieron al trono de modo similar. La representación peyorativa de Atahualpa se agravó drásticamente bajo la figura de Pedro Sarmiento de Gamboa, cronista oficial del gobierno del virrey Francisco de Toledo quien, como parte de sus reformas pretendía socavar la autoridad andina para desarticular cualquier clase de potencial resistencia antiespañola, sea militar, social o cultural.

    Los cronistas realizaron un continuo hincapié en la violencia atahualpista, dando a entrever que su régimen se sostenía fundamentalmente en el temor. Incluso se esgrimió que la verdadera razón por la que Atahualpa no se apresuró a dirigirse al Cusco fue porque se arriesgaba a un ataque por la retaguardia a manos de etnias resentidas. Aunque es verdad que en varios casos eran aborrecidos, esta no fue una realidad general. Autores muy tempranos como Pedro Sánchez de la Hoz y Hernando Pizarro escribieron que Atahualpa también era muy querido y respetado, incluso idolatrado. Cuando estuvo cautivo en Cajamarca, frecuentemente arribaban comitivas de diversos puntos de los Andes para traerle regalos. Cuando fue ejecutado, muchas de sus mujeres lloraron desconsoladamente su muerte y algunas llegaron a cometer suicidio. Si Atahualpa era tan odiado, se torna difícil explicar cómo posteriormente se convirtió en un ícono del mesianismo andino, teniendo papel en el mito de Inkarrí y en el movimiento de Juan Santos Atahualpa; este último fue apoyado por etnias que ni siquiera tenían que ver con el Imperio incaico histórico, como los amueshas y los ashánincas. Mención aparte merece el caso del cronista Juan de Betanzos, cuya versión es la más próxima a una "perspectiva quiteña" de los acontecimientos pues su informante fue Cuxirimay Ocllo, ex-pivihuarmi (mujer principal) y coya de Atahualpa.

    Por su parte, Gonzalo Fernández de Oviedo introdujo a Rumiñahui como un tirano ilegítimo, cruel y engañoso, el cual había tomado a la fuerza la región de Quito, abandonado a Atahualpa en Cajamarca, asesinado injustamente a Cuxi Yupangui y hostigado a los cañaris. La campaña de Belalcázar es percibida entonces como una cruzada en pos de castigar a Rumiñahui y salvar a los pueblos subyugados. Sin embargo, los principales cronistas que recogieron los hechos de Quito nunca estuvieron en la zona andina o son de tiempos posteriores. Francisco López de Gómara anotó que Rumiñahui masacró a las 300 mujeres de Quito. Pedro Cieza de León insinuó en varias oportunidades lo inútil de la resistencia, añadiendo que subordinarse a España era la mejor salida y que negarse a ello era sinónimo de tiranía obstinada. Inca Garcilaso de la Vega mostró un elevado nivel de desprecio y odio contra Rumiñahui, a quien denegó cualquier clase de mérito político y militar, aduciendo que asesinó a Chalcuchímac, Cuxi Yupangui y a los hijos de Atahualpa. Felipe Guamán Poma de Ayala exhibió igualmente un matiz despectivo, demonizando a Rumiñahui, despojándolo de sus atributos militares y tachándolo repetidas veces de "traidor". En su versión está presente un marcado clasismo, al considerar a Rumiñahui como un mero "plebeyo" ascendido cuyo asesinato contra Cuxi Yupangui, de condición noble, era un sacrilegio. Asimismo, tanto Poma como Oviedo aluden que la muerte de Rumiñahui fue ejecutada por los propios nativos, no los españoles.

