Diferencia entre revisiones de «Deuterocanónicos»

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Revisión del 00:55 23 sep 2009

Los deuterocanónicos son textos y pasajes del Antiguo Testamento de la Biblia cristiana que nunca fueron incluidos en el Tanach judío. La legitimidad de su inclusión tanto en la Biblia como en el llamado canon bíblico ha sido debatida ya desde los albores de la Era Cristiana.

La voz castellana “deuterocanónico” transcribe la voz griega “δευτεροκανονικός”; que, a su vez, proviene de las raíces griegas “δεύτερος” (segundo) y “κανόνας” (norma). Con este antecedente etimológico, se puede definir como: Adj. Perteneciente o relativo a la “segunda norma”, es decir, al llamado Canon Alejandrino.

(Antigüamente, éste solía ser tenido como una “segunda norma” o prescripción de “escrituras sagradas” judías, con respecto al llamado Canon Palestinense; el cuál era tenido como una “primera norma” o prescripción de “escrituras sagradas” judías.)

Aquellos que rechazan estos textos, los han llamado “apócrifos”. Y quienes los aceptan no concuerdan del todo en llamarlos “deuterocanónicos”. Las iglesias cristianas ortodoxas, por ejemplo, rechazan la tendencia occidental a distinguirlos de los “protocanónicos”. Para efectos de estudio, en el presente artículo se ha mantenido el uso occidental, a fin de describir conceptos básicos referentes a ellos.

Catálogos de textos

Basándose en las series de textos incluidos en la Biblia israelita griega alejandrina, la Biblia Septuaginta, ó de los LXX, misma que representa el compendio más antiguo de textos religiosos sagrados israelitas, y en el uso probado de este documento por las comunidades cristianas primitivas, el cuál quedó asentado en la extracción de textos citados del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento,[1]​ y en múltiples escritos de padres de la iglesia, de los apologistas, y de los pensadores de los primeros Siglos de la Era Cristiana, así como de algunos sínodos y concilios, parciales y ecuménicos, varias de las llamadas cristiandades tempranas, y de los cristianismos históricos actuales, como son las iglesias cristianas ortodoxas, iglesias orientales, y la iglesia católica romana, vindican como parte integrante del canon de sus Biblias los textos subsecuentes:[2]

  1. El Libro de Tobit
  2. El Libro de Judit
  3. Adiciones tardías al Libro de Ester, comúnmente agrupadas bajo el nombre conjunto de “Resto de Ester”
  4. El Libro de la Sabiduría
  5. El Libro Eclesiástico
  6. El Libro de Baruc
  7. La Epístola de Jeremías, comúnmente llamada Capítulo 6 del Libro de Baruc
  8. El pasaje Daniel 3:24-90, en el cuál se contiene la Oración de Azarías y el Cántico de los 3 Jóvenes
  9. La Historia de Susana, comúnmente llamada Capítulo 13 del Libro de Daniel
  10. La Historia de Bel y el Dragón, comúnmente llamada Capítulo 14 del Libro de Daniel
  11. El Libro I de los Macabeos
  12. El Libro II de los Macabeos

Las iglesias cristianas ortodoxas y orientales incluyen en sus Biblias, así mismo, algunos otros libros y pasajes:[3]

  1. El Libro III de Esdras[4]
  2. El Libro III de los Macabeos
  3. El Libro IV de los Macabeos
  4. El Capítulo 151 del Libro de los Salmos [de David]
  5. La Oración de Manasés (Capítulo extraído del Libro de las Odas)

Todos estos escritos se encuentran incluidos en varios de los códices de la Biblia Septuaginta griega, algunos de los cuales incluyen, así mismo:

  1. El resto de los textos del Libro de las Odas
  2. El Libro de los Salmos de Salomón
  3. El Libro de Enoc
  4. El Pastor de Hermas
  5. La Epístola de Bernabé

También, por otra parte, con base en muy antiguas tradiciones, y en escritos patrísticos, en adición a éstos, las iglesias siríacas incluyen en sus Biblias los Capítulos 152-155 del Libro de los Salmos [de David], y las iglesias cópticas incluyen en sus Biblias algunos documentos de sínodos y padres de la iglesia. Un poco más tardías en la historia, las iglesias cristianas ortodoxas eslavas incluyen en sus Biblias el llamado Libro IV de Esdras,[5]​ de orígenes cristianos y latinos.

Puntos de controversia

A fin de propiciar a los lectores alguna perspectiva más extensa sobre estos documentos, aquí se ha procurado bosquejar algunas suaves líneas de argumentos esgrimidos en torno de cuestiones referentes a su “sacralidad” o carácter de “textos sagrados”; puntualizando el hecho del inmenso valor cultural, histórico, antropológico, ético y axiológico que estos documentos de hecho han revestido en la mentalidad de una parte importante del mundo.

(Aún cuando, en el Mundo Occidental, el papado romano proscribió la lectura de la Biblia de manos de sus fieles durante muchos siglos, se debe comprender que, en el Oriente, la lectura habitual, asidua y reflexiva de la Biblia —con deuterocanónicos— es una tradición muy ancestral, amada y venerada por las comunidades y núcleos familiares cristianos ortodoxos y orientales a través de los siglos, y que, desde el Concilio Vaticano II (1962-1965), numerosos creyentes católicos romanos, de todas partes del mundo, y de todas las edades, se han familiarizado con ediciones bíblicas que incluyen estos libros.)

