Palacios en Santiago de Chile

De Wikipedia, la enciclopedia libre

Los palacios en Santiago de Chile surgieron en primera instancia para albergar dependencias gubernamentales durante el siglo XVIII y parte del siglo XIX. Posteriormente a esto, la edificación de palacios fue producto de la bonanza económica que tuvo Chile desde la década de 1870. Muchos enriquecidos empresarios de la agricultura y la minería adquirieron terrenos en la capital chilena, donde construyeron mansiones para residir, en algunos casos combinados con comercios. La suntuosidad de las construcciones hizo que fueran llamados «palacios», los que se levantaron principalmente en las vecindades de las calles Alameda de las Delicias y calle Dieciocho, así como también en las ciudades de Valparaíso, Viña del Mar y Punta Arenas. El diseño y construcción de estas edificaciones fueron encargadas en su mayoría a arquitectos extranjeros durante el siglo XIX y a arquitectos chilenos a partir del siglo XX. A comienzos del siglo XX, se realizó la construcción de otras grandes mansiones que también fueron llamadas «palacios». Muchos de estos han sido adquiridos con el tiempo por diversas instituciones que se han encargado de mantenerlos con su antiguo esplendor. Otros han sido demolidos por la desidia de sus propietarios que ha derivado en un mal estado de conservación. Gran parte de los «palacios» todavía llevan el apellido de las familias a las cuales pertenecieron.[1][2][3][4][5][6]

Antecedentes[editar]

El auge económico producido por la explotación de la plata en el Mineral de Caracoles y de los yacimientos de salitre por parte de capitales chilenos, hizo que las antiguas minas de Chile se despoblaran de buena parte de sus trabajadores y aún más de sus empresarios. Todos querían dirigirse a Caracoles, veintiún años antes que lo hicieran a California durante la fiebre del oro.

Se produjo una expansión económica en todo orden, para 1872 se habían creado 29 sociedades mineras. Los magnates de la minería compraban grandes haciendas, adquirían maquinarias modernas e implementaban nuevos cultivos. Los hacendados adquirieron gran cantidad de cabezas de ganado en Argentina, la vitivinicultura y el vino chileno experimentaron un notable progreso con la incorporación de nuevas cepas, tecnología y técnicos enólogos europeos.

Los gastos suntuarios subieron en forma desmedida, casi todos los artículos de esta naturaleza eran de procedencia francesa, alcanzando la cuarta parte del total de las importaciones.

La edificación tomó un vuelo extraordinario y, entre mayo de 1872 y abril de 1873, se concedieron en Santiago 448 permisos de edificación, muchos de ellos correspondientes a la construcción de palacios.[7][8][9][10][11][12]

Galería[editar]

Palacios y casonas en la Región Metropolitana de Santiago ordenados alfabéticamente por siglo:

Siglo XVIII[editar]

Siglo XIX[editar]

Siglo XX[editar]

Bibliografía[editar]

  • Illanes O., María Angélica. La dominación silenciosa : productores y prestamistas en la Minería de Atacama : Chile, 1830-1860. Instituto Profesional de Estudios Superiores Blas Cañas, Santiago, 1992. memoriachilena.cl
  • Bravo Quezada, Carmen Gloria. La flor del desierto : el Mineral de Caracoles y su impacto en la economía chilena. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos, Santiago, 2000. ISBN 956-244-116-4, ISBN 956-244-071-0 memoriachilena.cl
  • Imas Brügmann, Fernando; Rojas Torrejón, Mario; Velasco Villafaña, Eugenia. La Ruta de los Palacios y las grandes casas de Santiago. Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Santiago, 2015. ISBN 978-956-352-123-8, ISBN 978-956-352-124-5 (PDF). cultura.gob.cl.

