Diferencia entre revisiones de «Batalla de Lepanto»

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== Antecedentes ==
== Antecedentes ==
En 1566 ascendió a la Cátedra de San Pedro San Pío V. La Cristiandad enfrentaba entonces un enorme peligro. Hacía un siglo que Constantinopla (ver mapa), la puerta de Europa, había caído en poder de los otomanos [nombre del imperio turco], y desde entonces la amenaza mora se había vuelto más patente que nunca.

La flota otomana era casi la dueña del Mediterráneo, asolando constantemente las costas de los países cristianos. Solimán II, llamado El Magnífico, había jurado que no descansaría hasta conquistar Roma y entrar a caballo en la basílica de San Pedro.
De otro lado, el Renacimiento y el Humanismo hacía buen tiempo que venían corroyendo moralmente la cristiandad medieval, en la cual el amor a Dios y el cumplimiento de su Ley eran el centro de toda la vida pública y privada.

Este derrumbe moral favoreció que incontables almas, cual paja seca, fuesen devoradas por el incendio del protestantismo y arrebatadas del seno de la Iglesia; los campos europeos se tiñieron de sangre como fruto del fanatismo “reformador” y, así, los espíritus, seducidos por el ansia de placeres y una cada vez menor tolerancia a la autoridad, se iban preparando para convulsiones mayores que iban a explotar en los siglos posteriores2.

Apenas un año antes, la isla de Malta (ver mapa) se pudo defender heroicamente de los moros, gracias al generoso arrojo de los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, llamados por los infieles de "escorpiones del mediterráneo". Actualmente dicha Orden es conocida como la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de Malta.

Ese mismo año de 1566, Alí Pachá, el mismo general que comandara la ofensiva otomana en Malta, capturó la isla de Chios (ver mapa), la última posesión genovesa al este del Mediterráneo y por medio de una traición hizo asesinar a la familia Giustiniani que la gobernaba en ese tiempo.

Por tres días los mahometanos recorrieron la isla palmo a palmo, masacraron a la totalidad de sus habitantes y destruyeron todo vestigio de Cristiandad que encontraron en su camino. Dos niños de la familia Giustiniani, con diez y doce años fueron martirizados. Al menor de ellos, casi descuartizado ya, le propusieron conservar un dedo y la vida si apostataba de la Fe. Pero él apretó los puños tan fuertemente que los turcos no pudieron abrírselos ni siquiera después de muerto.

Algunos meses después, Solimán lideró un enorme ejército, adentrándose en los Balcanes (ver mapa). Afortunadamente, la tenaz resistencia del Conde Zriny detuvo al sultán, quien halló la muerte en las montañas húngaras, sin poder llegar a Viena (ver mapa), que era su meta inmediata.

Selim II; conocido como el borracho por su vicio a la bebida, ascendió al trono en Constantinopla, habiendo antes eliminado a todos los rivales de su familia y planeado el próximo ataque al continente cristiano.

El Papa del Rosario

En toda Europa sólo el Papa San Pío V percibía el grave peligro que se cernía sobre la Cristiandad y fue él quien ideó la única salida posible para el continente amenazado.

¡Las fuerzas otomanas sólo podían ser derrotadas por medio de una cruzada! Pero una cruzada en el campo de batalla no era suficiente; era necesario llevar a cabo una cruzada espiritual, primero para mover a los reinos europeos a participar de la lucha, antes que para vencer al enemigo musulmán.

Las demás potencias veían a los turcos como una amenaza a su bienestar material –y en efecto lo era- pero el santo Pontífice los veía sobre todo como una amenaza al orden que Dios mismo había establecido en el mundo.

San Pío V mandó redoblar las oraciones en todos los conventos y monasterios y él mismo trató de llevar su porción de la carga duplicando sus acostumbrados ejercicios de piedad y mortificación, en particular el rezo del Santo Rosario.

Crecen las amenazas

Mientras San Pío V estaba tratando de organizar una alianza efectiva contra el creciente peligro, otra provocación musulmana ilustró la precaria situación. Durante la Navidad de 1568, el odio reprimido de los moros seudo-conversos en España, conocidos como moriscos, estalló ese día en toda su enorme crueldad en las montañas de las Alpujarras, en Andalucía. Salvajes torturas fueron llevadas a cabo contra las víctimas antes de que estas fueran violentamente asesinadas, especialmente contra humildes sacerdotes del pueblo y sus monaguillos. Si ellos invocaban a Jesús o a su Madre bendita pidiendo fortaleza, sus lenguas eran amputadas o sus bocas eran llenadas de pólvora y quemadas.

El historiador francés Ferdinand Braudel en su afamada obra El Mediterráneo comenta que no cabe duda acerca de los vínculos entre los rebeldes de España y los corsarios de Argelia, estos últimos incondicionales aliados de los turcos. Los piratas berberiscos llevaban hombres, municiones y armas a la costa sur española y tomaban esclavos entre los católicos como forma de pago, tejiendo de esa manera otra hebra en el lazo corredizo que estrangulaba la Europa católica3.

Los intentos iniciales para contener ésta bien organizada rebelión fracasaron hasta que Don Juan de Austria -hermano bastardo del rey Felipe II- fue nombrado comandante general. Don Juan poseía todas las extraordinarias habilidades de liderazgo, incluyendo el buen juicio y gran valor. Prosiguió, pues, vigorosa e implacablemente, una campaña que destruyó los baluartes enemigos y puso fin definitivamente a la rebelión morisca.

Mientras tanto, todas las cortes de Europa fueron informadas que extensos preparativos para mayores ataques estaban siendo puestos en marcha en Constantinopla.

San Pío V envió, repetidamente por carta, peticiones a los príncipes y nobles europeos para unirse a la Cruzada; sin embargo, la mayoría de los monarcas se excusaron para no apoyarlo. Sólo España y Venecia, sin negarse, enviaron, sin embargo, respuestas evasivas.