Nota: Todos los textos bíblicos citados en el presente artículo son partes importantes del discurso; pues cumplen la función de referencias.

Antecedentes históricos

Uno de los mayores argumentos de sus opositores, ha sido su omisión o supresión en el llamado Canon Palestinense. Las líneas de argumentos posteriores son mucho más recientes, y en el fondo se trata de excusas secundarias para sintonizar a la razón con la conciencia (racionalización colectiva de masas).

Es justo enfatizar, por otra parte, que, fuera de las series de criterios con bases en los cuáles los judíos excluyeron del canon del Tanach, sistemáticamente, todos los documentos “de la segunda norma”, o deuterocanónicos, no hay argumentos sólidos para desestimar o cuestionar, de manera tajante, el valor o el carácter histórico o moral de dichos documentos.

Aun cuando queda claro que, a nivel exegético, ha sido ciertamente muy laxa y muy escasa la labor realizada por exégetas bíblicos de todos los contextos; ya que, en pleno Siglo XXI, a más de 20 Siglos de la Era Cristiana, aún no se ha estudiado, de forma concienzuda y ordenada, profunda y detallada, y no comprometida con alguna postura confesional concreta, hechos muy importantes relativos a estos documentos (los deuterocanónicos).

Aquellos que propugnan su inclusión en la Biblia, y en el llamado canon bíblico, se basan en el hecho de que el llamado Canon Palestinense representa la legitimación de una decisión tomada por judíos puristas radicales: los fariseos históricos y neotestamentarios; quienes lo definieron en fecha tan tardía como el año 95 de la Era Cristiana, con el expreso fin de tratar de hacer frente y contrapeso al constante crecimiento de la iglesia cristiana primitiva, durante todo el curso del Siglo I de la Era Cristiana; mientras, en documentos de ciertos otros grupos judíos e israelitas disidentes, existen abundantes referencias bastante generosas a varios de estos libros, los deuterocanónicos, en términos de “escritos sagrados e inspirados”, y epítetos afines.[6]

Con este muy primer cuadro de antecedentes, no abordado desde una perspectiva panorámica, algunos de los padres de la iglesia dejaron asentada en sus escritos una cierta actitud de reserva ante los documentos propios del texto griego, en tanto algunos otros dejaron asentadas posturas más abiertas hacia ellos, atribuyendo a ellos valor y autoridad “divina”, como a los documentos del Tanach.

Ciñéndose al llamado Canon Palestinense —el cuál fue definido en el Sínodo de Jamnia, a finales del Siglo I de la Era Cristiana— las colectividades de los judíos rabínicos históricos y actuales, y, en secución de ellas, los grupos protestantes,[7]​ y otros grupos cristianos con ideas diferentes de los antes citados,[8]​ excluyen de sus propias versiones y ediciones del Tanach y la Biblia, sistemáticamente, todos los documentos propios del texto griego.

Aquellos que rechazan estos libros, lo hacen “por defecto”, de forma sistemática, basándose en las breves, escuetas y tardías referencias del Sínodo de Jamnia, de Jerónimo de Estridón,[9]​ y algunos otros padres de la iglesia, seguidas muy de lejos en la línea del tiempo por Lutero, y otros reformadores protestantes del Siglo XVI, y luego posteriormente asumidas por las masas como parte integral de paquetes de dogmas y de normas de ciertas expresiones cristianas protestantes.

Un hecho deplorable es que aún grandes masas del Mundo Occidental (confesiones aparte) ni siquiera han tratado de darse a la tarea de intentar conocerlos, no sólo como textos “sagrados” o “inspirados”, sino como valiosas expresiones de la literatura universal, así como, tampoco, de familiarizarse con los interesantes e inquietantes aspectos y detalles tocantes a la historia de la conformación del canon bíblico.

De manera especial, en los últimos siglos, los grupos de cristianos radicales, o fundamentalistas, han venido tratando de desacreditarlos, enfatizando el hecho del carácter extraño de algunos de estos textos con respecto al llamado judaísmo ortodoxo, y, por ello, llamándolos, de forma reiterada, “espurios”, “extrabíblicos”, y epítetos afines.

No obstante lo anterior, algunas importantes iglesias protestantes —las más reconocidas por las ciencias geográficas e históricas— encomian los valores humanos y morales contenidos en estos documentos, mismos que consideran “lectura provechosa y moralizadora”; y algunas importantes Biblias protestantes, tales como la Biblia del Rey Jacobo [I de Escocia e Inglaterra], la famosa King James, la Biblia de Lutero, así como también la Biblia castellana Reina-Valera, en su edición original, de Casiodoro de Reina (Basilea, 1569), llamada Biblia del Oso, y en su primera revisión, de Cipriano de Valera (Ámsterdam, 1602), llamada Biblia del Cántaro, incluyen estos libros, si bien en términos distintos, y, consecuentemente, en órdenes distintos de los libros. (Casiodoro de Reina los incluye de lleno, sin hacer distinciones, entre los otros textos del Antiguo Testamento. Cipriano de Valera, por su parte, los toma y los reúne en un apéndice aparte bajo el rubro de “Apócrifos”, pero sin omitirlos.)