Notas[editar]

Véase también[editar]

Temas relacionados[editar]

Arquitectos[editar]

Hitos[editar]

Enlaces externos[editar]

Referencias[editar]

  1. «Joaquín Toesca (1752-1799) - Memoria Chilena». Memoria Chilena: Portal. Consultado el 1 de marzo de 2024. «Joaquín Toesca fue una de las personalidades más destacadas del período colonial. Su obra renovó completamente el estilo arquitectónico y los sistemas de construcción que imperaban hasta entonces, dejando tras de sí un gran número de discípulos que difundieron su legado y los conceptos neoclásicos. Su obra más notable, el Palacio de la Moneda, es considerada hoy un símbolo por excelencia de la república chilena. Nació en Roma en 1752, y se formó desde temprana edad con el arquitecto italiano Francisco Sabatini, seguidor del movimiento neoclásico. Su formación alternó la enseñanza práctica aprendida junto a su maestro con los estudios que realizó en distintas escuelas, como la Real Academia de Barcelona, en la que realizó estudios entre 1767 y 1768, la Academia de San Lucas de Roma, donde estudió entre 1769 y 1773, y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, en donde permaneció entre 1776 y 1779 mientras ayudaba a Sabatini en las obras que le había encargado a éste el monarca español. En 1779, Toesca viajó a Chile para proyectar y dirigir la construcción de varias obras públicas, a petición del gobernador Agustín de Jáuregui y el arzobispo de Santiago Manuel de Alday y Aspée. Llegó a Chile en 1780 y se le asignaron dos obras prioritarias: la construcción de la catedral de Santiago, que había sido destruida varias veces en el siglo a causa de los frecuentes sismos y sólo se había reconstruido parcialmente; y el diseño de un edificio que albergara la Casa de Moneda, una de las aspiraciones más sentidas de la elite criolla de la época, que esperaba evitar así la dependencia financiera del Perú. Toesca trabajó pacientemente en ambas obras hasta su muerte en 1799, sin verlas concluidas. El edificio de la Casa de Moneda, una de las construcciones más importantes de la época, fue terminado por uno de sus discípulos y entregado en 1802, pero la catedral esperaría más de tres décadas para terminarse, sin las torres que actualmente posee. Otras obras emprendidas por el arquitecto italiano fueron el edificio del Cabildo de Santiago frente a la plaza de armas de la ciudad, el que terminó en 1789; la construcción de un nuevo edificio para el hospital San Juan de Dios; y los tajamares del río Mapocho. Esta última obra era de vital importancia para evitar la inundación de Santiago por las aguas del río Mapocho, y fue concluida sólo en 1808, perdurando por más de un siglo. La obra de Toesca, inscrita en el movimiento neoclásico, formó parte de la política reformista emprendida por los monarcas españoles del siglo XVIII, que buscaban impulsar el progreso de las colonias americanas a través de la construcción de obras públicas y el fomento a la actividad comercial y productiva. La sobriedad del trazado arquitectónico, la solidez y la monumentalidad de las obras construidas por Toesca guardaron para la posteridad el legado de uno de los arquitectos más importantes que haya tenido Chile en toda su historia.» 
  2. «Artes decorativas en Chile (1870-1920) - Memoria Chilena». Memoria Chilena: Portal. Consultado el 1 de marzo de 2024. «A partir de 1860, con el aumento de los capitales disponibles y la intensificación de los intercambios con Europa, las familias de la elite santiaguina empezaron a renovar sus viviendas, pasando progresivamente de las casas con patio de tipo colonial a "palacios", construidos bajo el modelo del hotel particular parisino. Este cambio se visualizó en dos grandes aspectos arquitectónicos. Por una parte, se abandonó la división horizontal del espacio con patios sucesivos para adoptar una división vertical por pisos, siendo que la primera planta se usaba para la vida pública de la familia (comedor, salones) y que la segunda se reservaba para su vida privada (dormitorios). Por otra parte, se privilegiaron los estilos neo-clásicos y eclécticos, tanto en la fachada como en la decoración interior, en consonancia con la remodelación del paisaje urbano que se venía dando con la instauración de la República. La construcción de los palacios significó una renovación visual de las manzanas alrededor de la Plaza de Armas y a lo largo