Esto no era de extrañar en una Europa adormecida y relajada como fruto del hedonismo renacentista y del protestantismo, como dijimos más arriba. Francia e Inglaterra, por ejemplo, no dudaron en aliarse alguna vez al sultán para ir contra España... por simple rivalidad.

La Santa Liga

A fines de 1569 llegó a Constantinopla la noticia de que el arsenal veneciano había sido destruido por un incendio y, debido a una mala cosecha, la península estaba amenazada por el hambre. Selim II rompe entonces la paz y envía un ultimatum: o Venecia entregaba una de sus posesiones más queridas, Chipre (ver mapa), al este del Mediterráneo, o era la guerra.

Esto fue lo que al fin movió a España y Venecia (esta última era evidentemente la que más tenía que perder con el avance turco) a atender los llamados del Papa, pero las desavenencias y rivalidades entre estas potencias hacían muy difícil cualquier negociación.
Bajo el amparo y mediación del Pontífice Romano, comenzaron las negociaciones. Con un discurso inflamado, el Papa convocaba a todos para una nueva cruzada.

A pesar de su temperamento fogoso, S. Pio V intervenía con una paciencia y cordura heroicas. Durante estos largos y angustiosos meses, la poderosa personalidad del Papa barrió con todos los obstáculos y forzó una decisión. Aunque estaba enfermo y sufría constantemente de dolores insoportables, el indómito Pontífice finalmente llegó a un acuerdo con estos gobiernos.

Según el tratado, la elección del comandante general estaba reservada al Papa. San Pío V entró un día a su capilla para celebrar el Santo Sacrifico de la Misa; cuando llegó al evangelio de San Juan, empezó a leer, “Fuit homo missus a Deos, cui nomen erat Joannes” (“Hubo un hombre enviado por Dios, cuyo nombre era Juan”). Volvió su rostro hacia la Virgen, hizo una pausa y se dio cuenta, por inspiración divina, de que el comandante de la Cruzada debía ser Don Juan de Austria.

La partida

El Papa envió a España el estandarte de la Liga: era un damasco de seda azul con la imagen del Crucificado, teniendo a los pies las armas del Papa, de España, de Venecia y de Don Juan.

Este lo recibió solemnemente de manos del Cardenal Granvela, en la Iglesia de Santa Clara, con la presencia de la nobleza. "¡Toma, dichoso Príncipe, le dijo el Cardenal, la insignia del verdadero Verbo Humanado; toma la señal viva de la santa Fe, de la cual eres defensor en esta empresa. Él te dará una victoria gloriosa sobre el ímpio enemigo, y por tu mano será abatida su soberbia. Amén!".
Angustiado con las noticias del avance turco, S. Pio V mandó una carta a Don Juan exhortándolo a zarpar para Messina (ver mapa).
En dicho puerto, donde es recibido con impresionantes muestras de júbilo y entusiasmo, se reunió toda la escuadra católica con sus comandantes.

El Nuncio papal exhortó una vez más al combate en nombre de San Pío V, comunicando al Príncipe que el Pontífice le prometía en nombre de Dios la victoria, por encima de todos los cálculos humanos, y mandaba decir que si la escuadra se dejara derrotar “iría él mismo con sus canas a la guerra, para vergüenza de los jóvenes indolentes”.

El Papa envió además, con el Nuncio, una astilla de la Santa y Verdadera Cruz para cada una de las naves capitanas y concedió a todos los miembros de la expedición las mismas indulgencias propias de las cruzadas.

Don Juan de Austria prohibió la presencia de mujeres a bordo y decretó pena de muerte para los blasfemadores. Algunos días antes de la partida, los 81mil soldados y marineros ayunaron durante tres jornadas, se confesaron y recibieron la Sagrada Comunión, haciendo lo mismo los condenados que remaban en las galeras.

Un ambiente de Cruzada se vivía nuevamente en Europa y un renovado celo por la gloria de Dios brillaba en los que iban para el combate.

El 15 de setiembre, la mayor flota católica jamás reunida zarpó de Messina, en Sicilia, para ir en busca de la flota musulmana liderada por el cuñado del Sultan, Alí Pasha.

En busca del enemigo

Diez días más tarde llegaron a Corfu (ver mapa), cerca de la costa noroeste de Grecia. Los turcos habían arrasado el lugar el mes anterior y dejaron sus usuales cartas de presentacion: iglesias reducidas a cenizas, crucifijos rotos, cuerpos destrozados de sacerdotes, mujeres y niños.

El 6 de Octubre llegaron las exasperantes noticias de que la Cristiandad había sufrido otra cruel humillación de los otomanos. Chipre, la joya de las posesiones insulares remotas de Venecia, había sido atacada el año anterior. La capital cercada, Nicosia, había caído rápidamente, y sus 20 mil sobrevivientes habían sido liquidados.

La ciudad fortificada de Famagusta (ver mapa) resistió por otro año debido al valiente liderazgo de Marco Antonio Bragadino, su gobernador. Sin ninguna esperanza de liberación a la vista y con la inanición y las enfermedades diezmando la población, Bragadino aceptó lo que parecían ser condiciones honorables y capituló. Pero en un acto de increíble traición y salvajismo satánico, el general turco, tres días después, mutiló cruelmente a todos los oficiales venecianos hasta matarlos. A Bragadino le cortaron la nariz y las orejas y después fue desollado vivo. Su piel, rellenada de paja, fue paseada por toda la ciudad.

Los ánimos estaban bastante caldeados, cuando al fin llegó la noticia esperada: “¡Alí Pashá está en Lepanto!”; un largo y transparente cuerpo de agua, conocido también como el golfo de Corinto, que separa Grecia central de la península del Peloponeso (ver mapa).