    De sus escritos se desprenden intenciones implícitas. Fernández de Oviedo, al ser el cronista oficial designado por el mismísimo rey, irremediablemente debía alinearse a una narrativa oficialista conveniente, justificando el expansionismo español al considerarlo como una "liberación" del yugo tiránico de Rumiñahui. Bajo esta misma influencia escribieron López de Gomara y Zárate. Esto se contradice con el hecho de que pudo reunir un ejército considerablemente grande aún en medio de una coyuntura delicada y vulnerable. La conquista de Belalcázar respondía a los intereses sobre los tesoros norteños y su rivalidad con Pedro de Alvarado, no a la búsqueda por la libertad. La masacre de las mujeres quiteñas, según la crónica de Betanzos, realmente correspondió con un suicidio masivo al ver que su líder estaba muerto, lo cual guarda fundamento al no ser un caso aislado; los suicidios por devoción fanática no eran raros en el área andina. El rencor de Garcilaso tiene por motivo, al igual que el caso de Atahualpa, su ascendencia. Su versión influenció posteriormente a Guamán Poma. Acerca de la muerte de Cuxi Yupangui, lejos de ser un capricho asesino, respondía ante el resentimiento por su colaboracionismo, el temor a su factible toma del poder atahualpista y una posible traición favorable a los españoles. Si Rumiñahui pretendía suceder autoritariamente a Atahualpa, a falta de un líder definido y con Francisco Topatauchi demasiado joven, no se explica por qué resguardó celosamente a sus hijos: rivales potenciales. Por la misma razón se descarta la acusación de haber "abandonado" a su líder cautivo en Cajamarca. La muerte de Rumiñahui, a pesar de haber sido perpetrada por los españoles, fue atribuida a los nativos de Quito como una forma de alimentar la versión del repudio generalizado hacia el general.

    Supuestos tesoros ocultos

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    Parque nacional Llanganates

    Los tesoros ocultos por los atahualpistas, escondidos durante el marco de la muerte de Atahualpa y la resistencia posterior, han sido fuente de numerosas leyendas, rumores y expediciones. Considerables porciones del tesoro que se dirigía a cumplir el pago del rescate fueron supuestamente enterradas en diversos puntos de los Andes. Célebre es el caso del tesoro de Llanganates, oculto por Rumiñahui en el área homónima. Según Ricardo Palma, en las inmediaciones de Casma se encontraba enterrado una gran cantidad de oro, transportada por una recua de 100 llamas, oculta tras el esparcimiento de la noticia de la ejecución en Cajamarca. De la misma forma fue escondido un cargamento en Tucumán. Una de sus potenciales ubicaciones es la laguna del Tesoro, en el parque El Cochuna. En 1873, en París, Eugène Pertuiset organizó una expedición para buscar parte del tesoro de Atahualpa en Tierra del Fuego, empresa que predeciblemente resultó infructuosa. Uno de los tesoros que mayor fascinación genera entre estudiosos y aficionados es la misma momia de Atahualpa, cuyo paradero exacto se desconoce, pues su historia se pierde en medio del convulso episodio de la resistencia atahualpista en los bosques occidentales andinos.

    Personajes destacables

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    • Atahualpa: Inca autoproclamado
    • Cuxirimay Ocllo: Coya.
    • Francisco Topatauchi: Auqui
    • Quizquiz: Apusquipay y general
    • Chalcuchímac: Teniente general
    • Ucumari: General
    • Rumiñahui: Capitán principal y general
    • Yura Hualpa: Capitán principal
    • Incarabayo: Capitán principal
    • Sota Urco: Capitán
    • Iguaparro: Capitán
    • Mortay: Capitán
    • Huayna Palcón: Capitán
    • Cuxi Yupangui: Capitán
    • Tomay Rima: Capitán
    • Urcos Guaranga: Capitán
    • Chiaquitinta: Capitán
    • Zopozopangui: Gobernador de Quito
    • Guamán: Gobernador de Chachapoyas
    • Tucomango: Gobernador de Latacunga
    • Quingalunba: Gobernador de Chillos
    • Chilimasa: Gobernador de Tumbes
    • Cinquinchara: Espía
    • Razu-Razu: Curaca
    • Nina: Curaca

    Véase también

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