Dos sendas ediciones, lujosa y primorosamente encuadernadas de estos importantes documentos fueron recientemente relanzadas en forma de ediciones especiales, en el año 2002, en conmemoración del cuarto centenario de la publicación de la edición Valera, de 1602. Y, más recientemente, en el año 2009, en conmemoración del 440 aniversario de la versión de Reina, de 1569, ha sido publicada una nueva edición de la Reina-Valera Actualizada, de 1995, edición en la cuál han sido reinsertados los deuterocanónicos, de acuerdo con el orden seguido por Valera, y que lleva por título: “La Biblia del Siglo de Oro”.[10]

Judíos Vs. Israelitas

Se ha debatido mucho en torno de las lenguas en que fueran escritos algunos de estos textos, concretamente, el griego. Cuestiones de este tipo han afectado la credibilidad y aceptación de algunos de los textos, como Sabiduría, el Resto de Ester, 2 Macabeos, la Introducción de Baruc, y el Prólogo de Eclesiástico, redactados en griego, y, en formas indirectas, a algunos de los textos, cuyos originales, redactados en lenguas semíticas (hebreo o arameo) no han sido conservados a través de los siglos, tales como Judit, 1 Macabeos, la Epístola de Jeremías, el texto principal del Libro de Baruc, porciones de Eclesiástico, y algunos de los textos asociados al Libro de Daniel.[11]

  1. Aun cuando hasta ahora se ha venido asumiendo que se trata de escritos religiosos “judíos”, desde la perspectiva del Sínodo de Jamnia, hoy resulta evidente que tal no era el caso: no habían sido escritas en hebreo o arameo, ni por manos de buenos judíos ortodoxos del Reino de Judá.
  2. En agudo contraste con el uso asentado en los Libros de los Reyes y de algunos Profetas, los últimos dos textos admitidos en el Tanach judío, [1 y 2] Crónicas y Esdras [y Nehemías], en los que se define, reafirma y consolida la identidad y líneas doctrinales del llamado judaísmo rabínico frente a otras escuelas y tribus israelitas, ya no mencionan más como parte integrante del pueblo elegido a las tribus del Reino del Norte, desde su secesión del Reino de Judá y de la Casa Real de David.
  3. Confróntese al respecto, por ejemplo, la historia de los reinos y los reyes judíos e israelitas, tal como se presenta en los Libros de los Reyes, con la forma excluyente en que los Libros de las Crónicas, redactados en fechas bastante posteriores, en tiempos de la vuelta del exilio del Reino de Judá, ya no mencionan más, como parte integrante de la “raza elegida”, ni al reino, ni a los reyes israelitas del Norte.
  4. Las tribus de Rubén y Simeón, que, siguiendo con detalle el texto bíblico se habrían asentado en los confines Sudeste y Sudoeste de la “tierra que mana leche y miel” (Josué 13:15-23, 19:1-9), no eran ya tenidas como tribus judías incluso desde varios siglos antes.
  5. Confróntese al respecto los Libros de las Crónicas; en donde, a los miembros de algunas de las tribus referidas, que se habían adherido a la Casa Real de David, y al Reino de Judá [y Benjamín], el texto hebreo los llama “והגרים עמהם”, mientras el texto griego los llama “τους προσηλυτους τους παροικουντας”, los cuáles se traducen, de manera precisa, como “los prosélitos, los cohabitantes”, o bien, de una manera digerida, como “los conversos, los vecinos” (2 Crónicas 15:9). (La Biblia Reina-Valera, Revisión 1960, traduce de manera más enfática: “[…] los extranjeros […] con ellos […]”.)
  6. Con base en estos hechos, es justo enfatizar el desconocimiento de las tribus judías hacia las israelitas-no-judías, en épocas tempranas previas a la conformación del Canon del Tanach, que llegó a traducirse en el rechazo sistemático de todos los escritos propios de la Biblia griega alejandrina; ya que representaban valores y creencias de tribus israelitas-no-judías, e, incluso, de las tribus judías e israelitas que se habían asentado fuera de Palestina.
  7. Por ejemplo, el Libro de Judit representa un valioso vestigio literario de la existencia histórica de la —tempranamente perdida y olvidada de todos los contextos geográficos e históricos— tribu de Simeón, en el extremo Sudoeste (Judit 6:14-15, y 9:1-2).
  8. El libro de Tobit, por otra parte, representa expresiones tardías de fe y piedad auténtica y perseverante, aun cuando no ortodoxa, entre las —ya dispersas y nunca plenamente restauradas— tribus del Reino de Israel, en el Norte (Tobit 1:1-2∙5-6, y 7:1-3); que, al paso de los siglos, no fueron más tenidas como parte integrante del “pueblo elegido”, llegando a ser tenidas como samaritanos apóstatas e infieles (Esdras 4:1-24), y galileos gentiles y paganos (Isaías 9:1-21).
  9. Un poco más de esto era la percepción que en Judea se tenía de las comunidades judías e israelitas que vivían dispersas fuera de Palestina; las cuáles ya, sin duda, se habían contaminado con usos y costumbres colmadas de impurezas e inmundicias de los pueblos paganos.
  10. El Libro de la Sabiduría, por ejemplo, refleja y representa una temprana asimilación de ideas y valores propios de la cultura griega, y del neoplatonismo filosófico, entre los israelitas asentados en Egipto, y en todo el mundo clásico helenístico.
  11. Confróntese al respecto pasajes y expresiones de este libro que hacen referencia a la doctrina de la inmortalidad del alma y la conciencia (Sabiduría 1:1—5:23) —la cuál es un concepto completamente ajeno a los textos admitidos al Canon del Tanach (Salmos 146:3-4, Eclesiastés 9:5-6), y que, por otra parte, llegó a ser asumido plenamente por Cristo y sus discípulos cristianos (Lucas 16:19-31)—.
  12. Al ser, en general, un poco más tardíos que los documentos propios del Tanach, y un poco más tempranos que los constitutivos del Nuevo Testamento, debe tenerse en cuenta que los documentos deuterocanónicos representan, sin dudas, una continuidad histórica, lógica y necesaria, entre los documentos del Tanach y los del Nuevo Testamento —una continuidad que al menos ciertos grupos de creyentes, los fundamentalistas, no juzgan necesaria porque asumen a ciegas que, sus dichos y enseñanzas, posturas y actitudes, Cristo las recibió, de manera directa, de su Padre en el Cielo, y no que poseyese una gran capacidad moral e intelectual para sintetizar y analizar los contenidos, profundamente humanos y humanísticos, presentes en los textos deuterocanónicos; la cuál es una opción de pensamiento bastante más cercana a la razón—; así como también el aliciente de Cristo y sus discípulos para asumir de lleno que la “Revelación” aún no había sido consumada en los textos del Tanach.
  13. Un hecho que dio pie y antecedente para que los discípulos de Cristo —así como, también, Saúl de Tarso, por sobre nombre, Paulo— tratasen de agregar a la “Revelación” sus propios documentos.
  14. Y, de esta iniciativa, surgió lo que hoy llamamos el Nuevo Testamento; cuya compilación y redacción no había sido prevista en ninguno de los textos del Tanach.
  15. Después de esta sumaria serie de antecedentes, es fácil comprender la actitud de recelo e indisposición de las castas pudientes de Judea ante los galileos, humildes y sencillos, discípulos de aquel pseudoprofeta y hechicero rebelde y lenguaraz, amante de llevarles mensajes y ademanes de consuelo, de aliento y de esperaza a los desadaptados y proscritos sociales, a la “escoria” del mundo (Marcos 2:15-17), y que, de tantas formas, y con tan proverbial vehemencia y elocuencia buscó reivindicar la identidad, dignidad y derechos de los que él llamaba las ovejas perdidas de la Casa de Israel (Mateo 23:37), en tanto que, a ellos, a los buenos judíos ortodoxos del Sur, celosos y orgullosos de la eximia pureza de su culto y linaje, gustaba confrontarlos, echándoles en cara la gran futilidad de su acerbo egoísmo, mezquindad y soberbia (Mateo 23:15).
  16. Con base en todo esto, los cristianos del Siglo XXI, al margen de cuestiones denominacionales, o interconfesionales, deben tener en cuenta que, en caso de seguir reivindicando criterios y principios asumidos por grupos de rabinos judíos ortodoxos en el momento histórico de la definición del canon del Tanach, con base en esas mismas series de antecedentes, criterios y principios, tendría que asumirse que todos los escritos del Nuevo Testamento, en su totalidad, fuesen también apócrifos.