La batalla

Antes del amanecer del 7 de octubre las naves católicas penetraron en el estrecho de Lepanto. Se levantó la bandera que señalizaba la presencia del enemigo y se dio orden de formar para la batalla.

Se oyó un cañonazo en el lado turco entendido por Don Juan de Austria como el desafío de La Sultana y ordenó contestar con otro desde La Real como señal que aceptaba el reto. Fue izado el estandarte de la Liga en el mástil más alto de la galera capitana y Don Juan se dirigió a los suyos con estas palabras: “Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad”.

Alí Pashá también dispuso su escuadra para el combate. El Generalísimo turco parecía que quería embestir resolutamente por el centro y al mismo tiempo envolver los cristianos, aprovechándose de su superioridad numérica (286 naves contra 208).
El número de naves y de combatientes y la determinación de los capitanes y soldados indicaban que el combate sería tremendo, pero nadie se paró a meditar su suerte, ocupado cada uno en fijar sus ojos y sus cañones en el enemigo.

El Príncipe Don Juan se arrodilla y reza. Todos sus hombres hacen lo mismo. En medio de un silencio grandioso los religiosos daban la última bendición y la absolución general a los que iban a exponerse a la muerte por la Fe.

El enemigo tocaba sus cornetas y címbalos, daba infernales aullidos y blandía sus cimitarras gritando: "Esos cristianos vinieron como un rebaño para que los degollemos". La orden dada por Alí Pashá era de no hacer prisioneros.

Justo antes de que se encontraran, el viento que había estado favoreciendo a los turcos cambió del Este a la dirección opuesta. Los católicos abrieron fuego. Sus grandes, aunque poco manejables galeras dispararon una enorme cantidad de balas de cañon con un efecto devastador. Pero debido a su falta de maniobrabilidad, las baterías flotantes rápidamente interrumpieron su acción.

José Ramón Cumplido M. en su estudio “La Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571): La gran victoria naval en el Mediterraneo”, narra: “El combate se había generalizado sin ningún orden, lanzándose unas galeras en persecución de otras; hubo naves turcas defendidas por españoles y corsarios berberiscos navegando con pabellón maltés y donde se veía una nave, al poco sólo quedaba un remolino que la tragaba. Hubo en el mar tantos muertos y despojos que las naves parecían haber encallado entre cadáveres. Las naves se quebraban con tanta facilidad como los cuerpos de los hombres, de los que sólo quedaba intacta su ira. Parecía como si se quisiera superar en destrucción a los elementos de la naturaleza”4.

Alí Pashá conociendo por los santos estandartes la galera de Don Juan, embistió por la proa a la Real y lanzó sobre ella una horda de jenízaros [cristianos apóstatas]escogidos.

Al instante una docena de naves turcas se acercaron detrás de Ali Pasha, proporcionándole miles de jenízaros más. Veniero, capitán veneciano y Colonna, comandante de la flota pontificia, flanqueaban a la Real desde ambos lados. Más refuerzos llegaron de otras galeras. Cerca de 24 naves actuaron juntas, formando de este modo un campo de batalla flotante. La lucha se hizo cada vez más violenta y otra vez el derramamiento de sangre y la matanza se propagó por las cubiertas.

Muchos en la flota católica llevaron a cabo magníficos actos de valor. El feroz anciano Veniero se paró en su proa, a la vista de todos, haciendo disparo tras disparo mientras su joven sirviente recargaba el cañon. Un sargento siciliano, antes mortalmente enfermo, saltó fuera de su lecho de convalecencia, subió a cubierta y mató cuatro turcos antes de morir de nueve heridas de flecha. El joven Alejandro Farnesio, duque de Parma, compañero de Don Juan y futuro genio militar, saltó a bordo de una galera musulmana y mató los primeros doce hombres que enfrentó (y pudo contarlo...).

Finalmente, Don Juan, con un gran sable en una mano y un hacha en la otra, lideró una embestida contra la Sultana que terminó con la muerte de Alí Pashá. Los turcos estaban derrotados y el pánico se apoderó rápidamente entre sus huestes a partir del momento en que el estandarte de Cristo comenzó a flamear en la Sultana.

Mientras esto ocurría, un prodigio hacía patente a los musulmanes que el verdadero Dios estaba con los cristianos. Finalizada la batalla, algunos islamitas, prisioneros de los católicos, confesaron que una brillante y majestuosa Señora había aparecido en el cielo, amenazándolos e inspirándoles un gran miedo.

La batalla, que por un momento parecía favorable a los turcos, se revirtió. Estos huían ahora desordenadamente, dejando tras de sí sus propios escombros y a los cristianos victoriosos. Los infieles perdieron el 80 % de su flota (130 navíos capturados y más de 90 hundidos o incendiados), tuvieron 25.000 muertos, y casi 9.000 fueron hechos prisioneros. Las pérdidas católicas fueron mucho menores: 8.000 hombres, y solamente 17 galeras perdidas.

Victoria alcanzada por el Rosario

Mientras en las aguas de Lepanto se trababa la decisiva batalla, la Cristiandad rogaba el auxilio de la Reina del Santísimo Rosario. En Roma, el Papa San Pío V continuaba pidiendo a los fieles que redoblasen sus oraciones. Las Cofradías del Rosario promovían procesiones y oraciones en las iglesias, suplicando la victoria de la armada católica.

El Pontífice, en el momento mismo del desenlace de la batalla estaba reunido con su tesorero, Donato Cesis, quien le exponía problemas financieros. De repente se apartó de su interlocutor, abrió una ventana y después de un momento en éxtasis, se volvió hacia su tesorero y le dijo: “Id con Dios. Ahora no es hora de negocios, sino de dar gracias a Jesucristo pues nuestra escuadra acaba de vencer” y se dirigió a su capilla.

