Discusión:Distrito de San Clemente

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Trasladando las "leyendas" escritas en el artículo principal. Marco ATM (discusión) 17:09 26 jun 2015 (UTC)[responder]

Leyenda del Zanjón del diablo[editar]

Según el escritor Armando Rebatta Parra, quien viviera su infancia en una vivienda cercana al zanjón del diablo, indica que esta leyenda data del siglo XVIII y que el protagonista principal fue el patrón español Francisco Penagos Mazo.

El escritor mencionado narra la leyenda de la siguiente forma: "Cuenta la leyenda que en el siglo XVIII, las tierras agrícolas de la hacienda Caucato, la más próspera del valle de Pisco, eran muy productivas gracias a la riqueza del salitre de sus campos y por las aguas de avenidas o yapanas abundantes que le proveía el río, llegando a cosecharse grandes cantidades de caña de azúcar, uva, frijoles y otros productos de pan llevar, y principalmente el algodón que desde el puerto de Pisco se enviaba a Europa.

Sucedió que con el transcurrir de los años las aguas del río que irrigaba todos esos campos, poco a poco fueron bajando su caudal y esto significaba una gran desgracia para los sembríos que comenzaron a secarse. Los habitantes del lugar, quienes se sustentaban de las cosechas, dijeron que los últimos años eran malos, porque la escasez de lluvias en las serranías, no permitía que el agua abunde en el río como en otras décadas y ahora, no alcanzaban a regar los inmensos campos de cultivos. En efecto, por esa causa, las plantaciones que se extendían desde la hacienda hasta la playa, entraron a una etapa de marchitez.

Entonces, el patrón, un blanco español de barba crecida, quien era como un gran señor feudal en la zona que abarcaba desde la margen derecha del río hasta los salitrales de Chincha, el mismo que decía que todas las tierras le pertenecían desde los cerros de Agua Santa hasta el mar; estaba muy preocupado y casi no dormía, porque se estaban secando cada día más sus cinco mil hectáreas de plantaciones y ya ni siquiera había suficiente agua para el ganado, porque en los pozos, el agua estaba cada vez más profunda.

Noches tras noches aquel patrón oraba mucho en la pampa ante una cruz de palos, pero no había solución a un problema ajeno que sólo correspondía a la naturaleza.

Una mañana sentado junto al puente, contemplaba las aguas turbias y nutritivas del río Pisco, que aunque con bajo nivel de caudal, pasaban raudas acariciando el caliche de la ribera de yeso y luego, insensibles enrumbaban hacia el oeste buscando el mar, mientras el patrón y sus peones desde lo alto del cerro de tiza, impotentes, miraban con mucha pena ya sin nada poder hacer, dejando que la naturaleza haga lo que quiera, llevándose esos millones de litros del sabroso líquido barroso, que era la vida para todos y que unos kilómetros más abajo cruzaba el litoral perdiéndose inexorablemente en el mar. Un día el patrón no pudo más, desesperado, con llanto en los ojos, después de recorrer en su caballo de punta a punta los cultivares, se fue otra vez a contemplar horas y horas el río, para ver si el nivel del agua crecía, pero no fue así; por lo contrario, seguía bajando y definitivamente no había posibilidad alguna para la salvación de sus plantaciones. Desde el cerro miró la pared blanca del caliche, dura y verdusca de la ribera derecha y pensó: “si yo pudiera abrir un canal por en medio de ese tizal, llevaría el agua que quisiera y solucionaría de una vez por todas el problema de la sequía; ¡ah!… ¡Pero, cómo lo haría!”.

Decepcionado y pensativo ya al atardecer regresó a la casa hacienda, estaba desganado y sin querer hablar con nadie, entró en su cuarto y se quedó profundamente dormido.

Esa noche no fue igual a las otras noches para él, porque desde que se acostó en su cama, comenzó a soñar hasta la madrugada, fue un solo sueño extenso en el que se le reveló la forma de solucionar el problema de la sequía para siempre. En sus sueños se le apareció un raro hombre vestido con ropa fina de color negro y cuello blanco, parecía un virrey y cada vez que sonreía se le podía ver la dentadura de oro que destellaba con la luz. Se presentó en la soledad de las pampas y le dijo con voz metálica:

“Yo te conozco francisco y vengo observándote desde hace mucho tiempo. Sé de tu sufrir por la falta de agua para tus cultivos. Yo te prometo solucionar esa escasez; pero para esto, tenemos que conversar tú y yo a solas mañana a las doce de la noche en el tizal cerca al río. Y de esto que te digo, no cuentes a nadie, porque si yo me entero que lo haz comentado con persona alguna, me retiro para siempre y no te ayudaré jamás. Eso es todo. Te espero mañana”. Después, Francisco siguió soñando y vio cómo sus cultivares florecían y daban frutos hasta alcanzar enormes cosechas, muchas más abundantes que antes y que ya no había almacén alguno que pueda ser suficiente para guardar tanta producción de algodón.