de la Alameda, pero también la conformación de nuevos barrios, tales como los ejes de la calle Dieciocho, de la calle Ejército o de la calle República, donde ayudaron a otorgarle mayor plusvalía a los terrenos. En este sentido, si bien el palacio puede ser considerado como un bien simbólico que ayudaba a sentar el dominio de ciertas familias en el panorama urbano, ya que su apellido quedaba asociado a la construcción, también fue un bien de inversión que circulaba entre las mismas familias de elite. Por ejemplo, la Quinta Díaz Gana, al poco tiempo de su construcción fue comprada por los Concha y Toro, cambiando su nombre, para luego pasar por herencia a los Concha Cazotte, cambiando por tercera y última vez su denominación, la que conservó hasta su destrucción en 1931. El palacio también se acompañó por un cambio en las modalidades de sociabilidad, abandonando progresivamente las heredadas de la Colonia, como la tertulia, para adoptar nuevas formas como los bailes, en espacios privados como públicos, como en el Teatro Municipal. En este sentido, la elite pasó de ocupar el espacio público a ciertos espacios exclusivos en la ciudad, entre los cuales podemos contar paseos como el Parque Cousiño, ciertos clubes como el Club Hípico y el Club de la Unión, teatros y sobre todo sus propias casas.» 
  3. «El Barrio Dieciocho (1860-1980) - Memoria Chilena». Memoria Chilena: Portal. Consultado el 1 de marzo de 2024. «Hasta 1860, el actual Barrio Dieciocho estaba formado por extensas quintas, siendo la más importante la Quinta Meiggs. Prácticamente no se habían abierto calles ni veredas, y fue gracias a la iniciativa de los vecinos, algunas instituciones eclesiásticas, y a la intervención del Estado que, a partir de los años sesenta, comenzó su rápida urbanización. Posteriormente, innovaciones urbanas como la transformación del Campo de Marte en el Parque Cousiño en 1873, la inauguración del Club Hípico, la construcción de la Escuela Militar, y el levantamiento de la Iglesia de San Ignacio durante la misma década, fomentaron la llegada al barrio de numerosas familias de clase alta. El nuevo sector urbano quedó delimitado entre Alameda de las Delicias por el norte, Camino de Cintura (hoy Av. Blanco) por el sur, San Ignacio por el oriente y avenida de la Capital (actual Av. España) por el poniente. Las principales calles del nuevo barrio fueron Dieciocho de Septiembre, Ejército Libertador, República, España y Vergara. Allí se levantaron grandes residencias para albergar, la mayoría de las veces, a una sola familia acomodada junto con su servidumbre. Siguiendo el modelo europeo, las edificaciones fueron preferentemente de estilo neoclásico. Entre estas construcciones destacó la mansión del empresario Luis Cousiño ubicada en calle Dieciocho, mejor conocida como Palacio Cousiño. Otras residencias distinguidas fueron los Palacios Irarrázaval, Ochagavía, y especialmente el Palacio Errázuriz, ubicado en la Alameda. Por su parte, las calles contaron con un adoquinado de buena calidad, árboles para la sombra, al igual que alumbrado eléctrico y tranvías a sangre. La construcción de edificaciones continuó hasta finales del siglo XIX e inicios del XX, incluyendo nuevos estilos arquitectónicos como el art nouveau. Sin embargo, en el barrio ya no quedaba espacio disponible para nuevos loteos. Paralelamente, el centro de Santiago empezó a adquirir una fisonomía urbana moderna, y comenzaron a producirse continuas protestas populares que, en ocasiones, causaban destrozos y desórdenes. Estos motivos, junto con el loteo de propiedades en la zona oriente de la ciudad, fomentaron la migración de las familias del Barrio Dieciocho. Desde entonces, las antiguas construcciones fueron subdivididas y rentadas para comercio y vivienda de sectores medios y medios bajos. En ocasiones se produjo un deterioro de aquellas, mientras que otras fueron demolidas. Por su parte, la construcción de la carretera Norte-Sur durante la década del setenta, dividió al barrio en dos. Durante la década de 1980, arribaron al sector varios establecimientos de educación superior, y algunos remodelaron las antiguas casonas. Además, se estableció la Biblioteca N° 4 Luis Montt Montt, que funcionó hasta el año 2005 en calle Dieciocho, y la sede santiaguina de la Cámara de Diputados en el Palacio Ariztía. Esto posibilitó conservar buena parte del patrimonio del barrio, declararlo oficialmente Zona Típica y formar lo que actualmente se conoce como el "Barrio Universitario" de Santiago Centro.» 