Diez días después, en la noche del 21 para el 22 de octubre, el Cardenal Rusticucci despierta al Papa para confirmarle la visión que había tenido. Efectivamente ¡la escuadra católica había triunfado!. En un llanto varonil San Pío V repitió las palabras del viejo Simeón: “Nunc dimitis servum tuum, Domine, in pace, quia viderunt oculi mei...” “Ahora, Señor, puedes llevarte a tu siervo en paz, porque mis ojos vieron tu salvación” (Luc.2,29). Por la mañana es proclamada la feliz noticia en San Pedro luego de una procesión y un solemne Te Deum, en acción de gracias por la estupenda intervención de María Santísima.

El Papa introdujo la invocación Auxilio de los Cristianos en la Letanía de Nuestra Señora. Y para perpetuar esta extraordinaria victoria de la Cristiandad, fue instituida la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, que dos años después tomó la denominación de fiesta de Nuestra Señora del Rosario, conmemorada por toda la Iglesia el día 7 de octubre de cada año.

Capillas con la invocación de Nuestra Señora de las Victorias comienzan a surgir en España e Italia. El senado veneciano coloca debajo del cuadro que representa la batalla la siguiente frase: “Non virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii Victores nos fecit”; “Ni las tropas, ni las armas, ni los comandantes, sino la Virgen María del Rosario es la que nos dio la victoria”. Génova y otras ciudades mandaron pintar en sus puertas la imagen de la Virgen del Rosario.

La historia es testigo de que la lenta decadencia del poderío naval de los otomanos comenzó con la jornada de Lepanto.

=== Antecedentes de la Liga Santa ===
=== Antecedentes de la Liga Santa ===
En 1570, después de unos años de tranquilidad, los turcos inician una expansión atacando varios puertos [[República de Venecia|venecianos]] del [[Mar Mediterráneo|Mediterráneo]] Oriental. Atacan [[Chipre]] con 300 naves y ponen sitio a [[Nicosia]].
En 1570, después de unos años de tranquilidad, los turcos inician una expansión atacando varios puertos [[República de Venecia|venecianos]] del [[Mar Mediterráneo|Mediterráneo]] Oriental. Atacan [[Chipre]] con 300 naves y ponen sitio a [[Nicosia]].

Revisión del 11:05 12 may 2009

Batalla de Lepanto
Invasión otomana en Europa
Parte de guerra turco-veneciana de 1570-1573 y guerras habsburgo-otomanas

La batalla de Lepanto por Paolo Veronese
Fecha 7 de octubre de 1571
Lugar Golfo de Corinto
Coordenadas 38°12′N 21°18′E / 38.2, 21.3
Resultado Decisiva victoria de la Liga Santa
Beligerantes
Liga Santa:

España
República de Venecia
Estados Pontificios
República de Génova
Ducado de Saboya

Orden de Malta
Archivo:Armada-turca1453-1789.gif Imperio Otomano
Comandantes
Don Juan de Austria
Álvaro de Bazán
Luis de Requesens
Juan Andrea Doria
Archivo:Armada-turca1453-1789.gif Alí Bajá
Fuerzas en combate
206 galeras
11 galeazas
102 fragatas
220–230 galeras
50–60 galeotas y fustas
Bajas
7.600 bajas, 12 galeras 30.000 bajas, 190 naves, 12.000 cautivos cristianos liberados

La batalla de Lepanto, «la más alta ocasión que vieron los siglos»,[1]​ fue un combate naval de capital importancia que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, frente a la ciudad de Naupacto (mal llamada Lepanto), situado entre el Peloponeso y Epiro, en la Grecia continental.

Se enfrentaron en ella los turcos otomanos contra una coalición cristiana, llamada Liga Santa, formada por España, Venecia, Génova y la Santa Sede. Los cristianos resultaron vencedores, salvándose sólo 30 galeras turcas. Se frenó así el expansionismo turco por el Mediterráneo occidental. A pesar de la determinante participación de los estados italianos, la victoria se puede considerar española dado que el verdadero combate lo sostuvieron los tercios embarcados.

En esta batalla participó Miguel de Cervantes, que resultó herido, sufriendo la pérdida de movilidad de su mano izquierda, lo que valió el sobrenombre de «manco de Lepanto».

Antecedentes

Antecedentes de la Liga Santa

En 1570, después de unos años de tranquilidad, los turcos inician una expansión atacando varios puertos venecianos del Mediterráneo Oriental. Atacan Chipre con 300 naves y ponen sitio a Nicosia.

Venecia pide ayuda a las potencias cristianas, pero sólo el papa Pío V les responde. El Papa consigue convencer al rey de España para que también ayude, y se forma una armada para enfrentarse a los turcos. Esta armada se reúne en el puerto de Suda, en la isla de Candia (Creta).

En total suman 187 galeras, 11 galeazas, un galeón, 7 naves más, con un total de 1.300 cañones y 48.000 hombres, de los que sólo 16.000 son gente de guerra.

Mientras los generales cristianos discuten la forma de hacer frente a la situación, el 9 de septiembre los turcos toman Nicosia. Juan Andrea Doria, al ver que no hay acuerdo posible entre las fuerzas cristianas, decide volverse a Sicilia el 5 de octubre.

En su regreso a sus bases, las fuerzas venecianas y pontificias sufren un temporal en el que se pierden 14 de las galeras venecianas.

El Papa y Venecia culpan al almirante español del fracaso de la operación.

Los motivos de Juan Andrea Doria para no emprender un ataque contra fuerzas turcas superiores se basaban en el mal estado de las dotaciones y del armamento de las galeras de Venecia.