De la sacralidad

Otros opositores de los libros se fijan en los tipos de argumentos esgrimidos por algunos autores para justificar su iniciativa. Los impugnadores de los documentos deuterocanónicos citan como ejemplo el Prólogo del Libro Eclesiástico (Eclesiástico 1a:1-36), y algunos pasajes de 2 Macabeos (2 Macabeos 2:19-32 y 15:37-39), a partir de los cuáles infieren que estos textos brindan bastantes muestras de que no son escritos “sagrados” ni “inspirados”; lo cuál suena tan raro como plantear la idea: “Si un texto no asevera haber sido inspirado, entonces no reviste autoridad moral o intelectual alguna.” O bien, lo que se antoja bastante más absurdo: “Si un escrito asevera haber sido inspirado, entonces sí reviste autoridad divina.”

Amantes de estos libros, miran estos pasajes como gestos sencillos y expresiones de humildad y humanidad de sus autores; que, en esta forma, afrontaron de antemano probables, y hoy ya suscitadas, reacciones encontradas en torno a sus escritos, y que cualquier escrito podría suscitar, al ser valorizado por distintos grupos de lectores. Y, muy en especial, si el autor de ese escrito aspirase a que éste fuese considerado y recurrido como una autoridad intelectiva en materia de fe o de moral.

Es justo enfatizar que los breves pasajes citados son muy buenos ejemplos de plan o anteproyecto de escritos literarios, bastante adelantados para el tiempo en que fueron redactados. Con el antecedente de que la mayoría de los escritos bíblicos, (con la honrosa excepción de Lucas y de Hechos), carecen del aval de un plan o anteproyecto de trabajo tan rico y substancioso desde una perspectiva antropológica: los fines y objetivos de algunos de esos libros han ido apareciendo sólo en tiempos recientes, con base en minuciosos estudios exegéticos.

