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Usuario:JCastella/Edgardo Mortara

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En julio de 1858 cometió uno más de sus horrendos crímenes al secuestrar un niño judío de seis años, con el pretexto de que éste había sido bautizado católico[editar]

por José Castellà Argüelles 28 de enero de 2007


Aunque la temible Inqusición española había sido definitivamente suprimida en ese país en 1834, en los Estados Papales todavía estaba vivita y coleando en el año 1858 (1).

El papa de ese momento, nuestro conocido Giovanni Maria Mastai-Ferretti, alias Pio IX (2), era gobernante absoluto de los llamados Estados Papales, una franja de terreno que iba, en diagonal, desde la costa occidental de Italia frente a Roma hasta la costa adriática frente a Bologna, dando la vuelta alrededor del Gran Ducado de Toscana, cuya capital es la bella Florencia. Ante la presión unificadora del “risorgimento” italiano, encabezado desde Turín por Vittorio Emanuele II, rey de Cerdeña y del Piamonte, el papa se mantenía en el poder sólo gracias a la presencia de tropas austriacas en Bologna y francesas en Roma.

No obstante la precariedad de su situación, el papa insistía en gobernar despóticamente sus estados y la primera víctima de esta situación era la comunidad judía que, en el caso de Roma, vivía encerrada en uno de los ghetos más miserables de los que se tiene memoria, sometida a múltiples restricciones en cuanto a sus fuentes de trabajo y al contacto con el resto de la población (3). En Bologna la situación era algo diferente; pues los judíos de allí, aunque habían sido expulsados por el papa Clemente VIII en 1593, más tarde, después de la revolución francesa y de las guerras napoleónicas, que habían otorgado a los judíos igualdad ante la ley y libertad de movimientos, algunos pocos, por razones de trabajo, se habían atrevido a regresar a esa ciudad; pero manteniendo siempre un bajo perfil, sin rabinos ni sinagoga.

Una de estas familias judías era la formada por Momolo Mortara, su esposa Marianna y cinco hijos, con los que habían llegado en 1848 para dedicarse al comercio como proveedor de artículos para tapicería y escapar al ya congestionado hogar familiar en Reggio-Emilia. Ya en Bologna nacieron otros tres hijos, entre ellos Edgardo, del cual hablaremos a continuación.

Al anochecer del 23 de julio de 1858 se presentó en la casa de los Mortara un nutrido piquete policial portando una orden para llevarse a Edgardo. El desconcierto y la alarma de la familia no tenía límites, tanto que el mismo jefe a cargo del grupo, apiadado por la escena, les concedió 24 horas para aclarar el asunto, dejando, eso sí, un centinela a la vista del niño para vigilarlo.

Los traqueteos del afligido padre, ayudado por vecinos y parientes, terminaron al día siguiente en el convento de Santo Domingo delante del Inquisidor de Bologna, el monje domínico Piero Gaetano Felleti (4). Allí supieron, por boca de éste, la increíble razón para este atropello: “Edgardo había sido bautizado; por lo tanto era ahora un niño católico, y como tal no se podía permitir que fuera criado en un hogar judío”.

El Inquisidor no dijo más; era secreto del sumario y la Inquisición no acostumbraba revelar sus fuentes de información. Atando cabos y haciendo averiguaciones, los Mortara llegaron a la conclusión que una empleada doméstica, Anna Morisi, campesina y analfabeta, que había trabajado tiempo atrás en su casa, lo había bautizado con agua de la cocina a la edad de doce meses, con motivo de una enfermedad infantil que lo aquejó en esa época. Años después, habiendo sido despedida por los Mortara, le habría contado este hecho a una amiga, la cual lo habría repetido a un eclesiástico, llegando el cuento finalmente a oídos del Inquisidor, el cual ni corto ni perezoso, previa consulta y autorización de Roma, había procedido a poner por obra esta atrocidad (5).

Desesperados e impotentes, los padres de Edgardo vieron como el niño era arrancado de sus brazos y llevado con destino desconocido, el que luego resultó ser la “Casa de los Catecúmenos” (6), en Roma, 400 Km al sur de Bologna, donde fue internado.