La Liga Santa

La armada aliada estuvo al mando de don Juan de Austria, secundado en la armada española por Álvaro de Bazán, Luis de Requesens y Juan Andrea Doria, mientras que la veneciana iba capitaneada por Sebastián Veniero y la pontificia por Marco Antonio Colonna. Entre todos reunían más de 200 galeras, 6 galeazas y otras naves auxiliares. La escuadra turca —al mando de Alí Bajá (señor de Argel y gran marino a las órdenes del sultán turco Selim II)— contaba con 260 galeras.

Ante el fracaso de esta expedición, Pío V reúne a plenipotenciarios españoles y venecianos para tratar de tomar medidas efectivas contra la expansión turca por el Mediterráneo. Las discusiones se centran sobre las misiones de la Liga y la duración de la concentración de fuerzas, con posturas encontradas entre venecianos y españoles. Los primeros quieren restringir su ámbito al Mediterráneo Oriental, mientras que los españoles quieren incluir las costas del norte de África.

Gracias al empeño personal del papa, el 24 de mayo de 1571 se llega a una solución de compromiso:

  • La duración será ilimitada.
  • Servirá tanto para atacar a Turquía como para atacar las plazas turcas del norte de África.
  • La armada estará formada por 200 galeras, 100 naves, 50.000 infantes y 4.500 jinetes.
  • Esta armada deberá estar preparada para entrar en acción en abril de cada año.
  • España sufragará tres sextos de los gastos, Venecia dos sextos y la Santa Sede el sexto restante.
  • El generalísimo de la liga será Juan de Austria, y cada nación aportará un Capitán General. Estos tres capitanes generales, reunidos en consejo, acordarán el plan anual de operaciones.
  • Ninguna de las partes podrá ajustar tregua ni paz con el enemigo sin participación y acuerdo de las otras dos.
  • El generalísimo no llevará estandarte propio ni de su nación, sino el especial de la Liga.

Una vez aprobado el tratado, el Papa intenta que se unan al mismo Portugal, Francia y Austria, sin conseguirlo. Francia incluso pactó con los turcos.

Mientras tanto, los turcos continúan con su campaña de conquista de Chipre, y forman una escuadra de 250 velas y 80.000 hombres para devastar y saquear algunos de los puertos venecianos del Adriático.

El 4 de agosto, por falta de vituallas, cae Famagusta, con lo que se completa la conquista turca de Chipre.

Reunión de las escuadras

Una vez escogido el puerto de Mesina como punto de reunión de las escuadras, comienzan a llegar al mismo las diferentes escuadras.

Los primeros son los venecianos, que llegan el 23 de julio y traen, por ahora, 48 galeras y cinco galeazas.

Poco después arriban las 12 galeras del Papa bajo el mando de Colonna.

Juan de Austria y Sancho de Leiva salen de Barcelona el 20 de julio con las galeras de España. Recalan en La Spezia para recoger tropas alemanas e italianas, y llegan a Nápoles el 9 de agosto, donde el 14 recibe Juan de Austria el estandarte y las insignias de la Liga Santa, diseñados por el Papa y en el que aparecen los símbolos de las tres naciones. Arriban a Mesina el 23 de agosto.

Faltan por llegar las escuadras de Álvaro de Bazán, Juan Andrea Doria, Juan de Cardona y 60 galeras venecianas. A primeros de septiembre ya está toda la flota reunida, y su composición es:

  • España:
    • 90 galeras
    • 24 naves
    • 50 fragatas y bergantines.
  • Venecia:
    • 6 galeazas
    • 106 galeras
    • 2 naves
    • 20 fragatas.
  • Estados Pontificios:
    • 12 galeras
    • 6 fragatas.

Las galeazas eran los navíos más potentes gracias a su gran aportación artillera. Las galeras eran impulsadas por remeros profesionales o por «chusma», gente que había sido condenada, por cualquier delito, a este duro trabajo.

Las piezas artilleras de toda la escuadra eran 1.250.

Pese a la gran cantidad de navíos reunidos, a Juan de Austria le preocupaba el mal estado de muchos de ellos, debido a que muchas de las galeras italianas se habían construido rápidamente y otras tenían los espolones desgastados o podridos a causa de sus largas esperas en los puertos de amarre. Pese a ello se decidió que podrían aguantar.

La Liga Santa logró reunir un total de 91.000 soldados, marineros y chusma. 34.000 soldados, 13.000 tripulaciones y 45 galeotes. Por parte española eran 20.231 los soldados, de los cuales sólo 8.160 eran nativos de España, italianos 8.160 y alemanes 4.987. Además se unieron 1.876 caballeros y aventureros.

A causa de la escasez de gente en las galeras venecianas, Juan de Austria decide embarcar en ellas a 4.000 infantes españoles1, para reforzar su guarnición. También embarca a 500 arcabuceros españoles en cada galeaza.

1. Al decir infantes o arcabuceros españoles se quiere decir «al servicio de España», ya que parte de ellos eran italianos o alemanes.

Salida a la mar de la flota cristiana

El 15 de septiembre salen las naves de Cesar Ávalos para esperar al resto de la flota en el Golfo de Tarento.

El 16, sale el resto de la flota cristiana. En vanguardia van 8 galeras exploradoras, al mando de Juan de Cardona, general de la escuadra de Sicilia. Sus órdenes son ir 8 millas por delante del grueso de la fuerza. El resto de la fuerza va dividido en cuatro cuerpos. Su formación era la del águila, pero sin pico.

  • El primero, que será el cuerpo derecho en combate, lo manda Juan Andrea Doria, con 54 galeras. Llevan grímpolas verdes.
  • El segundo, que será el centro en combate, lo manda Juan de Austria, y lleva 64 galeras con grímpolas azules.
  • El tercero, cuerpo izquierdo en combate, lo manda Agustino Barbarigo y son 53 galeras con grímpolas amarillas.
  • Y el cuarto, que es la escuadra de socorro o de reserva en combate, lo manda Álvaro de Bazán. Está formado por 30 galeras con grímpolas blancas.