Terminado el sueño, el patrón se despertó muy de madrugada, alegre como nunca, algo inusual para todos, porque siempre solía levantarse tarde y triste; pero esta vez, fue el primero y era el más contento de todos. Se dedicó a sus quehaceres mirando al sol calculando la hora de cuando en cuando. Pensaba y sabía que el hombre desconocido con quien soñó esa noche era el demonio, pero como no tenía otra alternativa o perder sus plantaciones, no había ninguna otra salida que pactar con él en el lugar donde le había citado. Por eso, cada vez que se acordaba de su sueño, sonreía. Su contentamiento fue tal que ordenó a los peones que brindaran con el pisco y el vino que desde hace años guardaba celosamente en botijas. La patrona y sus hijos lo vieron irradiando alegría, gastándose bromas y reír hasta las carcajadas, y ese día, todos estuvieron felices sin pensar del problema de la falta de agua y el marchitamiento de todos los sembríos. A medida que transcurría el atardecer y llegaba el ocaso, estaba más inquieto, porque la hora del gran encuentro se acercaba. Y hasta que al fin llegó la hora. Antes de las doce cuando ya todos dormían, ensilló su caballo, colocó su escopeta al costado de la silla de montar, montó y se dirigió hacia el sur, hacia aquella pampa blanca donde le esperaba su “buen amigo desconocido” que sólo lo había visto en sus sueños. Pasó por el costado del cementerio de Caucato, luego, siguió por los cascotales de blancos salitres y los cañaverales de la hacienda “la Joya”, quedaron atrás para salir en las pampas de los tizares cercanos al río. Aferró hacia sí la escopeta y sin miedo siguió hasta que su caballo instintivamente se detuvo y no quiso dar un paso más.

Era una noche de luna, quieta, fresca, silente, con escaso viento en la pampa y cerca ya se oía el ruido monótono del río.

Se sorprendió hasta escarapelársele la piel e inmediatamente reaccionó levantando su escopeta apuntando hacia delante y para tomar valor, dio un ronquido de garganta cuando vio que un bulto negro se movía avanzando por detrás de una loma. Su cuerpo estaba tieso y helado de miedo. No se movió más y esperó como si estuviera momificado, sólo su caballo a punto de espantarse intentaba pararse en dos patas y dar vuelta atrás, pero él rígidamente lo contuvo de las riendas. La luz tenue de la Luna, le permitía distinguir claramente el bulto negro y observó alerta cada movimiento de ese ser extraño. De pronto vio que el hombre vestido de negro subió a la loma y habló:

– “Amigo Francisco Penagos Mazo, no me tengas miedo, estoy aquí para conversar contigo”. Y el patrón Penagos, con cierto temor preguntó: – “¿Quién eres tú que te apareces en mis sueños, que sabes mi nombre y hasta lo que pienso?”. – Yo soy el ser que todo lo sabe y que todo lo puede. He venido a conversar contigo, porque observé y comprendí tu sufrimiento, leyendo tu pensamiento, cuando estando junto al río pensaste que si tú pudieras abrir un canal por en medio del tizar, llevarías el agua que quisieras y solucionarías de una vez por todas el problema de la sequía. Pero tú no podrás hacer tan enorme trabajo ni con todos tus peones juntos durante diez años–, contestó el demonio con su voz templada de metal. – ¿De dónde eres?”, –continuó preguntando el patrón. – Yo vengo de las tinieblas, de lo más profundo de la oscuridad, de un mundo de triunfos, de riquezas y de dominios. He venido a solucionar tu problema. Ya nunca más habrá escasez de agua y tendrás grandes cosechas a partir de mañana cuando yo te construya un canal por en medio de este blanco tizar, desviando el agua del río hacia tu hacienda, –habló el ser siniestro con firmeza. – ¿Y cuánto me cobrarías por el trabajo de hacer ese canal?, –continuó preguntando el patrón Penagos. – Absolutamente nada de dinero te cobraría, -contestó el ser abominable. – Si no cobras, entonces, ¿harías un trabajo gratuito, a cambio de nada? – No, amigo Penagos, yo te propongo hacer ese canal hoy mismo, esta misma noche, pero a cambio de todo, solamente me entregarás tu alma.