Atropellos como éste eran comunes (7) desde hacía mucho tiempo en los territorios papales. No era infrecuente que miembros católicos de servicio en casas de judíos aprovecharan un descuido de los padres para bautizar criaturas, y luego, por venganza, denunciaran esto a las autoridades. Los padres no tenían otro recurso posible que alegar la nulidad de este bautismo; pero casi nunca tenían éxito. Esta vez la situación política de Italia y del mundo hizo que este secuestro tomara otro rumbo y que se hiciera famoso.

La noticia de este secuestro se extendió rápidamente por las comunidades judías de Europa, llegando hasta lugares como Inglaterra y Francia, donde los judíos no sólo gozaban ya de plenos derechos de ciudadanía, sino también poder económico, influencia ante sus gobiernos y medios de prensa para gritar al mundo esta ofensa.

Pronto se recogieron ayudas en dinero para posibilitar el viaje de Momolo hasta Roma y se pidió a los jefes de la comunidad judía en Roma su intervención y ayuda (8).

No se tuvo éxito. Lo único que Momolo consiguió fue una entrevista con el Secretario de Estado Cardenal Giacomo Antonelli y el permiso para visitar a Edgardo; pero luego de varias visitas, que nunca fueron en privado sino siempre ante la presencia del Rector de la Casa de los Catecúmenos, debió regresar apresuradamente a Bologna pues su esposa Marianna estaba perdiendo la razón y su negocio estaba arruinado por falta de atención.

       Poco tiempo después, hubo un último encuentro tan inútil como los anteriores, esta vez con ambos padres; de aquí en adelante, las visitas se interrumpieron. La familia Mortara se trasladó a vivir a Turín y más tarde a Florencia. Ya nunca se recuperaron del golpe y siguieron viviendo de la caridad de la comunidad judía.

La batalla continuó por la prensa. Los diarios anticlericales tomaron partido a favor de los Mortara, atacando fieramente al papa por este hecho, ante lo cual la prensa católica respondió inventando toda una leyenda según la cual Edgardo había sufrido un conversión milagrosa producto de su bautismo y que apenas se vio fuera del alcance de sus padres se puso muy feliz y contento, demostrando una atracción y una devoción intensa por todo lo católico.

Se hicieron toda clase de gestiones a nivel diplomático, con intervenciones de los embajadores ante Roma de Francia, de Inglaterra y de Nápoles. Hasta intervinieron personalmente el propio prestamista del papa, James Rotschild, el primer miembro judío del parlamento británico, Lionel Rotschild y el conocido filántropo inglés Moisés de Montefiore. Las comunidades judías en todo el mundo iniciaron campañas para obtener la liberación de Edgardo. Las iglesias protestantes de Inglaterra también se unieron a esta protesta.

Pio IX se mantuvo inconmovible ante este drama y ante tanto daño causado a una familia inocente. A pesar de toda esta campaña internacional no cedió un ápice en su posición, y Edgardo siguió en Roma.

El lavado de cerebro realizado con el niño fue tan acucioso que al poco tiempo éste declaraba que su único y verdadero padre era el papa, incluso adoptó el nombre de Pio que antepuso al de Edgardo, y se preparó para ingresar al seminario y seguir la carrera eclesiástica.

Francia, ante la necesidad de defenderse de Prusia y hastiada con la obcecación papal, no sintió ningún remordimiento al empezar a retirar, en 1867, las tropas que defendían Roma. En 1870 esta ciudad era definitivamente ganada para Italia por las tropas del Rey Vittorio Emanuele II. Con las tropas italianas llegó a Roma Ricardo, el hermano mayor de Edgardo. Lo encontró en el convento de San Pietro in Vincoli (9). Fue recibido por su hermano seminarista con el grito de: “Atrás Satanás, primero sácate ese uniforme de asesino”

Edgardo se negó a ver a sus padres. Rápidamente fue sacado del país por la iglesia romana con rumbo a Austria, y 5 años después, fue ordenado sacerdote. No volvió a ver a su padre, que murió destrozado en 1871. A su madre y a sus hermanos sólo los volvió a ver 8 años más tarde, y aunque lo intentó, no logró convertirlos al catolicismo. Se dice que podía predicar en seis idiomas. Falleció en Bélgica, en 1940, dos meses antes de la ocupación de ese país por los nazis.