Cada uno de estos cuerpos lleva dos galeazas, que en caso de combate se pondrán por delante de la formación principal. Los cuerpos están formados sin tener en cuenta la procedencia de los buques, intercalando buques venecianos, españoles y pontificios.

Encuentran tiempo borrascoso y vientos contrarios, lo que les impide pasar Otranto hasta el 24 de septiembre, dejando atrás a las naves de vela.

Gil de Andrade, que lleva con sus galeras la exploración lejana, informa de que la flota turca se encuentra en el golfo de Lepanto, al resguardo de sus castillos.

Juan de Austria decide dirigirse a Corfú, convocando consejo de guerra, ya que, al haber dejado atrás a las naves de vela, no disponen de medios de sitio para atacar los fuertes de Lepanto. Deciden embarcar seis piezas gruesas de artillería de la defensa de Corfú, y salen a la mar el 30 de septiembre.

Se plantea un problema de competencias entre don Juan y los venecianos. El problema se origina en una galera veneciana, donde por defender cada uno a su gente, se enfrentan con las armas el capitán de la galera y el capitán de los soldados embarcados, resultando herido el veneciano. El almirante veneciano, Veniero, hace ahorcar al capitán de los soldados puestos por don Juan, por lo que éste convoca consejo de guerra, del cual excluye a Veniero, llamando a Barbarigo en su lugar. Juan Andrea Doria se manifiesta partidario de volverse a España y dejar solos a los venecianos, a los que considera poco de fiar, dada su experiencia anterior.

Los generales al servicio de España que hablan después de él, defienden esta postura, pero Álvaro de Bazán opina lo contrario. Dice que el hecho de que Veniero haya hecho un disparate no es motivo para tirar por la borda todo el esfuerzo hecho hasta el momento. Los que hablan después de don Álvaro apoyan su postura. Cierra el consejo don Juan, diciendo «Adelante, sigamos el parecer del marqués», y deciden salir a la mar muy de mañana, formar línea de combate a 15 millas de las bocas de Lepanto y esperar 2 horas, y, si no saliese el enemigo, disparar sus cañones y volverse.

La batalla

Preparativos de los cristianos

Estos fueron según consta en la orden general de navegación y combate dada por D. Juan de Austria, capitán general de la armada combinada de la Liga Santa o Santa Liga Cristiana, en el puerto de las Leguméniças el 9 de septiembre de 1571:

Deben tener mucho cuidado los que gobiernan la Armada de mantener vivo en sus gentes el espíritu religioso «á tal que Dios nuestro Señor nos ayude en la santa y justa empresa que llevamos».

También se ordena que la flota viajará con una avanzadilla 20 ó 30 millas delante de la Armada, a cargo de "Fray Pedro Justiniano, Prior de Mecina y Capitán general de las galeras de San Juan de Jerusalén, con seis galeras y dos galeotas".

En la misma orden de navegación, se ordena que la 4.ª escuadra llamada "el Socorro", y que estará compuesta por 29 galeras, y «por Capitán de ella ha de ir Don Juan de Cardona, Capitán general de las galeras de Sicilia» ha de ir en retaguardia de toda la Armada recogiendo las galeras que se queden retrasadas evitando que ninguna se quede atrás. Las galeras de la escuadra el Socorro llevaban un «gallardete de tafetán blanco con un asta de pica, cuatro brazas encima del fanal».

Se ordena así mismo que toda la Armada debe proveerse de abundante agua «donde se hubiere de hacer aguada», que se almacene en las galeras y que no se gaste más que para lo necesario. Ya que ha ser tan grande la Armada, se teme tener dificultades para conseguirla en un único punto, y ordena por tanto que intenten aprovisionarse con una distancia de cinco o seis millas una escuadra de la otra y, en caso de tener por necesidad que hacerlo toda la Armada en el mismo punto, se hará toda la Armada junta.

La orden dice que la escuadra de vanguardia debe retrasarse a los lugares ordenados y las dos galeotas de Fray Scipion Ursino y Francisco de Mecina han de acudir al marqués de Santa Cruz a recibir órdenes.

Las galeazas, según la previsión de la orden de navegación y combate de 9 de septiembre de 1571, cuando llegue el momento de la batalla se distribuirían de la siguiente manera: La galeaza Capitana y la de Andrea de Pessaro con la escuadra de batalla siendo remolcadas por ésta, y en el momento preciso se colocarían delante de la escuadra «en derecho de la Real á tiro de cañón», esperando la orden para que se sacaran fuera de la batalla. Las dos del Duque de Florencia, Capitana y Patrona irían al ritmo de la batalla y lucharían en la parte derecha (Capitana) e izquierda (Patrona) de la Real. Las galeazas de Don Ambrosio Bragadini y Jacobo Gozo irían con el cuerpo derecho de la Armada a cargo del Marqués de Santa Cruz, posicionándose para la batalla delante a la misma distancia; el Marqués se tenia que hacer cargo de remolcarlas y pasarlas delante. Las dos galeazas de Antonio ragadini y Vicencio Quirini irían en el cuerpo izquierdo a cargo del Proveedor Soranzo, encargándose el Proveedor Sorano de remolcarlas y posicionarlas para la batalla.

El 30 de septiembre partió la Armada de los molinos (cerca de Corfú) y llegó a Leguminici (Albania) llamado antiguamente Epiro, un puerto con abundantes suministros. Llegó una de las fragatas que había llevado Gil de Andrade, avisando que el turco se encontraba en el puerto de Lepanto, antiguo Naupacto y que había enviado 60 navíos de remo y dos naves a Corn con enfermos para dejarlos allí.

Ordenó Don Juan de Austria a los que estaban retrasados en Corfú que se dieran prisa y que pusieran orden, pues el tiempo era de suma importancia. La Armada siguió en Leguminici, incluso después de llegar Antonio Colona (los retrasados en Corfú), por el mal tiempo reinante, saliendo del puerto el miércoles 3 al amanecer, si bien llevaban preparándose para la batalla desde el día 1.