  4. «Viña del Mar - Memoria Chilena». Memoria Chilena: Portal. Consultado el 1 de marzo de 2024. «La historia de Viña del Mar se inicia con la llegada de los conquistadores y la división del valle de Peuco en dos grandes haciendas: la "Siete Hermanas", llamada así por las siete colinas que se ubican entre el Cerro Castillo y el Cerro Barón, y "La Viña del Mar", denominada así por los viñedos plantados en los terrenos que hoy ocupa el Palacio Rioja. Hacia 1870, la única heredera de las tierras que dieron origen a Viña del Mar era doña Mercedes Álvarez, casada con José Francisco Vergara, ingeniero que había llegado a la región para trabajar en las obras del ferrocarril. Fue él quien elaboró un proyecto, aprobado el 29 de diciembre de 1874, mediante el cual se funda oficialmente la ciudad de Viña del Mar, y cinco años después, la Ilustre Municipalidad. Pronto comenzó la llegada de los primeros veraneantes que construyeron sus quintas, en las calles Álvarez, del Comercio (hoy calle Valparaíso), Cerro Castillo y la Avenida Marina. Entre los primeros propietarios del balneario destacan personajes pertenecientes a las familias chilenas como don Isidoro Errázuriz, doña Encarnación Fernández de Balmaceda, Francisco de Paula Taforó, Ignacio Prado, Benjamín Vicuña Mackenna, la familia Subercaseaux, junto con una numerosa presencia de extranjeros. En esta misma época se construía el Gran Hotel, el Club de Viña y, en las últimas décadas del siglo XIX, los baños termales de Miramar. Pero la más conocida de todas las construcciones viñamarinas, hasta hoy día, es el palacio de estilo veneciano de la Quinta Vergara, construido por doña Blanca Vergara de Errázuriz, propiedad de la familia que dio origen al balneario. Ya a fines del siglo XIX, durante el verano, la sociedad santiaguina se trasladaba hacia Viña del Mar y allí seguía con rigurosa minuciosidad los rituales del veraneo. La rutina diaria se iniciaba en la playa, principalmente en Recreo, la playa de moda, o en la de Miramar. Los trajes de baño de los hombres eran mamelucos a listas de colores; los de las damas, siempre azules, rojos o blancos, un chaquetón hasta la rodilla y pantalón bombacho atado a los tobillos. A mediodía, se subía al Casino, donde se tomaba el aperitivo y se iniciaban los bailes matinales. Después del almuerzo, los veraneantes se dirigían en tren hacia el Puerto, donde paseaban, se hacían compras y se tomaba el té en los salones. Por la tarde, paseos bordeando el Miramar que eran verdaderos desfiles de lujo; en la noche, la infaltable reunión en el Gran Hotel o en el Club de Viña. Algunos días especiales, la asistencia obligada era a las carreras hípicas en el Sporting Club. La ciudad de Viña del Mar, sus construcciones y su estilo de vida, fueron el centro de lo que podría llamarse la "belle époque" chilena, que terminaría con la irrupción de nuevos actores sociales a la política chilena y, finalmente, con la gran crisis del año 1929.» 
  5. «Punta Arenas y la economía magallánica (1848-1950) - Memoria Chilena». Memoria Chilena: Portal. Consultado el 1 de marzo de 2024. «Punta Arenas se ubica estratégicamente en la ruta de navegación que comunica los océanos Atlántico y Pacífico a través del Estrecho de Magallanes; ruta que separa a la Patagonia de Tierra del Fuego y es potencialmente un punto de gran influencia en el comercio internacional. Su fundación, en 1848, representó el primer acto de soberanía chilena en un territorio distante e inhóspito, pero de gran valor geopolítico y económico. Los primeros colonos fueron soldados y funcionarios chilenos que junto a sus familias se dedicaban a extraer carbón de un río cercano; pero, pronto comenzaron a ocuparse de prestar servicios a los buques que emprendían la travesía interoceánica, especialmente entre California y Europa. Así, el creciente tránsito de embarcaciones y tripulaciones extranjeras, decidió al gobierno conceder a Punta Arenas los rangos de puerto menor y puerto libre, con lo que propició la formación de un polo de desarrollo comercial. Estas medidas favorecieron la llegada a la región magallánica de numerosos colonos europeos y jornaleros chilotes que se ocuparon en nuevas actividades productivas, tales como la minería aurífera y la ganadería ovina, industria a partir de la cual se originaron grandes fortunas que permitieron a la ciudad experimentar importantes adelantos urbanos.» 