Es preciso acotar, al llegar a este punto, que todos los escritos del Antiguo Testamento asimilados por el Tanach judío, con la excepción del texto hebreo de [1 y 2] Crónicas y Esdras [y Nehemías], fueron “canonizados” sin un proceso previo de selección basado en requisiciones, debida y ordenadamente registradas o bien documentadas en la historia, en torno a sus orígenes “humanos”.

(De hecho, las antiguas tribus samaritanas sólo reconocían la inspiración y autoridad divina del Libro de la Ley, Torá o Pentateuco, mismo que preservaron en forma hebrea arcaica, bastante más antigua que el Texto Masorético, y no reconocieron ninguno de los otros escritos admitidos en la lista de textos y escritos sagrados del Tanach, que es el texto sagrado reunido y compilado por los judíos del Sur.)

Y, por lo que respecta a los Libros de Ester, y de Daniel, que son los dos escritos cuyas dos recensiones, la hebreo[-aramea] conocida, y la griega, retomada de algún original hebreo[-arameo] bastante más antiguo, presentan las mayores y más amplias divergencias textuales de todo el canon bíblico, eran, precisamente, los dos últimos textos admitidos al Canon Palestinense, antes de la admisión, dentro del mismo, del texto hebreo de [1 y 2] Crónicas y Esdras [y Nehemías]; lo cuál ya por sí mismo contribuye a explicar en una gran medida las grandes diferencias entre las dos distintas versiones conocidas de los mismos.

La cuestión pseudonímica

Y justamente aquí reside otro punto del debate que alude a la presunta y presupuesta cuestión de pseudonimia que afectaría de lleno la credibilidad del Libro de Baruc, la Epístola de Jeremías, y la Sabiduría “de Salomón”, así como de, al menos, algunos de los breves escritos asociados al Libro de Daniel; cuya totalidad y contenidos han sido cuestionados reiterativamente, como completamente carentes de valor y autoridad moral, con base solamente en la ausencia de elementos concluyentes de que hayan sido escritos por los antecitados personajes. En el caso concreto de la Sabiduría, aunque, históricamente, las Iglesias Cristianas Ortodoxas y Orientales, optaron por llamarlo, de forma pseudonímica, “Libro de la Sabiduría de Salomón”, parece haber indicios de que habría sido escrito entre los años 100 y 30 a.C. (Es justo hacer notar en este punto que la Biblia Latina jamás le atribuyó el hoy denegado origen salomónico.) (A pesar de lo cuál, algunos detractores por sistema de todos los escritos deuterocanónicos, han llegado a afirmar que este hecho vendría a representar una suerte de caso de “pseudoepigrafía”.)

Mas esta afirmación refleja una ignorancia irresponsable del devenir histórico de la conformación del canon bíblico. Aun cuando, de acuerdo, a la etimología de sus raíces griegas, este término alude a la eventual presencia, en el cuerpo de un escrito, de al menos un epígrafe en el que expresamente se imputa falsamente la redacción del mismo a la autoría de alguien respetado, y, por ende, investido de autoridad moral, la realidad de fondo en este hecho, es que el término ha sido acuñado entre los protestantes para hacer referencia a los libros de orígenes judíos y semíticos que nunca fueron parte de versión alguna de la Biblia. Lo cuál es, ya en sí mismo, debatible: el término ha sido acuñado entre los protestantes con el expreso fin de continuar justificando su insistencia en calificar de “apócrifos” a los escritos deuterocanónicos, y aun así continuar manteniendo una cierta distancia entre esta categoría de libros, y el resto de los libros religiosos judíos y semíticos. (Lo cuál es semejante a plantear una propuesta cómoda y sugestiva en los términos siguientes: “Diremos que estos textos son espurios. Pero, para que nadie se muestre inconformado, diremos que esos otros, que nadie reivindica, son aún más espurios.”) (Cabe puntualizar que los escrituristas y estudiosos serios evitan el abuso de estos términos, y explican que se trata de consideraciones de orden confesional, denominacional, sectario y partidista.)

Lo que sí es patente, es que el autor del Libro de la Sabiduría, implementó el recurso de la “pseudonimia”; el cuál, como se sabe, fue un recurso literario profusa y ampliamente socorrido en los contextos bíblicos: hoy los estudiosos ya tienen muy claro el hecho de que al menos otros dos escritos bíblicos antiguamente atribuidos al rey Salomón, el Eclesiastés y el Cantar de los Cantares, tampoco son escritos salomónicos. Hoy se ha determinado, por ejemplo, que el Libro de la Ley, Torá o Pentateuco, junto al Libro de Job, antiguamente atribuidos a Moisés, han sido redactados en tiempos muy tardíos respecto de Moisés. Y, entre los escritos del Nuevo Testamento, quedó definitivamente descartada la antigua y largamente atribuida autoría paulina de Hebreos, y hay cuestionamientos muy severos a la autoría petrina de 2 Pedro, y a la autoría juanina de Apocalipsis, tan sólo por citar los casos más flagrantes de dudosa autoría, y “pseudoepigrafía” o “pseudonimia” autoral, de acuerdo a los más ampliamente detallados y bien documentados estudios exegéticos.

Historia Vs. Ética

Otro de los niveles del debate se ha ubicado en el plano, ciertamente difícil, de la historicidad o carácter histórico de algunos de estos libros. Por ejemplo, hoy los escrituristas afirman sin reservas que el Libro de Tobit y el Libro de Judit serían, simplemente, un par de noveletas cortas escritas con expresos fines moralistas.