Penagos, se sintió acorralado, porque no podía decir que no, pues, de lo contrario, sus plantaciones morirían, y no le quedó otra opción que aceptar la propuesta.

– Entonces, ¿quieres mi alma, mas no mi cuerpo y me aseguras que construirás esta misma noche el canal y que llegará el agua hasta mis cultivos? – Sí, así es, lo construiré esta misma noche y habrá agua suficiente para irrigar los cultivos día y noche y nunca se acabará. Entonces cuando ya parecía que el patrón estaba a punto de perder su alma, reaccionó y propuso a Satán. – Mejor sería que hagamos un pacto entre tú y yo y nadie más. – ¿De qué pacto hablas? – De que si tú terminas de construir el canal antes de que cante el primer gallo, te llevas mi alma; pero si el gallo cantara antes de que termines de construir el canal o zanjón, pierdes y no te llevas mi alma. – Trato hecho, -dijo el diablo, confiado en su poder. Y luego agregó: –tenlo por seguro que yo con mi ejército de diablos haré muy rápido el trabajo y terminaré antes de las tres de la madrugada, -aseguró el demonio. – Bien, así quedamos, yo personalmente voy a venir a las dos de la madrugada para ver el avance de tu obra. – Me parece una idea formidable que vengas para que te prepares para entregar tu alma, porque estoy seguro que yo te ganaré cuando el gallo cante después que yo haya concluido el trabajo. Luego, en adelante, serás un hombre sin alma.

Y fue así que pactaron el patrón Penagos, con el diablo. Se dijeron hasta luego y el demonio inició su trabajo minutos después de las doce de la noche, mientras que el patrón retornó preocupado y pensativo a su hacienda porque el diablo se iba llevar su alma.

Esa noche miles de diablos colorados con orejas en punta, cuernos en forma de ganchos, cola gruesa con terminación en forma de flecha, patas de cabra y cuerpo cubierto de pelaje rojizo, trabajaban rompiendo los tizares en brigadas; hasta muy lejos se escuchaba el golpe de las herramientas, las carcajadas burlonas y los sonidos de los latigazos de los rabos que en el aire reventaban como el estruendo de cohetes. Estaban muy contentos porque sabían que esa noche iban a ganar un alma más para ellos. Primero hicieron la boca del canal que está frente al puente, luego continuaron construyendo un puente con su bóveda y siguieron formando unas pozas de almacenamiento y descanso para el agua a los costados del puente, también construían escalinatas para bajar y subir, mientras el material que sacaban lo depositaban a un costado formando lomas de yeso. Y así prosiguieron construyendo afanosamente hacia abajo con dirección noroeste haciendo unos caminos al costado de cada pared del canal, por donde andaban los capataces con chicotes apurando el avance del trabajo a los diablos obreros. Y seguían hábilmente rompiendo el caliche aproximándose ya a las chacras del patrón, con mucho esfuerzo derrochando energía y despidiendo un fuerte olor de azufre quemado. Así fueron avanzando y cuando la hora ya se acercaba a las dos de la madrugada, faltando cincuenta metros para culminar la obra, apareció montado en su caballo el patrón Penagos, y encontró que en efecto quedaba muy poco para que los diablos terminen la obra y se lleven su alma. Penagos, luego de verificar el avance de la construcción a punto de culminarse, regresó al galope a la hacienda y fatigado con la respiración entrecortada dijo dos veces: “¡ese diablo maldito no se va llevar mi alma!, ¡ese diablo maldito no se va llevar mi alma!”. Entonces, desesperado bajó del caballo, entró corriendo por la parte posterior de la casa y vio que los gallos dormían y que ninguno tenía ganas de cantar, porque recién eran las dos y media de la madrugada, ya que los primeros gallos cantaban a partir de las tres. En seguida, rápidamente entró a su cuarto, prendió un mechero y sacó un espejo, se dirigió al corral, agarró al gallo y se lo puso delante. Luego, el gallo al ver su imagen en el espejo creyó que era otro gallo y cantó con energía con ganas de pelear. En ese momento se oyó ese primer canto del gallo en toda la hacienda, que al escuchado a la distancia, todos lo diablos desaparecieron, quedando escasamente unos diez metros para concluir la excavación del zanjón.

