Usuario:Anonimo211292/Taller

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La Organización Social del Cuidado (OSC) implica una distribución y producción de las responsabilidades y tareas de cuidado y de los tiempos dedicados a las mismas entre los hogares, comunidades, el Estado y los mercados. Estos cuatro actores están todos relacionados y son complementarios entre sí. Este marco teórico de las relaciones existentes entre dichos actores se acuña a partir del Diamante de Cuidado, introducido por Shahra Razavi. La OSC da cuenta de la oferta de cuidados disponible para atender a la demanda de cuidados existente. La demanda de cuidados es un primer factor determinante de la necesidad de cuidados y está constituido por su tamaño y características. Es decir, la cantidad de niños y niñas, personas mayores, enfermas o con discapacidades que requieren cuidados específicos, da una pauta de esta demanda. Todas las personas tienen necesidades de cuidados, pero el grado de autonomía con que las mismas pueden ser atendidas difiere. Según la edad y el nivel de posibilidades físicas y mentales, las personas son más o menos capaces de auto-cuidarse o resultan más o menos dependientes de otras personas o instituciones que puedan proveerle cuidado. Es decir, hay personas potencialmente más cuidadoras, y personas potencial o realmente más necesitadas de cuidado. La relación entre los tamaños de estos grupos poblacionales da cuenta de la magnitud del peso del cuidado que recae sobre la población potencialmente cuidadora.[1]

Organización Social del Cuidado injusta[editar]

La evidencia nos permite afirmar que en su conformación actual, la OSC es injusta en dos sentidos. Por un lado, las responsabilidades de cuidado están desigualmente distribuidas entre los actores del cuidado (Estado, mercado, hogares y comunidad). La mayor parte de la reproducción cotidiana de la vida se resuelve gracias al trabajo doméstico no remunerado que realizan los hogares. El Estado actúa de manera complementaria, atendiendo algunas dimensiones específicas del cuidado como la educación básica, o actuando donde las necesidades para los hogares son más acuciantes donde se atienden parte de las necesidades de cuidado de hogares en situación de extrema vulnerabilidad. Y el mercado es accesible sólo en la medida que los hogares tienen capacidad adquisitiva como para comprar cuidado. Por otro lado, al interior de cada uno de estos actores, las responsabilidades de cuidado se distribuyen de manera desigual entre varones y mujeres. Esta doble desigualdad de la OSC permite afirmar no solamente que la misma es injusta, sino que se transforma en sí mismo en un vector de reproducción de desigualdad. Los hogares que cuentan con mayores posibilidades de organizar el cuidado tienen por tanto mayor facilidad para liberar tiempo para destinar a otras actividades, entre ellas a la generación de ingresos. Por el contrario, los hogares con escasos recursos, en el contexto de débiles e insuficientes servicios públicos de cuidado, no pueden comprar cuidado en el mercado, ni liberar tiempo, y tampoco participar en actividades económicas. De esta forma, se va reproduciendo su situación de subordinación. La OSC injusta genera crisis de los cuidados ya que, en la actualidad, este modelo de los cuidados se quiebra. Este modelo estalla por cambios en las expectativas vitales de las mujeres y en los requerimientos de cuidados asociados al envejecimiento de la población, y también por el modelo de crecimiento urbano y lo que Ramón Fernández Durán (2009) llama la "explosión urbana y del transporte motorizado", por la precarización del mercado laboral, la pérdida de redes sociales y el afianzamiento de un modelo individualizado de gestión de la cotidianidad y de construcción de horizontes vitales. Las crisis de los cuidados en los países del centro se engarza con la crisis de reproducción social en los países del Sur global que impele a tantas mujeres a migrar. Entre ambas, se conforman las llamadas Cadenas Globales de Cuidados. [2]

Mercado laboral[editar]

La contra cara de lo que sucede en el mundo del trabajo del cuidado es lo que sucede en el mercado laboral, allí donde las personas participan con su trabajo en actividades productivas que producen bienes y servicios con valor económico en el mercado a cambio de ingresos monetarios que al adquirirlos, les permite satisfacer sus necesidades y alcanzar algún grado de bienestar material. Por lo tanto, el mercado laboral también es un espacio de expresión y reproducción de desigualdades de género. Las brechas de género en el mercado laboral se expresan en la menor y peor participación de las mujeres respecto de los varones. Las mujeres presentan sistemáticamente, en comparación con los varones, menor tasa de actividad, mayor tasa de desempleo, mayor incidencia en la informalidad, y mayor proporción de empleos de tiempo parcial. En el mercado laboral se sigue verificando la segregación horizontal que concentra a las mujeres en actividades típicamente femeninas y a los hombres en actividades típicamente masculinas, y la segregación vertical que concentra a las mujeres en las ocupaciones de menor jerarquía. Se sigue verificando el techo de cristal, esto es, la existencia de una barrera invisible que frena a las mujeres que van subiendo la escalera de las jerarquías ocupacionales, así como el piso pegajoso, que las mantiene "adheridas" al piso de estas jerarquías haciéndoles difíciles no sólo subir, sino simplemente comenzar a hacerlo.[3]

Referencias[editar]

  1. Sanchís y Rodríguez Enríquez (Noviembre 2010). «Cadenas Globales de Cuidados. El papel de las migrantes paraguayas en la provisión de cuidados en Argentina.». ONU MUJERES. 
  2. Pérez Orozco, Amaia (2014). Subversión feminista de la economía. Traficantes de Sueños. p. 212,214. 
  3. Rodríguez Enríquez, Corina (Febrero 2017). «Economía y género: implicancias para la agenda de desarrollo latinoamericano. Breve Introducción a la Economía Feminista.». Economía y Género: Universidad Nacional de San Martín.