  6. «La Ruta de los Palacios y las grandes casas de Santiago». www.cultura.gob.cl. Consultado el 1 de marzo de 2024. «Esta guía busca evidenciar, registrar y dar a conocer los últimos exponentes residenciales de esa época romántica que fue el siglo XIX y principios del XX. Un llamativo recorrido a través de la Alameda, el Parque Forestal, la calle Dieciocho, los alrededores del Congreso y del Teatro Municipal, la Plaza Brasil, y otros puntos aislados de nuestra capital, que siguen conservando en mayor o menor grado, los vestigios de un diseño hoy perdido. Es preciso entonces, valorar estos edificios que hoy se encuentran desperdigados por el centro de Santiago, como mudos testigos de una época olvidada, capaces de reflejar mejor que cualquier documento, las costumbres, predilecciones estéticas, la historia, ingeniería y avances tecnológicos, de un breve momento de nuestra historia, donde la riqueza y la fantasía se unieron para crear obras de diseño único, dignas de conservar. Nuestras ciudades son epicentros de un patrimonio vivo que se encuentra al alcance de cualquier persona y que muchas veces pasa desapercibido. Por eso, como Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, nos complace presentarles esta publicación, que propone tanto a los ciudadanos como a los visitantes de la ciudad, un recorrido por los principales palacios construidos en Chile entre mediados del s. XIX y principios del s. XX. El diseño en el ámbito de la arquitectura encuentra en estos edificios a sus mayores exponentes. A través de esta guía podremos conocer el trabajo de arquitectos tan importantes como Alberto Cruz Montt, Ricardo Larraín Bravo, Luciano Kulczewski, José Forteza Ubach, entre muchos otros, y apreciar su propuesta, su arte y los detalles que hacen de cada una de sus obras una pieza clave de nuestra identidad. No sólo los diseños arquitectónicos y las tendencias estéticas de la época se encuentran presentes en estos palacios. En ellos también descansa la historia reciente de nuestro país, que a través de estas construcciones da cuenta de un periodo de bonanza económica, que configuró tanto la fisonomía como las relaciones sociales de una la comunidad santiaguina.» 
  7. «La aristocracia chilena del siglo XVIII - Memoria Chilena». Memoria Chilena: Portal. Consultado el 2 de marzo de 2024. «Durante el siglo XVIII la sociedad colonial chilena adquirió madurez y estabilidad. Las exportaciones de trigo hacia el Perú, el desarrollo minero en los valles del norte chico y el levantamiento de las restricciones al comercio sentaron las bases de una relativa prosperidad económica. La administración colonial fue completamente reestructurada durante la segunda mitad del siglo, y se dio inicio a un vasto programa de fundación de ciudades y villas. Al centro del sistema social se ubicó una nueva aristocracia terrateniente y comercial, sucesora de la elite de encomenderos y militares que por más de un siglo y medio manejó el país. El estrato dominante estuvo compuesto por dos elementos: los españoles y los criollos, descendientes éstos de españoles avecindados en el país. El elemento español estuvo sujeto a una constante renovación por la continua llegada de peninsulares, muchos de los cuales se arraigaron y sus hijos pasaron a ser parte de la aristocracia criolla. Muchos inmigrantes españoles llegaron a probar fortuna en el comercio o el ejército fronterizo, aunque el sector más influyente de ellos ingresó a la administración colonial, constituyéndose en mediadores entre la metrópolis y la aristocracia local. Una parte importante de la inmigración española estuvo compuesta por vascos, quienes se dedicaron preferentemente a actividades comerciales. Su estilo de vida austero y esforzado, así como sus vínculos comerciales con España les permitió adquirir una considerable fortuna, lo que les facilitó el acceso a la elite criolla. Ésta, poseedora de grandes propiedades territoriales y de un inmenso prestigio social, no tardó en establecer alianzas matrimoniales con los recién llegados, integrándolos de esta manera a la clase dirigente. En la medida en que se consolidó el poder y la riqueza de la nueva aristocracia dieciochesca, ésta buscó resaltar su prestigio social a