Al llegar ese mismo día 3 a las 9 de la mañana al Cabo Blanco, cerca de Chafalonia, ordenó Don Juan de Austria prepararse para la batalla a toda la Armada. Don Juan personalmente fue por un lado de la Armada poniendo en orden de batalla y por la otra, el Comendador mayor de Castilla. Navegaron toda la noche hasta las 4 de la mañana y llegaron al puerto de Fiscardo en el canal de Chafalonia. Llegó ese mismo día un barco desde Candia y les contó que Famagusta había caído en manos del turco y que todos habían sido degollados.

Durante los siguientes días hasta el de la batalla, fueron aproximándose al puerto de Lepanto, enviando Don Juan vigías por mar y tierra para descubrir la armada turca. El domingo, la guardia que estaba en los calces de la Real, avisó que había descubierto una vela latina, y al poco toda la Armada turca. Don Juan ordenó subir vigías a los calces y que trataran de contar. Al poco llegaron los vigías de tierra confirmando que se trataba de la armada enemiga.

Mandó Don Juan disparar una pieza de artillería y otras señales previstas para avisar de la batalla. Se embarcó en una fragata con Don Luis Cardona, caballerizo mayor y con su secretario Juan Soto, y fue animando a sus soldados hablándoles de la victoria segura, pues iban a pelear por Dios, afirmando que lucharían hasta perder la vida, pues si la perdían, la ganarían.

Poco antes de la batalla, se puso Don Juan de rodillas y oró a Dios pidiéndole la victoria para los suyos. Lo mismo hicieron todos los de la galera Real y del resto de la Armada. Tras esto les fue dada la absolución por los padres jesuitas y capuchinos enviados por su Santidad con el jubileo. Cuenta Don Juan que en ese momento «fue el mar aquietado de tanta bonanza, cuanta se pudo desear y forzó a la armada enemiga a plegar su velas y venir a remo», lo que permitió a la Armada cristiana ponerse en orden de batalla, especialmente el cuerpo izquierdo.

Según lo acordado, el «Balsâ» disparó una pieza para pedir batalla, que fue contestada por Don Juan con otra aceptando. Tras navegar una o dos millas en dirección al «Balsâ», «mandó Don Juan segundar otra vez significando que aseguraba la batalla».

A la vista de la cantidad de velas, algunos propusieron reunión del consejo de guerra, a lo que don Juan responde: «Señores, ya no es hora de deliberaciones, sino de combatir».

Preparativos de los turcos

Alí había llamado a todos sus almirantes para concentrar sus fuerzas en Lepanto. El último en llegar fue Mahomet, rey de Negroponte, con 60 galeras y 3.000 soldados.

En total reunieron 210 galeras, 63 galeotas y 92.000 combatientes, de los cuales 34.000 eran soldados, 13.000 tripulaciones y 45.000 galeotes. La «chusma» estaba compuesta de prisioneros cristianos capturados en distintas batallas o asedios. Además, las piezas artilleras ascendían a 750, menos que las cristianas, aunque los arqueros llevaban flechas envenenadas y fueron muy útiles en los abordajes.

Al igual que la flota cristiana, están divididos en cuatro cuerpos. Su formación era de media luna.

  • El primero, cuerpo derecho, al mando de Mahomet Siroco, gobernador de Alejandría, formado por 54 galeras y 2 galeotas.
  • El segundo, centro, mandado por Alí Bajá, general en jefe, con 87 galeras y 32 galeotas.
  • El tercero, cuerpo izquierdo, lo manda el corsario Cara Hodja (Kodja) con 61 galeras y 32 galeotas.
  • El cuarto, o escuadra de reserva o socorro, lo manda Murat Dragut, y tiene 8 galeras y 21 galeotas y fustas.

Las órdenes eran terminantes. El gran señor Selim II ordenó a Alí salir a la mar en busca de los cristianos y combatirlos donde los encontrara.

Cuando avistan a la flota cristiana, Pentev y Uluch Alí recomiendan retroceder y ponerse bajo la protección de los castillos, pero Alí, cumpliendo órdenes, manda atacar.

El combate

Fresco de la batalla en el museo del Vaticano

A las 7 de la mañana las dos escuadras se divisan. En el lado cristiano, Barbarigo, al mando del cuerpo izquierdo, recibe órdenes de pegarse a la costa todo lo que le sea posible, para evitar que las galeras turcas lo sobrepasen y hagan una maniobra envolvente. El centro se coloca a su lado, pero el cuerpo derecho, al mando de Juan Andrea Doria, tarda en incorporarse a la formación, dejando un espacio libre entre el centro y el ala derecha.

Las galeazas, fuertemente armadas y artilladas, están situadas una milla por delante de la formación cristiana.

Los turcos tienen el viento en popa, pero, cuando están aproximándose, cambia el viento, lo que les obliga a emplear los remos.

Al llegar las primeras galeras turcas a la altura de las galeazas, éstas abrieron un nutrido fuego de artillería y fusilería, lo que hizo que algunas naves turcas empezasen a hacer ciaboga. Alí aceleró su ritmo de boga, para así estar menos tiempo sometido al castigo, y los demás le imitaron.

Pero al acelerar la boga, el cuerno derecho turco se adelantó sobre el resto de la formación, por lo que entabla el combate contra el cuerpo izquierdo cristiano. Algunas galeras turcas consiguen pasar entre las fuerzas de Barbarigo y la costa, y la galera de Barbarigo, la capitana del cuerpo izquierdo cristiano, es atacada por varias galeras turcas. Barbarigo muere en el combate de un flechazo en un ojo, y, cuando su nave está a punto de ser apresada, todas las demás galeras de su grupo acuden en su auxilio, dando la vuelta a la situación y haciendo que los turcos se retiren. Varias galeras turcas varan en la costa, y sus tripulaciones huyen por tierra.

