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Juana Pasteles (ca. 1660, Departamento Silípica, Provincia de Santiago del Estero, Argentina– 9 de noviembre de 1716) fue una indígena del pueblo de Tuama que, acusada de utilizar hechizos y encantos en causa criminal, fue sometida a torturas hasta morir y luego quemada en la hoguera.

Antecedentes[editar]

Adscrita al pueblo de indios de Tuama, Juana residió en las cercanías de la Estancia del Ciego, finca de propiedad de su encomendero y de su hermano, el Licenciado Pereira, cura de la doctrina.
Juana se sustentaba criando algunas ovejas y chivos, tejiendo lienzo en telar de palo y haciendo ollas y cestería.
Juana ya había tenido problemas con la justicia. En 1707 fue acusada y apresada por haber matado con maleficios a un hombre en la Ranchería de San Francisco, Santiago del Estero (ciudad). Fue liberada.

El proceso[editar]

En 1715, el teniente de gobernador Don Alonso de Alfaro ordenó la primera sumaria general contra Juana. Allí se la sindicó como autora de tres hechizos y se la acusó de haber puesto fin, con ellos, a la vida de su marido y a la de dos eclesiásticos: uno de ellos su patrón y cura de la doctrina y el otro, el titular de la catedral de Santiago del Estero).

Los interrogatorios[editar]

Tras su apresamiento, Juana fue sometida a una serie de interrogatorios. Durante el primero, Juana respondió escuetamente a las preguntas con ayuda de un intérprete, dado que sus declaraciones las formulaba en su lengua, el quichua santiagueño. En esa oportunidad Juana negó todo aquello de lo que se la acusaba: ser hechicera, haber tenido tratos con el Diablo y haber matado a alguien usando hechizos y encantos.

afirmando que sabía, porque el párroco de Tuama se lo había enseñado, que ejercer ese “arte” era pecado. También se exculpó de los homicidios que se le endilgaban, declarando que a su marido se lo había llevado una “fiebre póstuma” y que el párroco Pereira había fallecido mientras ella se encontraba en Tucumán. Dejar en claro esto revestía importancia puesto que en el pueblo ya habían corrido rumores, supuestamente originados en dichos del propio párroco el cual, días antes de morir, había comentado que, tras una discusión con Juana por la propiedad de unos corderos, temía alguna venganza mágica por parte de la india. El 23 de agosto de 1715, por ausencia de información suficiente, tanto el fiscal como el defensor designados para el juicio se ocuparon de buscar nuevos testigos para completar el contenido de la sumaria. El fiscal aportó dos españoles, alféreces, testigos “clave” por haber visto al párroco días antes de su muerte y por haber estado al tanto de la disputa por los corderos. Por su parte, el defensor aportó cinco indios de Tuama cuyas declaraciones no fueron consideradas “concluyentes”. De hecho, basado en las propias declaraciones de estos indios, el fiscal argumentó que sus dichos evidenciaban que conocían la “opinión pública” de Juana y que, pese a ser “fáciles de reducir a que juren sin verdad”, no la habían desmentido.