través de la compra de títulos de nobleza y de órdenes de caballería, así como la creación de mayorazgos. Esta última institución permitió a su fundador heredar un conjunto de bienes muebles e inmuebles a su hijo mayor, los que quedaban vinculados a perpetuidad a la familia, impidiéndose su venta o división. La creación de mayorazgos estaba regulada por las leyes castellanas y requería la autorización real, al igual que la adquisición de títulos de nobleza y de órdenes de caballería, para los que se requería una fuerte suma de dinero. La adquisición de títulos de nobleza y la fundación de mayorazgos resaltaron el poder y prestigio social de la nueva elite castellano-vasca, que tomó las riendas del país luego de la independencia. La eliminación de los títulos nobiliarios en 1817 y la agitada discusión ideológica en torno a los mayorazgos, que fueron abolidos en 1852, no alteró la posición de las familias que desde mediados del siglo XVIII se convirtieron en la nueva clase dirigente del país.» 
  8. «Mineral de Caracoles - Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile». www.memoriachilena.gob.cl. Consultado el 1 de marzo de 2024. «Los cateadores fueron aquellos aventureros que se internaron en el desierto de Atacama durante la segunda mitad del siglo XIX en busca de vetas ricas para explotar. Verdaderos pioneros de la actividad minera en el desierto, exploraron gran parte de él y se internaron en tierras bolivianas buscando nuevos yacimientos. Uno de ellos, José Díaz Gana, descubrió en 1870 el riquísimo yacimiento de plata de Caracoles, ubicado en el interior del departamento boliviano del litoral. Caracoles se llenó rápidamente de mineros y capitalistas chilenos interesados en invertir en la producción de plata, lo que condujo a fuertes diputas entre Chile y Bolivia. Según el tratado de 1866, el límite entre ambos países había sido fijado en el paralelo 24°, pero todos los impuestos recaudados por las aduanas fiscales chilenas y bolivianas situadas entre los paralelos 23° y 25° se repartían de manera equitativa entre ambos países. Al estar Caracoles situado en la zona de medianería de impuestos, ambos gobiernos llegaron a una nueva solución en 1874, fijando el límite binacional en el paralelo 24°, renunciando Chile a la medianería de impuestos, pero estableciendo una cláusula que impedía a ambos gobiernos elevar la carga tributaria sobre la exportación de minerales producidos en la zona en disputa. Ello aseguraba a los capitales chilenos invertidos en el mineral de Caracoles, pero no impidió la caída de la producción de éste desde mediados de la década de 1870, debido a la precaria tecnología utilizada, la lejanía de los puertos de exportación, el agotamiento de los minerales de alta ley y la especulación financiera.» 
  9. «Surgimiento del empresariado chileno - Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile». www.memoriachilena.gob.cl. Consultado el 1 de marzo de 2024. «Luego de la Guerra de Independencia y la consolidación de la República, entre 1830 y 1900, Chile tuvo un importante crecimiento económico, estimulado por su inserción en la economía mundial como exportador de materias primas -principalmente minerales como el cobre y la plata-, productos agrícolas e importador de las manufacturas, insumos y bienes de consumo para el lujo y abastecimiento, productos de la revolución industrial desarrollada en Europa y luego Estados Unidos. Este proceso de cambio desde una economía eminentemente rural y de carácter colonial a una economía urbana moderna, extractivista, comercial e industrial, permitió el surgimiento de una nueva elite empresarial, distinta de la tradicional elite mercantil y terrateniente hispano-criolla, que entremezclo la herencia del pasado con un nuevo espíritu de avance y transformación nacional y que rápidamente tomó el control de las áreas más dinámicas de la economía, aunque, con el tiempo, cedió espacio a la iniciativa extranjera. Fue este grupo social el que llevó a cabo una lenta pero permanente transición hacia la modernización, caracterizada por la búsqueda de distintas áreas de producción: el levantamiento de un complejo minero e industrial exportador e importador; el surgimiento de una infraestructura de transporte terrestre (red de caminos, carreteras y ferrocarriles) y marítima (vapores y puertos); una renovación urbana (tranvías y nuevos barrios