Sin embargo, otro tanto es posible afirmar sobre el Libro de Ester, ya que: (a) la princesa consorte oficial, única y vitalicia, en la corte de Xerxes I el Grande, emperador de Persia (el personaje histórico al cuál es habitualmente asociado el personaje bíblico de Asuero, mencionado en los textos hebreos del Libro de Ester), no fue Vasti, ni Ester, sino Amestris; (b) jamás fue repudiada, ni Xerxes desposó a reina otra alguna en el lugar de ella; (c) razones por las cuáles, en la historia de Persia jamás hubo lugar para ninguna reina con el nombre de Vasti, de Hadasa, o de Ester; (d) en donde sí lo hubo, fue en las mitologías babilonia y elamita (donde Ishtar y Marduk —nótese el parecido de los nombres— eran los dioses reyes del panteón babilonio, y Amán y Vasti eran los reyes de los dioses del panteón elamita); y (e) en el relato bíblico, Ester y Mardoqueo, logran vencer a sus rivales y enemigos, alegóricamente presididos por Vasti, (a quien Ester desplaza como reina), y Amán, (que Mardoqueo desplaza como primer ministro), de forma sospechosamente paralela a la forma en que el culto de dioses babilónicos, como Marduk e Ishtar, logró vencer y desplazar en su momento en la historia del Oriente al culto de los dioses elamitas, como Amán y Vasti.[12]

No debe extrañar, en consecuencia: (f) el hecho de que el breve texto hebreo de Ester sea considerado como “el único libro de la Biblia que no menciona a Dios”; (g) que entre los pergaminos del Mar Muerto hayan sido encontrados ejemplares de todos los escritos hebreos de la Biblia, y aun de los apócrifos y deuterocanónicos, pero no de Ester; (h) que a los judíos piadosos de habla y cultura griega les haya parecido peculiarmente extraña la ausencia de expresiones religiosas judías en esta teogonía escatológica; (i) que a alguno, o a algunos, de entre ellos les haya parecido bastante pertinente agregarle pasajes enteros con un expreso fin, si bien no estrictamente historiográfico, en cambio sí profundamente edificante; y (j) que estas adiciones hayan sido incluidas desde entonces en la Biblia judía griega alejandrina, y en todas las versiones de los escritos bíblicos basadas en la misma.

Vistos de esta forma, los Libros de Tobit, Judit y Ester, con el Resto de Ester, carecen de un valor historiográfico, en un sentido estricto. Sin embargo, estos textos invisten otro tipo de riquezas: en ellos se promueve valores familiares, humanos y ancestrales, tales como el amor en el seno del núcleo familiar, el amor conyugal, el amor y el respeto entre padres e hijos, la solidaridad, el amor y el apoyo entre hermanos de sangre o de raza, además de la fe, la piedad, la oración, la lealtad entre hermanos, y la fidelidad al “Dios de nuestros padres”, así como el valor para afrontar de lleno problemas y conflictos que pueden y, de hecho, han llegado a suscitarse en la historia de muchas naciones de la tierra, como podrían ser el padecer de lleno el auge expansionista, y los colonialismos de las superpotencias, preñados en excesos aberrantes, y crímenes de lesa humanidad, como las genocidas campañas de exterminio masivo de personas, “depuración e ingeniería étnica”, y las persecuciones por causa de la raza, o de las divergencias culturales o ideológicas, que no son nada nuevo en la historia del mundo.

Otro ejemplo sencillo del nivel del debate basado en las cuestiones a su historicidad es el Libro de Job: hasta hace no mucho, piadosos traductores de la Biblia, como Félix Torres Amat,[13]​ en la primera parte del Siglo XIX, o incluso Juan Straubinger,[14]​ en pleno Siglo XX, aún seguían defendiendo el presunto y presupuesto carácter hagiográfico e histórico que a través de los siglos le fuera atribuido a este libro. Como hombres de letras sagradas, Torres Amat y Straubinger sabían perfectamente de la inclusión del libro entre las colecciones de escritos sapienciales. Sin embargo, asumían que esta situación se debería al hecho de que Job no habría pertenecido al “Pueblo de la Biblia”. Hoy se sabe que el libro es sólo un poema moralista; si bien es un trabajo literario bastante bien logrado, pues en él se bosqueja con una gran destreza la gran pluralidad de las ideas, y de las concepciones filosóficas, éticas y morales, entre distintos miembros de una comunidad con una fe en común (Job y sus tres amigos, y el joven Elihú), bastante adelantada respecto de la época en la que este texto habría sido escrito.

Y otro tanto de esto es posible afirmar de los 11 primeros Capítulos del Libro de la Génesis (cuya historicidad ha sido desechada durante el Siglo XX con base en los avances de las ciencias geográficas e históricas), el Libro de Jonás (que ya es universalmente aceptado como sólo un hermoso cuento moralizante de amor y redención universal), y el Libro de Daniel (sobre el cuál los exégetas ya afirman de manera casi unánime que no fue redactado durante los años del exilio babilónico, del cuál presenta datos sumamente imprecisos, vagos y desacordes, sino más bien en tiempos de las campañas bélicas de Antíoco Epífanes, y que el autor presenta con desafortunada precisión como si se tratase de sucesos futuros previstos por Daniel desde siglos pasados).