Después de varios días de que el patrón engañó al diablo, los peones cavaron y limpiaron la parte final del zanjón que el diablo no había logrado terminar, hasta hacer posible que pase el agua a irrigar las tierras. Con esto, el patrón estuvo muy feliz y cada año obtenía muy buenas cosechas, ya que extendió sus cultivos hasta la ribera del mar. Y para seguir ampliando sus terrenos y mejorar las tierras salitrosas, mandó hacer un túnel chico en el tizal pegado al río distante a cincuenta metros de la entrada del canal grande, por el que también captaba agua.

Así pasaron tres décadas hasta que el patrón ya siendo octogenario enfermó gravemente y por eso ya no podía salir al campo, hasta que una madrugada murió. Sus familiares bañaron su cuerpo y vistieron con ropa fina. Toda la peonada lo veló dos noches y dos días.

La segunda noche del velatorio cuando todos estaban compungidos acompañando al cadáver, a las doce ni más ni menos, a la misma hora que hace treinta años había aparecido en las pampas, otra vez apareció un hombre vestido de negro con cuello tipo virrey, quien entró al local en silencio, se dirigió hacia el ataúd, se paró frente al cadáver, miró largamente el rostro del difunto y le conversó bajito con unas palabras de un idioma extraño, luego sonrió maliciosamente mirando de reojo a los dolientes, mientras sus dientes de oro brillaban ante las luces tenues de las lámparas y los ojos llorosos de los deudos; dio un paso atrás, hizo tres reverencias y en seguida, salió y desapareció en la oscuridad.

Al día siguiente, por la tarde, la gente llevaba el ataúd en hombros por la carretera rumbo al cementerio de Caucato, distante a un kilómetro de la hacienda y que se ubicaba en la colina de un cerro de cascotes de salitre. Lo llevaban cantando himnos sacros por el trayecto, cuando de pronto, apareció el hombre vestido de negro montado en un caballo también negro con bridas y estribos de plata. Se dirigió a velocidad hacia el féretro y lo arremetió con el caballo, que con los cascos de sus patas delanteras derribó el ataúd. Luego de hacer eso, sonrió mostrando su dentadura brillante de oro que destellaba con la luz rojiza yaciente del sol cercano al ocaso y en seguida, se marchó al galope por la carretera con rumbo hacia el zanjón, para cerrar el paso del agua para siempre. Los deudos y peones levantaron otra vez el ataúd y continuaron llevándolo. Al llegar al cementerio, bajaron la caja mortuoria y la colocaron sobre una peaña para hacer la oración de despedida; pero cuando abrieron la tapa del ataúd, se dieron con la sorpresa macabra más grande que antes jamás pudo haberse visto; que a través del vidrio del cajón, se podía distinguir un tronco grueso de plátano en lugar del cadáver del patrón.

Con esto, el diablo había cumplido con llevarse al patrón en cuerpo y alma al final de su existencia.

Penagos, el hacendado acaudalado más rico de la zona norte de Pisco, cuyas propiedades de tierras abarcaba desde los tizales hasta la playa y desde el mar hasta los cerros; gozó en vida más de treinta años usando el zanjón construido por el diablo irrigando sus tierras, obteniendo grandes cosechas y viviendo en la opulencia, gracias a su traición en la que rompió el pacto haciendo cantar al gallo a la fuerza antes que se concluya la obra y antes de la hora. Pero, como el diablo nunca pierde, y siempre logra cobrar tarde o temprano lo que le pertenece, el día que murió el patrón cobró el doble: se lo llevó en cuerpo y alma".

Leyenda de Agua Santa[editar]

Según el escritor Rebatta, La leyenda nos da a conocer que Agua Santa, desde muy antes era una zona de humedales hacia donde se dirigían las aguas sobrantes utilizadas en los regadíos de toda la zona de Dadelsa y parte de lo que se usaba para regar las tierras de la antigua hacienda Francia. Una cantidad de esas aguas ya saladas se iban a regar los pastizales de Chipana, y otra cantidad, humedecían los salitrales de Agua Santa y que iban a salir por un lugar llamado Monte Hediondo.

Al principio, esa zona no se denominaba Agua Santa. Fue hasta que en el siglo XIX cuando se construyó la primera pista (hoy conocida como pista vieja), en cuya obra trabajaban cuadrillas de hombres con herramientas manuales como lampas, palas, barretas, zapapicos y carretillas. Desde el kilómetro doscientos dieciocho el trazo de la pista partía en dos la zona de los humedales cubierto por totorales y juncales. Habiendo llegado ya la construcción del tramo al río Pisco, uno de los obreros se había enfermado con una enfermedad muy rara, la cual se había presentado con mucho escozor desesperante por todo el cuerpo y más aún en la cabeza que lo hacía llorar y gritar toda la noche. Entonces, la empresa lo llevó hacia el hospital de Pisco Pueblo y los doctores no lograron descubrir qué enfermedad era la que lo estaba matando. Luego sus compañeros de trabajo le dijeron que se bañe en el mar y así lo hizo por varios días seguidos, pero no podía sanarse.