residenciales e industriales); la creación de un sistema financiero (bancos, casas comerciales, especulación financiera y sociedades anónimas) y la modernización de ciertas actividades agrícolas (viñas, trigo y molinos). Para llevar a cabo esto, los pioneros empresariales basaron la innovación tecnológica del país en la contratación de profesionales,ingenieros, técnicos y científicos extranjeros y en la importación de maquinarias y equipos que facilitaron la transición industrial. El nuevo empresariado, dinámico y sustentado en una amplia visión de progreso material que tuvo como modelo las sociedades europeas, se constituyó en la base de una emergente burguesía que se complementó social y culturalmente con el tradicional dominio de la aristocrática terrateniente y generó importantes alianzas comerciales y de parentesco con el empresariado extranjero asentado en el país. Una demostración de lo anterior fue una lista de las principales fortunas chilenas, publicada por Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886) en el diario El Mercurio del 26 de abril de 1882, donde señaló que estas provenían de la agro-ganadería, minería, industria, comercio y crédito. Entre los más destacados se encontraron el banquero y habilitador minero Agustín Edwards Ossandón (1815-1878) junto a su familia; el forjador de la industria del carbón Matías Cousiño Jorquera (1810-1863); el minero y fundidor de cobre José Tomás Urmeneta y García-Abello (1808-1878); el comerciante y productor de azúcar José Tomás Ramos Font (1803-1891); el fundidor inglés Carlos Lambert y del industrial alemán Carlos Anwandter (1801-1889). También hubo otros empresarios, que si bien no destacaron por la acumulación de riqueza a partir del desarrollo empresarial, lo hicieron por su capacidad emprendedora y creativa, principalmente los exploradores del Norte Chico y los territorios anexados de Tarapacá y Antofagasta, como José Santos Ossa (1827-1878) o en la agricultura y vitivinicultura como Silvestre Ochagavía Errázuriz (1820-1883), junto con la colonización del sur, principalmente en la Araucanía y la Patagonia. Esto permitió un importante encadenamiento productivo, principalmente entre el comercio interno, la industria manufacturera y la minería de exportación, base fundamental de la economía nacional y de los gremios empresariales de las últimas décadas del siglo XIX.» 
  10. «Los ciclos mineros del cobre y la plata (1820-1880) - Memoria Chilena». Memoria Chilena: Portal. Consultado el 1 de marzo de 2024. «Con antecedentes que se remontan al siglo XVIII, la minería del cobre y la plata cobró un ímpetu nuevo con el descubrimiento de los yacimientos de plata de Agua Amarga y Arqueros, en la primera y segunda década del siglo XIX, respectivamente. Aunque ambos minerales proporcionaron un importante ingreso a los primeros gobiernos republicanos, no fue sino hasta la década siguiente que comenzó un largo período de auge que duraría por más de tres décadas. En 1832, el cateador Juan Godoy descubrió, 50 km. al sur de Copiapó, el mineral de plata de Chañarcillo, cuya extraordinaria riqueza atrajo a miles de aventureros y generó importantes fortunas. El auge de la producción de plata en la provincia de Atacama convirtió a Copiapó en una importante plaza comercial y de servicios para un vasto hinterland minero, papel que potenció la inauguración de la línea ferroviaria en 1851 entre aquella ciudad y Caldera, puerto de salida para las exportaciones mineras. Esta línea férrea fue financiada íntegramente con capitales regionales, lo que muestra el dinamismo alcanzado por la actividad minera en la provincia. La minería de la plata mantuvo sus niveles de producción con el descubrimiento del yacimiento de Tres Puntas en 1848, aunque desde mediados de la década siguiente comenzó a dar señales de agotamiento. En 1870, el descubrimiento y explotación por capitales chilenos del mineral de Caracoles, situado en territorio boliviano, dio un último impulso a la minería de la plata. Sin embargo, este auge se prolongó sólo por cinco años más, debido al rápido agotamiento de los minerales de alta ley, a las primitivas técnicas de extracción y a la lejanía de los puertos de exportación. El abandono del sistema bimetálico por las economías industrializadas dio el golpe de gracia a los alicaídos precios de la plata y sentó el fin de una actividad que, por casi