En el centro, la capitana de Alí (la Sultana) embiste, proa con proa, a la de don Juan (la Real), dejando unidas a las dos embarcaciones en una plataforma de 110 metros. Al embicar con el golpe, recibe en su cubierta todo el fuego de artillería y fusilería de que es capaz la galera de don Juan, lo que le produce muchas bajas, repuestas inmediatamente desde otras galeras. Las galeras de Colonna, Veniero, el Duque de Parma y Urbino se ponen al costado de la de don Juan, con lo que se forma una piña de galeras cristianas y turcas en las que se lucha cuerpo a cuerpo. Álvaro de Bazán, con sus naves de socorro, interviene impidiendo que otras galeras turcas puedan unirse a esa piña, y envía 200 hombres de apoyo a la galera de don Juan. Cae rendida la galera capitana turca y los cristianos se apoderan de su estandarte. La lucha duró una hora y media. Con esto, el centro de la flota turca queda deshecho, al igual que antes su flanco derecho. Alí Baja fue abatido por siete disparos de arcabuz y un soldado de los Tercios, Andrés Becerra, descolgó el estandarte otomano y un galeote cortó la cabeza de Alí ofreciéndosela a Juan de Austria. Éste la despreció con gesto de asco y ordenó que la arrojase al mar.

En el ala izquierda turca, Uluch Alí ve que hay un hueco entre el centro y el ala izquierda cristianos, por lo que hace ademán de apartarse del centro turco, para que Juan Andrea Doria le siga y así aumentar la brecha. Cuando ve que ésta es suficiente, se lanza contra el costado derecho del centro cristiano, con sus 93 buques y la gente fresca, produciendo grandes daños a la capitana de Malta, a 10 galeras venecianas, a dos del Papa y a otra de Saboya. Juan de Cardona acude con 8 galeras y el de Bazán con la escuadra de reserva, consiguiendo detener el ímpetu del ataque turco, que estuvo a punto de cambiar la suerte del combate.

Uluch Alí, viendo que todo el centro cristiano se dirige a atacarle y que las galeras de Doria están a punto de llegar, corta los remolques de las galeras que había apresado y consigue huir con 16 galeras.

Juan de Austria sufrió una herida en un pie.

Hasta la puesta del sol continúa el combate a base de escaramuzas entre galeras aisladas, y, al anunciarse mal tiempo, ordena don Juan reunirse y marchar con las presas al puerto de Petala.

Al día siguiente volvieron los cristianos al campo de batalla para recoger y auxiliar a los buques desmantelados y a los náufragos.

Resultados de la batalla

En Petala se efectúa el recuento de bajas. Se contabiliza la pérdida de 12 galeras cristianas (aunque luego ascendieron a 40 por los graves daños sufridos) y de 7.600 hombres, de los que 2.000 eran españoles, 880 de la escuadra del Papa y el resto venecianos. Hubo 4.000 heridos.

Se cuentan «170 galeras y 20 galeotas de 12 bancos arriba» apresadas a los turcos, de las que sólo 130 estaban útiles, quemándose las otras 60. Se hicieron 5.000 prisioneros y se liberaron 12.000 cautivos cristianos. Se estimaron entre 20.000 y 30.000 los muertos del enemigo.

Algunas observaciones

  • Aunque los turcos tenían más hombres y más naves que los cristianos, las galeotas no podían oponerse a las galeras.
  • En las galeras turcas, salvo en las 40 ó 50 galeras reales, había menos hombres de guerra que en las cristianas, gracias a la previsión de don Juan de embarcar tropas españolas en las galeras venecianas.
  • Los cristianos usaban arcabuces, mientras que los turcos preferían las flechas. Consideraban que en el tiempo de cargar un arcabuz un arquero podía disparar treinta flechas. Pero ni los daños, ni el alcance, ni la puntería eran comparables.
  • En Mesina, don Juan había ordenado rebajar los espolones de las galeras y serrar las esculturas de adorno de proa, con lo que los cañones tenían más campo de tiro.
  • Pese a la esperanza puesta en ellas, la potencia artillera de la galeazas no tuvo casi influencia en el combate, pero sirvieron para desbaratar la formación de combate turca, al adelantarse su cuerno derecho.

Personajes notables

Cabrera de Córdoba describe la batalla

Jamás se vio batalla más confusa; trabadas de galeras una por una y dos o tres, como les tocaba...El aspecto era terrible por los gritos de los turcos, por los tiros, fuego, humo; por los lamentos de los que morían. El mar envuelto en sangre, sepulcro de muchísimos cuerpos que movían las ondas, alteradas y espumeantes de los encuentros de las galeras y horribles golpes de artillería, de las picas, armas enastadas, espadas, fuegos, espesa nube de saeta... Espantosa era la confusión, el temor, la esperanza, el furor, la porfía, tesón, coraje, rabia, furia; el lastimoso morir de los amigos, animar, herir, prender, quemar, echar al agua las cabezas, brazos, piernas, cuerpos, hombres miserables, parte sin ánima, parte que exhalaban el espíritu, parte gravemente heridos, rematándolos con tiros los cristianos. A otros que nadando se arrimaban a las galeras para salvar la vida a costa de su libertad, y aferrando los remos, timones, cabos, con lastimosas voces pedían misericordia, de la furia de la victoria arrebatados les cortaban las manos sin piedad, sino pocos en quien tuvo fuerza la codicia, que salvó algunos turcos.

Referencias

  1. En célebres palabras del inmortal Cervantes.

Bibliografía

Enlaces externos

Escenificación más antigua en España de la Batalla de Lepanto.

  • [1] - Valle de Guerra, Tenerife.