De la unidad doctrinal

Otro de los niveles del debate se ha centrado en cuestiones doctrinales, implicando muy acres disensiones sobre la concordancia de los textos, y el resto del “conjunto” de la Biblia. Amantes y apologistas de los deuterocanónicos han venido encontrando cada vez más copiosas y extensas referencias a ellos en los textos del Nuevo Testamento. Los fundamentalistas, que siguen rechazando por sistema los valores humanos en ellos asentados, arguyen en su contra el presupuesto de cierto hipotético “principio de unidad doctrinal”, de acuerdo con el cual “la Biblia no se contradice a sí misma”. Es decir, afirman que, si un libro dice algo que es contradictorio con el resto de la Biblia, entonces no se trata de un escrito “sagrado”.

Aunque la realidad es que este tipo de argumentos puede ser esgrimido en contra de cualquiera de los libros del canon, respecto de otros libros que presentan ideas o concepciones encontradas, acerca de las cuáles algunos han hablado en términos de “las contradicciones de la Biblia”. Ello se ha debido, en gran medida, a que, tal como se ha venido demostrando, la Biblia es un compendio de textos tan distintos, y que fueron surgiendo en contextos tan de plano distintos y distantes los unos de los otros, que hoy resulta clara para los estudiosos la imposibilidad de atribuir a los escritos bíblicos toda noción utópica de unidad doctrinal.

Un ejemplo muy claro del debate en torno a las cuestiones de legitimidad de la doctrina de algunos de los libros, es el que se plantea en los términos siguientes: Al haber sido escrito por un sabio judío jerosolimitano, el Libro Eclesiástico es el más judío, en un sentido estricto, y el más ortodoxo de los documentos deuterocanónicos; en razón de lo cuál, algunos ensayistas protestantes reconocen al libro como “el mejor de los apócrifos”;[15]​ en tanto el erudito judío ruso americano Isaac Asimov, en su Guía de la Biblia, asienta la siguiente observación:

“El libro se redactó demasiado tarde para ser incluido en el Canon, y se le comprendió entre los apócrifos. [...] si el libro se hubiese escrito en el 300 a.C., o poco después, es muy probable que se hubiera incluido en el Canon.” —Isaac Asimov, en su Guía de la Biblia.[16]

A pesar de estos y otros testimonios a favor del libro, algunos autores fundamentalistas aducen sin sustento que el Sínodo de Jamnia rechazó el carácter sagrado de este libro porque esbozaba posturas ideológicas “machistas” (Eclesiástico 42:12-14) y “epicúreas” (Eclesiástico 13:25-26, ó 31-32) “desacordes al canon”. Si bien es menester puntualizar que, al acusar al libro (al Eclesiástico) de promover posturas “epicúreas”, el Sínodo de Jamnia se estaba refiriendo expresamente a las posturas de Jesús de Sirac de acuerdo con las cuáles el bien, la rectitud, la justicia y la sabiduría pueden ser una fuente de gozo y de deleite para un ser humano (Eclesiástico 14:1-7∙11-15∙22-27, 30:14-17, y 51:18-20).

Ya que las concepciones tempranas y ortodoxas dentro del judaísmo jamás consideraron necesario que el conocimiento y cumplimiento de la Ley pudieran ser objeto de gozo o de deleite para sus seguidores: simple y sencillamente, eran obligaciones que todos los judíos debían acatar, independientemente de toda expectativa de gozo o de deleite, que nunca fue juzgada necesaria, pues no venía al caso (Eclesiastés 12:13). Sin embargo, posturas de estos signos, así como también posturas contrapuestas, jamás fueron ajenas a los escritos bíblicos. Confróntese pasajes de otros libros bíblicos que reflejan posturas y actitudes machistas (Génesis 19:4-8, y Deuteronomio 25:11-12), “epicúreas” (Salmos 1:1-3, 94:12-13, 119:1-3, Proverbios 3:13-26, y 22:17-18, 1 Juan 4:18), e incluso abiertamente sensualistas y naturalistas (Eclesiastés 2:24-25, 5:17-19, y 9:7-10).

Conclusiones

En consideración de todo lo anteriormente plasmado, es posible afirmar, con toda propiedad, que cualquier argumento esgrimido en contra de los libros, textos y pasajes deuterocanónicos, puede ser revertido en contra de cualquiera de los textos y escritos universalmente admitidos por judíos y cristianos de todas las tendencias.

Un hecho afortunado en torno al canon bíblico es que, contrariamente a las posturas ideológicas de fundamentalistas de todas las tendencias (e incluso de los mismos cristianismos históricos), el canon bíblico jamás constituyó ninguna presupuesta unidad doctrinal; y hoy ningún estudioso que se precie de serlo duda que el judaísmo fue siendo estructurado de forma progresiva, y que evolucionó desde sus fuentes primigenias, retomadas de mitos del folklore de los pueblos semitas de todo el Medio Oriente y la Media Luna Fértil, Mesopotamia, Egipto y la Tierra Prometida, hasta consolidarse como una nación con una identidad propia bien definida a la vuelta del exilio babilónico, en los tiempos de Esdras.