Una noche soñó que al haberse sumergido en un pocito de agua salada del humedal que quedaba a la altura del kilómetro veinticuatro, había logrado curarse de ese mal. Por eso, al día siguiente por la tarde pidió al capataz que lo llevara a aquel humedal. Fue así que lo condujeron hacia allá y él buscó un pocito de agua de sal rojiza y se sumergió durante una hora. Fue un hecho increíble, pues al salir del pocito, ya no le picaba el cuerpo, ni la cabeza, y las escoriaciones de su piel fueron pelándose para dar vida a una nueva piel. El hombre al pasar su mano sobre su cuerpo se sorprendió porque la piel antigua se salía fácilmente y ya no tenía picazones. Entonces, emocionado ante sus compañeros de trabajo gritó de alegría diciendo: ¡esta agua es santa!, ¡esta agua es santa! Desde entonces, a aquel lugar todos le llamaron Agua Santa. Hoy en día la gente pasa por allí, pero ignora la riqueza curativa que tienen esas aguas como lo son también las aguas de Chilca.

Vale recordar que en esa zona se libró la batalla de Agua Santa entre el ejército patriota y el ejército realista donde fueron derrotados los invasores.

Leyenda de Huamaní[editar]

Cuenta la leyenda que hace muchos años, grupos de habitantes descendientes de la cultura Paracas vivían junto al litoral en una playa distante a ocho kilómetros de la desembocadura del río Pisco, y vivían allí porque era una playa extensa y además porque el río mucho tiempo no afectaba sus chozas construidas de caña hueca, carrizo, barro y totora.

Vivían pescando usando redes que confeccionaban de lana de alpaca y algodón, y cultivando la tierra. Conseguían agua dulce para beber del río y de unos pozos de los pantanos de totorales. Su tranquilidad hizo que ese poblado creciera mucho y se extendiera hasta la boca del río. En ese tiempo, el río estaba formado por torrentes desordenados donde cada avenida de agua, bajaba sin rumbo ni cauce determinado, y de tiempo en tiempo irrumpía con sus aguas desde muy arriba, marchando sin control ya pegado a los cerros o a las pampas de lanchas y se desplazaba haciendo un garabato a gran velocidad sin detenerse, alborotando todo, arrasando con gran parte de ese poblado y sus chacras. El río, después de haber terminado con su destrucción, dejaba varios cauces llenos de piedras como si fuera un extenso delta seco.

Y así, cada cierto tiempo esos pobladores sufrían los embates del río y para que el Dios Wirakucha se compadezca de ellos, hacían ritos al río regalándole pescados del mar.

Un día el Dios Wirakucha, al ver que los hombres y mujeres luchaban esforzadamente contra la corriente del río que se estaba llevando a sus hijos, chozas, chacras y utensilios, logró escuchar el clamor de ellos, y se compadeció. Entonces dijo: “Estos hombres, mujeres y niños son mis hijos que he creado y criado, y desde hace años vienen sufriendo la destrucción de su pueblo a causa de las aguas de avenida del río que anda en descontrol. Voy a defender este pueblo construyendo un huamani como un águila defensora, que será un cerro blanco de yeso duro y compacto, el mismo que servirá de dique y desviará el río hacia su cauce normal para que nunca más sea destruido este pueblo llamado Pisco.

Y fue así que a dos leguas de distancia desde el mar en la ribera izquierda del río Pisco frente al puente grande que va hacia el Sur, ordenó a la corteza de la tierra para que levante un cerro fuerte de yeso. Y así se hizo, y luego, lo pintó de color blanco al que llamó “Huamani”. De esta manera se hizo y logró contener las aguas que antes destruían al poblado de Pisco y las enrumbó hacia un cauce más estable. Hasta hoy, este cerro blanco sólo con su presencia defiende cada año al pueblo de Pisco, capital de la provincia del mismo nombre, de las aguas bravas de avenidas, y aún cuando el río lleno de yapanas irrumpe la carretera Panamericana sur en la bajada de San Miguel, pretendiendo arrasar con la ciudad, el cerro Huamaní espera con paciencia a esas aguas y las encauza nuevamente hacia su lecho normal.

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Elvisor (discusión) 19:13 28 nov 2015 (UTC)[responder]

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