medio siglo, había sido la más dinámica del país. Aunque no tan llamativa como la extracción de plata, la minería del cobre tuvo un importante papel en la economía chilena del siglo XIX. La creciente demanda británica por el metal rojo, impulsó desde 1825 los envíos de cobre en bruto desde el país hacia el puerto de Swansea, donde se concentraban las fundiciones inglesas. En 1831, la introducción del horno de reverbero por Charles Lambert revolucionó las técnicas de fundición de cobre, al permitir el aprovechamiento de los sulfuros de cobre antes eran abandonados. El mineral de Tamaya, descubierto por José Tomás Urmeneta en 1852, permitió aumentar significativamente la producción de cobre, la que en la década de 1870 llegó a su máximo nivel; colocando a Chile como primer exportador de cobre del mundo. La caída de los precios internacionales del mineral a partir de 1874, sumado a las precarias técnicas de extracción y la estrecha dependencia del capital financiero, crearon crecientes problemas a la minería del cobre, la que vio cerrar numerosos yacimientos y fundiciones. A fines del siglo XIX, la recuperación de los precios internacionales dio un nuevo impulso a la alicaída minería del cobre, lo que fue aprovechado por grandes compañías norteamericanas que se instalaron en el país.» 
  11. «Dependencia del capital financiero - Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile». www.memoriachilena.gob.cl. Consultado el 1 de marzo de 2024. «Durante el siglo XIX, la minería de la plata y del cobre se desarrolló preferentemente con capitales nacionales. Sin embargo, los productores y fundidores de mineral dependían fuertemente de los prestamistas y habilitadores. La habilitación era una institución de antigua data, mediante la cual un comerciante proporcionaba los capitales necesarios para poner en funcionamiento la mina; a cambio, recibía la producción a un precio menor que el del mercado y un interés mensual. Existían, también, otras formas de crédito, las que por lo general conllevaban intereses usurarios sobre el capital prestado. La eliminación de las trabas que la administración colonial impuso a los préstamos a interés, el monopolio que tenían unas pocas casas comerciales sobre la compra de minerales y la escasez de capital fresco, obligó a los productores mineros a depender estrechamente del capital financiero, limitando la capacidad de acumulación que podría haber tenido el empresariado local. A la larga, el auge minero benefició a los banqueros y habilitadores -como José Gregorio Ossa y Agustín Edwards Ossandón- más que a los mismos productores, los que se vieron obligados a vender o rematar sus pertenencias y a buscar otros ámbitos en donde invertir sus esfuerzos y capitales.» 
  12. «Empresarios vitivinícolas - Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile». www.memoriachilena.gob.cl. Consultado el 2 de marzo de 2024. «El éxito del proceso de modernización de la actividad vitivinícola en Chile, fue, en gran medida, el resultado de la intención de un grupo de conocedores y empresarios nacionales. Este proceso comenzó con la viña Mariscal y Tocornal, perteneciente a Ismael y Manuel Antonio Tocornal y fue continuada en 1851 por Silvestre Ochagavía. Luego en 1860 se fundaron las viñas Santa Teresa, de Macario Ossa, y la viña Urmeneta, de José Tomás Urmeneta. Cinco años más tarde Pedro Correa fundó la Viña San Pedro. En 1875, la viña Lontué, en 1870 Maximiano Errázuriz creó la viña Errázuriz Panquehue, a la que siguió la viña Cousiño Macul. Entre 1880 y 1890 nacieron importantes viñas nacionales: la viña Santa Rita (1880), viña Concha y Toro (1883) y viña Undurraga (1890). A estas viñas llegaron a trabajar algunos especialistas europeos, entre los que destacan German Moine, Joseph Bertrand, Alfred Garraboche, Pierre Durard, Pierre Robert, Pressac y Dalbaie. Entre los años 1850 y 1880, se introdujeron una gran variedad de cepas tintas como Cabernet Franc, Cabernet Sauvignon, Malbec, Pinot, Merlot y Carmenere; otras de cepas blancas como Sauvignon Blanc, Chardonnay, Semillón y Riesling. Esta inversión fue muy oportuna, ya que a los pocos años estas cepas originales fueron destruidas en casi todos los viñedos del mundo por una epidemia de filoxera. Un descubrimiento reciente comprobó que la cepa Carmenere, desaparecida del resto del mundo, se conserva únicamente en nuestro país.»