De la misma manera, es justo y obligado puntualizar el hecho, hoy ya muy ampliamente demostrado, de que algunas variantes y expresiones dispersas y tardías de los inmensamente ricos legados culturales israelitas más allá del llamado judaísmo rabínico jerosolimitano, dieron lugar y origen a antiguas y ancestrales expresiones de religiosidad de los samaritanos y de los galileos, y al “judaísmo” helénico, el cuál en realidad representó una forma de “panisraelismo[17]​ reflejado de lleno en la Biblia Alejandrina, y que fue retomado por Cristo (Mateo 15:24) y por al menos algunos de los miembros más cercanos de su discipulado pastoral (1 Pedro 1:1, Santiago 1:1), y por las cristiandades tempranas e históricas, con todas sus variantes y tendencias.

Notas y referencias

  1. (De los cuáles, al menos, unas 6 de cada 7 citas, (sumando unas 300 de 350), han sido retomadas textualmente no a partir de los textos hebreos o arameos del Tanach, sino a partir del texto griego de la llamada Biblia Septuaginta, o de los LXX, en la cuál se incluyó los deuterocanónicos.)
  2. DE JERUSALÉN, Escuela Bíblica; Biblia de Jerusalén; Pág. XIII; Índice de la Biblia Griega; Desclée de Brouwer; Madrid-Bilbao, España, 1975; ISBN 84-330-0022-5.
  3. DE JERUSALÉN, Escuela Bíblica; Biblia de Jerusalén; Pág. XIII; Índice de la Biblia Griega; Desclée de Brouwer; Madrid-Bilbao, España, 1975; ISBN 84-330-0022-5.
  4. (La Vulgata latina llama Libros I y II de Esdras a los Libros no-numerados de Esdras y Nehemías.)
  5. (La Vulgata latina llama Libros I y II de Esdras a los Libros no-numerados de Esdras y Nehemías.)
  6. RICCIARDI, Ramón-HURAULT, Bernardo; La Nueva Biblia (Biblia Latinoamericana); 46ta. Edición; Pág. 257; ¿Por qué no son iguales todas las Biblias?; Ediciones Paulinas-Editorial Verbo Divino; Concepción, Chile, 1972; ISBN 84-285-0003-7, e ISBN 84-7151-134-7.
  7. La expresión protestantes incluye a las iglesias protestantes históricas, angloepiscopalianas, evangélicas, sabáticas bautistas y adventistas, pentecostales, neopentecostales, etc.
  8. Citamos, como ejemplos, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (comúnmente llamada la Iglesia “de Mormón”, o la Iglesia “Mormona”), y grupos que rechazan el dogma trinitario, como son las Iglesias Pentecostales del Nombre de Jesucristo, los grupos unitarios, y la Sociedad Bíblica y Tratadística de la Torre Vigía (comúnmente llamada “Testigos de Jehová”).
  9. “Evite ella [la iglesia] todos los escritos apócrifos. Y, si es inducida a leer los tales, no por la verdad de las doctrinas que contienen, sino por respeto de los milagros contenidos en ellos, comprenda ella que no fueron realmente escritos por aquellos a quienes se los atribuye, que en ellos se han introducido muchos elementos imperfectos, y que se requiere infinita discreción para buscar oro en medio de la escoria.” —Epístola CVII de Jerónimo a Leta, Párrafo 23.
  10. 'La Biblia del Siglo de Oro', 440 aniversario de la joya de Reina y Valera, en la Biblioteca Nacional, Protestante Digital, Madrid, 20 de junio de 2009. Consultado el 16 de julio de 2009.
  11. DE JERUSALÉN, Escuela Bíblica; Biblia de Jerusalén; Pp. varias; Notas e Introducciones a los Libros; Desclée de Brouwer; Madrid-Bilbao, España, 1975; ISBN 84-330-0022-5.
  12. ASIMOV, Isaac; Asimov’s Guide to the Bible, Volume 1, Chapter 17; Random House, London-New York-Toronto-Sydney-Auckland, 1981; ISBN 0-517-34582-X.
  13. Félix Torres Amat, La Sagrada Biblia, Astorga, León, 1823, Advertencia al Libro de Job.
  14. Juan Straubinger, Biblia Comentada, La Plata, Argentina, 1951, Introducción a Job.
  15. Confróntese, al respecto, el artículo libros llamados Apócrifos, de Domingo Fernández Suárez.
  16. ASIMOV, Isaac; Asimov's Guide To The Bible, The Old Testament; USA, 1969.
  17. Suerte de neologismo acuñado por algunos para hacer referencia a antiguos ideales, sueños y aspiraciones de las comunidades israelitas de Samaria, Galilea y la Diáspora, en aras y con miras a la restauración e integración total de todas las distintas tribus israelitas, por contraposición al ideal judío, que sólo contemplaba la redención futura de tres tribus judías, presentes en el Reino de Judá —que, propiamente hablando, eran sólo las tribus de Judá, Benjamín y Leví—. En los tiempos actuales, dichas aspiraciones se han vertido a la causa del rescate y revalorización del gran legado histórico y antropológico de expresiones culturales propias de las distintas tribus israelitas, por contraposición al ideal judaico, que por definición etimológica y antecedente histórico sólo hace referencia a aquellas expresiones culturales surgidas y emanadas de tres tribus judías —las tribus de Judá, Benjamín y Leví—.

Véase también

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