El autor de tanto dolor y tanta angustia, Pio IX, que se las arregló para hacerse proclamar a si mismo “infalible” por el Concilio Vaticano I en 1870, murió en 1878 y hoy es venerado por la iglesia romana como “beato” (10), antesala de la canonización. Si así son los “santos” en esa iglesia, ¿cómo serán los que no lo son?

La misma institución que hoy día se proclama “defensora de la familia y campeona de los derechos humanos”, cuando tenía el poder para hacerlo, atropelló el más elemental de los derechos humanos y familiares: el derecho de un niño a ser criado por sus propios padres y el de los padres a educar a sus propios hijos.


(1) Con los nombres de “Tribunal del Santo Oficio” primero, y luego desde 1965 como “Congregación para la Doctrina de la Fe”, esta santa institución sobrevive hasta nuestros días. Su actual prefecto es el cardenal norteamericano William Joseph Levada; el anterior fue Joseph Ratzinger.

(2) Este caballero, en 1824, cuando todavía era un oscuro burócrata del Vaticano, había visitado Chile integrando la misión diplomática de don Juan Muzi, que pretendía arreglar las relaciones del Gobierno de Chile con la iglesia romana, bastante dañadas por el abierto apoyo de esta iglesia a la causa realista. En realidad, esta misión terminó enredando aún más el asunto. El Vaticano no vino a reconocer la independencia de Chile sino hasta el año 1840. (Villalobos, S. - Historia de Chile - Ed. Universitaria, 1993)

(3) A los judíos de Roma, presentes en esa ciudad por más de 2000 años, ahora sólo se les permitía trabajar como comerciantes de objetos usados, tenían la obligación de encerrarse todas las noches en el gheto (a los mismos pies del Vaticano) y no podían practicar ninguna relación de amistad o de negocios con el resto de los habitantes de la ciudad. Las condiciones de hacinamiento, pobreza, suciedad y enfermedad en el interior de este sitio eran horribles.

(4) A fines de 1859 las tropas austríacas abandonaron Bologna y la ciudad cayó en manos de los patriotas italianos, independizandose del poder papal. Uno de los primeros actos del nuevo gobierno de Bologna fue arrestar al Padre Feletti bajo el cargo de secuestro de un menor y someterlo a juicio; pero los jueces, temerosos de una excomunión papal lo absolvieron aduciendo que sólo se había limitado a cumplir órdenes.

(5) La veracidad del testimonio de Ana Morisi, la sirvienta, deja mucho que desear. Incluso hay motivos para pensar que pudo ser sobornada por el Inquisidor para hacerla decir lo que dijo.

(6) Esta institución fue creada en el siglo XVI con el fin de internar allí a las personas de otra religión, especialmente judíos y musulmanes, que querían pedir el bautismo católico. Sus inquilinos más frecuentes eran muchachos provenientes del gheto que, desesperados ante las perspectivas de pasar el resto de su existencia en tan miserable lugar, buscaban una escapatoria a través de un bautismo aceptado fingidamente. Siempre eran varones, porque las mujeres que se bautizaban no tenían ningún destino ni dentro ni fuera del gheto.

(7) El último de estos casos debidamente documentado ocurrió en 1864 cuando, en el gheto de Roma, un niño de nueve años, Samuel Coen, fue deliberadamente bautizado sin permiso de los padres y separado de los mismos.

(8) Los judíos de Roma estaban entre la espada y la pared. Si metían mucha bulla con sus protestas podían perder lo poco que habían ganado al ascender Pio IX al trono: No ser obligados a escuchar sermones católicos los sábados por la tarde y no ser obligados a recibir vejaciones públicas en los días de carnaval.

(9) Es el mismo lugar donde se conserva la maravillosa escultura del Moisés de Miguel Ángel.

(10) Esta beatificación fue proclamada por Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000, conjuntamente con la de Juan XXIII. Uno y uno para que nadie se enoje.


Bibliografía: Kertzer, David - The kidnaping of Edgardo Mortara - Vintage Books Editions, 1989